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La moralidad del sacrificio

Tú, que no tienes criterio de autoestima, aceptas la culpa y no te atreves a hacer preguntas. Pero tú sabes la respuesta que no admites, negándote a reconocer lo que ves, la premisa oculta que mueve vuestro mundo. Tú lo sabes, no en una enunciación honesta, sino en forma de una oscura desazón dentro de ti, mientras fluctúas entre engañar sintiéndote culpable y practicar a regañadientes un principio demasiado malvado para nombrar.

¿Por qué es moral servir la felicidad ajena, pero no la tuya propia? Si disfrutar es un valor, ¿por qué es moral cuando es experimentado por otros, pero inmoral cuando es experimentado por ti?

Yo, que no acepto lo inmerecido ni en valores ni en culpa, estoy aquí para hacer las preguntas que habéis evadido. ¿Por qué es moral servir la felicidad ajena, pero no la tuya propia? Si disfrutar es un valor, ¿por qué es moral cuando es experimentado por otros, pero inmoral cuando es experimentado por ti? Si la sensación de comer un pastel es un valor, ¿por qué es una complacencia inmoral en tu estómago, pero un objetivo moral para ti el que lo logres en el estómago de otros? ¿Por qué es inmoral para ti el desear, pero moral el que otros lo hagan? ¿Por qué es inmoral producir un valor y quedárselo, pero moral darlo? Y si no es moral el que tú te quedes con un valor, ¿por qué es moral que los otros lo acepten? Si eres desinteresado y virtuoso cuando lo das, ¿no son ellos interesados y malvados cuando lo toman? ¿Es que la virtud consiste en servir al vicio? ¿Es el objetivo moral de los que son buenos su auto-inmolación en beneficio de los que son malos?

La respuesta que evadís, la monstruosa respuesta es: No, los que toman no son malos, siempre que ellos no hayan ganado el valor que les diste. No es inmoral que ellos lo acepten, siempre que ellos sean incapaces de producirlo, incapaces de merecerlo, incapaces de darte ningún valor a cambio. No es inmoral el que ellos lo disfruten, siempre que no lo hayan obtenido por derecho.

Tal es la esencia secreta de vuestro credo, la otra mitad de vuestro doble criterio: es inmoral vivir por tu propio esfuerzo, pero moral vivir por el esfuerzo de otros – es inmoral consumir tu propio producto, pero moral consumir el producto de otros – es inmoral ganar, pero moral mendigar – los parásitos son la justificación moral para la existencia de los productores, pero la existencia de los parásitos es un fin en sí misma – es malo beneficiarse a través de logros, pero bueno beneficiarse a través de sacrificio – es malo crear tu propia felicidad, pero bueno disfrutarla al precio de la sangre de otros.

Vuestro código divide a la humanidad en dos castas y exige que vivan por reglas opuestas: los que pueden desear cualquier cosa y los que no pueden desear nada, los escogidos y los condenados, los jinetes y los acarreadores, los devoradores y los devorados. ¿Qué criterio determina tu casta? ¿Qué contraseña te admite a la élite moral? La contraseña es falta de valores.

Sea cual sea el valor implicado, es tu falta del mismo la que te da una reivindicación sobre aquellos a quienes no les falta. Es tu necesidad lo que te da una reivindicación a recompensas. Si eres capaz de satisfacer tu necesidad, tu habilidad anula tu derecho a satisfacerla. Pero una necesidad que eres incapaz de satisfacer te da el primer derecho sobre las vidas de la humanidad.

Si tienes éxito, cualquier hombre que fracasa es tu amo; si fracasas, cualquier hombre que tiene éxito es tu siervo. Sea tu fracaso justo o no, sean tus deseos racionales o no, sea tu desgracia inmerecida o el resultado de tus vicios, es la desgracia la que te da derecho a recompensas. Es el dolor, no importa su naturaleza o su causa, el dolor como un absoluto primario, el que te da una hipoteca sobre toda la existencia.

