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La tragedia de la teología: Cómo la religión causó y extendió la Edad Oscura

¿Quién fue responsable por el estancamiento intelectual y científico del hombre durante más de mil años?

La historia nos muestra el poder de la filosofía, y la filosofía nos muestra cómo no repetir la historia.

Este ensayo es una crítica de Andrew Bernstein a La Victoria de la Razón: Cómo el Cristianismo llevó a la libertad, al capitalismo, y al éxito de Occidente, por Rodney Stark. New York: Random House, 2005. 304 págs.

Traducido con autorización expresa de The Objective Standard. Prohibida la reproducción.

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En las últimas décadas, los estudiosos de la Edad Media han desarrollado con insistencia la tesis de que la Edad Oscura (o sea, la Edad Media) no fue realmente «oscura» – que los mil años que van desde la caída de Roma (alrededor de 500 dC) hasta el Renacimiento (aproximadamente en el año 1500) fueron una época de significativo avance intelectual y cultural. Esta tendencia ha culminado con las reivindicaciones de Rodney Stark en La Victoria de la Razón: Cómo el cristianismo condujo a la libertad, al capitalismo, y al éxito de Occidente (y pretensiones similares presentadas por Thomas Woods en Cómo la Iglesia Católica Construyó la Civilización Occidental). Que esa teoría sea bien recibida por la derecha religiosa no es ninguna sorpresa. Pero lo que sí puede sorprenderles a algunos – y lo que es ciertamente inquietante – es que los grandes miembros de la prensa liberal tales como The New York Times y The Chronicle of Higher Education (la principal publicación para profesores universitarios y administradores) hayan tratado el libro de Stark con un respeto muy significativo. Este ensayo demostrará que ese respeto es absolutamente inmerecido.

La tesis del libro de Stark es que la Iglesia Católica promovió un compromiso cultural con la razón, el cual le permitió a Occidente desarrollarse. El cristianismo medieval fue fundamentalmente, tal vez exclusivamente, el responsable del gran progreso creado por la civilización occidental en filosofía, arte, ciencia, tecnología, y libertad. Así enuncia Stark su reivindicación:

<<     Pero si uno va más a fondo, está claro que la base realmente esencial para. . . el desarrollo de Occidente fue una extraordinaria fe en la razón.

La Victoria de la Razón explora una serie de acontecimientos en los que la razón triunfó, dándole una forma característica a la cultura y a las instituciones de Occidente. La más importante de estas victorias se produjo dentro del Cristianismo. … Mientras que las otras religiones del mundo hacían hincapié en el misterio y la intuición, solamente el Cristianismo abrazó la razón y la lógica como la principal guía hacia la verdad religiosa. . . . Alentada por los Escolásticos y consagrada en las grandes universidades medievales fundadas por la iglesia, la fe en el poder de la razón infundieron la cultura occidental, estimulando la búsqueda de la ciencia y la evolución de la teoría y la práctica democráticas.

El éxito de Occidente, incluyendo el desarrollo de la ciencia, se apoyó totalmente en bases religiosas, y la gente que lo hizo realidad fueron devotos cristianos. [1]  >>

Este libro, y otros como él – junto con la admiración con la que están siendo tratados por la mayoría de la prensa liberal – son signos de la reaparición del cristianismo en América. Todo esto es aún más alarmante porque los argumentos están siendo hechos y aceptados a nivel intelectual, no sólo a nivel de las masas. Si esos argumentos fueran válidos, su creciente aceptación entre los intelectuales contemporáneos no presentaría ningún problema; pero, como veremos, esta tesis pro-religión, a pesar de convencer a algunos, está escandalosa y notoriamente equivocada.

Los errores de Stark son patentes de principio a fin. Abarcan el ámbito de la historia y, sobre todo, el de la filosofía. En efecto, como se verá, las afirmaciones de Stark son históricamente falsas y filosóficamente imposibles.

Stark, un profesor de ciencias sociales de la Universidad de Baylor, está absolutamente cierto en su rara identificación de que el compromiso con la razón fue la causa fundamental del espectacular progreso logrado en Occidente y en ninguna otra parte. Pero está profundamente equivocado en atribuirle la base de ese compromiso al cristianismo. Más aún, el mundo occidental se ha desarrollado de forma mucho más lenta e incompleta de como habría podido haberlo hecho, precisamente por su profunda ambivalencia con respecto a la razón. A lo largo de los siglos, y hasta el día de hoy, siempre ha existido en Occidente un retroceso crónico a la irracionalidad que a menudo ha superado trágicamente su compromiso con la racionalidad. Hay un profundo dualismo en el pensamiento occidental: su empeño en la razón, aunque sin duda supera al de otras culturas, coexiste en desesperado conflicto con varias versiones de falta de razón, incluyendo la fe. Expresado en términos de las principales figuras, Jesús y sus seguidores – no solamente Aristóteles y los suyos – han tenido una enorme influencia en el pensamiento occidental. El cristianismo, incluida decididamente la Iglesia medieval, ha sido, más que cualquier otro factor, el responsable de la irracionalidad de la sociedad occidental. El compromiso con la racionalidad es fundamentalmente un legado de la antigua Grecia – sobre todo de Aristóteles – y de períodos posteriores en los que el elemento griego fue predominante, como en la Ilustración del siglo XVIII.

Los errores de Stark son patentes de principio a fin. Abarcan el ámbito de la historia y, sobre todo, el de la filosofía. En efecto, como se verá, las afirmaciones de Stark son históricamente falsas y filosóficamente imposibles.

Historia

Stark afirma que «la época desde la caída de Roma hasta el final de la Edad Media fue una época de espectacular progreso tecnológico e intelectual, que estalló cuando la innovación fue liberada de las garras del despotismo romano». Del mismo modo: «El compromiso cristiano con la razón y el progreso no era sólo teórico; poco después de la caída de Roma, impulsó una época de invención e innovación extraordinarias. Él describe el desarrollo de molinos de agua, presas y molinos de viento – y repetidamente comenta las mejoras en agricultura que aumentaron significativamente la producción de alimentos. Por ejemplo, afirma que «la Europa medieval aumentó considerablemente su producción agrícola bombeando agua para sacarla de tierras de cultivo potencial», y que «estos increíbles logros en la productividad agrícola redujeron tanto la necesidad de mano de obra agrícola y aumentaron tanto los rendimientos, que aumentaron muchísimo la formación y la alimentación de pueblos y ciudades». Después de otras declaraciones parecidas, Stark llega a la conclusión: «No sólo comían los europeos mucho mejor durante la Edad Media que en la época de los romanos, sino que eran más sanos, más enérgicos, y probablemente más inteligentes». [2]

El proyectar tales fantasías infundadas es el error de Stark – idéntico al de la izquierda anti-capitalista –, el ignorar el campo entero de la historia económica. La historia económica es de gran relevancia, puesto que les proporciona a los hombres todos los datos reales para evaluar los estándares de vida humanos del pasado. De forma crítica, esto no está validado ni por afirmaciones arbitrarias ni por evaluaciones aproximadas, sino por evidencia real.

Uno de los principales pensadores en este campo en las últimas décadas es el economista holandés Angus Maddison. Según sus investigaciones, Europa sufrió con un crecimiento económico nulo desde el año 500 dC al 1500 dC, exactamente el período al que Stark se refiere. Maddison muestra que durante un milenio no hubo ningún aumento en el ingreso per cápita, que se situó en un abismalmente bajo $215 en el 1500. Además, estima que en el año 1000, el niño normal podría esperar vivir más o menos hasta la edad de 24 años – y que un tercio de ellos moriría durante su primer año de vida. Estas son estimativas mundiales, y Europa no mostraba ninguna diferencia apreciable con el resto. No es de extrañar que los niveles de vida per cápita sólo mostraron aumentos espectaculares durante la Ilustración del siglo XVIII – el inicio de la Revolución Industrial. [3]

Mientras que otros historiadores de economía sostienen que algún crecimiento económico tuvo lugar a finales de la Edad Media, ellos reconocen no obstante que el crecimiento fue de un grado tan mínimo que no debe haber mejorado para nada la horrible miseria de las masas europeas. Por ejemplo, la investigación de la economista Graeme Snooks indica que el crecimiento económico se produjo en Inglaterra en los seis siglos que van entre 1086 y 1688. «Si una persona normal en 1086 tenía alrededor de la sexta parte de los ingresos de una persona normal en 1688, no tenía mucho. . . . Los campesinos ingleses en 1086 tenían comida poco más que suficiente para mantenerse vivos y a veces ni siquiera eso. Las casas eran estructuras rústicas y poco duraderas. Un campesino era dueño de un solo conjunto de ropa, mejor descrito como harapos, y poco más». [4]

Sorprendentemente, Stark menciona en su bibliografía a varios historiadores importantes que están de acuerdo con estas conclusiones. Por ejemplo, el magnífico historiador francés Fernand Braudel, escribiendo sobre la época anterior al siglo XVIII, afirma que: «El hambre fue tan frecuente y tan insistente durante tantos interminables siglos, que se incorporó al régimen biológico del hombre y se hizo parte integrante de su vida diaria». Braudel señala, por ejemplo, que, aunque Francia, para los estándares de su día, era un país relativamente próspero, a pesar de eso se cree que sufrió diez hambrunas generales durante el siglo X; veintiséis en el siglo XI, y dos en el siglo XII – y estas son estimativas que ni siquiera cuentas los cientos y cientos de hambrunas locales…» [5] Incluso reconociendo que hay serias dificultades inherentes en estimar los niveles de vida medievales con cualquier grado de precisión, la conclusión debe ser que lo que se consideraba entonces como una prosperidad relativa, fue, en comparación a épocas anteriores y posteriores, una miseria absoluta.

