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La racionalidad como virtud primaria — OPAR [7-3]

Capítulo 7 – El bien

La racionalidad como virtud primaria [7-3]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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* * * 

¿Cuáles son los principios de la supervivencia humana? ¿Qué objetos debe el hombre considerar valores, si ha de mantener su vida, y qué virtudes debe practicar para poder conseguirlos?

La facultad de la razón es la herramienta básica de supervivencia para el hombre. La opción primaria es usar o no usar esta facultad. Si la vida es el estándar, por lo tanto, el principio moral básico es obvio. Nos dice cómo evaluar de forma adecuada a la razón.

Según Ayn Rand, hay tres valores básicos, «los cuales, en conjunto, son los medios para conseguir y hacer real el valor final de uno. . .»

«. Razón, como su única herramienta de conocimiento – Objetivo, como su compromiso con la felicidad que esa herramienta debe proceder a alcanzar – Autoestima, como la inviolable certeza de que su mente es competente para pensar y su persona es digna de felicidad, o sea: digna de vivir. Estos tres valores implican y requieren todas las virtudes del hombre . . .». 20

Las dos últimas las dejaré para el capítulo siguiente. La más importante de esas cosas, sin embargo, la que hace posibles las otras, es la primera. La epistemología nos dice que la razón es válida; es el medio de conocimiento del hombre. La ética saca la conclusión práctica: si uno decide vivir, uno debe considerar a la razón como un valor.

Valorar la razón es lo contrario no sólo de rechazarla, sino también de aceptarla como debe ser aceptada. Con relación a la mente, un Objetivista no es alguien desinteresado o alguien que hace las cosas de mala gana. Él no dice: «Yo realmente preferiría ser irracional, pero, bueno, ya que A es A, estoy de acuerdo en no mantener contradicciones». Al contrario, al captar el papel vital de la consciencia, él le otorga a la razón el lugar central en su escala personal de valores. Él es el hombre que valora sus medios de supervivencia, que retrocede ante la perspectiva de subvertirlos, que se inspira ante el espectáculo de la pura objetividad. «El más noble acto que jamás has realizado», dice Ayn Rand, «es el acto de tu mente en el proceso de captar que dos y dos son cuatro». 21 Ella no hizo esa declaración como siendo una hipérbole.

El magnífico fuego en la ética de Ayn Rand — sus inspiradoras afirmaciones del hombre como héroe, el trabajo creativo, la alegría egoísta, la libertad individual — todo eso es secundario. La raíz es la evaluación moral primaria que hace Objetivismo, cómo evalúa la razón.

Cada valor moral implica ejercer una virtud a lo largo de toda la vida. «Virtud», según la definición Objetivista, “es la acción a través de la cual uno gana y mantiene [un valor]». 22 La acción, en este caso — la virtud que desarrolla, mantiene y aplica la facultad de la razón, haciendo posible así cualquier otro valor humano — es la racionalidad.

«La racionalidad», según Ayn Rand, es “el reconocimiento y la aceptación de la razón como la única fuente de conocimiento de uno, el único juez de valores de uno, y la única guía para la acción de uno». 23 Esto significa aplicar la razón a todos los aspectos e intereses de la vida de uno. Significa escoger y validar las opiniones de uno, las decisiones de uno, el trabajo de uno, el amor de uno, de acuerdo con los requerimientos normales de un proceso cognitivo, los requerimientos de la lógica, la objetividad, la integración. En términos negativos, virtud significa nunca colocar ninguna consideración por encima de la percepción que uno tiene de la realidad. Eso incluye nunca intentar salirse con la suya admitiendo una contradicción, o una fantasía mística, o el capricho de ignorar el contexto.

Racionalidad significa aceptar la razón como un principio de supervivencia humana, y como un absoluto.