Si curas tu dolor por tu propio esfuerzo no recibes crédito moral: tu código lo considera desdeñosamente como un acto de interés propio. Sea cual sea el valor que intentes adquirir, sea riqueza o comida o amor o derechos, si lo adquieres por medio de tu virtud, tu código no lo considera como una adquisición moral: tú no le ocasionas pérdidas a nadie, es un comercio, no una limosna; un pago, no un sacrificio. Lo merecido pertenece al reino egoísta y comercial del beneficio mutuo; es sólo lo inmerecido lo que establece esa transacción moral que consiste en el beneficio de uno al precio de un desastre para el otro. Exigir recompensas por tu virtud es egoísta e inmoral; es tu falta de virtud la que transforma tu demanda en un derecho moral.

Una moralidad que considera la necesidad como una reivindicación, considera el vacío – la no-existencia – como su norma, su criterio de valor; recompensa una ausencia, un defecto: debilidad, ineptitud, incompetencia, sufrimiento, enfermedad, desastre, la falta, la lacra, el fallo – el cero.

¿De quién es la cuenta que paga por estas reivindicaciones? De los que son maldecidos por ser no-ceros, cada uno hasta el límite de su distancia a ese ideal. Ya que todos los valores son el producto de virtudes, el grado de tu virtud es usado como la medida de tu castigo; el grado de tus faltas es usado como la medida de tu ganancia. Tu código declara que el hombre racional debe sacrificarse a sí mismo a lo irracional, el hombre independiente a los parásitos, el hombre honrado al deshonesto, el hombre de justicia al injusto, el hombre productivo a vagos delincuentes, el hombre de integridad a mocetones corrompidos, el hombre de autoestima a neuróticos resentidos. ¿Os sorprendéis de la suciedad del alma en los que veis a vuestro alrededor? El hombre que logra estas virtudes no aceptará vuestro código moral; el hombre que acepta vuestro código moral no logrará estas virtudes.

Bajo la moralidad del sacrificio, el primer valor que sacrificas es la moralidad; el siguiente es la autoestima. Cuando la necesidad es la norma, cada hombre es a la vez víctima y parásito. Como víctima, tiene que trabajar para satisfacer las necesidades de otros, quedándose en la posición de un parásito cuyas necesidades deben ser satisfechas por otros. No puede acercase a sus prójimos excepto en uno de dos desgraciados papeles: él es a la vez un mendigo y un imbécil.

Le temes al hombre que tiene un dólar menos que tú, ese dólar es suyo por derecho, te hace sentirte un defraudador moral. Odias al hombre que tiene un dólar más que tú, ese dólar es tuyo por derecho, te hace sentir que estás siendo defraudado moralmente. El hombre debajo es un motivo de tu culpa, el hombre encima es un motivo de tu frustración. No sabes qué entregar o exigir, cuándo dar y cuándo agarrar, qué placer en la vida es tuyo por derecho y qué deuda aún está impagada a otros – te esfuerzas por evadir, como “teoría”, el conocimiento de que por el criterio moral que has aceptado eres culpable cada momento de tu vida, no hay un bocado de comida que tragues que no sea necesitada por alguien en algún lugar de la Tierra – y abandonas el problema en ciego resentimiento, llegas a la conclusión que la perfección moral no es para ser alcanzada o deseada, que te revolcarás agarrando lo que puedas agarrar y evitando los ojos de los jóvenes, de los que te miran como si la autoestima fuera posible y esperaran que tú la tuvieras. Culpa es todo lo que retienes dentro de tu alma – y lo mismo hace todo hombre, al cruzarte con él, evitando tus ojos. ¿Te preguntas por qué tu moralidad no ha conseguido la hermandad en la Tierra o la buena voluntad entre los hombres?

La justificación del sacrificio, que tu moralidad pregona, es más corrupta que la corrupción que alega justificar. El motivo de tu sacrificio, te dice, debería ser amor – el amor que deberías sentir por cada hombre. Una moralidad que profesa la creencia que los valores del espíritu son más preciosos que la materia, una moralidad que te enseña a despreciar a una prostituta que entrega su cuerpo indiscriminadamente a todos los hombres, esa misma moralidad exige que entregues tu alma al amor promiscuo por todos los que aparezcan.

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Fuente: «Soy John Galt quien habla» (de La Rebelión de Atlas, Ayn Rand)

Ver discurso completo de Galt aquí

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Es muy diferente, si yo le ayudo al prójimo porque yo lo decido, a hacerlo porque se me impone por la fuerza. Lo primero sería lo correcto y lo segundo sería lo inmoral. Hemos sido educados para pensar sólo en… Leer más »

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