Además, el sistema de alcantarillado y de sanidad europeo volvió al primitivismo durante esta época. Los desechos humanos eran a menudo arrojados por las ventanas a la calle o simplemente vertidos en los ríos locales. (Por el contrario, la antigua Roma había sido mucho más avanzada: «las principales ciudades del Imperio instalaron sistemas de drenaje al que las letrinas estaban conectadas» y los «ricos gozan de lujos tales como tubos de fontanería en sus casas… y hasta los indigentes tenían acceso a los baños públicos».) Con las calles llenas de basura y fluyendo con orina y heces – y estas mismas condiciones colmando los ríos y los arroyos de los que se sacaba el agua potable – los parásitos y los gérmenes se multiplicaron, y enfermedades de todo tipo proliferaron, no pudiendo ser curadas con el primitivo conocimiento médico de la época. Entre 1347 y 1350, por ejemplo, la peste bubónica – la tristemente célebre «Muerte Negra», propagada por pulgas que infestaban a las ratas, devastó a la Europa occidental, aniquilando aproximadamente a 20 millones de personas, exactamente un tercio de la población humana. Norman Cantor, el principal historiador contemporáneo de la Edad Media, señala: «La Muerte Negra de 1348-1349 fue el mayor desastre biomédico en Europa y posiblemente en la historia del mundo». Un escritor florentino de la época se refirió a ella simplemente como «el exterminio de la humanidad». [6]

Por último, la primera parte de la Edad Media fue testigo de una reducción asombrosa en los niveles de educación y de alfabetismo comparado con el periodo romano. En las guerras constantes de la época, los seres humanos perdieron la habilidad de escribir y, en gran medida, la de leer. «Incluso en la época de la juventud de San Agustín [siglo IV dC] … hasta un cristiano recibía una buena educación clásica. Unas pocas generaciones más tarde, la alfabetización era rara incluso entre las clases dominantes». Por ejemplo, durante el siglo VIII, Carlomagno pensaba que ni siquiera el clero sabía suficiente latín para comprender la Biblia o para realizar adecuadamente los servicios de la Iglesia. [7]

Un desastre relacionado fue que el aprendizaje clásico se perdió en su mayoría en Occidente. Una de las razones fue que, en los días del Imperio Romano, los romanos educados estudiaban los escritos de Platón, Aristóteles y otros pensadores en su idioma griego original, por lo que no había habido necesidad de traducir estos escritos al latín. Aunque los conquistadores bárbaros aprendieron algo de latín, los occidentales ya no aprendieron griego. La pérdida de la alfabetización en griego fue catastrófica para la civilización, pues significó «la pérdida simultánea de la filosofía, las matemáticas, la medicina, la ingeniería y la ciencia.» [8]

Andrew Coulson, un investigador en el campo de la historia educativa, señala que mientras que los griegos estaban fascinados por el mundo natural, avanzando como pioneros en ciencias como la anatomía, la biología, la física y la meteorología, los cristianos sustituyeron los esfuerzos por comprender el mundo con un intento por conocer a Dios; el estudio de la naturaleza basado en la observación se quedó, por tanto, subordinado al estudio de las escrituras basado en la fe. Una disminución en el aprendizaje consecuentemente afectó a todos los temas cognitivos. «Todo el conocimiento de medicina que, aunque limitado, había sido acumulado por los médicos griegos y romanos fue suplantado por un misticismo absoluto». Por ejemplo, San Agustín creía que los demonios eran responsables por las enfermedades, una trágica regresión desde Hipócrates. El trabajo científico en general disminuyó al disminuir el interés en el mundo físico. ¿Cuál fue el resultado global? «Desde el punto de vista de la educación de las masas. . . la época medieval fue ciertamente una edad oscura. A pesar de los aislados focos de aprendizaje concentrados en los alrededores de los monasterios de Europa, la inmensa mayoría de la población era analfabeta y sin educación alguna». [9]

Contribuyendo a la hecatombe de la educación, en el año 529 el emperador cristiano Justiniano I, gobernando el Imperio Oriental desde Constantinopla y alegando que la filosofía griega era «intrínsecamente subversiva a la fe cristiana», cerró todas las escuelas paganas de filosofía, incluyendo la Academia de Platón, la cual durante 900 años se había especializado en las enseñanzas de su fundador. Para aplicar totalmente esta prohibición, Justiniano le prohibió a cualquier pagano enseñar. (Boethius (480-525), un cristiano y el último filósofo serio de los últimos 350 años, fue educado en las grandes escuelas paganas.) Como resultado, durante seis interminables siglos nadie en Occidente tuvo la oportunidad de estudiar los logros de la cultura griega. Como el eminente historiador, Will Durant, observó: «La filosofía griega, después de once siglos de historia, había llegado a su fin». [10]

W.T. Jones, el principal historiador de filosofía del siglo XX, escuetamente capturó la esencia del declive y el papel causal que tuvo el cristianismo en ocasionarlo, cuando escribió: «Debido a la indiferencia y a la manifiesta hostilidad de los cristianos. . . casi todo el contenido de la literatura antigua y del aprendizaje se perdió. … Esta destrucción fue tan grande y la tasa de recuperación fue tan lenta que incluso en el siglo IX Europa aún estaba enormemente atrás del mundo clásico en todos los aspectos de la vida…. .. . Esto, pues, fue realmente una edad «oscura». [11]

No hay duda de que se hicieron algunos avances durante este milenio, y Stark los relata en detalle. Sin embargo, de acuerdo con los estándares del Occidente laico posterior al siglo XVIII, este progreso fue relativamente – y enormemente – insignificante. En efecto, los pequeños avances son pistas falsas, pues resultaron en poco o ningún alivio a la miseria endémica bajo la que los europeos occidentales sufrieron durante siglos. La alegación de Stark que el período fue de una «invención e innovación extraordinarias» es una grotesca exageración – en el mejor de los casos. Una era de » invención e innovación extraordinarias» habría supuesto un avance tecnológico igualmente extraordinario y, por tanto, una mejora significativa del nivel de vida de los hombres. Como mínimo, Stark implica – y en algunos casos lo afirma abiertamente – que esto es lo que sucedió durante la Edad Media. De hecho, nada de eso ocurrió.

Las alegaciones importantes hechas por Stark son descaradamente falsas. Por ejemplo, él afirma: «La idea de que Europa cayó en la Edad Oscura es un engaño perpetrado por intelectuales anti-religiosos y agriamente anti-católicos del siglo XVIII, quienes estaban decididos a hacer valer la superioridad cultural de su propia época y que construyeron su argumento denigrando a siglos anteriores como si hubieran sido – en palabras de Voltaire – un tiempo durante el cual «la barbarie, la superstición, [y] la ignorancia cubrieron la faz del mundo». [12] Desgraciadamente para los hombres de la época, la afirmación de Stark de que la Edad Oscura europea del siglo V al IX fue «un engaño» no está ni remotamente corroborada por los hechos. La trágica verdad es que desde la caída de Roma hasta el Renacimiento medieval de los siglos XII y XIII – un total de seiscientos años – la Europa occidental sufrió un período de penuria material y de privación intelectual si lo comparamos con la época clásica que le precedió y el Renacimiento que le siguió.

Por el contrario, los siglos XVIII y XIX fueron testigos de un pleno florecimiento de las revoluciones industrial y tecnológica. Estos fueron siglos, no de San Bonifacio convirtiendo a los paganos, o de pequeñas mejoras a los molinos de viento y a los molinos de agua que aún dejaron a los hombres muriéndose de hambre – sino de James Watt y la máquina de vapor, Thomas Edison y el sistema de alumbrado eléctrico, Alexander Graham Bell y el teléfono, los hermanos Wright y la aviación, Henry Ford, Andrew Carnegie, John D. Rockefeller, y la producción industrial masiva de bienes de consumo – y, consecuentemente, estos fueron siglos de un ascenso meteórico de los niveles y la expectativa de vida. Esta fue una época de tremendo avance intelectual y material. Los siglos XVIII y XIX fueron un período de «invención e innovación extraordinarias». Los siglos VIII y IX no lo fueron. [13]

¿Cuál fue la causa fundamental de tan largo período de estancamiento, sobre todo cuando se contrasta con el enorme avance que los hombres han conseguido en tan sólo los últimos 250 años? Para responder a esta pregunta, es necesario identificar la causa fundamental del progreso humano y la condición social que su florecimiento requiere.

La Iglesia contra la Razón

Hay dos principios que hay que entender para comprender los errores de Stark; ambos principios fueron identificados por Ayn Rand. El primero es que la mente racional es la herramienta básica del hombre para su supervivencia y progreso. La segunda es que, para poder funcionar, la mente requiere libertad; debe estar totalmente sin cadenas, libre de perseguir cualquier vía de pensamiento o de investigación que considere importante.

La Ilustración del siglo XVIII, y los principios que heredó del Renacimiento y de la Edad de la Razón, dieron lugar a la Revolución Americana, y acrecentaron enormemente la libertad política y económica en todo el mundo occidental. No debe olvidarse que los revolucionarios que crearon la República Americana eran, en muchos casos, las principales mentes de la Ilustración en América: Benjamin Franklin, Thomas Jefferson, Thomas Paine, James Madison. Un resultado de tan enorme aumento de la libertad fue un progreso intelectual extraordinario, especialmente en las ciencias teóricas y aplicadas, en el desarrollo tecnológico y la industrialización, y en la investigación médica, todo lo cual llevó a niveles de vida y a expectativas de vida mucho mayores que durante cualquier época anterior en la historia. Cuando individuos como Isaac Newton, Charles Darwin, Thomas Edison, Ayn Rand y Jonas Salk no tienen que doblegarse ante la autoridad política o religiosa y no pueden ser legalmente reprimidos por la iglesia o el estado, ellos son libres para originar las nuevas ideas, los inventos y las innovaciones, y de esa forma mejorar muchísimo la vida del hombre en la tierra. ¿Existió tal libertad durante la Edad Media? Si la mente no era libre – si estaba totalmente o en gran parte reprimida – entonces se debe esperar que esa fuera una época de estancamiento, incluso de regresión. Si la mente fue, de hecho, sustancialmente reprimida durante esa época, ¿cuál fue el papel de la Iglesia en esa represión? [14]

Para hacerle justicia a la Iglesia medieval, hay varios puntos que deben reconocerse desde el principio. En primer lugar, hubo grandes pensadores durante este período – Alberto Magno y Tomás de Aquino son dos ejemplos ilustres. En segundo lugar, estos pensadores eran todos católicos devotos, desde luego, normalmente miembros del clero católico. En tercer lugar, la posición oficial de diversos papas y altos mandatarios de la Iglesia fue, en ocasiones, el fomentar la educación y el avance intelectual (aunque con un sinfín de limitaciones y restricciones). En cuarto lugar, como ha sido ampliamente divulgado, los monasterios católicos fueron, a veces, un vehículo de la sabiduría clásica, con monjes que laboriosamente copiaban y guardaban los pocos manuscritos antiguos que sobrevivieron. En quinto lugar, aunque herejes y otros librepensadores fueron constantemente reprimidos, hay que señalar que un hereje condenado podía, en todos los casos, salvar su vida hasta el último minuto si se retractaba de sus creencias ilícitas. Puede ser que estemos condenando a la Iglesia medieval con un breve elogio, pero es ciertamente verdad que no era una institución asesina de la misma calaña que los regímenes de los Nazis o los Comunistas.

