Esa pregunta la hacen a menudo personas a quienes les preocupa el estado actual del mundo y quieren corregirlo. La mayoría de las veces, la pregunta asume una forma que indica la causa de la frustración: ¿Qué puede hacer una sola persona?
Yo estaba justamente preparando este artículo cuando recibí una carta de un lector que presenta el problema (y el error) aún más elocuentemente: «¿Cómo puede un individuo difundir la filosofía de usted a una escala lo suficientemente grande como para efectuar los enormes cambios que deben hacerse en todos los aspectos de la vida, para poder crear el tipo de país ideal que usted describe?».
Si esa es la forma como se plantea la pregunta, la respuesta es: no puede. Nadie puede cambiar un país él solo. Así que la primera pregunta que hay que hacer es: ¿Por qué aborda la gente el problema de esa forma?
Suponte que eres un médico en medio de una epidemia. No preguntarías: «¿Cómo puede un médico tratar a millones de pacientes y restaurar en el país entero la salud perfecta?». Sabrías, da igual que estés solo o que formes parte de una campaña médica organizada, que tienes que tratar al mayor número de personas al que puedas llegar, de la mejor forma que seas capaz, y que nada más que eso es posible.
Es lo que queda de la filosofía mística —concretamente, de la división cuerpo-mente— lo que hace que las personas aborden cuestiones intelectuales de una forma que no acostumbrarían a hacer con problemas físicos. Ellos no tratarían de detener una epidemia de la noche a la mañana, o de construir un rascacielos ellos solos. Y tampoco dejarían de reconstruir su propia casa que está en ruinas, con la excusa de que son incapaces de reconstruir la ciudad entera. Pero en el reino de la consciencia del hombre, en el reino de las ideas, ellos siguen tendiendo a considerar el conocimiento como irrelevante, y esperan realizar milagros instantáneos, de alguna manera…, o se quedan paralizados al proyectar una meta imposible.
(El lector cuya carta cité estaba haciendo las cosas correctas, pero sintió que se requería una escala más amplia de acción. Muchos otros se limitan a formular la pregunta, pero no hacen nada).
Si estás seriamente interesado en luchar por un mundo mejor, empieza por identificar la naturaleza del problema. La batalla es ante todo intelectual (filosófica), no política. La política es la consecuencia final, la implementación práctica de las ideas fundamentales (metafísicas, epistemológicas, éticas) que dominan la cultura de una nación dada. No puedes luchar o cambiar las consecuencias sin luchar contra las causas y modificarlas; y tampoco puedes intentar ninguna implementación práctica sin saber lo que quieres implementar.
En una batalla intelectual, no necesitas convertir a todo el mundo. La historia está hecha por minorías; o, más exactamente, la historia está hecha por movimientos intelectuales, los cuales son creados por minorías. ¿Quién pertenece a esas minorías? Cualquiera que sea capaz y que desee preocuparse activamente por temas intelectuales. Aquí, lo que cuenta no es la cantidad, sino la calidad (la calidad —y la consistencia— de las ideas que uno está defendiendo).
Un movimiento intelectual no comienza con una acción organizada. ¿A quién intentaría uno organizar? Una batalla filosófica es una batalla por las mentes de los hombres, no un intento de reclutar a seguidores ciegos. Las ideas pueden ser propagadas sólo por hombres que las comprenden. Un movimiento organizado debe estar precedido por una campaña educativa, la cual requiere maestros entrenados —auto-entrenados— (auto-entrenados en el sentido de que un filósofo puede ofrecerte el material de conocimiento, pero es tu propia mente la que tiene que absorberlo). Tal entrenamiento es el primer requisito para ser un médico durante una epidemia ideológica…, y la precondición para cualquier intento de «cambiar el mundo».
«Los enormes cambios que deben hacerse en todos los aspectos de la vida» no pueden ser hechos individualmente, poco a poco o «al por menor», por así decir; un ejército de cruzados no sería suficiente para hacerlos. Pero el factor que subyace y determina todos los aspectos de la vida humana es la filosofía; enséñales a los hombres la filosofía correcta, y sus propias mentes harán el resto. La filosofía es «el mayorista» en los asuntos humanos.
