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Analizando a los simpatizantes de Hamás

El sufrimiento de otros puede justificar la compasión, pero sólo si ese sufrimiento es inmerecido.

Alguien que es encarcelado injustamente puede provocar tu compasión, pero no si ese alguien ha sido debidamente encarcelado por cometer un delito. Simpatizar con este último es traicionar moralmente a su víctima, y subvertir el principio de justicia. Puedes compadecerte de un vecino cuya casa se ha quemado, pero no si fue él quien deliberadamente provocó el incendio. Y ciertamente no si provocó el incendio con la intención de quemar su casa.

Quienes piden compasión por la difícil situación de los palestinos en Gaza están ignorando el hecho de que su sufrimiento es el producto de sus propias acciones. Es la consecuencia directa del salvaje ataque contra Israel lanzado por su gobierno, Hamás, un ataque que fue celebrado en las calles de Gaza. Una encuesta reciente entre los palestinos muestra un apoyo abrumador al ataque. Si hay alguna oposición significativa a Hamás, ¿dónde están las protestas en Gaza, ahora que Israel ha lanzado un contraataque? ¿Dónde están los lugareños que deberían aclamar y unirse activamente al esfuerzo israelí para derrotar a Hamás (igual que los movimientos de la Resistencia en Europa ayudaron a los Aliados contra los nazis)? El sufrimiento que soportan los habitantes de Gaza debido a la guerra es un resultado autoinfligido de su apoyo a un gobierno asesino.

El sufrimiento de otros puede justificar la compasión, pero sólo si ese sufrimiento es inmerecido.

Pero, ¿no hay algunos habitantes de Gaza, por pocos que sean, que rechazan a Hamás y quieren su derrota? O al menos, ¿no son completamente inocentes los niños de Gaza? ¿Tiene Israel derecho a atacar a los que son genuinamente inocentes?

Sí, tiene derecho, porque Hamás ha hecho que esa guerra sea necesaria. La preocupación por el sufrimiento de los inocentes debería llevarnos a apoyar la eliminación de la causa. Y la causa fundamental es Hamás. Hamás ha iniciado la violencia. Israel, como víctima principal, tiene todo el derecho y toda la obligación moral de garantizar su seguridad destruyendo a Hamás, una tarea en la que las bajas civiles son inevitables. Eso es especialmente cierto porque Hamás se escuda intencionadamente detrás de sus propios civiles. Cuando los activos militares están situados dentro o debajo de hospitales, escuelas y mezquitas, esas estructuras deben ser demolidas. Cualquier pérdida de vidas inocentes es responsabilidad –la TOTAL responsabilidad– de Hamás y de todos los que lo apoyan. Es Hamás quien ha hecho que la autodefensa de Israel requiera una guerra total. (Y, por supuesto, Hamás tiene la opción de poner fin rápidamente a la guerra rindiéndose incondicionalmente y liberando a todos sus rehenes).

Si hay que tener compasión, esa compasión debería ser dirigida hacia Israel. Son los israelíes –tanto civiles como soldados– los inocentes, son los israelíes el blanco de la agresión palestina, son los israelíes el objeto de la «constitución» de Hamás exigiendo el exterminio de los judíos.

Cualquier limitación a sus esfuerzos por aniquilar a Hamás, incluyendo un alto el fuego «humanitario», simplemente aumenta el peligro, presente y futuro, para Israel. Si Israel tiene derecho a utilizar la fuerza como represalia, ¿qué justifica cualquier acción o inacción que pueda provocar la muerte de incluso un israelí más?

Mucha gente, sin embargo, rechaza la caracterización de Israel como parte inocente en ese conflicto. Afirman que Israel es un opresor, que mantiene esclavizados a los árabes, que los palestinos simplemente están luchando por su libertad. «Palestina libre» es su lema moralista.

Es un eslogan válido, pero que está dirigido al objetivo equivocado.

Si hay que tener compasión, esa compasión debería ser dirigida hacia Israel.

De hecho, los palestinos viven bajo opresión, pero es la opresión de sus propios gobiernos. El pueblo de Gaza vive bajo el gobierno autoritario de Hamás. El bárbaro desprecio por los derechos que Hamás muestra hacia los israelíes se refleja en el desprecio que muestra hacia su propia población. Los ciudadanos de Gaza no tienen derecho, por ejemplo, a la libertad de expresión; los medios de comunicación están controlados por el gobierno, y ninguna crítica pública a Hamás es tolerada. Esos ciudadanos no tienen libertad de religión, y no pueden disentir de los dogmas del Islam; las afrentas al Corán, desde la apostasía hasta la homosexualidad, son castigadas con la muerte.