Además, si bien la Iglesia era un componente integral del antiguo régimen – el sistema feudal que brutalmente reprimió a siervos y plebeyos – si uno quiere ser generoso, se podría afirmar que, en los caóticos siglos después del colapso de Roma, los jefes de tribus y los señores feudales que subieron al poder y se declararon a sí mismos aristócratas, mantuvieron un poder principalmente basado en el látigo, y que no podía ser mitigado por una institución que había sido fundada en teoría para salvar almas. En otras palabras, es al menos posible que la responsabilidad por la interminable y sangrienta guerra, así como la brutal represión de siervos y plebeyos, no cayera principalmente sobre los hombros de la Iglesia.

Sin embargo, las instituciones, al igual que los individuos, son a menudo mezclas del bien y del mal. A pesar de esa apología, y en los términos más generosos imaginables, la Iglesia Católica fue, y sigue siendo, una fuerza de incalculable maldad. La causa inicial es su la naturaleza de ortodoxia y su hostilidad generalizada hacia la herejía. Ortodoxia, en este contexto, significa el establecimiento de una doctrina oficial de fe, y la exigencia, bajo amenaza de excomunión, incluso de muerte, de conformidad sin crítica a la misma. El diccionario Webster’sCollegiate Dictionary, en su 9 ª edición, define «herejía» como: «la adhesión a una opinión religiosa contraria al dogma de la iglesia». Ciertamente, un hereje es un miembro de una confesión religiosa que no está de acuerdo con (o simplemente cuestiona) algún aspecto de la doctrina de esa confesión. En resumen, un hereje no es más que una mente independiente cuya independencia le lleva a un conflicto con la secta religiosa imperante.

Literalmente durante siglos de disputa teológica, la Iglesia forjó su posición oficial con respecto a cientos de controversias religiosas – entre ellas las de la Trinidad, la Eucaristía, el problema del mal, e innumerables otras. Como era de esperar, dada la imposibilidad lógica de probar cualquier afirmación trascendente basada en la fe, hubo interminables desacuerdos intelectuales con las conclusiones oficiales. Muchos de los que rechazaron las conclusiones ortodoxas fueron condenados como herejes. ¿Cuál es la historia de las relaciones de la Iglesia Católica con los pensadores suficientemente independientes para impugnar algún aspecto de su doctrina oficial? No es nada agradable.

Consideremos varios ejemplos que indican la esencia y el alcance de la represión. La herejía Ariana es un lugar representativo para comenzar. Arius (256-336 dC), un presbítero de la Iglesia en Alejandría, con el fin de proteger el monoteísmo, enseñó que Cristo no es perfecto y eterno como Dios el Padre, sino que, más bien, fue creado por Dios de la nada. En pocas palabras, si el monoteísmo es cierto, como sin duda Arius alegó que era, entonces Jesús no podía ser Dios. Como Jones observó: «Él [Jesús] debe tener su propia naturaleza y una esencia diferente de la de Dios». [15] El conflicto entre los arianos y los que mantenían la Trinidad – la creencia que Jesús es Dios, pero distinto de Dios Padre , pero sin embargo que Dios es uno – fue una amarga lucha. El emperador Constantino convocó el Consejo de Nicea, una conferencia de obispos de la Iglesia en el año 325 para arbitrar la controversia; confirmó el punto de vista trinitario y condenó la teoría de Arius. Los arianos se negaron a aceptar la derrota teológica y, en última instancia, miles fueron asesinados en la larga lucha que siguió durante un siglo.

Filosóficamente, Arius era un descendiente epistemológico lejano de los griegos defensores de la racionalidad, tratando de hacer sentido de la lógica del universo, incluyendo la naturaleza de Jesús y de Dios Padre. Pero los que defendieron y convirtieron en ortodoxia la doctrina de la Trinidad mantuvieron la noción, basada en la fe, que la creencia cristiana no tiene que ser racionalmente inteligible. Por lo tanto, «la controversia Ariana establece importantes diferencias en cuanto a método y enfoque, así como en la perspectiva básica, entre la mentalidad griega y la cristiana. . . . La solución que ganó, y se convirtió en ortodoxa, fue un signo de que, para bien o para mal, la Iglesia había puesto a la razón en un lugar secundario en su visión de las cosas». [16]

En el mismo siglo, la herejía Donatista – la creencia de que los sacramentos de la Iglesia no son eficaces si son realizados por sacerdotes moralmente indignos – fue eliminada despiadadamente. «Los Donatistas fueron prohibidos [por la Iglesia], muchos fueron desterrados; muchos otros fueron asesinados o se suicidaron». San Agustín (354-430), quien a regañadientes apoyó la persecución, sostuvo que su resultado neto fue humano, puesto que diariamente trajo a los hombres de las tinieblas de la ignorancia «al Dios vivo y verdadero». Jones observó que: «De esta manera se sentaron las bases y se creó la autoridad para la institución de la Inquisición – para la cooperación de la Iglesia y el Estado en la santa obra de extirpar la herejía y la disidencia y de salvar almas en contra de su voluntad». [17]

La herejía maniquea, que durante milenios ha resistido obstinadamente a todos los intentos de acabar con ella, es un intento de resolver el implacable problema del mal: ¿Cómo puede existir el mal en un universo creado y regulado por un Dios totalmente bueno y omnipotente? La creencia maniquea, razonable en base a premisas religiosas, es que Dios es todo bueno, pero no es todopoderoso. Dios, en efecto, es una versión más poderosa de Batman: Él combate sin tregua y de manera eficaz el mal, pero el mal tiene un innegable poder en el mundo.

Aunque el maniqueísmo fue suprimido por la Iglesia a finales del siglo V, reapareció de forma generalizada durante los siglos XII y XIII. La herejía albigense o catarista, como se conoció durante este resurgir específico, fue exterminada en una sangrienta guerra convocada por el Papa Inocencio III en 1208. El ejército del Papa de cazadores de herejes tomó por asalto la ciudad de Beziers en 1209. Ambos los católicos fieles y los cataristas de la ciudad se refugiaron en las iglesias, los invasores irrumpieron y hicieron una matanza de todo el mundo – hombres, mujeres, niños, bebés, inválidos, sacerdotes. En una historia que puede ser apócrifa, el emisario papal, Arnald-Amalric, cuando fue informado de que muchos católicos sinceros habitaban la ciudad, respondió: «Matarlos a todos. Dios reconocerá a los Suyos». No cabe duda que le escribió al Papa jubilosamente después de la masacre, proclamando que «casi veinte mil ciudadanos fueron ejecutados, independientemente de su edad y sexo. El funcionamiento de la venganza divina ha sido maravilloso». [18] La secta continuó, aunque decayendo y con un número mucho menor de miembros, durante un siglo más; los últimos cataristas fueron quemados en Italia en 1330.

Los escritos cataristas fueron quemados, la ortodoxia triunfó, y la Inquisición papal se estableció en 1227. «Iglesia y estado estuvieron de acuerdo en que la herejía impenitente era traición, y que debía ser castigada con la muerte». [19] Estos fueron los amargos resultados de la cruzada contra la herejía de los albigenses. No de forma sarcástica, sino de forma totalmente seria, los críticos de Stark deberían preguntarle: ¿Es esto lo que usted quiere decir con sus alegatos del suporte a la razón por la Iglesia medieval?

Tampoco estuvo limitada la proscripción de la herejía a aquellos que desafiaron principios específicos de la fe. Todos los pensadores originales vivían bajo la amenaza de la condena. Por ejemplo, desde Boethius en el siglo VI a Abelardo en el siglo XII – un total de 600 años – sólo hubo un pensador original en filosofía: Juan Escoto Erigena (810-877). Así que, naturalmente, varias de sus conclusiones fueron condenadas en el año 855 – y uno de sus libros fue quemado con tanto éxito que ni una sola copia de él sobrevivió.

Pedro Abelardo (1079-1142), la mente europea más brillante durante varios siglos, fue perseguido durante décadas por los vigilantes oficiales de los dogmas de la Iglesia. En 1121, un concilio de la Iglesia condenó los escritos de Abelardo sobre la Trinidad y le conminó a lanzar su libro al fuego. En 1141, dieciséis propuestas de sus libros, incluyendo su definición de pecado, fueron condenadas. Poco después, el Papa Inocencio II impuso una pena de perpetuo silencio sobre él, confinándolo a un monasterio. Abelardo, un maestro de la lógica aristotélica, enfureció a las autoridades de la Iglesia por su negativa a excluir cualquier precepto de la fe de un análisis racional. «Lo que inquietó a la Iglesia más que cualquier herejía específica en Abelardo fue su hipótesis de que no había misterios en la fe, que todos los dogmas deberían poder tener una explicación racional». [20]

Uno de los contemporáneos de Abelardo, Guillermo de Conches (1080-1154), atrajo la previsible ira de la Iglesia al condenar a los que atacaban a la filosofía y la ciencia, basándose en que la fe sincera no era suficiente. El erudito rebelde pronto decidió que era preferible abandonar antes que recibir la excomunión. William «se retractó de sus herejías. . . abandonó la filosofía como una empresa en la que los beneficios no guardan proporción con el riesgo, se convirtió en tutor de Henry Plantagenet de Inglaterra, y se retiró de la historia». En términos de la novela de Ayn Rand Atlas Shrugged (Atlas se encogió de hombros), Guillermo de Conches se declaró en huelga.

Jean Roscelin (1050-1120), uno de los maestros de Abelardo, fue amenazado con la excomunión por desafiar la Trinidad, al enseñar que tres no pueden ser uno. Fue remolcado ante un Consejo Episcopal en 1092 y presentado con una difícil elección: o retracción o excomunión. Eligió retracción.