El hombre no puede existir sin algún tipo de filosofía, o sea, sin alguna visión completa e integrada de la vida. La mayoría de los hombres no son innovadores intelectuales, pero son receptivos a las ideas, son capaces de juzgarlas críticamente y de elegir el curso correcto, cuando y si se les ofrece. Hay también muchísimos hombres que son indiferentes a las ideas y a cualquier cosa que vaya más allá del contexto de lo concreto en el momento inmediato; tales hombres aceptan subconscientemente cualquier cosa que les sea ofrecida por la cultura de su época, y cambian ciegamente y de un extremo a otro con cualquier corriente fortuita. Ellos no son más que un lastre social —sean jornaleros o presidentes de empresas— y, por elección propia, son irrelevantes para el destino del mundo.
Hoy, la mayoría de las personas son extremadamente conscientes de nuestro vacío ideológico y cultural; están ansiosas, confundidas, y buscando respuestas a tientas. ¿Eres tú capaz de iluminarlas?
¿Puedes tú responder a sus preguntas? ¿Puedes tú ofrecerles un argumento consistente? ¿Sabes tú cómo corregir sus errores? ¿Eres tú inmune a la lluvia de ese constante bombardeo dirigido a la destrucción de la razón…, y puedes tú proveer a otros de proyectiles antimisiles? Una batalla política no es más que una escaramuza con mosquetones. Una batalla filosófica es una guerra nuclear.
Si quieres influenciar la tendencia intelectual de un país, el primer paso es poner orden en tus propias ideas, e integrarlas en un argumento consistente, en la medida de tu conocimiento y de tu capacidad. Eso no significa memorizar y recitar eslóganes y principios, sean Objetivistas o de otro tipo: el conocimiento necesariamente incluye la capacidad para aplicar principios abstractos a problemas concretos, para reconocer los principios en temas específicos, para demostrarlos, y para defender un curso de acción coherente. Eso no requiere omnisciencia ni omnipotencia; es la expectativa subconsciente de una omnisciencia automática en uno mismo y en otros lo que derrota a muchos potenciales cruzados (y la que sirve de excusa para no hacer nada). Lo que se requiere es honestidad, honestidad intelectual, que consiste en saber lo que uno sabe, constantemente ampliando el conocimiento de uno, y en jamás evadir o dejar de corregir una contradicción. Eso significa: desarrollar una mente activa como un atributo permanente.
Cuando (o si) tus convicciones están bajo tu control consciente y ordenado, entonces podrás comunicarlas a otros. Eso no quiere decir que debas pronunciar discursos filosóficos cuando es innecesario o inapropiado. Necesitas filosofía para que te respalde y te dé un argumento consistente cuando trates o discutas temas específicos.
Si te gustan las condensaciones (siempre que tengas en mente su pleno significado), diré: cuando preguntas: «¿Qué puede uno hacer?», la respuesta es: «hablar» (siempre y cuando sepas lo que estás diciendo).
Algunas sugerencias: no esperes a tener una audiencia nacional. Habla a cualquier nivel que esté disponible para ti, grande o pequeño; habla con tus amigos, con tus socios, con tus organizaciones profesionales, o en cualquier foro legítimo de discusión pública. Nunca sabes cuándo tus palabras alcanzarán la mente apropiada en el momento apropiado. No verás resultados inmediatos…, pero es a partir de tales actividades como la opinión pública es formada.
No deje pasar la oportunidad de expresar sus puntos de vista sobre cuestiones importantes. Escribe cartas al director en periódicos y revistas, a los comentaristas de TV y de radio y, sobre todo, a tus representantes políticos (que dependen de sus electores). Si tus cartas son concisas y racionales (en vez de incoherentemente emocionales), tendrán más influencia de lo que sospechas.
Las oportunidades para hablar están por todo tu alrededor. Sugiero que hagas el siguiente experimento: haz un «inventario» ideológico durante una semana, o sea, anota cuántas veces la gente expresa ideas políticas, sociales y morales erradas como si fueran verdades evidentes por sí mismas, con tu aprobación silenciosa. Luego acostúmbrate a objetar a tales comentarios; no, no es para que hagas largos discursos, que son raramente apropiados, sino simplemente para decir: «No estoy de acuerdo». (Y prepárate a explicar por qué, si tu interlocutor quiere saberlo). Esa es una de las mejores formas de detener la difusión de frases trilladas perniciosas.
