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11 de Septiembre en retrospectiva

Los Frutos de la  Filosofía de la Abnegación     — por John David Lewis

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La historia está llena de los despojos de ataques de bandas tribales contra las potencias del mundo civilizado. En el pasado, las naciones atacadas se alzaban en justa ira y le mostraban a sus enemigos el alcance de su poder. Aunque a menudo cometían costosos errores, no buscaban excusas para sus enemigos mientras su propia ciudad ardía. No se culpaban a sí mismos por los asaltos enemigos, y nunca se prostraban en abnegación para expiar la carnicería. Nunca pedían perdón por defenderse.

La abnegación incriminada, sin embargo, es la esencia de la actitud de los Estados Unidos hoy.

Atacados en nuestro propio suelo y en todo el mundo, nos hemos negado a aceptar que la causa de la masacre es la declaración abierta de clérigos, expertos y líderes políticos de apoyar una brutal ideología de guerra religiosa. Escuelas en Pakistán entrenan a yihadistas talibanes a matar a americanos, mientras negociamos con los llamados supuestamente «moderados» de los que hay entre ellos. Profesores de universidad ponen el grito en el cielo por los pecados de América, ensalzando las tiranías sangrientas a las que llaman «movimientos de liberación», y diciendo que Israel es un «territorio ocupado». Columnas en periódicos predicen el ascenso del Islam político, mientras la demente teocracia de Irán convierte a la profecía en realidad. Clérigos invocan “fatwas” justificando el asesinato de escritores y artistas blasfemos. Jóvenes son adoctrinados en la jihad como siendo el camino al paraíso. Asesinos que disfrutan de la ambrosía de la vida americana matan a soldados americanos en las bases militares norteamericanas.

Intelectualmente, nos hemos negado a enfrentar el hecho de que estamos en guerra y que debemos actuar para acabarla rápidamente. Moralmente, hemos negado todos los principios, excepto uno: que bondad moral significa auto-sacrificio.

Para explicar esta letanía de agresiones buscamos obstinadamente la evidencia de nuestra propia maldad. Hacemos penitencia por nuestros pecados inundando a las dictaduras extranjeras con dinero, y aprobándolas en entornos diplomáticos. Pedimos disculpas por cada civil muerto, incluso cuando el enemigo se esconde detrás de niños indefensos y huye a lugares seguros en otros países. Les damos protección constitucional a los asesinos que han jurado destruir nuestra Constitución.

¿Por qué estamos haciendo esto? ¿Qué nos ha traído a este estado? Las respuestas están a nuestro alrededor, en las ideas que nos bombardean desde todas las direcciones. No juzgues a otras culturas – la tuya deja mucho que desear. No invoques a la historia – tu pasado colonial fue criminal, y sus víctimas quieren redimir esos crímenes contra sus antepasados. No hables de economía – tu sistema es opresivo, y los pueblos extranjeros están tratando de liberarse de ti. No estés seguro de tener razón – nadie tiene razón. Niega tu propio valor – tu auto-estima es un barniz para ocultar tu maldad.

No importa que tu cultura haya atraído a millones de personas a sus costas, desesperados por escapar de siglos de estancamiento, de hambre y de guerras. Olvida el hecho de que tu «colonialismo» ha traído leyes y un mínimo de civilización a pueblos sumidos en tribalismos primitivos. Evade el hecho de que tu sistema ha creado la mayor riqueza de la historia al dejar a los hombres libres, y que la riqueza de los extranjeros hoy es directamente proporcional a la medida en que te han emulado. No importa que todo eso sea bueno, porque no existe ningún criterio de «lo bueno» fuera del consenso de opiniones subjetivas. No seas orgulloso – ahoga cualquier pensamiento de que te mereces el orgullo que sientes por tí mismo.

Por encima de todo – las voces de la cultura actual imploran sin cesar – renuncia a la ilusión de que sois un pueblo productivo y benevolente; baja del burro y reconoce tu escuálido estado moral. Abandona tu autoestima, porque no eres mejor que aquellos para quienes «justicia» significa matrimonios arreglados, amputaciones públicas y lapidaciones por adulterio.

