El aceptar con plena responsabilidad las propias decisiones y acciones (y sus consecuencias) es una disciplina moral tan implacable que muchos hombres intentan escapar de ella rindiéndose a lo que creen que es un refugio fácil, automático e irreflexivo: la moralidad del “deber”. Luego aprenden, aunque a veces es demasiado tarde.
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