Si un hombre especula sobre lo que la «sociedad» debería hacer por los pobres, él está
aceptando la premisa colectivista de que las vidas de los hombres le pertenecen a la
sociedad, y que él, como miembro de la sociedad, tiene derecho a disponer de ellos, a
fijar sus objetivos, o a planificar la «distribución» de sus esfuerzos.
Esa es la confesión psicológica implícita en tales preguntas y en muchos temas del
mismo tipo.
En el mejor de los casos, es una confesión que revela el caos psico-epistemológico de
un hombre; revela una falacia que podríamos llamar «la falacia de la abstracción
congelada», que consiste en sustituir un tema particular concreto por la clase general
abstracta y más amplia a la que pertenece: en este caso es sustituir por una ética
específica (el altruismo) la abstracción más amplia «ética». De esa forma, un hombre
puede rechazar la teoría del altruismo y afirmar que él ha aceptado un código racional;
pero, al no conseguir integrar sus ideas, él continúa abordando las cuestiones éticas,
sin darse cuenta, en términos que han sido establecidos por el altruismo.
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Fuentes:
La virtud del egoísmo, (Capítulo 10: Éticas colectivizadas)
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