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Responsabilidad y Obligación

Ni en la realidad ni en la ética Objetivista existe tal cosa como “deber”. Sólo existe la elección, y la aceptación clara y total de un principio que ha sido enturbiado por la noción de “deber”: la Ley de Causalidad.

El enfoque correcto a la ética, el punto de partida metafísicamente puro, libre de toda contaminación derivada de una influencia kantiana, está bien ilustrado con esta historia: En respuesta a un hombre que le estaba diciendo que ella tenía que hacer una cosa u otra, una anciana y sabia mujer negra le dijo: “Míster, no hay nada que yo tenga que hacer excepto morir”.

Vivir o morir es la única alternativa fundamental del hombre. Vivir es su acto básico de elección. Si elige vivir, una ética racional le dirá qué principios de acción se requieren para implementar su elección. Si no decide vivir, la naturaleza seguirá su curso.

La realidad confronta al hombre con un sinfín de “deberes”, pero todos ellos son condicionales; la fórmula de necesidad realista es: “debes, si…”, y ese “si…” representa la elección del hombre: “…si quieres conseguir un cierto objetivo”. Debes comer, si quieres sobrevivir. Debes trabajar, si quieres comer. Debes pensar, si quieres trabajar. Debes mirar a la realidad, si quieres pensar… si quieres saber qué hacer… si quieres saber qué objetivos elegir… si quieres saber cómo conseguirlos.

Para hacer las elecciones necesarias para conseguir sus objetivos, un hombre tiene que ser consciente de forma constante y automática de un principio que el anti-concepto “deber” prácticamente ha obliterado de su mente: el principio de causalidad; concretamente, el principio aristotélico de causa final (que, de hecho, es aplicable sólo a un ser consciente), o sea, el proceso por el cual un fin determina los medios; o sea, el proceso de elegir un objetivo y tomar las acciones necesarias para conseguirlo.

En una ética racional, es la causalidad – no el “deber” – lo que sirve como principio rector al considerar, evaluar y elegir las acciones de cada uno, sobre todo aquellas que son necesarias para alcanzar un objetivo a largo plazo. Al seguir este principio, un hombre no actúa sin saber el propósito de sus acciones. Al elegir un objetivo, él considera los medios necesarios para conseguirlo, coteja el valor del objetivo contra las dificultades de los medios y contra el contexto jerárquico total de todos sus otros valores y objetivos. No se exige lo imposible, y no decide demasiado alegremente qué cosas son imposibles. Él nunca ignora el contexto del conocimiento que tiene a su disposición, y nunca evade la realidad, siendo totalmente consciente de que su objetivo no se le otorgará a través de ningún otro medio que no sea su propia acción, y que si evadiese, no sería a alguna autoridad kantiana a la que estaría engañando, sino a sí mismo. . . .

Quien acepta la causalidad está profundamente dedicado a sus valores, sabiendo que es capaz de conseguirlos. Él es incapaz de desear contradicciones, de depender de un “de alguna manera”, de rebelarse contra la realidad. Sabe que en todos esos casos, no es a una autoridad kantiana a la que estaría desafiando y perjudicando, sino a sí mismo, y que la pena no sería algún tipo de “inmoralidad” mística, sino la frustración de sus propios deseos y la destrucción de sus valores. . . .

Al no aceptar “deberes” místicos ni obligaciones que él no eligió, él es el hombre que honra escrupulosamente las obligaciones que él escoge. La obligación de mantener las propias promesas es uno de los elementos más importantes en las relaciones humanas correctas, el elemento que conduce a una confianza mutua y hace posible la cooperación entre los hombres. . . .

Aceptar total responsabilidad por las propias elecciones y acciones (y sus consecuencias) es una disciplina moral tan exigente que muchos hombres tratan de eludirla, y lo hacen rindiéndose a lo que creen que es la seguridad fácil, automática e irresponsable de la moralidad del “deber”. Cuando finalmente aprenden la lección, a menudo es demasiado tarde.

Quien acepta la causalidad enfrenta la vida sin ataduras inexplicables, imposiciones que él no eligió, demandas imposibles, o amenazas sobrenaturales. Su actitud metafísica y el principio moral que le guía quedan muy bien resumidos en un antiguo proverbio español: “Dios dijo: ´Toma lo que quieras y paga por ello´.” Pero conocer los propios deseos, su significado y su coste, exige la más alta de las virtudes humanas: la racionalidad.

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Fuente:

“Causality Versus Duty” – Philosophy: Who Needs It

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Alberto
Alberto

Hola! Muy esclarecedor. Una de las dudas que mas me costaron entender (por mi mismo y a la fuerza) es a distinguir correctamente el concepto (o anti-concepto) del deber de (por ejemplo), la responsabilidad en cumplir un contrato. Esto se… Leer más »

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