Incluso Tomás de Aquino (1225-1274), el mayor genio filosófico desde Aristóteles, no escapó de la vigilancia represiva de la Iglesia. En la Condena de 1277, sólo tres años después de la muerte de este gran hombre, el Obispo de París, Étienne Tempier, prohibió como herejías 219 proposiciones que eran enseñadas en la Universidad de París, entre ellas varias de Tomás de Aquino. [21]

Podrían aducirse otras pruebas (por ejemplo, la represión sistemática de los paganos y de los judíos, incluyendo inevitablemente las mejores mentes de entre ellos), pero los ejemplos anteriores son suficientes para establecer el punto. Durante la época medieval, la mente humana librepensadora, su mejor ejemplo siendo los herejes y disidentes, vivió bajo la amenaza permanente de condena, proscripción, quema de libros, excomunión, decretos de silencio perpetuo, incluso ejecución. Contrariamente a las afirmaciones de Stark, la Iglesia mantuvo una guerra implacable, omnipresente y a menudo letal contra de la mente independiente. [22]

El lector buscará en vano en el libro de Stark cualquier referencia a la represión de pensadores innovadores por la Iglesia. Por ejemplo, los términos «herejía» y «herejes» no figuran en su índice. Su breve mención de estos fenómenos no da ninguna pista de la cruda realidad. A modo de ilustración, discutiendo el trabajo teológico de San Agustín y Tomás de Aquino, afirma: «Por supuesto, miles de otros teólogos también trataron de dejar su huella en las doctrinas. Algunos lo lograron, la mayoría fueron ignorados, y algunos de ellos fueron rechazados como herejes». [23] Observad su uso de la ambigua, equívoca y aséptica palabra «rechazados». Se puede concluir de su versión de la historia que las teorías heréticas fueron simplemente desechadas por la comunidad académica como errores intelectuales, sin más consecuencias para sus proponentes.

Aún peor es la discusión de su (equivocada) opinión de que el cristianismo fue responsable de la abolición de la esclavitud. En este contexto, escribe: «Aquí también se pueden observar el funcionamiento de los principios del progreso teológico, haciendo posible que los teólogos propusieran nuevas interpretaciones sin generar acusaciones de herejía». [24]   Pero, como ya se ha señalado, una interpretación más exacta de este período establece que a menudo era sumamente difícil el que «nuevas interpretaciones» se escaparan de las acusaciones de herejía. Además, no hace mención también de la represión de los paganos, de los judíos, o de otros disidentes o no creyentes.

La verdad es que la mente creativa no puede funcionar bajo tal régimen de terror. Su santa búsqueda del conocimiento no le permite parar de hacerse preguntas desafiantes, de cuestionar principios verdaderos, de mirar por encima de su hombro para ver la inquietante presencia de la Inquisición, o de imponerse una autocensura, puesto que está obligada a vivir en temor crónico de su libertad, incluso de su vida. Si esos son los parámetros sociales impuestos, entonces la investigación racional está restringida, incluso sofocada; el instrumento de supervivencia del hombre está anulado, y muchos hombres no sobrevivirán en la inevitable edad oscura que resulta.

El que, bajo la égida de la Iglesia, la fe es superior a la razón es un claro hecho histórico. Pero, ¿qué principios filosóficos específicos abogó el catolicismo medieval, y cuáles rechazó? ¿Qué ideas fueron responsables por la Edad Oscura? ¿Quién codificó esas ideas? Y ¿de quién fueron las ideas que hicieron pedazos ese código, abriendo camino para los avances superlativos del Occidente moderno y secular? [25]

Filosofía

El error fundamental en la versión de Stark, la falsa idea en que se basa y que le permite su interpretación errónea de la historia, es su falta de comprensión de la naturaleza de la razón. Stark sostiene que el catolicismo es inherentemente racional, capaz de crear un avance científico y tecnológico importante. De hecho, su punto de vista es el siguiente: Dado que la época medieval fue una fuente de pensamiento racional, debe haber sido un caldero en ebullición para los avances científicos – y, en consecuencia, las reivindicaciones de una «era oscura» sólo podrían ser una mitología de prejuicios inventada por los enemigos culturales de la religión.

En la sección más importante de su libro, capítulo uno, «Bendiciones de una teología racional», él afirma que los «teólogos medievales pusieron mucha más fe en la razón que la mayoría de los filósofos están dispuestos a hacer hoy». Fueron los intentos cristianos para intentar comprender la naturaleza de Dios los que establecieron «el precedente para una teología de deducción e inferencia. . . .». La base del compromiso occidental con la razón se estableció porque «desde los primeros días, los teólogos cristianos han asumido que la aplicación de la razón puede producir una comprensión cada vez mayor de la voluntad de Dios». [26]

Para comprender el profundo error cometido aquí, y para comprender la verdadera naturaleza de la razón, hay que referirse a los fundamentos básicos de la filosofía.

La filosofía pretende responder a cinco preguntas: ¿Cuál es la naturaleza de la realidad? ¿Cómo – por qué medios – pueden los hombres obtener conocimiento de ella? ¿Cuál es la naturaleza del hombre? ¿Qué es lo que es bueno – y qué es lo malo? ¿Cuál es la sociedad ideal? La religión, como un tipo especial de filosofía, es un intento de responder a estas preguntas.

Con relación a la realidad, la esencia de la religión es la creencia en el dualismo metafísico – es decir, dos mundos: el universo natural y un mundo trascendente, más importante, más allá de ese universo. Dado que no existe ninguna observación basada en los medios para acceder a un mundo «superior», se desprende que, en relación al conocimiento importante, la fe en las verdades infalibles de un texto revelado constituye el fundamento del conocimiento. El famoso dicho de San Agustín de que la creencia es la base necesaria para el conocimiento, es representativa enfoque religioso. Escribe un erudito: «El principal uso de la razón, para el maduro San Agustín es, sin duda, el entender lo que uno ya cree». [27]  El hombre es un bípedo metafísico: su alma en un mundo transcendente y su cuerpo en este mundo. Una criatura caída e inundada con el pecado de sus antepasados, su carne terrestre siendo propensa a la lujuria y la tentación, que su alma del otro mundo debe devotamente resistir. Lo bueno es poner a Dios primero y ante todo en el panteón de los valores de uno, y obedecer cada uno de sus mandamientos sin cuestionar; el mal es desobedecer. Una sociedad correcta es teocrática – basada en los mandamientos divinos según la interpretación de la élite espiritual iniciada: el clero.

La religión, como un intento de responder a todas las cuestiones filosóficas importantes de la vida humana, es una especie de filosofía, que es su género. Es un sistema filosófico basado en la fe, no en la razón. La religión puede ser definida (más o menos) como: un sistema filosófico basado en la fe, no la razón, que alega la existencia y la supremacía de un Dios trascendente que exige obediencia incondicional de los seres humanos pecaminosos a quienes creó y gobierna. La religión fue el marco filosófico dominante, incluso el único, a principios de la Edad Media, desde el siglo VI hasta, aproximadamente, el siglo XII.

San Agustín (354-430) fue la principal influencia de ese período y su portavoz intelectual. Su filosofía, aunque compleja en algunos aspectos, es, en términos esenciales, muy simple: el conocimiento requiere la aceptación de la autoridad – primero de Dios, después de la Iglesia. La razón es, en el mejor de los casos, una facultad suplementaria, tal vez capaz de explicar lo que ya se creía anticipadamente, o tal vez no. Sólo Adán poseía libre albedrío. Sus descendientes son grotescamente, irremediablemente pecadores, incapaces de salvarse a sí mismos; todos se merecen, y la mayoría la tendrá, sólo la condena; solamente unos pocos serán salvados a través de un rígido proceso de predestinación. El pecado se transmite a través de relaciones sexuales, que son malas y deben evitarse, salvo con fines de procreación – e incluso entonces, no son para ser disfrutadas. Aunque la creación de Dios es de por sí ordenada, milagros – violaciones de las leyes de la naturaleza – se producen con frecuencia; han sido numerosos los hombres que han resucitado de entre los muertos, por ejemplo. El orgullo es un pecado mortal, sobre todo el orgullo intelectual – el compromiso con el uso de la capacidad racional de uno mismo para entrometerse en los misterios del universo de Dios. Los pensadores griegos fueron condenados por sus «esfuerzos por descubrir las leyes ocultas de la naturaleza». La ciencia fue condenada como «la lujuria de los ojos». [28]

Tal sistema filosófico está en profundo conflicto con los fundamentos intelectuales de la ciencia. Una condición previa de la ciencia es la visión de que la naturaleza es fascinante, importante, superlativamente valiosa – una convicción lógicamente congruente con el secular entendimiento de que la naturaleza es en realidad. Este punto de vista es incompatible con la creencia cristiana de que este mundo es depravado y deficiente, mientras que el ideal está más allá del alcance terrenal del hombre. La ciencia comienza con la observación de los hechos, no con declaraciones infalibles de un texto revelado. Además, la ciencia (en particular sus vástagos de ciencias aplicadas y tecnología) descansa en la premisa de que los seres racionales son (al menos potencialmente) buenos, que la vida terrena del hombre tiene un valor, que el conocimiento es a la vez alcanzable y deseable, y que los hombres son dignos de elevados niveles de vida. La idea de que el hombre debe buscar el progreso científico es incompatible con la hipótesis de que los hombres son criaturas que son, en estas significativas palabras de San Agustín «podridos. . . torcidos. . . sórdidos. . . manchados. . . y ulcerosos», abrumadoramente (y comprensiblemente) condenados a la perdición por una deidad indignada. [29] Stark convenientemente ignora estos puntos.

¿Por qué reprimió la Iglesia medieval a los librepensadores que se atrevieron a desafiar la ortodoxia? Porque, como un perfecto ejemplo histórico de religión pura, era necesariamente una institución de puro autoritarismo. Ella se veía a sí misma como el intermediario entre Dios y el hombre irremediablemente caído, quien no podía aspirar a elevarse sin su intercesión. Su ortodoxia fue literalmente la palabra de Dios; cualquier desviación era un rechazo de la agencia terrenal de Dios, y por lo tanto de la divinidad en sí – y era, consecuentemente, profundamente intolerable. Cuando los hombres no poseen la capacidad de mejorar su situación en la tierra – mucho menos salvarse a sí mismos – y son totalmente dependientes de la Iglesia de Dios, cualquier crítica de ella es un asalto a la deidad y desafía a la única institución capaz de traerles la redención a los hombres. Tolerar la independencia de pensamiento, dada la aborrecible esencia de los hombres, es tolerar la inevitable sedición espiritual. Para que el hombre se salve de su naturaleza pecaminosa no erradicable, su mente ha de ser esposada.

