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Atlas: Rearden y Francisco, primer encuentro

La rebelión de Atlas es una obra maestra de literatura y filosofía, una joya inigualable por su misterio, su profundidad, su trama, su integración.

Para quien no la haya leído aún – o quiera disfrutar recordando la novela – publicamos a modo de ilustración estas citas (obviamente fuera de contexto), en este caso del encuentro inicial de dos personajes principales: Hank Rearden y Francisco d’Anconia, que tiene lugar durante una fiesta en casa de Rearden.

. . .

(Pág. 136) Hank Rearden estaba cerca de una ventana en un nicho oscuro al fondo del salón. Deseó que nadie le prestara atención durante unos minutos. Acababa de escapar de una mujer de mediana edad que le había estado contando sus experiencias psíquicas. Estaba en pie, mirando hacia afuera. Lejos, en la distancia, el rojo resplandor de los altos hornos de Rearden Steel se movía en el cielo. Lo contempló como un alivio momentáneo.

Se volvió hacia el salón. Nunca le había gustado su casa; había sido decisión de Lillian. Pero esta noche, los cambiantes colores de los vestidos de noche ahogaban la apariencia de la habitación y le daban un aire de brillante alegría. Le gustaba ver a la gente contenta, aunque él no entendiese esa forma particular de disfrutar.

Miró las flores, los destellos de luz en las copas de cristal, los brazos y hombros desnudos de las mujeres. Soplaba un viento frío afuera, barriendo trechos vacíos de terreno. Vio las finas ramas de un árbol retorcerse, como brazos pidiendo socorro. El árbol resaltaba contra el resplandor de los altos hornos.

No supo nombrar su repentina emoción. No tenía palabras para expresar su causa, su cualidad, su significado. Una parte de ella era alegría, pero algo solemne, como el acto de descubrirse la cabeza, no sabía ante quién.

. . .

(Pág. 145) . . . Luego escapó una vez más al refugio de la ventana.

Permaneció allí un rato, apoyándose en una sensación de privacidad como si fuera un apoyo físico.

«Señor Rearden,» dijo una voz extrañamente tranquila a su lado, «permítame que me presente. Mi nombre es d’Anconia».

Rearden se volvió, sorprendido; la voz y los modales de d´Anconia tenían una cualidad que rara vez había encontrado antes: un tono de auténtico respeto.

«Cómo está usted», respondió. Su voz era brusca y seca; pero había respondido.

«He observado que la Sra. Rearden ha estado tratando de evitar la necesidad de presentarme a usted, y puedo adivinar la razón. ¿Prefiere que me vaya de su casa?»

El acto de nombrar un asunto en vez de evadirlo era tan diferente de la conducta habitual de todos los hombres que conocía, era un alivio tan repentino y sorprendente, que Rearden permaneció en silencio durante un momento, estudiando el rostro de d’Anconia. Francisco lo había dicho muy sencillamente, ni como reproche ni como súplica, sino de una forma que, curiosamente, reconocía la dignidad de Rearden y la suya propia.

«No», dijo Rearden, «aparte de cualquier otra cosa que haya adivinado, yo no dije eso».

. . .

(Pág. 146) «¿Qué es lo que usted quiere entender acerca de mí?»

Francisco miró en silencio a la oscuridad afuera. El fuego de los hornos se estaba apagando. Sólo quedaba un leve matiz de rojo al borde de la tierra, lo suficiente para delinear los restos de nubes desgarradas por la torturada batalla de la tormenta en el cielo. Formas difusas aparecían y desaparecían en el espacio, formas que eran ramas, pero que parecían la furia del viento hecha visible.

«Es una noche terrible para cualquier animal sorprendido sin protección en esa pradera», dijo Francisco d’Anconia. «Es cuando uno debería apreciar el significado de ser un hombre».

Rearden no respondió durante un momento; luego dijo, como en respuesta a sí mismo, un tono de asombro en su voz, «Es extraño …»

«¿Qué?»

«Usted me ha dicho lo que yo estaba pensando hace un rato …»

«¿Sí?»

«… sólo que no tenía las palabras para ello».

«¿Quiere que le diga el resto de las palabras?»

«Adelante».

«Usted estaba aquí viendo la tormenta con el mayor orgullo que uno puede sentir, por poder permitirse tener flores estivales y mujeres medio desnudas en su casa en una noche como esta, en demostración de su victoria sobre esa tormenta. Y si no fuera por usted, la mayoría de los que están aquí habrían quedado indefensos a merced de ese viento en medio de alguna pradera».

«¿Cómo lo sabe?»

Al unísono con su pregunta, Rearden se dio cuenta que no eran sus pensamientos lo que este hombre había nombrado, sino su emoción más profunda, más personal; y que él, que nunca le confesaría sus emociones a nadie, las había confesado con su pregunta. Vio el más sutil pestañeo en los ojos de Francisco, como una sonrisa o un punto de control.

«¿Qué podría usted saber sobre un orgullo de ese tipo?» preguntó Rearden bruscamente, como si el desprecio de la segunda pregunta pudiese borrar la confidencia revelada en la primera.

«Eso es lo que yo sentía antes, cuando era joven».

Rearden lo miró. No había ni burla ni autocompasión en el rostro de Francisco; los planos finos y esculpidos, y los ojos azules, mantenían una serena compostura, era un rostro expuesto, dispuesto a aceptar cualquier golpe, inquebrantable.

«¿Por qué quería hablar de eso?» preguntó Rearden, movido por la reacia compasión del momento.

«Digamos, a modo de gratitud, Sr. Rearden».

«¿Gratitud hacia mí?»

«Si usted la acepta».

La voz de Rearden se endureció. «No he pedido gratitud. No la necesito».

«Yo no he dicho que la necesitara. Pero de todos a los que usted está salvando de la tormenta esta noche, yo seré el único que se la ofrezca».

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Fuente:

La rebelión de Atlas. El texto es de la edición en inglés: Atlas Shrugged, 35th Anniversary Edition, Part I, Chapter VI – The Non-Commercial.

<< Traducción: Objetivismo.org >>

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Martin Mumbru
Martin Mumbru

increible !

Miguel
Miguel

Y también del verbo rebelar o rebelarse o sea desobedecer a una autoridad u oponerse a una idea, acción o hecho.

Jan
Jan

Cierto, lo correcto es «revela» que es del verbo revelar, y no «rebela» que es del adjetivo rebelde.

Gracias por la observación.

Jan
Jan

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