Los animales ejercen su facultad de la consciencia automáticamente; el hombre, no. «Para un animal», escribe Ayn Rand, «la cuestión de la supervivencia es principalmente física; para el hombre, principalmente epistemológica». 24 La racionalidad, según esto, es la obligación primaria del hombre, de la cual todas las demás se derivan. Si el hombre necesita decidir sus acciones en referencia a principios, esta virtud denota el principio que es la raíz de todo. Ciertamente, subyace la necesidad misma de tener principios morales. Actuar por principio es en sí mismo una expresión de racionalidad; es una forma de ser gobernado por la facultad conceptual de uno.

Por la misma razón, hay sólo un vicio primario, el cual es la raíz de todos los males humanos: la irracionalidad. Es la suspensión deliberada de la consciencia, el negarse a ver, a pensar, a saber . . . ya sea como política general, porque a uno le parece que ser consciente es demasiado difícil, o con respecto a algún tema concreto, porque los hechos chocan con los sentimientos de uno. El vicio, según la visión Objetivista, no es una política gratificante; es inconsciencia, una inconsciencia intencional, auto-inducida, mientras uno continúa yendo de acá para allá y funcionando. Para un organismo consciente, ningún curso de conducta puede ser más peligroso.

Lo anterior es una descripción general. Ahora consideremos ciertos aspectos de la racionalidad en mayor detalle.

Para empezar, no se puede seguir la razón a menos que uno la practique. La racionalidad exige una continua actividad mental, un proceso de funcionamiento regular y cotidiano al nivel de consciencia conceptual. Esto implica mucho más que simplemente formar suficientes conceptos como para poder hablar o leer un libro. En la descripción de Ayn Rand, implica

«. . . un proceso, mantenido activamente, de identificar las impresiones de uno en términos conceptuales; de integrar cada acontecimiento y cada observación en un contexto conceptual; de captar relaciones, diferencias y similitudes en el material perceptual de uno, y de abstraerlos formando nuevos conceptos; de sacar inferencias, hacer deducciones, llegar a conclusiones, formular nuevas preguntas y descubrir nuevas respuestas; y de expandir el conocimiento de uno en un todo cada vez mayor». 25

Un hombre no puede ser calificado de racional si va deambulando por ahí con la cabeza en las nubes, pero de vez en cuando, cuando alguien menciona un hecho, se despierta el tiempo suficiente para decir «Vale, acepto eso», y luego recae en su distracción. La racionalidad requiere el uso sistemático de la inteligencia de uno.

En las novelas de Ayn Rand hay abundantes e instructivos ejemplos de este aspecto de la virtud. Considerad, por ejemplo, la reunión de Howard Roark con el Decano al principio de El Manantial. El Decano le dice que los hombres siempre deben reverenciar la tradición. Roark piensa que esa opinión no tiene ningún sentido, pero no la ignora. Roark no es psicólogo, ni le interesa mucho ese campo; pero él trata con hombres, sabe que hay muchos como el Decano, y funciona bajo la premisa de intentar entender aquello con lo que trata. Así que identifica el significado de esa situación en los términos que tiene a su disposición. Hay algo aquí que es contrario a la forma que yo tengo de funcionar, piensa, algún tipo de conducta que yo no comprendo — «el principio que hay detrás del Decano», lo llama — y archiva esa observación en su subconsciente con una orden implícita a sí mismo: prestar atención a cualquier dato relevante a este problema. Más tarde, cuando esa información está disponible (nuevos ejemplos, o aspectos en nuevos contextos), la reconoce y la integra. Al final, por un proceso cuyos pasos ha visto el lector, Roark llega al concepto de «hombre de segunda mano», y al tipo opuesto de hombre, a quien él representa. A partir de ese momento, comprende cuál es la cuestión de la cual su propio destino y el del mundo dependen.

Traten con lo que traten los héroes en las novelas de Ayn Rand, sea trabajo, romances, arte, gente, política o filosofía, ellos tratan de comprenderlo, conectando lo nuevo con lo que ya conocen, y descubriendo lo que aún no conocen. Esos héroes son hombres y mujeres a quienes les gusta y quienes practican el proceso de cognición. Por eso ellos son normalmente individuos eficaces y felices que consiguen sus valores. Su compromiso con el pensamiento los lleva a un constante crecimiento en lo que saben, lo cual maximiza la posibilidad de una acción exitosa.