San Agustín, filosóficamente un cristiano neo-platónico, glorificó la esencia de la visión platónico-cristiana del mundo: el dualismo metafísico, la supremacía de un mundo trascendente y la importancia secundaria de este de aquí, la innoble bajeza de la existencia corporal del hombre. Tales fundamentos condujeron necesariamente a elevar la teología (el estudio de Dios) como disciplina cognitiva gobernante, y a devaluar la ciencia y la filosofía secular (el estudio de la naturaleza y la vida terrena del hombre).

En ello radica la causa fundamental de la tragedia que fue la Edad Media – y del error fundamental de Stark al atribuirle a la teología cristiana el compromiso de Occidente con el pensamiento racional. La razón es una metodología basada en la observación. Ella no comienza con creencias ya aceptadas en base a prejuicios y a continuación procede a «probar» su verdad. Sea estudiando al hombre, el funcionamiento interno de su mente, los gérmenes, las rocas, los insectos, los átomos, los puntos más lejanos del espacio intergaláctico, o cualquier otra cosa, la razón parte de la observación sensorial con un método de pensamiento lógico que contiene la famosa Ley de la No-Contradicción de Aristóteles: Ningún existente puede ser a la vez X y no-X al mismo tiempo y en el mismo sentido.

Pero no hay, ni puede haber, ninguna experiencia sensorial de una dimensión más allá de ésta. Más concretamente, no hay ninguna evidencia sobre la que establecer que la existencia y las actividades de los cuerpos materiales son causados por una causa inmaterial. (¿Cómo podría el espíritu o la conciencia corporal existir sin medios corporales, por ejemplo, los órganos de los sentidos, el sistema nervioso, el cerebro? ¿Cómo podría tal fantasma incorpóreo crear, controlar o de forma remota impactar seres con cuerpo?) Los teólogos y los religiosos en general, comienzan con una premisa de fantasía y a continuación proceden a aplicarle una lógica formal y rigurosa para burlar de sus implicaciones. El propio Stark señala que «la teología consiste en unrazonamiento formal acerca de Dios». Esto es admirablemente exacto. Los teólogos, empezando con una creación «deseada» de sus propias mentes, analizan las características de la creación aplicando de forma rigurosa los principios de la lógica formal, es decir, deductiva.

Pero el método de la razón, bien entendido, no es, desde luego, el usar la lógica formal para explicar las consecuencias contenidas en premisas arbitrarias. El razonamiento consiste, antes que nada, en la observación y la inducción a partir de ella. La lógica deductiva proporciona conocimientos solamente cuando se aplica a premisas basadas en última instancia en hechos observables.

En la historia de la filosofía, el término «racionalismo» tiene dos significados muy distintos. En un sentido, significa un compromiso riguroso con el pensamiento razonado, en contraste con el rechazo de la mente de cualquier irracionalista. En este sentido, Aristóteles y Ayn Rand son eminentemente racionalistas, opuestos a cualquier forma de falta de razón, incluida la fe. En un sentido más restringido, sin embargo, el racionalismo es opuesto al empirismo en lo que respecta a la falsa dicotomía entre el compromiso con la así llamada razón «pura» (es decir, la razón separada de la realidad percibible) y una dependencia exclusiva de la experiencia de los sentidos (es decir, la observación sin sacar ninguna conclusión de ella, sin inferencias). El racionalismo, en este sentido, es un compromiso con la razón entendida como una deducción lógica desde puntos de partida no-observados, y una desconfianza de la experiencia de los sentidos (por ejemplo, el método de Descartes). El empiricismo, de acuerdo con esta dicotomía equivocada, es la creencia que la experiencia de los sentidos proporciona el conocimiento de los hechos, pero que cualquier inferencia más allá de la observación es una mera manipulación de palabras o de símbolos verbales (por ejemplo, el enfoque de Hume). Tanto Aristóteles como Ayn Rand rechazan esa falsa dicotomía entre la razón y la experiencia de los sentidos, no siendo racionalistas en este sentido estricto.

La teología es la más pura expresión del racionalismo en el sentido de que aplica la deducción lógica a partir de premisas no basadas en hechos observables – deducción sin referencia a la realidad. El así llamado «pensamiento» implicado aquí es puramente formal, pero sin ningún fundamento observable, que carece de hechos, excluido de la realidad. Tomás de Aquino, por ejemplo, fue el mayor experto de la historia principal en el campo de la «angelogía». Nadie podía igualar su «conocimiento» de ángeles, y les dedicó mucho más espacio en su Suma Teológica a ellos que a la física.

He aquí la tragedia de la teología en su esencia destilada: El uso de la inteligencia humana de alta potencia, de genio, de deducción lógica profundamente rigurosa – no estudiando nada. En la Edad Media, las grandes mentes capaces de transformar el mundo no estudiaron el mundo, y así, durante más de un milenio, mientras los seres humanos gritaban en agonía – deteriorándose de hambre, comidos por la lepra y la peste, muriendo en enormes cantidades en su adolescencia – los hombres de la mente, que podrían haberles proporcionado su salvación en la tierra, les abandonaron a cambio de fantasías de otro mundo. Una vez más, estos puntos filosóficos fundamentales tienen mucho peso contra la argumentación de Stark, pero él simplemente los ignora.

La religión como tópico, la mejor religión posible, es racionalismo – la deducción a partir de premisas fantásticas – no racionalidad genuina. (La peor religión posible repudia incluso esta tenue conexión a la lógica, en favor de la adhesión a la fe pura). El propio Stark ofrece un perfecto ejemplo de este método falaz. Aunque es bien conocido por los estudiosos que Jesús tuvo por lo menos un hermano, Jaime, un líder de la iglesia de Jerusalén después de la muerte de Cristo, Stark afirma, como un ilustre ejemplo de «razonamiento» cristiano, que «Tomás de Aquino analizó la doctrina del nacimiento de Cristo de una virgen para deducir que María no tuvo otros hijos». En otras palabras, el enfoque religioso para la «verdad» es ignorar los hechos si ellos chocan con las deducciones lógicas de premisas extravagantes y basadas en la fe. Así, incluso un genio tan monumental como Tomás de Aquino – un aristotélico, un pensador con el mayor respeto por los hechos y la observación, y el mayor filósofo cristiano de la historia cristiana – no fue inmune a la infección cognitiva de la metodología religiosa. [31]

Por la propia naturaleza de su metafísica, la religión es incapaz de defender la razón. La religión sólo es compatible con las deducciones racionalistas a partir de premisas basadas en la fe. Y, en la Edad Media, si las deducciones de alguien chocaban con la ortodoxia, ese alguien corría el riesgo de castigo por su herejía. La religión y la racionalidad son antípodas primordiales. (Hay un campo llamado religión natural que emplea la observación en el intento de demostrar la existencia de Dios, pero deriva sus creencias originales de la fe, realiza saltos arbitrarios al mundo trascendente, es fácilmente refutado por filósofos racionales, y, por consiguiente, su validez es objeto de acalorados debates incluso entre teólogos.)

La racionalidad conlleva – de hecho, empieza con – un inviolable respeto por los hechos. Pero, como señala Jones, la identificación de los hechos, tan importante para Aristóteles y para los secularistas modernos, fue considerado de poco valor por parte de los hombres de la época medieval. Para ellos, los requisitos para la salvación eran de mucha mayor importancia que los hechos de la naturaleza. «Sobre cosas que no tenían relación con la fe – sobre las propiedades de los zafiros o la cura para la lepra, por ejemplo – no importaba mucho si uno se equivocaba o no». [32]

El mayor filósofo de la historia, el hombre cuyo método predominantemente consagró la racionalidad basada en la observación, fue Aristóteles. A pesar de sus errores, los extraordinarios logros de Aristóteles adelantaron significativamente la comprensión del hombre de la naturaleza, de su método para llegar a comprender sus propiedades y, por lo tanto, de su capacidad para dedicarse a la ciencia. Es imposible reconocer la grave falsedad de Stark cuando afirma que el catolicismo medieval, y no la cultura griega, fue el responsable eminente del compromiso de Occidente con la razón, sin tener en cuenta la obra y la influencia de Aristóteles.

Para Aristóteles, la realidad estaba fundamentalmente compuesta de materia formada, lo que él llamó «ousiai» o seres primarios (o sea, entidades); la realidad no era, por lo tanto, ni una acumulación de sensaciones discretas de los sentidos ni una dimensión espiritual más elevada, sino el reino de la naturaleza. Estas entidades (y todos los demás existentes, las cosas que existen) son lo que son (la Ley de Identidad), y no son lo que no son (la Ley de la No-Contradicción). El cambio (o proceso) natural es analizado racionalmente en términos de cómo la materia se re-forma, de cómo las cosas se convierten en lo que siempre tuvieron la capacidad de convertirse. Aunque propiamente no se aplica a objetos inanimados, el principio de Aristóteles de que las cosas tratan de alcanzar su potencial es profundamente fructífero para la comprensión de los seres vivos. El estudio de prácticamente cualquier tema, desde las plantas a la política, se inicia con la observación cuidadosa de una amplia gama de hechos relevantes. «Él quedó impresionado por el hecho de que, aunque los hechos por sí solos no producen entendimiento, los hechos son, sin embargo, mucho más ciertos que cualquier teoría». [33] Los seres humanos, al darse cuenta de su potencial para pensar y actuar racionalmente, podían aspirar, y conseguir, la excelencia, incluso en la tan importante esfera moral. Los hombres podían, por lo tanto, estar orgullosos – merecidamente además – y , en general ser felices en el transcurso de sus vidas.