(Si quien habla es inocente, eso le ayudará; si no lo es, eso socavará su confianza la próxima vez). En cualquier caso, no te mantengas callado cuando tus ideas y tus valores están siendo atacados.
No hagas «proselitismo» indiscriminadamente, es decir, no fuerces discusiones ni entres en argumentos con quienes no están interesados o no quieren discutir. No es tu trabajo salvar las almas de todo el mundo. Si haces las cosas que están en tu poder, no te sentirás culpable por no hacer —«de alguna manera»— las cosas que no lo están.
Sobre todo, no te unas a grupos o movimientos ideológicos equivocados, para sentir que estás «haciendo algo». Por «ideológico» (en este contexto) quiero decir grupos o movimientos que proclaman objetivos políticos vagamente generalizados, indefinidos (y, por regla general, contradictorios). (Por ejemplo, el Partido Conservador, que subordina la razón a la fe, y que sustituye el capitalismo por la teocracia; o los hippies «libertarios», quienes subordinan la razón a los caprichos, y sustituyen el capitalismo por el anarquismo). Unirse a tales grupos significa revertir la jerarquía filosófica y traicionar los principios fundamentales en aras de alguna acción política superficial que está destinada al fracaso. Significa que estás ayudando a derrotar tus ideas y a la victoria de tus enemigos. (Para una discusión de las razones, ver «La anatomía de las concesiones», en mi libro Capitalismo: el ideal desconocido).
Los únicos grupos a los que uno válidamente puede unirse hoy son comités ad hoc, o sea, grupos que se organizan para lograr una meta única, específica y claramente definida, sobre la cual los hombres con puntos de vista diferentes pueden estar de acuerdo. En esos casos, nadie puede tratar de adscribirle sus puntos de vista a todos los miembros del grupo, o usar al grupo para servir a algún propósito ideológico oculto (y eso tiene que ser vigilado con mucha, muchísima atención).
Estoy omitiendo la contribución más importante a un movimiento intelectual —escribir— porque esta discusión está dirigida a hombres de todas las profesiones. Los libros, los ensayos y los artículos son el combustible permanente de un movimiento, pero es peor que inútil tratar de convertirse en escritor sólo por el bien de una «causa». Escribir, como cualquier otro trabajo, es una profesión y debe ser abordada como tal.
Es un error pensar que un movimiento intelectual requiere algún deber especial, o algún esfuerzo y autosacrificio por tu parte. Requiere algo mucho más difícil: una convicción profunda de que las ideas son importantes para ti y para tu propia vida. Si integras esa convicción con cada aspecto de tu vida, encontrarás muchas oportunidades para iluminar a otros.
El lector cuya carta cité indica el patrón correcto de acción: «Como profesor de astronomía que soy, durante varios años he estado activamente dedicado a demostrarles el poder de la razón y el absolutismo de la realidad a mis alumnos… También me he esforzado en presentarles las obras de usted a mis colegas, siguiendo lo que ellos leen con una discusión siempre que es posible; y me he propuesto usar la razón en todas las acciones personales en las que me envuelvo».
Esas son algunas de las cosas correctas que hay que hacer, tan a menudo y tan ampliamente como sea posible.
Pero la pregunta de ese lector implicaba la búsqueda de algún atajo en forma de un movimiento organizado. Ningún atajo es posible.
Es demasiado tarde para un movimiento de personas que apoyan una mezcla convencional de nociones filosóficas contradictorias. Es demasiado pronto para un movimiento de personas dedicadas a una filosofía de la razón. Pero nunca es demasiado tarde o demasiado pronto para propagar las ideas correctas…, excepto bajo una dictadura.
Si alguna vez se implanta una dictadura en este país, será por la negligencia de quienes se han quedado callados. Todavía somos lo suficientemente libres para hablar. ¿Tenemos tiempo? Nadie puede saberlo. Pero el tiempo está de nuestro lado, porque contamos con un arma indestructible y con un aliado invencible (si aprendemos a usarlos): la razón y la realidad.
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Traducción: Objetivismo.org
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Fuente:
Filosofía: Quién la necesita, Ayn Rand
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Fantástico articulo