Al citar el ejemplo de Roark, no pretendo sugerir que la racionalidad tenga que suponer el descubrimiento de nuevas ideas. El ejercicio de la razón se aplica dentro de la esfera del conocimiento, de los intereses y la capacidad de cada hombre. La cuestión no es que uno deba ser un genio o por lo menos un intelectual. Contrariamente a una falacia muy extendida, la razón es una facultad de seres humanos, no de «superhombres». 26 Aquí, el punto moral es siempre crecer mentalmente, aumentar el conocimiento propio y expandir el poder de la propia consciencia en la medida que uno pueda, sea cual sea la profesión o el grado de su inteligencia. El crecimiento mental es posible, en alguna medida, para toda persona que tenga un cerebro intacto.

Requiere el gasto de esfuerzo, sin embargo, el esfuerzo de iniciar y mantener un estado de plena consciencia. Esfuerzo no significa dolor, o deber, pero sí significa coraje e insistencia, porque el conocimiento conceptual es un logro volitivo que implica el riesgo de error y la necesidad de un trabajo mental continuo y escrupuloso. Los hombres virtuosos son aquellos que deciden practicar y darle la bienvenida a esta clase de lucha, por principio, como un compromiso para toda la vida.

Sus opuestos son las mentalidades anti-esfuerzo, los que buscan deslizarse por la vida sin dar golpe, esperando que conocimiento y valores de alguna manera se materialicen sin trabajo ni costo, cada vez que uno lo desee. Esa actitud representa la subversión de la virtud en su raíz; es resentimiento de que la virtud sea necesaria. El mejor símbolo para esto es el Jardín de Edén antes de la caída, el lugar que la tradición judeocristiana ve como el Paraíso. Tal proyección eleva el estancamiento mental al estatus de ideal. Ninguna acción a largo plazo es requerida de Adán y Eva, ni trabajo, ni planificación, ni enfocarse en nada; ellos simplemente van por ahí, comiendo alguna fruta de vez en cuando, y obedeciendo órdenes.

La práctica mental que subyace la actitud anti-esfuerzo es el acto de evadir, de desechar algún hecho de la realidad que a uno le desagrada. Ese acto constituye la esencia de la irracionalidad y, por lo tanto, del mal. La evasión es el equivalente Objetivista a un pecado mortal. Es el único de esos pecados que reconocemos, porque es lo que hace posible cualquier otra forma de corrupción moral. 27

Nadie trata de evadir la totalidad de la realidad. Los que evaden creen que esa práctica es segura porque sienten que pueden limitarla. Sin embargo, en última instancia, no pueden.

La explicación es que todo en la realidad está interconectado. Por lógica, entonces, para mantener una evasión en cualquier tema concreto, uno estaría forzado a ampliar y continuar ampliando gradualmente el límite de su propia ceguera. Por ejemplo, supongamos que decides evadir sólo en lo que respecta a la cuestión de la existencia de Dios, la cual quieres aceptar sin evidencia; en lo que respecta a todo lo demás, dices, seguirás la razón. ¿Qué pasará, cuál será la pauta de tus procesos mentales a partir de ese momento? ¿Puedes seguir siendo racional cuando tratas con el resto de la metafísica, incluyendo temas como la eternidad del universo, el absolutismo de la Identidad, y la imposibilidad de los milagros? Cualquiera de esos temas, encarados seriamente, amenaza exponer y estropear tu evasión. Y ¿qué pasa con tu pensamiento en cuanto a epistemología, incluyendo lo que piensas de lo arbitrario y del tema de fe contra razón? ¿Qué haces con la ética y los supuestos mandamientos de Dios? ¿Y las supuestas ideas políticas que tiene Dios . . . por ejemplo, sobre pornografía, rezar en la escuela, el aborto? ¿Y el choque entre el Génesis y la teoría de la evolución? Si intentases firmemente proteger aunque sólo fuese esa primera evasión con la que empezaste, dejando de lado metódicamente todo aquello que pudiera amenazarla, esa única evasión te llevaría paso a paso a un único resultado: a una total falta de percepción.

