No, la verdad es que Donald Trump no ha matado literalmente a nadie, ni lo ha hecho en la Quinta Avenida. Pero más de 100.000 ciudadanos americanos han muerto por el COVID-19, y siendo fiel a su alarde de que él podría salirse con la suya a plena luz del día, sus seguidores están buscando cómo aceptar y excusar ese desastroso resultado.
Trump entendió a sus seguidores antes que nadie. En enero del 2016 proclamó: “Yo podría estar en medio de la Quinta Avenida y matar a alguien a tiros, y no perdería ningún votante”.
Él tenía razón. Ha demostrado que no hay nada que sus seguidores más acérrimos no excusarán, para no tener que admitir que ellos estaban equivocados. A esta altura, eso significa darle la bienvenida, obstinadamente e incluso insistentemente, a la muerte en masa.
A lo largo de varias conferencias de prensa en los últimos meses, Trump ha pasado de quitarle importancia al bajo número de casos de COVID-19 y afirmar que todo desaparecerá en unas pocas semanas, a reconocer cada vez cifras más altas de muertes, a jactarse de que será un exitazo si sólo mueren 90.000 personas, y más recientemente admitiendo que habrá por lo menos 100.000 muertes, que ya es un límite inferior. Eso es más que cualquier otra nación del mundo, probablemente incluyendo a China, aunque asumas que sus números oficiales han sido drásticamente subestimados.
No es sólo que Trump niegue la realidad; a esta altura, sabemos que él dice cualquier cosa que crea que le dará buena imagen en ese momento. Él vive en un eterno presente, y lo que dice hoy no tiene por qué ser consistente con lo que dijo ayer, ni tener ninguna relación con lo que dirá mañana.
Pero el punto más profundo y más siniestro es que Trump se ha aclimatado gradualmente a sí mismo y ha aclimatado a sus seguidores al hecho de que mucha gente va a morir, y a que ni siquiera están tomando los pasos básicos necesarios para evitarlo.
Este ha sido el patrón desde el principio, el método por el cual Trump consigue que sus seguidores acepten sus proverbiales tiroteos en la Quinta Avenida:
– Primero insiste en que no es real, que él no lo hizo, que todo es un bulo.
– Luego admite que sí es real, pero que los medios lo están exagerando y sacándolo de contexto.
– Luego, de forma desafiante, proclama que sí, que por supuesto él lo hizo. Es normal, es perfecto, es lo que todo el mundo hace, así que, ¿por qué armar tanto jaleo por ello?
Pero estamos hablando de que muchas personas están muriendo, y muriendo innecesariamente.
Estados Unidos podría haber implementado un modelo que ha funcionado en otros países, como en Corea del Sur, un sistema de “test-rastreo-aislamiento”. Y aún puede hacerlo, pero los seguidores de Trump se han dado cuenta de que él ha renunciado del todo a hacer algo sobre el coronavirus, y han decidido disculparlo de eso también.
Un sistema así sería difícil de implementar, sobre todo dada la extensión de la pandemia. Requeriría un gran esfuerzo, pero ciertamente nunca sucederá si el país ni siquiera lo intenta. Estados Unidos nunca ha aceptado ser menos capaz que otros países de hacer cosas difíciles, y si lo acepta en este caso, es porque el presidente decidió no molestarse en hacer ese trabajo.
A medida que los recuentos de muertes aumentan y superan las seis cifras, es importante recordar que eso fue una decisión, aunque fuese tomada por defecto. El presidente no ha matado a esas 100.000 personas, pero ha abrazado alegremente sus muertes, a través de su indiferencia y su negligencia.
Todo ello ha sido realizado a plena luz del día, y sus seguidores están ahora ratificando esa decisión.
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por Robert Tracinski, editor de The Tracinski Letter y autor del libro: So, Who Is John Galt, Anyway? A Reader’s Guide to Ayn Rand’s Atlas Shrugged.
Editado, traducido y publicado con permiso del autor. Ver escrito completo original en inglés aquí.
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