En contraste con los medievales, el pensamiento de Aristóteles estaba escrupulosamente basado en la observación, en el naturalismo, en la racionalidad – no en la deducción racionalista a partir de premisas arbitrarias. Si los términos modernos pudieran ser aplicados sin anacronismos a los antiguos, su visión del mundo es predominantemente, casi exclusivamente, laica (secular). Sus intereses son la naturaleza, la vida, y el hombre – no la super-naturaleza, la vida futura, y dios. Su extraordinaria curiosidad intelectual y su energía le llevó a investigar todos los campos conocidos por los hombres de su tiempo – la lógica, la ética, la estética, la metafísica, la física, la biología, la meteorología, y muchos más – y ser un pionero para la comprensión del hombre en muchos de ellos. A lo largo del amplio cuerpo de sus escritos, su trabajo exhibió «la apasionada búsqueda por la desapasionada verdad». El conocido erudito contemporáneo estudioso de Aristóteles, Jonathan Barnes, lo expresa de esta manera: «Él [Aristóteles] cabalgó la antigüedad como un coloso intelectual. Nadie antes que él había contribuido tanto al aprendizaje. Nadie después de él nadie puede aspirar a rivalizar sus logros». [34]

Él es la coronación, la cima más alta del compromiso griego con el estudio de la naturaleza y de la ciencia. Gran parte de la filosofía griega pre-aristotélica – Thales, Anaxímenes, Heráclito, Demócrito – fue un intento de entender las difíciles cuestiones inherentes en la rica multiplicidad de la naturaleza: la de los problemas relacionados con el cambio (por ejemplo, ¿cómo puede un bebé crecer y convertirse en hombre y seguir siendo la misma persona?) y con el «uno en muchos» (por ejemplo, ¿cómo pueden una planta, un insecto, un pez, y un hombre ser el mismo tipo de cosa: un organismo vivo?). Aristóteles, el lógico por excelencia, aportó tanta racionalidad apasionada a este trabajo como cualquiera de sus predecesores – pero, en su celo por la observación, prescindió del racionalismo de ellos. Como un ejemplo, en la Historia de los Animales, Aristóteles cuenta el desarrollo de un embrión de pollo basándose en observaciones cuidadosas. Citando a Jones: «El método de Aristóteles fue una corrección sana del super-racionalismo de sus predecesores filosóficos…». [35]

¿Y cuánto más no sería esa corrección al des sus sucesores filosóficos en la época medieval?

Aunque de ninguna manera un erudito medieval, quien escribe esto no conoce a ningún científico de la Edad Media antes de Alberto Magno en el siglo XIII – un período de más de 600 años –, que adoptara el minucioso método de Aristóteles al estudio de la naturaleza. Al igual que otros pensadores medievales, Alberto citaba los textos anteriores, religiosos o seculares, como siendo autoridades indiscutibles. Pero además, sin embargo, era un observador de la naturaleza de primer orden, que navegó el Mar del Norte para acumular especímenes para la investigación, y que contribuyó significativamente a la reaparición del estudio de Aristóteles y al desarrollo de la ciencia medieval. «Alberto ayudó por un lado a introducir la filosofía de la ciencia de Aristóteles al mundo medieval y desafió a las concepciones prevalecientes sobre la naturaleza. En respuesta a la antigua tradición agustiniana, Alberto criticó la noción de que las ideas en la mente de Dios existen independientemente y le proporcionan la naturaleza formal a los objetos que podemos percibir. . . . Como resultado de ello, no estamos obligados a confiar en el conocimiento de Dios para el conocimiento de las cosas. . . . La propia naturaleza puede revelarnos este orden a nosotros. Con Alberto, la naturaleza, que ha sido demasiado a menudo silenciada por los intelectuales medievales, encuentra su propia voz. Una vez descubierta y de pronto haciéndose coherente, su voz gradualmente liberaría a la ciencia (y a las artes) de la teología». [36]

Antes de Alberto, por lo menos durante 500 años, la figura científica que dominaba la Europa medieval había sido Isidoro de Sevilla (560-636), cuyo libro, las Etimologías, «una mezcolanza. . . masiva de información y la desinformación. . . era una importante autoridad para todo el inicio de la Edad Media». [37] Isidoro, en consonancia con el espíritu religioso de su época, consideraba que las afirmaciones sobre el reino sobrenatural tenían mucha mayor importancia y certeza que las afirmaciones acerca de la naturaleza. En consecuencia, él repitió sin ninguna crítica fábulas sin fundamento sobre el mundo material, y no le dio ninguna importancia en la observación sensorial. Sin embargo, él fue, durante siglos, citado como una autoridad líder en la ciencia y, como señala Jones, » la ciencia del siglo XII avanzó poco más allá de Isidoro de Sevilla». [38]

Stark sabe, por supuesto, pero hace poca mención de que la preponderancia de los escritos de Aristóteles se perdieron en Occidente durante la Edad Oscura de los siglos V al IX y que, no de forma accidental, el Renacimiento medieval de los siglos XII y XIII coincide en gran parte con la recuperación de todo el corpus aristotélico de los grandes centros islámicos de aprendizaje en España. Es una evidencia histórica decir que los significativos avances intelectuales forjados por Alberto, por su brillante estudiante, Tomás de Aquino, y por sus colegas del inicio del período escolástico, estuvieron bajo la monumental influencia de Aristóteles. [39]

Incluso hoy en día, la influencia profundamente benéfica de Aristóteles no se aprecia plenamente. No fueron sólo (ni siquiera principalmente) los escritos de Aristóteles los que se perdieron en la Edad Oscura y el principio de la Edad Media; fue su espíritu, su enfoque, su orientación, su cognitiva historia de amor con este mundo. Si uno estudia los escritos de Aristóteles – y su historia de haberse perdido y, siglos más tarde, ser redescubiertos por el hombre occidental – uno ve claramente la enormemente positiva y recíproca relación causal entre la recuperación de las obras de Aristóteles y el Renacimiento medieval.

Después de siglos interminables en que la razón era la sirvienta de la fe – mientras la filosofía secular y la ciencia permanecían dormidas – los hombres de los siglos XII y XIII estaban sedientos de un mayor conocimiento de la naturaleza y de los avances prácticos que ese conocimiento trae consigo. ¿Y quien, en toda la historia de la humanidad hasta esa época, tenía un conocimiento tan amplio de la naturaleza como Aristóteles?

Al inicio del siglo XII, después de que la Reconquista le arrebatase grandes partes de España a los musulmanes y las entregase de nuevo al dominio católico, el arzobispo de Toledo Raimundo I facilitó el que eruditos cristianos, musulmanes y judíos tradujesen al latín las obras maestras griego que habían sido anteriormente perdidas, entre ellas las de Aristóteles. Y el conocimiento de esas obras maestras – sobre todo las de Aristóteles – inspiraron, y en algunos casos inflamaron, a los principales pensadores de la época con una pasión aún mayor por las verdades de la naturaleza.

En suma, los europeos occidentales redescubrieron los escritos de Aristóteles cuando estaban desesperadamente ansiosos por la sabiduría y el método cognitivo que esas obras contenían. No es exagerado afirmar que cuando el método de Aristóteles de racionalidad basada en la observación, al unísono con sus innumerables teorías y conocimientos específicos, se hizo culturalmente predominante, los grandes avances resultaron; cuando estuvieron ausentes o fueron suprimidos, resultaron sólo épocas miserablemente oscuras.

En una increíble inversión de la verdad, sin embargo, Stark afirma que el compromiso de Occidente con la razón y la ciencia fue una función de la cristiandad medieval y de San Agustín – y que Aristóteles y los griegos fueron su mayor obstáculo. Por ejemplo, él escribe: «San Agustín razonó motivado que la astrología es falsa, porque creer que el destino de uno está predestinado en las estrellas está en oposición al don de Dios del libre albedrío». Basado en tal » razonamiento» (es decir, en tales deducciones racionalistas y no-observacionales de una premisa basada en la fe), Stark afirma que la ciencia llegó a un primer plano en la Europa medieval. [40]

Stark, supuestamente un defensor de la lógica, le da poco o ningún crédito a Aristóteles por ser el pensador griego que fundó virtualmente la totalidad del campo de la lógica. Y tampoco hace Stark ninguna referencia a los superlativos avances científicos de Aristóteles, Arquímedes, Hipócrates, o parecidos. En vez de eso, él hace aseveraciones como: «Los elementos anti-científicos del pensamiento griego fueron resistidos por San Agustín. . .» y «Fue en explícita oposición a Aristóteles y a otros escritores clásicos que los escolásticos avanzaron hacia la ciencia». [41]

Stark dice que los griegos no eran científicos (que eran incluso anti-científicos), porque «su empiricismo era muy a-teórico, y sus teorías eran no-empíricas». Él afirma que Aristóteles no permitió que los hechos inhibieran sus teorizaciones. En En Los Cielos, el filósofo griego nos enseñó que la velocidad con la que los objetos caen hacia la tierra es directamente proporcional a su peso; que una roca que pesa diez kilos, por ejemplo, caerá el doble de rápido que una de cinco. Stark observa irónicamente que «un viaje a cualquiera de los acantilados cercanos que le habría permitido falsificar esta proposición». [42]

Pero puede serle igualmente mostrado a Stark que un viaje a la biblioteca Moody/Jones en el campus de la Universidad de Baylor le habría permitido a él acceso a las Obras Completas de Aristóteles y a datos suficientes para refutar su teoría. Por un lado, En Los Cielos es probablemente de un Aristóteles joven, cuando todavía estaba muy influenciado por Platón, y era, consecuentemente, mucho más de otro mundo, menos empírico, y menos científico en su pensamiento. Aunque los especialistas actuales de Aristóteles generalmente rechazan muchas de las afirmaciones de Werner Jaeger, un eminente estudioso de Aristóteles del siglo XX, todos generalmente confirman la visión general que El Filósofo evolucionó a partir de un modo inicial de pensamiento platónico y casi religioso al un modo de pensamiento como el gran filósofo científico / naturalista de su edad madura.