Lo anterior es la forma negativa de expresar un principio que fue analizado en el capítulo 4: la necesidad que tiene el hombre de integrar. Así como cada idea tiene una relación con las demás ideas de uno, y ninguna puede ser aceptada hasta que pueda verse como un elemento de un todo cognitivo único — así también cada hecho tiene una relación con otros hechos, y ninguno de ellos puede ser evadido sin desbaratar y destruir ese tipo de totalidad.

En realidad, nuestro análisis de un evasor metódico y coherente no es más que un artificio pedagógico. Un evasor no está interesado en ser coherente; no busca proteger su evasión identificando conscientemente las implicaciones de nuevo material cognitivo; si esa fuese su política, no estaría evadiendo. El método del evasor no es seguir su evasión lógicamente, le lleve adonde le lleve, sino ignorar relaciones lógicas. Su método consiste en tratar con las ideas y los hechos de forma fragmentada, aceptando o rechazando los varios fragmentos de contenido al azar, según le venga en gana.

El evasor quiere la «seguridad» de delimitar sus evasiones, y practica el único método que existe para lograr tal delimitación: no saber las implicaciones de sus evasiones. Esto significa que tira por la borda el principio de integración.

Por su naturaleza, evadir es una forma de no-integrar. Es la forma más letal: la desintegración voluntaria de contenidos mentales. Un hombre en esa condición ya no posee los medios para diferenciar entre coherencia o contradicción, verdad o falsedad. En su consciencia, cualquier contenido conceptual queda reducido a lo caprichoso, lo sin fundamento, lo arbitrario; ninguna conclusión puede ser considerada conocimiento en una mente que rechaza los requerimientos de la cognición. En consecuencia, el evasor verdadero, al igual que el evasor hipotético que mencioné antes, consigue sólo una finalidad y un tipo de «seguridad»: una ceguera absoluta. Esta es la explicación de la afirmación de Ayn Rand de que «una concesión a lo irracional invalida la propia consciencia . . .». 28

La mente no puede tolerar «un poco de irracionalidad» ni más ni menos que el cuerpo puede tolerar «un poco de tumor maligno». Ambos males, una vez introducidos, empiezan a consumir todos los elementos sanos.

Cada virtud, según Objetivismo, tiene dos aspectos: uno intelectual, el otro existencial. Puesto que el hombre es una unidad hecha de mente y cuerpo, cada virtud tiene una aplicación en ambos campos; cada una implica un cierto proceso de consciencia y, como su expresión en la realidad, un cierto curso de acción física.

El lado existencial de la racionalidad es la política de actuar de acuerdo con las conclusiones racionales de uno. No tiene sentido usar la mente de uno si el conocimiento adquirido de esa forma no es una guía para la acción de uno.

Este aspecto de la racionalidad entraña varias obligaciones. 29 Requiere que uno elija no sólo sus valores abstractos, sino también sus metas específicas, a través de un proceso de pensamiento racional — en contraste a elegir algunas metas por mero capricho, ignorando el contexto total del conocimiento de uno y de las demás metas de uno. Requiere que uno conozca sus propios motivos — en contraste a ir a la deriva durante un día o una vida entera, empujado de acá para allá sin saber adónde, por impulsos sin identificar. Requiere que uno elija los medios para sus fines haciendo referencia a principios explícitamente definidos, tanto morales como científicos — en contraste a intentar construir un puente, un noticiero, un matrimonio o la paz mundial con la ayuda de hábitos limitados, de proverbios sin digerir o de “lo que le parezca bien a uno en ese momento”. Y requiere que uno entonces ponga los medios, aceptando totalmente la ley de causalidad en su totalidad — en contraste a buscar efectos sin causas o causas sin efectos. Este último punto requiere elaboración.