Eso contrasta marcadamente con la vida en Israel, donde abunda la libertad de expresión, donde las publicaciones de todas las opiniones están disponibles gratuitamente, donde hay un poder judicial independiente, donde proliferan las mezquitas y las iglesias, donde los partidos políticos pro-palestinos no sólo existen sino que están en el Kneset. La población de Israel, tanto árabe como judía, disfruta de libertades que ningún palestino (ni ningún residente de prácticamente ninguna nación del Medio Oriente, aparte de Israel) disfruta. Así que quienes realmente quieren que los habitantes de Gaza sean libres deberían apoyar firmemente el intento de Israel de derrocar a su gobierno tiránico.

Debo añadir que negarse a permitir un Estado palestino no es una violación de los derechos de nadie. No existe ningún derecho de «autodeterminación» para establecer un Estado despótico, un Estado que rechaza categóricamente los derechos individuales. La Confederación de Estados Unidos en 1861 no tenía derecho de «autodeterminación» para establecer un país separado que esclavizara a los negros. No puede existir el derecho a violar los derechos. La base legítima para la existencia de Israel no es alguna antigua herencia bíblica, ni alguna noción colectivista de un derecho étnico a un Estado judío. Más bien, se basa en el principio individualista de los derechos, y en el hecho de que Israel —a pesar de sus muchas inconsistencias— es un país relativamente libre. La formación de un Estado palestino ahora crearía una entidad anti-libertad, que negaría los derechos tanto de su vecino israelí como de su propia ciudadanía.

Hay que subrayar que la guerra instigada por Hamás no está siendo librada por Israel contra una banda terrorista aislada. Hamás es el gobierno de Gaza. Controlaba Gaza. Sus combatientes fueron (y siguen siendo) alimentados, protegidos y armados gracias a los recursos de Gaza. Hamás cuenta con el apoyo militar y moral de los habitantes de Gaza. Eliminar la amenaza a Israel implica la conquista del territorio de Gaza. Y no sólo su conquista, sino su desmoralización.

Cuando el ataque a Pearl Harbor hizo que Estados Unidos entrara en la Segunda Guerra Mundial, el enemigo no era un grupo de pilotos «extremistas» que habían bombardeado el territorio estadounidense. El enemigo era el país de Japón. Para protegerse contra esa amenaza, Japón tuvo que ser devastado. Para ganar esa guerra, Estados Unidos tuvo que hacer que la población de Japón y de Alemania se dieran cuenta de que la ideología que alimentaba su agresión –el imperialismo japonés y el nazismo alemán– era la causa de su ruina. El pueblo tuvo que ser aplastado de tal forma que su ideología quedara completamente desacreditada. Debido a que Estados Unidos hizo exactamente eso, Alemania y Japón quedaron desmoralizados y se rindieron. Abandonaron sus filosofías letales, y finalmente dejaron de ser amenazas para el mundo libre.

Hay que subrayar que la guerra instigada por Hamás no está siendo librada por Israel contra una banda terrorista aislada. Hamás es el gobierno de Gaza.

El mismo proceso tiene que ocurrir ahora. Los habitantes de Gaza deben reconocer que su ideología dominante –la noción de que Israel, y todos los judíos, deben ser exterminados– es lo que ha llevado a su propia devastación, y que es necesario renunciar a ella. Esa es la única forma de detener la agresión y proteger a los inocentes. Y eso requiere una victoria total sobre Gaza y su gobierno, y una rendición incondicional. (Y, dicho sea de paso, es una vergüenza que el propio Israel no consiga justificar de modo irrefutable una guerra total).

Y sin embargo sigue habiendo una amplia simpatía por los palestinos. ¿Por qué? ¿Por qué se centra tanta gente con tanta miopía en el sufrimiento en Gaza, pero ignoran la causa fundamental de ese sufrimiento, es decir, la violencia iniciada y la amenaza actual que plantean los que aspiran a destruir Israel? ¿Por qué no se centran en el sufrimiento que los israelíes han soportado, y volverán a soportar, si Hamás sigue existiendo?

