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Anarquismo contra Objetivismo

PREGUNTA: El gobierno tiene el monopolio legal del uso de la fuerza física dentro de sus fronteras. ¿Qué le respondemos a los anarquistas «libertarios» que afirman que para mantener ese monopolio el gobierno tendrá que iniciar la fuerza, violando así los derechos de quienes deseen defender sus propios derechos o quieran competir con el gobierno creando sus propias agencias privadas?

RESPUESTA: La tesis anarquista merece ser discutida sólo con el fin de ilustrar el tipo de contradicciones auto-destructivas que generan los movimientos anti-filosóficos, de los que los llamados «libertarios» son un excelente ejemplo.

Un gobierno legítimo está restringido a proteger los derechos individuales contra su violación por la fuerza (o la amenaza de fuerza). Un gobierno legítimo funciona de acuerdo a procedimientos objetivos, validados filosóficamente, que han sido incorporados a lo largo de todo su marco jurídico, desde su Constitución hasta la más concreta de sus normas y ordenanzas. Una vez que tal gobierno, o lo más parecido a ello, ha sido establecido, no existe el «derecho» a «competir» con el gobierno – o sea, a actuar como juez, jurado y verdugo. Y tampoco adquiere uno ese «derecho» uniéndose a otros para entrar en el «negocio» de ejercer la fuerza.

Para poder realizar su función de proteger los derechos individuales, el gobierno debe prohibir por la fuerza el que algunos la inicien y amenacen así los derechos de los demás ciudadanos. La fuerza privada es fuerza no autorizada por el gobierno, no validada por sus garantías procesales, y no sujeta a su supervisión.

El gobierno tiene que considerar tales fuerzas privadas como una amenaza, es decir, como una posible violación de los derechos individuales. Al prohibirlas, el gobierno está tomando represalias contra esa amenaza.

Hay que dejar claro que un gobierno legítimo no prohíbe que un hombre use la fuerza para defenderse en una emergencia, cuando el recurso del gobierno no está disponible; pero le obliga, correctamente, a que demuestre de manera objetiva, en un juicio, que estaba actuando en defensa propia durante una emergencia. Del mismo modo, el gobierno no prohíbe los guardias privados; lo que hace es, correctamente, poner a esos guardias privados bajo su supervisión al concederles licencias, y no les otorga ningún derecho o inmunidad especial: ellos siguen estando sometidos a la autoridad del gobierno y a los procedimientos legales.

El intento de invocar los derechos individuales para justificar la «competencia» con el gobierno se desmorona en el primer intento de concretar lo que eso significaría en la realidad. Imaginemos una pandilla de desconocidos marchando por la calle principal, metralletas en ristre. Cuando la policía se enfrenta a ellos, el líder de la pandilla advierte: «Los muchachos y yo estamos aquí sólo para asegurarnos que se hará justicia, así que no tenéis derecho a interferir con nosotros». Según los anarquistas «libertarios», en tales confrontaciones la policía está moralmente obligada a retirarse, so pena de traicionar los derechos a la defensa propia y al libre comercio.

En cuanto a la supuesta traición, uno sólo puede responder: si eso es traición a la patria, aprovechadla al máximo.

De hecho, por supuesto, no hay conflicto entre los derechos individuales y el que la fuerza privada sea prohibida: no existe el derecho al uso arbitrario de la fuerza. No existe ningún principio político ni moral que exija que la policía se quede ahí mirando, impotente, mientras otros usan la fuerza arbitrariamente (o sea, según las nociones particulares de justicia que se les ocurra tener).

«Sólo hay un principio básico al que un individuo debe dar su consentimiento si quiere vivir en una sociedad libre y civilizada: el principio de renunciar al uso de la fuerza física y delegarle al gobierno su derecho a la auto-defensa, para que lo haga cumplir de forma ordenada, objetiva y legalmente definida. O, dicho de otro modo, debe aceptar la separación de fuerza y capricho (cualquier capricho, incluído el suyo propio.)»– Ayn Rand, «La Naturaleza del Gobierno», La Virtud del Egoísmo.

Las preguntas básicas que los «libertarios» anti-filosóficos ignoran o evaden son: ¿cuál es la naturaleza y la fuente de los derechos individuales, y cómo pueden ser implementados esos derechos? Sólo respondiendo a estas preguntas es posible proceder a examinar cuál es la correcta legítima defensa en casos concretos.

Pero las respuestas a esas preguntas están lejos de ser evidentes. Incluso para establecer los principios generales de los que una administración de justicia detallada y concreta depende, es necesaria una filosofía política y jurídica (y la metafísica, epistemología y ética que aquéllas presuponen). Los «libertarios» tomar un atajo: plagian el principio de Ayn Rand de que ningún hombre puede iniciar el uso de la fuerza física y proceden a tratarlo como un absoluto fuera de contexto, como si hubieran tenido una revelación mística. Ese único principio, sin su base filosófica, supuestamente va a sustituir jurisprudencia, constituciones, legislaturas y tribunales. Y luego sueñan que el resto de nosotros estamos obligados a aceptar, por fe, la promesa que nos haga cualquier pandilla de que su uso de la fuerza será sólo «como represalia».

No olvidéis que, de hecho, aquellos a los que les sería concedido el derecho a imponer sus propias nociones de una represalia justa incluye izquierdistas que creen que la intervención del gobierno en la economía es una represalia contra actividades comerciales que ellos consideran «fuerza económica». O los grupos terroristas que afirman que masacres al azar es una «represalia» contra el «imperialismo sionista», «el gobierno británico», etc. ¿Debemos asumir que el país se convertirá al «libertarianismo» antes de que el anarquismo se instale? Un grupo de «libertarios» cree que el aborto es asesinato; según ellos, usar fuerza contra las mujeres que abortan es represalia en defensa del derecho a la vida. Otro grupo le dio la bienvenida a los manifestantes de la Nueva Izquierda de la década de los ´60, incluyendo a los Black Panthers, como libertadores que estaban tomando represalias contra «la coacción del Estado». ¿Cómo puede el principio de no iniciar la fuerza, en un vacío filosófico, resolver disputas de este tipo?

