La cuestión no es la visión que uno pueda tener sobre el sexo, sino el derecho a la libertad de expresión — el derecho a tener cualquier punto de vista y poder expresarlo libremente.
A lo largo de todas las épocas, un enorme ataque a la facultad conceptual del hombre fue dirigido a sus fundamentos, es decir, a sus sentidos, en la forma de alegar que los sentidos del hombre no son «confiables». Lo único que faltaba es el descaro del Siglo XX declarando que los sentidos del hombre son superfluos.
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