Porque han aceptado una ética altruista que considera que la necesidad de cualquier otro es un reclamo moral contra ellos.

La mayoría de la gente está de acuerdo con el principio del altruismo porque, en la superficie, parece simplemente fomentar una actitud de benevolencia hacia los demás, y un respeto por sus derechos. Pero implícitamente el altruismo exige algo muy diferente. Combina la benevolencia con el deber de poner las necesidades de los demás por encima de todo. Exige que aceptes una obligación que no has elegido, la obligación injustificada de satisfacer las necesidades de otra persona.

Si decides ayudar a tu vecino, cuya casa se ha quemado sin que él tenga la culpa, estás realizando un acto de generosidad loable. Estás mostrando buena voluntad hacia alguien que consideras que merece tu caridad, algo que no le debes y por lo cual él debería expresar su gratitud. Pero la gente no consigue distinguir entre la ayuda ofrecida como un regalo y la ayuda ofrecida como un deber. Al contrario, agrupan las dos cosas juntas, y creen que la necesidad de otra persona te impone a ti la obligación de aliviar esa necesidad, como si fuese una deuda, una deuda que se le debe al necesitado, una deuda que, por lo tanto, debe pagarse independientemente de la causa de la necesidad. Según ese punto de vista, cuando ves en la calle a un vagabundo que ha decidido pasarse la vida en un estupor alcohólico, da igual que él sea la causa de su propia miseria o no. Lo único que importa es que si hay alguien que necesita tu dinero, tienes el mandato moral de dárselo. El hecho primordial es su necesidad, que prevalece sobre todas las demás consideraciones.

Esa es la razón por la cual los miembros de una raza minoritaria son preferentemente contratados, o admitidos en las universidades, a expensas de los candidatos mejor cualificados. Esos otros candidatos pueden ser más merecedores, pero se considera que las minorías son más necesitadas. Y la necesidad supera al mérito. Ese enfoque puede denominarse la «tiranía de la necesidad». Todo debe sacrificarse por la necesidad de alguien, incluyendo el principio de justicia. Y si no satisfaces las necesidades de otra persona, has incumplido tu deuda. Te has vuelto responsable de su miseria. Te has convertido en su opresor.

Esa es la razón por la cual Israel es considerado el «malo» en esta guerra. Puede parecer incomprensible que las personas que cometieron actos de carnicería indescriptible, junto con quienes los aplaudieron o los toleraron, sean consideradas oprimidas, y que sus víctimas sean consideradas los opresores. Pero se vuelve comprensible si partimos de la premisa de que la necesidad constituye una exigencia moral. Los palestinos son más débiles y más pobres; por qué son más débiles y más pobres es irrelevante; lo único que importa es que sus necesidades son mayores. Cuanto más irracional y autodestructivo sea su comportamiento, mayor será su necesidad de ayuda, y más derecho tendrán a exigirla. De modo que los fuertes siempre deben estar subordinados a los débiles, los justos a los injustos, los inocentes a los culpables, los racionales a los irracionales, las víctimas israelíes a sus asesinos palestinos.

Un artículo del New York Times cita un mensaje en Facebook de una maestra de escuela de Atlanta, poco después del 7 de octubre, en el que explica su respaldo incondicional a los palestinos contra Israel: «La historia real de esta situación NO ES COMPLICADA. SIEMPRE estaré del lado de quienes tienen menos poder, menos riqueza, menos acceso y menos recursos y opciones. No importan los actos extremos de unos pocos militantes que estaban hartos de ver morir lentamente a su pueblo».

Esa es la implementación consecuente de la «tiranía de la necesidad».

Pero no hay razón para aceptar la necesidad de otro como un reclamo moral contra uno. El único imperativo moral válido aquí es el imperativo de la justicia: la justicia de apoyar a los inocentes y condenar a los culpables. Y la única forma de evitar el sufrimiento de los inocentes es que Israel haga todo lo necesario para destruir a Hamás, y que Gaza (y el resto de los palestinos) sea gobernada por un gobierno que reconozca los derechos de sus propios ciudadanos y de sus vecinos.

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Escrito por Peter Schwartz para una audiencia general, como artículo de opinión enviado (sin éxito) a varios medios de comunicación, en varias versiones, para su publicación. Traducido y editado por Objetivismo.org, con permiso de su autor.

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