En cualquier sociedad, disputas sobre «quién tiene derecho a qué» son ineludibles .Incluso personas estrictamente racionales tendrán desacuerdos de este tipo, y la posibilidad de la irracionalidad humana, que es inherente en el libre albedrío, multiplica el número de tales disputas.

La cuestión, entonces, es: ¿Cómo se resuelven las disputas políticas y jurídicas: por la fuerza o por procedimientos de derecho? ¿en luchas callejeras o aplicando criterios objetivos y filosóficamente validados?

La evasión más grotesca de los anarquistas «libertarios» en este contexto es su posición de que las controversias sobre derechos podrían ser resueltas a través de la «competencia» entre detentadores privados de la fuerza en el «mercado libre». Esa posición representa un impresionante «concepto robado»: no existe mercado libre hasta después que la fuerza ha sido desterrada. Su punto de vista no podría ser aplicado ni siquiera a un partido de fútbol, pues significaría que las reglas del juego las define quien gana. Pero eso no ha impedido que los anarquistas «libertarios» hablen del «mercado por la libertad» (es decir, del mercado por el mercado).

Al hablar de «competencia» cuando hablan del gobierno, los anarquistas «libertarios» apoyan, igual que los estatistas, el equiparar la producción con la fuerza (ver «La Naturaleza del Gobierno»). Pero «competencia» es un concepto económico, no político; se refiere al intercambio voluntario de valores, no de disparos.

Detrás de las fantasías infantiles de «soluciones de mercado» para resolver disputas políticas y jurídicas está la noción colectivista de que las ideas del individuo las determinan las instituciones sociales, y que una vez que las instituciones sociales «adecuadas» hayan sido establecidas, «el pueblo» automáticamente se pondrá de acuerdo en cuestiones políticas y jurídicas, y el gobierno ya no será necesario. En la versión marxista del anarquismo, cuando una economía socialista haya «condicionado» a los hombres al altruismo, ellos actuarán automáticamente según el principio: «de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad». En la versión «libertaria», cuando una economía capitalista se haya implantado, el egoísmo racional será automático, y «el mercado» actuará para resolver las pocas y breves disputas que puedan surgir. En palabras de uno de los «libertarios»: «Una legislación que forzase a las partes de una disputa a someterse al arbitraje vinculante sería innecesaria, puesto que ambas partes se darían cuenta de que el arbitraje les beneficiaría. Y tampoco sería necesario tener protección jurídica para los derechos de todos los involucrados, porque la estructura de la situación del mercado les protegería».

En cualquier disputa irreconciliable, al menos una de las partes cree que su visión de la justicia ha sido obstaculizada.Incluso en la anarquía, sólo un lado será capaz de hacer cumplir sus ideas en cuanto a qué es lo correcto. Pero no se les ocurre a los anarquistas que cuando uno de sus «organismos de defensa» privados usa la fuerza, está actuando como un «monopolio» sobre quien esté siendo coaccionado. No se les ocurre que la fuerza privada y anárquica sigue siendo fuerza – es decir, el sometimiento «monopolístico» de la voluntad de otro a la de uno. Sólo reconocen y se oponen a la negación forzada de puntos de vista «competitivos» cuando las hace un gobierno.

Por lo tanto, su verdadera objeción contra el gobierno no es su carácter «monopolístico», sino el hecho de que «El gobierno es el medio de poner el uso retaliatorio de la fuerza física bajo control objetivo, es decir, bajo leyes definidas objetivamente». («La Naturaleza del Gobierno»)

El blanco real del ataque de los anarquistas es la objetividad. La objetividad requiere que uno demuestre que está actuando dentro de la esfera de sus propios derechos; ellos no quieren tener que rendirle cuentas a nadie, para nada, ni siquiera cuando usan la fuerza física. Ellos condenan la represalia del gobierno por ser objetiva; exigen ser «libres» para usar la fuerza por capricho.

En la batalla filosófica por una sociedad libre, la conexión crucial que hay que defender es la que existe entre el capitalismo y la razón. Los conservadores religiosos tratan de conectar el capitalismo al misticismo; los «libertarios» conectan el capitalismo al subjetivismo adorador de caprichos y al caos de la anarquía.

Cooperar con cualquiera de esos grupos es traicionar el capitalismo, la razón y el propio futuro.

[Artículo original de Harry Binswanger, publicado en agosto 1981 en The Objectivist Forum (www.hbletter.com).

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[…] pelos libertários — talvez por já terem sido refutados por Robert Nozick e Harry Binswanger. Ou, talvez, graças à progressiva idiotização da […]

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[…] argumento que ven los anarquistas – quizás por haber sido refutado por Robert Nozick y por Harry Binswanger. O tal vez se deba a la progresiva idiotización de la población a lo largo del tiempo. Pero sea […]

Miguel
Miguel

Hay que reseñar es que se necesita un sistema de protección organizado estatal para proteger del uso de la fuerza física a los hombres por parte de otros hombres y garantice la efectividad de sus derechos individuales. ( Addenda: Debido… Leer más »

Miguel
Miguel

Pienso que es mejor dejar el tema, Adán, porque yo no te digo que tengas deber de acatar la voluntad de los demás, nadie tiene tal deber, simplemente de abstenerte de violar sus derechos y en caso de que violen… Leer más »

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