Aun así, en En Los Cielos, Aristóteles critica a menudo a sus predecesores, entre ellos a Platón, precisamente por teorizar de forma racionalista y no empírica – e insiste en que el razonamiento teórico siempre esté en consonancia con la observación sensorial. Por ejemplo, dice: «El motivo [por la cual sus predecesores están equivocados] es que sus principios últimos están erróneamente asumidos; que ellos tenían ciertas ideas preconcebidas y estaban decididos a hacer que todo encajara con ellas. . . . Como si algunos principios no necesitaran ser juzgados a partir de sus resultados y, sobre todo, por su cuestión final. Y esa cuestión. . . en el conocimiento de la naturaleza son los fenómenos que nos son dados siempre y correctamente por la percepción». [43]

Más fundamentalmente, el trabajo revolucionario de Aristóteles en la biología por sí solo refuta la tesis general de Stark. Puesto que Aristóteles era, por una parte, un cuidadoso y penetrante observador de los hechos biológicos. Sir David Ross, el preeminente escolar de Aristóteles en el idioma inglés del siglo XX, señala como ejemplo que Aristóteles «reconoció. . . el carácter de mamífero de los cetáceos – un hecho que no fue descubierto por todos los otros escritores hasta el siglo XVI» [44] De igual forma, David Lindberg, uno de los principales expertos contemporáneos de la historia de la ciencia, escribe que Aristóteles «describe la placenta del cazón. . . en términos que no fueron confirmados hasta el siglo XIX». Aristóteles no solamente sobrepasó a los pensadores anteriores en su devoción a los hechos observados en cuanto a las especies animales – también fue «el primero en abordar el problema de su clasificación». Él habla de más de quinientas especies en su Historia de los Animales, «la estructura y el comportamiento de muchos de ellos descritos en considerable detalle, a menudo basado en una hábil disección». [45]

Pero, sobre todo, Aristóteles trató de explicar las causas de que los animales sean como son. Él no se contentó simplemente con observar, seccionar y describir las partes y el funcionamiento de los animales; él se esforzó por identificar los principios que explicaran las razones por las que ellos son lo que son. El profesor Allan Gotthelf del Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Pittsburgh, y uno de los principales estudiosos contemporáneos de la biología de Aristóteles, formuló el punto de esta manera:

<< A partir de cualquier criterio razonable de lo que se considera un emprendimiento científico – el objetivo de comprender qué son las cosas y por qué son como son, de lograr ese entendimiento a través del descubrimiento de sus causas, de buscar esas causas a través de un examen cuidadoso y sistemático de toda la gama de datos pertinentes, de basar las conclusiones de uno exclusivamente en la evaluación racional de la evidencia, y de organizar todo esto en todo sistemático, un conjunto de teorías con amplio poder explicativo remontándose a los primeros principios. . . Aristóteles fue un gran científico, y está entre los mayores. >> [46]

No fue en balde que, dos milenios enteros después, un biólogo de nada menos el calibre de Charles Darwin pudo decir: «Linneo y Cuvier han sido mis dos dioses, aunque en formas muy diferentes, pero ellos eran simples alumnos del viejo Aristóteles». [47]   En el mismo sentido, Ernst Mayr, uno de los más distinguidos biólogos del siglo XX, escribió:

<< Nadie antes que Darwin ha contribuído a nuestra comprensión del mundo viviente más que Aristóteles. .  . . La característica excepcional de Aristóteles fue que él buscó las causas. Él no se contentó simplemente con preguntar el «cómo», sino que fue increíblemente moderno preguntándose el «por qué». ¿Por qué un organismo crece a partir de un huevo fertilizado hasta la perfecta forma adulta? . . . >> [48]

Stark podría fácilmente haberse dado cuenta que hoy, a principios de siglo XXI, Aristóteles es ampliamente y justamente reconocido como uno de los biólogos claves de la historia – un pensador que, en palabras de Lindberg, «contribuyó de forma monumental al desarrollo de las ciencias biológicas». Si un erudito contemporáneo quiere denigrar los logros científicos de Aristóteles, debería al menos familiarizarse con las fuentes pertinentes. Por ejemplo, Stark podría (y debería) haber leído al fácilmente accesible Jonathan Barnes, quien, en medio de una conversación sobre los logros de Aristóteles en zoología y biología, observó que «los estudios de Aristóteles en animales sentaron las bases para las ciencias biológicas, y no fueron superados hasta más de dos mil años después de su muerte». [49]

En general, la opinión de Stark de que la ciencia se basa en un marco teórico de San Agustín y de la teología cristiana, y de que su desarrollo se vio obstaculizado por Aristóteles y los griegos, representa un fantástico amasijo de errores. Que la ciencia no está y no puede estar basada en las deducciones de la religión, racionalistas y basadas en la fe, ya se ha establecido. La naturaleza engañosa de la tentativa de Stark de disociar la ciencia de sus raíces en el pensamiento griego, especialmente el aristotélico, ha sido expuesta también.

Los escolásticos, los pensadores del siglo XIII y de los siglos siguientes, fueron cristianos aristotélicos. Dándoles el crédito que se merecen muchos estudiosos católicos de la época, ellos estaban fascinados con lo que «El Filósofo» había escrito. Sus obras fueron estudiadas ávidamente durante el renacimiento medieval de este período. Afortunadamente para el mundo moderno, los escolásticos consiguieron, desde luego, por lo menos inicialmente, «avanzar hacia la ciencia». Alberto Magno y Tomás de Aquino fueron excepcionalmente importantes en este sentido. Pero fue el elemento aristotélico de la mezcla, su naturalismo, su laicismo, su racionalidad basada en la observación – la responsable por la nueva ola de interés en la naturaleza.

Los escolásticos, sin embargo, eran también aristotélicos cristianos, y con el andar de los siglos, fiel a la metodología cristiana, convirtieron las obras de Aristóteles en textos autoritativos, como si estuvieran basados en la fe o en un dogma racionalista. Como resultado, estos cristianos aristotélicos se opusieron a los inicios de la ciencia moderna. Pero fue el componente cristiano de la mezcla el que desdeñó las últimas conclusiones empíricas, aferrándose a las conclusiones específicas de Aristóteles como se aferraban a las creencias que los arbustos ardientes hablaban y que las vírgenes daban a luz. En términos de las respectivas epistemologías involucradas, fue el elemento cristiano el que se apoyó en gran medida en las autoridades – generalmente negándose a desafiar, o bien la Sagrada Escritura, o bien los escritos de los Padres de la Iglesia.

Obsérvese, por ejemplo, la sentencia impuesta a Galileo por la Inquisición papal, que le condenó porque «mantenía y creía una doctrina que era falsa y contraria a la Sagrada Escritura». La Inquisición castigó a Galileo por creer que «uno puede mantener y defender. . . una opinión después de haber sido declarada y definida contraria a la Sagrada Escritura». Esta última fue, desde la perspectiva de la Inquisición, la transgresión más oscura de Galileo. El método de Aristóteles, por el contrario, estaba orientado a la realidad, no basado en textos – motivado por los hechos y la observación, no centrado alrededor de fe en las autoridades – y en consecuencia él no dudó en desafiar a las autoridades, incluyendo su respetado mentor, Platón. [50]

La verdad es que los escolásticos no avanzaron hacia la ciencia con la oposición de Aristóteles, como Stark alega. Al contrario, ellos impidieron la ciencia a pesar de Aristóteles. Ellos se opusieron a Galileo, de la misma forma – y con el mismo método – que, siglos más tarde, los Fundamentalistas se opusieron a Darwin. Como Galileo – a pesar de estar enzarzado en una lucha a muerte cultural con esas mentalidades – correctamente insinuó: El propio Aristóteles, con su inquebrantable respeto por la evidencia, nunca rechazaría los resultados que su observación reveló a través del telescopio. Pero los Escolásticos del siglo XVII, atenazando el contenido aristotélico con la garra mortal de un método cristiano, sí lo harían y de hecho lo hicieron. [51]

Es difícil imaginar un libro más profundamente erróneo, en tantas áreas de la investigación intelectual, que La Victoria de la Razón de Stark. Con excepción de su identificación – que otros comparten, especialmente Ayn Rand – de que el compromiso con la razón fue la causa fundamental de los logros de Occidente, todos y cada uno de los principales puntos en el libro están enormemente equivocados. Ante la posibilidad de que este trabajo pueda ser culturalmente influyente, o de que el mundo occidental vea un resurgir religioso a largo plazo, la única respuesta racional es: ¡No lo quiera Dios…! .

Referencias

1  Rodney Stark, The Victory of Reason: How Christianity Led to Freedom, Capitalism, and Western Success (New York: Random House, 2005), pp. x–xi.

2  Ibid., xiv–xv, 35, 38–42.

3  Angus Maddison, Phases of Capitalist Development (New York: Oxford University Press, 1982), pp. 4–7. Angus Maddison, The World Economy: A Millennial Perspective (Paris: Organization for Economic Cooperation and Development, 2001), p.1. Andrew Bernstein, The Capitalist Manifesto: The Historic, Economic and Philosophic Case for Laissez-Faire (Lanham, Md.: 2005), pp. 73–136.

4  Graeme Snooks recounted in Joyce Burnette and Joel Mokyr, «The Standard of Living Through the Ages,» in The State of Humanity, edited by Julian Simon (Malden, Mass.: Blackwell Publishers, 1995), pp. 136–39.

5  Fernand Braudel, The Structures of Everyday Life: Civilization and Capitalism, 15th–18th Centuries (New York: Harper & Row, 1981), pp. 73–78.

6  J. J. Bagley, Life in Medieval England (London: B.T. Batsford, 1960), pp. 57–59, 156–159. Mabel Buer, Health, Wealth and Population in the Early Days of the Industrial Revolution (New York: Howard Fertig, 1968), pp. 104–105. Norman Cantor, In the Wake of the Plague (New York: Perennial, 2002), pp. 6–8. www.stanford.edu/~mooreChapter2.pdf.

7  W. T. Jones, A History of Western Philosophy, vol. 2, The Medieval Mind (New York: Harcourt, Brace, Jovanovich, 1969), pp. 141–142.

8  Richard Rubenstein, Aristotle’s Children: How Christians, Muslims and Jews Rediscovered Ancient Wisdom and Illuminated the Middle Ages (New York: Harcourt, Inc., 2003), pp. 61–62.

9  Andrew Coulson, Market Education: The Untold History (New Brunswick: Transaction Publishers, 1999), pp. 58–60.

10 Will Durant, The Story of Civilization, vol. 4, The Age of Faith (New York: Simon & Schuster, 1950), p. 123.

11  W. T. Jones, A History of Western Philosophy, vol. 2, The Medieval Mind (New York: Harcourt, Brace, Jovanovich, 1969), pp. 139–142. Richard Rubenstein, Aristotle’s Children: How Christians, Muslims and Jews Rediscovered Ancient Wisdom and Illuminated the Middle Ages (New York: Harcourt, Inc., 2003), pp. 59, 61–62. Charles Freeman, The Closing of the Western Mind: The Rise of Faith and the Fall of Reason (New York: Vintage Books, 2005), pp. 268–269.

12  Rodney Stark, The Victory of Reason: How Christianity Led to Freedom, Capitalism, and Western Success (New York: Random House, 2005), p. 35.

13  See Andrew Bernstein, The Capitalist Manifesto: The Historic, Economic and Philosophic Case for Laissez-Faire (Lanham, Md.: 2005), pp. 73–161.

14  Peter Gay, The Enlightenment Case: An Interpretation, 2 vols. (New York: Knopf, 1966, 1969). Andrew Bernstein, The Capitalist Manifesto: The Historic, Economic and Philosophic for Laissez-Faire (Lanham, Md.: 2005), 41–54, 70–72, 73–101.