Buscar efectos sin causas significa querer un cierto objeto, incluso uno perfectamente legítimo, pero no tomar ninguna acción para conseguirlo. El individuo en un caso así está contando con el hecho de que quiere el objeto o ruega por conseguirlo. Si uno le pregunta: “¿Pero cómo puede ser conseguido?”, su respuesta, a menudo meramente implícita, es una evasión: “De alguna forma”. 30

Si un hombre quiere un cierto efecto, es su responsabilidad descubrir y efectuar la causa necesaria. Si él quiere una relación romántica satisfactoria, no puede quedarse sentado en su solitario piso, esperando que su alma gemela “de alguna forma” se materialice. Debe definir lo que busca específicamente en una mujer, y luego empezar activamente a buscarla. O, si una mujer quiere una carrera como escritora, no puede posponer indefinidamente la escritura, mientras espera que la inspiración “de alguna manera” le venga. Debe encontrar la manera de crear su inspiración y luego ponerse a escribir. El mismo principio se aplica al deseo de riqueza, felicidad, libertad o cualquier otro valor. No es suficiente decir: «X es una cosa buena, la quiero”. Puesto que ni Dios ni la sociedad pueden realizar un milagro, la actitud cristiana de la “esperanza» es lo contrario a la virtud. Como cualquier ser vivientes (incluso, a su manera, los lirios del campo), un ser humano, si ha de conseguir sus metas, debe trabajar e hilar.

Una variante especialmente irracional del vicio anterior es el intento de invertir causa y efecto. En este caso, el individuo desea un efecto inmerecido, pero sólo como un absurdo medio para un fin. Espera que el efecto, de alguna forma, le proporcione la causa que él se niega a implementar o a conseguir. Como ejemplos, Ayn Rand cita a personas que quieren «amor inmerecido, como si el amor — el efecto — pudiera darles valor personal, la causa», o quienes quieren «admiración inmerecida, como si la admiración — el efecto — pudiera darles virtud, la causa», o quienes quieren «riqueza inmerecida, como si la riqueza — el efecto — pudiera darles capacidad de producir, la causa. 31 En todos estos casos, el individuo no quiere realmente el objeto que dice que quiere, por ejemplo amor o dinero. Lo que quiere es lo que significa ese objeto; quiere la ilusión de haber conseguido su causa, mientras evade el hecho de que no la ha conseguido y nunca tuvo intención de conseguirla.

El error opuesto es buscar causas sin efectos. Eso significa: tomar una cierta acción mientras se evade y se espera librarse de sus consecuencias. Ya hemos mencionado a los alcohólicos y a los drogadictos que cierran sus ojos ante lo auto-destructiva que es su conducta. El mismo fenómeno existe de muchas otras formas. Un ejemplo es la gente que regularmente quiere más favores del gobierno o más agencias gubernamentales, mientras ignoran el aumento de controles que esto implica y las repercusiones políticas que conlleva. Muchas de estas personas no quieren una dictadura, no más que el alcohólico quiere sufrir el delirium tremens, y tienen cómo saber el efecto de sus acciones; a pesar de eso, demandan todos los pasos que conducen a un Estado omnipotente mientras evaden el futuro. El lema de todas esas personas es: «¡Puedo salirme con la mía!» Pero A es A, y no pueden lograrlo, no a largo plazo.

La política de evadir la causalidad — da igual que uno quiera de alguna forma conseguir un efecto e escapar de él — es una forma de poner un «quiero» por encima de un «es». En este sentido, es como todas las otras variantes de la irracionalidad. Como vimos en el capítulo 5, la única alternativa a aceptar la razón es el emocionalismo. Esto nos lleva al tema de virtud y emoción.

En epistemología, llegamos a la conclusión que las emociones no son herramientas de conocimiento. El corolario en ética es que no son guías para la acción.

