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Argumento por intimidación

Hay un tipo de argumento que no es, de hecho, un argumento, sino más bien una forma de evitar la discusión, exprimiendo el acuerdo de un oponente con ideas que no han sido discutidas. Es el método de saltarse la lógica haciendo presión psicológica. . . Consiste en la amenaza de refutar el carácter de un oponente por medio de su argumento, refutando así el argumento sin llegar a debatirlo. Ejemplo: “Sólo un inmoral puede no ver que el argumento del candidato X es falso”. . . La falsedad del argumento es afirmada arbitrariamente y ofrecida como prueba de su inmoralidad.

En la jungla epistemológica actual, ese método es usado con más frecuencia que cualquier otro tipo de argumento irracional. Debe ser clasificado como una falacia de lógica, y podemos llamarlo “el argumento por intimidación”.

La característica esencial del argumento por intimidación es lo bien que refleja la duda moral de uno mismo, y cómo aprovecha el miedo, la culpa o la ignorancia de la víctima. Es usado en forma de ultimátum que le exige a la víctima renunciar a una cierta idea sin discutirla, bajo amenaza de ser considerado moralmente indigno. El patrón es siempre: “Sólo quienes son malvados (deshonestos, sin corazón, insensibles, ignorantes, etc.) pueden apoyar una idea así”.

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El argumento por intimidación domina los debates actuales de dos maneras diferentes. En discursos y escritos públicos aparece en forma de largas, intricadas y elaboradas estructuras de verborrea ininteligible, que no transmiten nada de forma clara, excepto una amenaza moral. (“Sólo una mente primitiva puede no darse cuenta de que la claridad es una simplificación excesiva”). Pero en la experiencia privada del día a día, surge sin palabras, entre líneas, en forma de sonidos inarticulados que sugieren implicaciones aproximadas. No cuenta con qué se dice, sino con cómo se dice: no con el contenido, sino con el tono de voz.

El tono es normalmente uno de incredulidad desdeñosa o agresiva. “Seguro que tú no eres un defensor del capitalismo, ¿verdad?” Y si eso no intimida a la pretendida víctima, que puede responder, correctamente: “Sí, lo soy”, entonces el diálogo continúa más o menos así: “Oh, ¡no puede ser! ¡No me digas!”. “Sí, te digo”. “¡Pero si todo el mundo sabe que el capitalismo está pasado de moda!”. “Yo no”. “¡Venga, venga!”. “Puesto que yo no lo sé, ¿puedes hacer el favor de decirme las razones por las que piensas que el capitalismo está pasado de moda?” “Oh, ¡no seas ridículo!” “¿Vas a decirme las razones?” “Bueno, pues ya ves, si no las sabes, ¡quién soy yo para decírtelas!”.

Todo eso acompañado de cejas levantadas, miradas con ojos como platos, encogimiento de hombros, gruñidos, risas, y todo un arsenal de señales no verbales que comunican insinuaciones siniestras y vibraciones emocionales de un solo tipo: desaprobación.

Si esas vibraciones fallan, si tales polemistas llegan a ser desafiados, uno se da cuenta de que carecen de argumentos, de evidencia, de pruebas, de razones, de base en la que apoyarse. . . que su ruidosa agresividad sólo sirve para ocultar un vacío, y que el argumento por intimidación es una confesión de impotencia intelectual.

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Quiero hacer hincapié en que el argumento por intimidación no consiste en introducir un juicio moral en cuestiones intelectuales, sino en sustituir la argumentación intelectual por un juicio moral. Hay evaluaciones morales implícitas en la mayoría de asuntos intelectuales; no es meramente permisible sino obligatorio emitir un juicio moral cuando y donde es apropiado; omitir tal juicio es un acto de cobardía moral. Sin embargo, cualquier juicio moral siempre debe seguir, no preceder (o sustituir) las razones en las que está basado.

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¿Cómo se neutraliza ese argumento? Sólo hay un arma contra él: la certeza moral.

Cuando uno entra en cualquier batalla intelectual – sea grande o pequeña, pública o privada – uno no puede buscar, desear o esperar la aprobación enemiga. La verdad o la falsedad han de ser la única preocupación y el único criterio de juicio de uno, no la aprobación o desaprobación por parte de otros; y, sobre todo, no la aprobación de aquellos cuyos estándares son los opuestos a los de uno.

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El ejemplo más célebre de respuesta adecuada al argumento por intimidación fue dado en la historia de los Estados Unidos por el hombre que, rechazando los estándares morales del enemigo, y con plena certeza de su propia rectitud, dijo:

“Si esto es traición, aprovéchala al máximo”.

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Fuentes:

“El argumento por intimidación”, La Virtud del Egoísmo

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