15  W. T. Jones, A History of Western Philosophy, vol. 2, The Medieval Mind (New York: Harcourt, Brace, Jovanovich, 1969), pp. 63–65.

16  Malcolm Lambert, Medieval Heresy: Popular Movements from the Gregorian Reform to the Reformation (Malden, MA.: Blackwell Publishing, 2002), pp. 3–8.

17  W. T. Jones, A History of Western Philosophy, vol. 2, The Medieval Mind (New York: Harcourt, Brace, Jovanovich, 1969), pp. 125–127.

18  Will Durant, The Story of Civilization, vol. 4, The Age of Faith (New York: Simon & Schuster, 1950), pp. 769–776. Charles Freeman, The Closing of the Western Mind: The Rise of Faith and the Fall of Reason (New York: Vintage Books, 2005), p. 296.

19  Richard Rubenstein, Aristotle’s Children: How Christians, Muslims and Jews Rediscovered Ancient Wisdom and Illuminated the Middle Ages (New York: Harcourt, Inc., 2003), pp. 140–157. Will Durant, The Story of Civilization, vol. 4, The Age of Faith (New York: Simon & Schuster, 1950), pp. 769–784. W. T. Jones, A History of Western Philosophy, vol. 2, The Medieval Mind (New York: Harcourt, Brace, Jovanovich, 1969), pp. 67–69.

20  Will Durant, The Story of Civilization, vol. 4, The Age of Faith (New York: Simon & Schuster, 1950), pp. 931–948. Richard Rubenstein, Aristotle’s Children: How Christians, Muslims and Jews Rediscovered Ancient Wisdom and Illuminated the Middle Ages (New York: Harcourt, Inc., 2003), pp. 88–126. W. T. Jones, A History of Western Philosophy, vol. 2, The Medieval Mind (New York: Harcourt, Brace, Jovanovich, 1969), pp. 190–196.

21  For the quote and examples in the preceding three paragraphs, and for more such examples, see Will Durant, The Story of Civilization, vol. 4, The Age of Faith (New York: Simon & Schuster, 1950), pp. 949–983 (quote, p. 950).

22  Malcolm Lambert, Medieval Heresy: Popular Movements from the Gregorian Reform to the Reformation (Malden, Mass.: Blackwell Publishing, 2002), pp. 194–207. Regarding the persecution of the pagans, see, for example, Ramsay MacMullen, Christianity and Paganism in the Fourth to Eighth Centuries (New Haven: Yale University Press, 1997); regarding that of the Jews, see James Carroll, Constantine’s Sword: The Church and the Jews (Boston: Houghlin Mifflin, 2001), and Gustavo Perednik, «The Nature of Judeophobia,» www.perednik.org. To study the persecution of many women as «witches» who were religious non-conformists, see Jeffrey Burton Russell, Witchcraft in the Middle Ages (Ithaca, NY: Cornell University Press, 1972), Brian Levack, The Witch-Hunt in Early Modern Europe (London: Longman, 1995), and Alan Charles Kors and Edward Peters, Witchcraft in Europe: 400–1700 (Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 2001).

23  Rodney Stark, The Victory of Reason: How Christianity Led to Freedom, Capitalism, and Western Success (New York: Random House, 2005), p. 7.

24  Ibid., pp. 30–31.

25  Will Durant, The Story of Civilization, vol. 4, The Age of Faith (New York: Simon & Schuster, 1950), pp. 931–983. Richard Rubenstein, Aristotle’s Children: How Christians, Muslims and Jews Rediscovered Ancient Wisdom and Illuminated the Middle Ages (New York: Harcourt, Inc., 2003), pp. 88–167. W. T. Jones, A History of Western Philosophy, vol. 2, The Medieval Mind (New York: Harcourt, Brace, Jovanovich, 1969), pp. 60–69, 125–126, 172–173, 211.

26  Rodney Stark, The Victory of Reason: How Christianity Led to Freedom, Capitalism, and Western Success (New York: Random House, 2005), pp. 8–9.

27  Adrian Hastings, «Reason,» The Oxford Companion to Christian Thought (Oxford: Oxford University Press, 2000). Quoted in Charles Freeman, The Closing of the Western Mind: The Rise of Faith and the Fall of Reason (New York: Vintage Books, 2005), pp. 286–287.

28  W. T. Jones, A History of Western Philosophy, vol. 2, The Medieval Mind (New York: Harcourt, Brace, Jovanovich, 1969), pp. 72–138.

29  Saint Augustine, Confessions, translated by J. G. Pilkington (Liveright, NY, 1943), VIII, pp. vii, 16. Quoted in W. T. Jones, A History of Western Philosophy, vol. 2, The Medieval Mind (New York: Harcourt, Brace, Jovanovich, 1969), p. 106.

30  Rodney Stark, The Victory of Reason: How Christianity Led to Freedom, Capitalism, and Western Success (New York: Random House, 2005), p. 5.

31  Ibid., p.6. L. Michael White, From Jesus to Christianity (San Francisco: HarperSanFrancisco, 2004), pp. 149, 219, 229–230, 277.

32  W. T. Jones, A History of Western Philosophy, vol. 2, The Medieval Mind (New York: Harcourt, Brace, Jovanovich, 1969), pp. 169–170.

33  Aristotle, Metaphysics, translated by Richard Hope (Ann Arbor: University of Michigan Press, 1975), book I, pp. 3–6; Posterior Analytics, translated by G. R. G. Mure in The Basic Works of Aristotle, edited by Richard McKeon (New York: Random House, 1941), book II, pp. 184–186; Nicomachean Ethics, edited by Richard McKeon, pp. 935–1112; W. T. Jones, A History of Western Philosophy, vol.1, The Classical Mind (New York: Harcourt, Brace and World, Inc., 1969), pp. 214–311. Sir David Ross, Aristotle (New York: Routledge, 1995), pp. 1–16, 161–239. John Herman Randall, Aristotle (New York: Columbia University Press, 1960), pp. 27–28, 107–144.

34  John Herman Randall, Aristotle (New York: Columbia University Press, 1960), p. 1. Jonathan Barnes, Aristotle (Oxford: Oxford University Press, 1982), p. 1. Richard Tarnas, The Passion of the Western Mind (New York: Ballantine Books, 1991), pp. 55–68.

35  History of Animals, translated by D. W. Thompson in The Works of Aristotle, edited by J. A. Smith and W. D. Ross (Oxford: Oxford University Press, 1910–1952, vol. IV (1910), 561a3. Quoted in W. T. Jones, A History of Western Philosophy, vol. 1, The Classical Mind (New York: Harcourt, Brace and World, 1969), pp. 233–235.

36  William Wallace, «Foreword,» Albertus Magnus On Animals: A Medieval Summa Zoologica, translated and annotated by K. F. Kitchell and I.M. Resnick, 2 vols. (Baltimore.: Johns Hopkins University Press, 1999), vol. 1, pp. xvi–xx; and, regarding Albert’s achievements as a scientist, pp. 18–42. See also A. C. Crombie’s magisterial three volume study of the history of science, Styles of Scientific Thinking (London: Duckworth, 1994), vol. 2, pp. 1259–61 and 1503, note 53.

37  W. T. Jones, A History of Western Philosophy, vol. 2, The Medieval Mind, p. 141.

38  Ibid., p. 166.

39  Richard Rubenstein, Aristotle’s Children, passim. Charles Homer Haskins, The Renaissance of the 12th Century (New York: Meridian Books, 1970), pp. 278–365.

40  Rodney Stark, The Victory of Reason: How Christianity Led to Freedom, Capitalism, and Western Success (New York: Random House, 2005), p. 6.

41  Ibid., pp. 21–22.

42  Ibid., pp. 13–14, 17–20.

43  Aristotle, On the Heavens, translated by J. L. Stocks, The Complete Works of Aristotle: The Revised Oxford Translation, 2 vols., edited by Jonathan Barnes (Princeton: Princeton University Press, 1984), 306a 7–17. Werner Jaeger, Aristotle (Oxford: Oxford University Press, 1934), passim. John Herman Randall, Aristotle (New York: Columbia University Press, 1960), pp. 20–22, 28–30.

44  Sir David Ross, Aristotle (New York: Routledge, 1995), p. 118.

45  David Lindberg, The Beginnings of Western Science (Chicago: University of Chicago Press, 1992), p. 63.

46  Allan Gotthelf, «Aristotle as Scientist: A Proper Verdict,» in his Teleology, First Principles, and Substance: Essays on Aristotle’s Biology, forthcoming (Oxford: Oxford University Press, 2007). David Lindberg, The Beginnings of Western Science (Chicago: University of Chicago Press, 1992), pp. 62-68.

47  Allan Gotthelf, «Darwin on Aristotle,» Journal of the History of Biology, 1999, pp. 3–30.

48  Ernst Mayr, The Growth of Biological Thought (Cambridge: Harvard University Press, 1982), pp. 87–90. Sir David Ross, Aristotle (New York: Routledge, 1995), pp. XIV, 117–131. John Herman Randall, Aristotle (New York: Columbia University Press, 1960), pp. 145–148, 165–167, 219–242.

49  David Lindberg, The Beginnings of Western Science (Chicago: University of Chicago Press, 1992), pp. 62–68. Jonathan Barnes, Aristotle (Oxford: Oxford University Press, 1982), pp. 8–13.

50  Quoted in Edward Grant, God and Reason in the Middle Ages (Cambridge: Cambridge University Press, 2001), pp. 306–307.

51  Galileo Galilei, Dialogue Concerning the Two Chief World Systems—Ptolemaic and Copernican, translated by Stillman Drake (Berkeley: University of California Press, 1967), pp. 110–111. Edward Grant, God and Reason in the Middle Ages (Cambridge: Cambridge University Press, 2001), pp. 304–312. Richard Rubenstein, Aristotle’s Children: How Christians, Muslims and Jews Rediscovered Ancient Wisdom and Illuminated the Middle Ages (New York: Harcourt, Inc., 2003), pp. 6–11.

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El artículo de Bernstein me parece pésimo porque recurre a tópicos que son muy discutibles. Haría falta todo un artículo para refutar lo que dice. Comentaré dos cuestiones que me parecen las más relevantes, empezando por su afirmación de que… Leer más »

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Tal vez muchos errores del cristianismo medieval se deriven de los errores de Aristóteles, que sus defensores reconocen evadiendo mencionarlos en detalle. El alegato de Barnstein, defendiendo a Aristóteles como si fuera el creador de la civilización occidental, es tan… Leer más »

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