Ayn Rand define «capricho» como «es un deseo sentido por una persona que ni sabe ni se preocupa de descubrir su causa». 32 Tal persona no está interesada en hacer introspección o en analizar. No pretende identificar las premisas que son la fuente de su deseo, o determinar si estas premisas se ajustan a la realidad. Simplemente quiere un cierto artículo. Lo quiere porque lo quiere. Esto es lo que Ayn Rand llama «adoración al capricho».

La adoración al capricho es a la ética lo que el misticismo es a la epistemología. Las dos prácticas son inválidas por la misma razón, y conducen a los mismos resultados destructivos.

El enfoque correcto en este asunto no es razón contra emoción, sino la razón primero y luego la emoción. Este enfoque, como hemos visto, lleva a una armonía entre razón y emoción, que es el estado normal de un hombre racional. Sus emociones, en consecuencia, son lo opuesto a caprichos; son consecuencias de juicios de valor racionales y explícitamente identificados. Un hombre con este tipo de psicología y de conocimiento de sí mismo no reprime sus deseos. Está ansioso por sentir y por darle a sus emociones una realidad plena en las horas y opciones de su vida. Para él, tal política es una forma de expresar en acción el juicio de su mente.

Los deseos de un hombre racional son más fuertes que los de un adorador de caprichos. Esto es porque el hombre racional experimenta sus valores de forma pura. Dado que ha identificado e integrado sus contenidos mentales, cada aspecto de ellos contribuye a su certidumbre; nada en sus premisas o psicología aplaca el fuego de su pasión. Si un hombre desea comerse su pastel y tenerlo a la vez, necesariamente estará destrozado, inseguro de su dirección, con dudas de sí mismo; la propia contradicción hace acallar la intensidad con la que puede desear cada uno de los lados. Pero si un hombre quiere algo con la dedicación inquebrantable de una persona que conoce su propia mente y sabe que su deseo está totalmente de acuerdo con la realidad, entonces sí lo quiere.

Tanto en ética como en epistemología, no existe dicotomía entre razón y emoción. Una vez más, la verdad es: piensa, y sentirás.

Debo añadir que cualquiera puede, por razones perfectamente inocentes y en alguna cuestión específica, tener un conflicto entre emociones e ideas. El proceso racional en ese caso es diferir la acción sobre ese tema hasta que el conflicto haya sido resuelto. Primero, uno debería descubrir dónde está el error que uno tiene, y corregirlo; luego uno puede actuar, asumiendo que el tiempo permita tal deliberación. De no ser así, si alguna emergencia requiere una decisión inmediata, entonces la persona en conflicto debe actuar sin tener un conocimiento total de sí mismo. En tal caso, debe guiarse por su mente, o sea, por su mejor juicio consciente de lo que concuerda con la realidad, aunque sus emociones se rebelen. Cuando la crisis haya pasado, entonces puede investigar el origen de su desacuerdo emocional, y restablecer la armonía mental.

Esto completa nuestra primera discusión sobre la virtud. La decadencia de Occidente, alguien observó alguna vez, puede ser simbolizada por el hecho que el término: «virtud» — que proviene de «vir», «hombre» en latín — ha dado un giro de 180 grados a lo largo de los siglos. Ha evolucionado de significar «virilidad» en un hombre a significar «castidad» en una mujer. Objetivismo le devuelve a ese término su sentido original. Llamamos «virtud» al tipo de acción apropiado para un ser humano.

La acción es la racionalidad.

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 7 [7-3]

    1.   The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 25; Atlas Shrugged, p. 944.
    2.   Ibid., p. 982.
    3.   Ibid., p. 939.
    4.   The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 25.
    5.   For the New Intellectual, title essay, p. 15.
    6.   The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 20.
    7.   See Atlas Shrugged, p. 731.
    8.   Ibid., p. 944.
    9.   Ibid., pp. 945, 962.
    10.   See The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» pp. 25-26.
    11.   See Atlas Shrugged, p. 961.
    12.   Ibid., p. 963.
    13.   The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 14.

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