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No me Toques los Cojones

Reconocemos que no es la expresión más fina. Pero no deja de ser la más elocuente, la más exacta, y – si se entiende bien por qué se dice y a quién – la más justificada. Es la frase (o, para ser exactos, la equivalente al original: «Don´t touch my junk») con la que un ciudadano americano ha puesto al gobierno en su sitio.

Es la próxima fase de la rebelión contra un gobierno fuera de control.

La situación concreta en la que se expresó así John Tyner fue un chequeo en el aeropuerto de San Diego (California, USA) durante el que se negó a que le palparan, diciendo: «Si me tocas la ´chatarra´ [«junk», jerga en inglés por «partes privadas»] haré que te arresten».

Aunque la prensa mundial atribuye este enfrentamiento al descontento justificado de los pasajeros por revisiones de seguridad cada vez más invasivas, hay algo mucho más profundo en juego: el conflicto entre el ciudadano y el Estado.

Con la situación explosiva que está atravesando Estados Unidos, manifestada en la revolución del Tea Party y la reciente derrota de los demócratas en las urnas, una frase como esa no podía pasar desapercibida. No es porque los chequeos en los aeropuertos no sirvan más que para crear una falsa sensación de seguridad, ni porque el gobierno esté dejando de hacer su papel – sea permitiendo que terroristas de verdad se cuelen en los aviones o dejando escapar a los que ya ha apresado –, lo que ha catapultado esa frase a la fama es lo bien que sintetiza el conflicto entre individualismo y colectivismo.

Mientras que a los terroristas no se les somete a un «interrogatorio intenso», el ciudadano medio americano que respeta la ley sí es sometido a un «chequeo intenso». O, como el supervisor de la TSA [Transportation Security Administration] le explicó a Tyner: «Al comprar su billete, usted ha renunciado a un montón de derechos».

Para los americanos (que siguen usando «f*ck» y «sh*t» para censurar escritos, y «beeps» cuando alguien pronuncia una de esas palabras, las famosas «four-letter-words»), el vocablo «junk» es perfecto. En el país del marketing, una frase como «Don´t touch my junk» no podría ser desaprovechada, y de hecho ya forma parte de la cultura. No es tan elegante como la famosa frase de Patrick Henry en 1775 al proclamar la independencia americana: «¡Dadme la libertad o dadme la muerte!», pero «la época de Twitter tiene una cadencia diferente a la época del mosquetón», como dice el artículo del Washington Post, que acaba con «Esta vez te has pasado, Gran Hermano. El gigante dormido despierta. Quítame los zapatos y el cinturón, hazme perder el tiempo y pon a prueba mi paciencia. Pero no me toques los cojones».

A los latinos debería darnos vergüenza. Tenemos el vocablo perfecto y la frase perfecta para expresar lo que nuestros gobiernos deberían haber escuchado de nuestros labios hace mucho tiempo, pero ha tenido que ser un americano quien lo diga primero. A lo largo de nuestra historia nos hemos dejado avasallar por todo tipo de gobiernos colectivistas, aceptando como borregos que el individuo puede ser sacrificado al «bien común». Nunca hemos tenido lo que hace falta tener para plantarle cara a nuestros gobiernos. Depende de cada uno de nosotros, y hasta que entendamos lo que la ya famosa frase representa, no conseguiremos salir de nuestra situación de crisis política, económica y personal.

Robert Tracinski lo pone en perspectiva:

La mayoría de la gente está dispuesta a aceptar precauciones de seguridad razonables, incluso hasta algunas menos razonables, mientras crean que los malos están siendo tratados aún peor. Pero ahora hemos llegado al punto que nos advirtieron: los terroristas tienen derechos, y nosotros, no.

Y hay una lección más profunda en todo esto. La idea de que ya no tenemos derechos, de que hemos renunciado a ellos por el «privilegio» de poder realizar nuestras actividades cotidianas normales, ¿no es parte de lo que está dándole fuerza a la rebelión del Tea Party contra el gran gobierno?

Como declaración de la relación adecuada entre individuo y Estado, «no me toques los cojones» es un principio de aplicación universal. Es la respuesta a casi todas las preguntas políticas:

¿Debemos aumentar los impuestos a los niveles pre-Bush? No me toques los cojones. ¿Debemos permitir que el EPA [Environmental Protection Agency] promulgue nuevas normativas generales sobre las emisiones de gases de efecto invernadero que provienen de tu coche, de tu cortador de césped, de tu casa? No me toques los cojones. ¿Debería la nueva «ley alimentaria» imponer nuevas y masivas regulaciones sobre los agricultores, dictando lo que puedes comer y lo que no? No me toques los cojones. ¿Debería la nueva ley de sanidad pública dictar qué tipo de seguro de salud tienes, qué cubrirá, qué tipo de tratamientos son «rentables», o cuál ha de ser tu relación con tu médico? No me toques los cojones.

John Tyner no es un mero héroe popular. Es un filósofo político de primer orden, al menos lo suficientemente listo como para nombrar un gran problema con total claridad. Cuando le dijeron que ser manoseado por un inspector del TSA no era agresión sexual, respondió: «Lo sería si no fueras el gobierno». Y ese es el gran problema: cuando no tenemos derechos, todas las restricciones al gobierno – desde la Constitución hasta la legislación penal ordinaria – se derrumban.

Todo esto sólo depende de una cosa: nuestra docilidad. Depende de que nos dejemos intimidar por la autoridad del gobierno. El movimiento del Tea Party y sus resultados electorales han sido una demostración de que el americano medio se defenderá cuando le presionen lo suficiente. John Tyner acaba de lanzar la siguiente fase de esta rebelión.

Chequeos intensos y escáneres que te desnudan son una especie de prueba para ver exactamente hasta dónde vamos a tragar, para ver si existe algún área tan íntima que exigiremos que el gobierno no se meta en ella. Y ahora sabemos qué responder.

«¡No me toques los cojones!».

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ALPHA_COLUMBIA_1776
ALPHA_COLUMBIA_1776

en otras palabras… «DON’T TREAD ON ME»

Ayn Rand

Un sentido Kantiano del «deber» lo inculcan los padres cada vez que dicen que un niño *debe* hacer algo porque *debe* hacerlo.

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