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En plena pandemia, el precio de la guerra de Trump contra la verdad

Cada hora que pasa estamos aprendiendo más sobre la propagación y lo letal que es el nuevo coronavirus. A la vez que la pandemia de COVID-19 ha trastornado drásticamente nuestras vidas y nuestra economía, también ha puesto de manifiesto las graves consecuencias de poner en el cargo más alto del país a alguien que está en guerra contra la verdad.

Incluso los partidarios fervorosos de Donald Trump reconocen que él tergiversa, exagera, estira e inventa los hechos. ¿Recuerdas su ceremonia de inauguración? Según Trump, allí hubo una participación récord. De hecho, no fue así.

Tal tergiversación habitual de la verdad desconcertó tanto a quienes se opusieron como a quienes votaron a regañadientes por él, pero los fervorosos partidarios de Trump cerraron los ojos a lo que eso significaba. Una racionalización favorita: es un defecto de carácter que no tiene mucha importancia. Sí, es un fanfarrón, pero ¿qué más da cuánta gente fuera a la inauguración, a fin de cuentas?

¿Y qué pasa con el resultado previsible de tener a alguien que habitualmente tergiversa la verdad en la Oficina Oval durante una crisis? Muchos evadieron ese escenario de pesadilla. Ahora lo estamos viviendo, mientras la pandemia del coronavirus se desata.

La lección a sacar de todo esto es que tú puedes evadir el carácter de un líder político…, pero no puedes escapar de las consecuencias de esas evasiones.

En enero, mientras las agencias de inteligencia y los funcionarios de salud le avisaron a la administración de Trump que había una crisis inminente, el presidente cerró los ojos al problema e insistió —como si desearlo lo hiciese realidad— en que no tenemos nada de lo que preocuparnos.

Cuando le preguntaron el 22 de enero si él estaba preocupado por la pandemia, Trump dijo: “No. En absoluto. Y lo tenemos totalmente bajo control”. Añadió: “Todo va a ir bien”. Descartando el riesgo, engañó al público estadounidense, el cual adquirió una falsa sensación de seguridad.

En una manifestación el 10 de febrero, Trump planteó la dudosa teoría de que, cuando llegara el tiempo más caluroso, el nuevo virus “desaparecerá milagrosamente”. El 23 de febrero, él nuevamente insistió en que “lo tenemos todo muy bien controlado”.

En una sesión informativa en la Casa Blanca el 26 de febrero, el presidente dijo que “el riesgo para el pueblo estadounidense sigue siendo muy bajo”. Refiriéndose a los 15 casos que había en ese momento en los Estados Unidos, afirmó que ese número “dentro de un par de días va a ser prácticamente cero”. Y añadió: “Estamos yendo sustancialmente hacia abajo, no hacia arriba”, a pesar de que el número de casos confirmados estaba aumentando, y de que más países estaban registrando más casos.

Los tests de diagnóstico para este coronavirus son esenciales para identificar la propagación y la letalidad del virus, y para ver si las prácticas de “distanciamiento social” están ralentizando efectivamente la transmisión. Recorriendo las instalaciones del Center for Disease Control el 6 de marzo, Trump le aseguró a la población que “cualquiera que quiera un test puede hacerse un test”, cuando de hecho esos tests eran, y siguen siendo, penosamente escasos.

Luego, después de que la Organización Mundial de la Salud calificara a la situación de pandemia, el 17 de marzo Trump afirmó que “yo sentí que era una pandemia mucho antes de que la llamaran pandemia”, y que “siempre la he considerado como siendo muy grave”, y dijo eso en descarado desafío de sus propias declaraciones y de sus acciones recientes.

En tiempos de crisis, necesitamos líderes que se comuniquen abiertamente, francamente, y diciendo la verdad. Lo que Trump ha hecho es minimizar el problema, vender falsas garantías, y mentir. Lo que eso ha hecho es inflamar la incertidumbre, el miedo y el pánico de la gente.

MientrasTrump se negaba a enfrentar los hechos, el gobierno de los Estados Unidos desperdició un tiempo precioso. Un tiempo que podría haber sido dedicado a preparar mejor a los hospitales y a hacer posibles tests rápidos y generalizados como en el modelo de Corea del Sur. ¿El resultado? Vidas innecesariamente perdidas. Y las evasiones de Trump han causado estragos en la vida cotidiana y en la economía del país. Durante semanas y semanas y semanas, el mensaje fue “lo tenemos todo totalmente bajo control”, y ahora de repente decenas de millones de estadounidenses están en confinamiento. Innumerables empresas están cerradas y tienen un futuro incierto. Muchas personas ya han perdido sus empleos. La recesión económica que se avecina es potencialmente catastrófica.

Negocios arruinados. Individuos despojados de sus medios de vida. Americanos enfermos y muertos, innecesariamente. La cuenta completa tardaremos años en calcularla.

La lección a sacar de todo esto es que tú puedes evadir el carácter de un líder político: el que cierre los ojos ante los hechos, el que desee que desaparezcan, el que invente historias para que todo el mundo se sienta bien. Puedes tolerar su guerra contra la verdad, racionalizándola como siendo puras chulerías. Y puedes decirte a ti mismo que, si estalla una crisis, ese líder milagrosamente enfrentará los hechos, dirá la verdad, y lidiará con las cosas honestamente. Pero no puedes escapar de las consecuencias de esas evasiones. El desprecio de Trump por los hechos y por la verdad es descarado, es parte de su carácter, y es total. Por lo tanto, es pura fantasía esperar que él lidie con una crisis honestamente, en vez de agravarla.

Todos estamos sufriendo las consecuencias destructivas de instalar en la Casa Blanca a una persona que desprecia los hechos.

# # #

por Elan Journo, director y “senior fellow” de The Ayn Rand Institute, y editor senior de New Ideal.

Publicado el 13 de abril del 2020.

Traducido y publicado por Objetivismo.org, con permiso del autor.

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