La abnegación es el nuevo camino hacia la expiación.

Este es el clima intelectual que nos ha impregnado durante décadas. ¿Es de extrañar que estemos actuando como exigen estas ideas?

Por eso, años después del 11 de septiembre, aún no hemos derrotado al enemigo que usó aviones secuestrados para asesinar a miles de americanos ante nuestros propios ojos.

La “maldad” principal que estamos intentando evitar es la de luchar por nuestro propio interés; así, dejamos escapar a los enemigos más acérrimos de los Estados Unidos mientras pretendemos entrar en guerra contra enemigos terciarios, y justificamos esa interminable sangría alegando que es por el bien de otros. La «Operación Libertad Iraquí», no la «Operación Defensa Americana», nos llevó a Bagdad. Buscamos una «Estrategia de Salida», no una «Estrategia de Victoria» en Afganistán. ¿Y cuál fue nuestra recompensa por liberar a los iraquíes de Saddam Hussein? Un deber auto-impuesto de varias décadas de duración y de miles de millones de dólares, el deber de proporcionarles alimentos, ropa, atención médica y W.C.s a los iraquíes. Eso, y el ascenso de Irán a una potencia regional, y dentro de poco a una potencia nuclear; esas fueron nuestras recompensas.

En el curso de estas guerras hemos sacrificado lo mejor de nuestro pueblo a reglas de enfrentamiento abnegadas. Un equipo de Navy SEALs, aislado tras las líneas enemigas y temiendo ser acusado de asesinato por violar las «reglas», dejó escapar a pastores enemigos, quienes traicionaron a los SEALS, permitiendo que una fuerza enemiga les tendiera una emboscada. Cuando otro equipo SEAL fue aniquilado por un guerrero enemigo, llevamos a cabo una «investigación» en vez de una ofensiva directa. Cuando los soldados americanos vuelven a sus familias mutilados o en ataúdes, alabamos su sacrificio pero no destruimos a sus enemigos.

En vez de actuar agresivamente en el extranjero, reaccionamos agresivamente en casa, mirándonos el ombligo y construyendo la infraestructura de un estado policial en nuestros aeropuertos y escuelas. ¿Qué otra cosa deberíamos llamar al Departamento de Seguridad Nacional, con su manoseo corporal de niños americanos? Como monjes preñados de culpa que se auto-flagelan, castigamos nuestra propia piel en vez de las pieles de quienes lanzaron el yihad.

Si un artículo como este fuese publicado en la mayoría de los periódicos daría lugar a un aluvión de cartas expresando nuestra culpabilidad por los ataques que se realizan contra nosotros, lo que demuestra hasta qué punto los norteamericanos han aceptado la filosofía de la auto-abnegación.

La causa más profunda de esta enfermedad proviene de las ideas que permean nuestra cultura.

Intelectualmente, nos hemos negado a enfrentar el hecho de que estamos en guerra y que debemos actuar para acabarla rápidamente. Moralmente, hemos negado todos los principios, excepto uno: que bondad moral significa auto-sacrificio. Psicológicamente, no tenemos confianza en nuestra eficacia, y hemos matado nuestra autoestima al zambullirnos en la arena movediza del sacrificio. Políticamente, estamos en una guerra perpetua, porque ganar de forma decisiva sería un acto de interés propio – y esa es la única acción que no nos atrevemos a tomar.

Esos son los frutos de la filosofía de la abnegación. Hasta que no repudiemos las ideas que producen esos frutos y abracemos una filosofía de razón y de autoestima, podemos esperar más de lo mismo, en un futuro cada vez más oscuro.

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Publicado en The Objective Standard

Traducido y publicado por Objetivismo.org con permiso del autor y de The Objective Standard [artículo inicialmente publicado en el 2011]

John David Lewis (1955-2012), un conocido Objetivista, estudió en la Universidad de Cambridge, y fue profesor de Filosofía, Política y Economía en la Universidad de Duke. Su libro más reciente es Nothing Less than Victory: Decisive Wars and the Lessons of History (Princeton, 2010).

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