En uno de los mayores actos de independencia que ha habido en el mundo, Ayn Rand declara, en efecto, que la esencia del Sermón de la Montaña, con todo lo que presupone y todo lo que implica, es malvada.
La idea que el bien consiste en lograr el bien de los demás, de tu vecinos, de tu país, incluso de tus enemigos, de cualquier uno y cualquier cosa, real o imaginaria, siempre que no seas tú; la idea que debes sacrificar tus valores personales sin siquiera esperar nada a cambio; la idea que nobleza significa desprendimiento, y que maldad significa preocuparse por uno mismo; la idea que moralidad es sinónimo de altruismo y que inmoralidad es sinónimo de egoísmo; todo eso es desafiado en La Rebelión de Atlas.
Sobre todo este planteamiento del bien y del mal, Ayn Rand hace preguntas que nadie antes se atrevió a preguntar.
«¿Qué es el bien…», ella pregunta, «…según esta moralidad?» Supuestamente es que logras el bien de otros. Pero ¿cuál es, entonces, el bien de esos otros? Bueno, supuestamente, que ellos a su vez logren el bien de otras personas. Pero entonces seguimos enfrentando la misma pregunta sin responder: «¿Cuál es el bien de esas otras personas?»
A la pregunta «¿qué es el bien?», este enfoque a la moralidad de hecho no ofrece ninguna respuesta. Te da sólo una cadena de flechas que no conducen a ninguna parte; una fila de ceros cuya suma es… nada.
El código no defiende ningún valor final, ningún ideal positivo, no se preocupa por la principal tarea de la ética, que es: definir el bien al cual los hombres deben intentar llegar.
¿Cómo les afecta esto a los hombres en la práctica? Significa que es imposible saber si uno ha alcanzado el bien o ha fracasado en el intento.
¿Cómo le afecta esto a un hombre de auto-estima? Para cualquiera que se esfuerce en ser bueno, este código declara que nunca has hecho lo suficiente. No importa cuánto hayas sacrificado, nunca puedes alcanzar tu propia perfección moral. Nunca puedes lograr el bien.
¿Alguna vez te has preguntado por qué las demandas de sacrificio pueden continuar creciendo sin parar? El impuesto sobre la renta, por ejemplo, comenzó como algo que sólo (¡por supuesto!) se aplicaría a los muy ricos, y que, por supuesto, tendría un tope del 7% de los ingresos.Pero luego creció al 15%, 20%, 25% de todos los ingresos, e incluyó en sus garras a más y más ciudadanos productivos.
¿Podemos, en cualquier etapa, protestar que ya hemos sacrificado lo suficiente, que ya hemos conseguido el bien de los demás? No seas tan ingenuo, ¿quién dijo que el bien se puede lograr?
O ¿por qué es que, década tras década, cuanto más dinero los EE.UU. vierten en Asia, África y Oriente Medio, más limosnas se nos exigen? ¿Podemos alguna día protestar que hemos sacrificado lo suficiente, que hemos alcanzado el bien de los demás? No seas tan ingenuo, ¿por qué crees que el bien se puede lograr?
Por lo tanto el resultado de cualquier persona racional que se esfuerza en ser buena, es un estado de ansiedad moral, duda en sí misma, y culpabilidad. No importa cuánto haya sacrificado, le obsesiona la idea que podría haber sacrificado aún más.
La mayoría de la gente buena por lo tanto, dejan de intentar ser 100% morales, y de esa forma abandonan la búsqueda de la auto-estima.
¿Y qué pasa con los sinvergüenzas que en realidad no se preocupan con ser morales? Independientemente de la naturaleza de sus acciones específicas, o de lo terrible que sea el resultado al que hayan llegado, mientras su motivo no sea su interés propio, cualquier cosa les está permitida. Hagan lo que hagan, conservan el halo de la moralidad.
¿Te has preguntado por qué, cuando los así llamados «humanitarios» de la ONU generan debacle tras debacle y corrupción tras corrupción, su poder y su prestigio sólo hacen aumentar? ¿Te has preguntado alguna vez por qué cuando un programa de gobierno tras otro lleva al desastre, cuando la seguridad social socava la jubilación de una persona, y la educación pública socava la mente de un niño, el poder de estos programas sólo hace aumentar? ¿Te has preguntado por qué, mientras individuos eran asesinados por miles y decenas de miles en la Rusia y China comunistas, tanto los espectadores de Oriente como de Occidente decían «dadles más tiempo, puede que a la larga consigan el bien de los demás»…?
La Rebelión de Atlas nos da la respuesta: nada puede contar como fracaso en lograr el bien de otros, porque nada cuenta como éxito. Citando a Atlas:
«El bien de otros es una fórmula mágica que transforma cualquier cosa en oro, una fórmula a ser recitada como garantía de gloria moral y como fumigador de cualquier acción, incluso la masacre de un continente. No necesitas pruebas, ni razones, ni éxito. Lo único que necesitas saber es que tu motivo era el bien de los demás, no el tuyo propio. Tu única definición del bien es una negación: El bien es lo no-bueno para mí».
Así que lo que tenemos aquí es una moralidad negativa. Este código es incapaz de especificar la naturaleza del bien, pero sí define en preciso detalle la naturaleza del mal. Preocuparte con avanzar tu propio interés es malvado. Para escapar del mal, por lo tanto, debes sacrificar tus valores. El consejo concreto que te ofrece el código es: sacrifícate, sacrifícate y luego sacrifícate aún más.
Esta es la verdadera finalidad del código, y por lo que Ayn Rand lo llama «la moralidad del sacrificio». Sacrifica tu dinero a desconocidos que no se lo han ganado – proclama el Sermón de la Montaña – y sacrifica tu amor a los enemigos que odias. Sacrifica tus valores, tanto de materia como de espíritu. Sacrifica. Sacrifica. Sacrifica.
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por Onkar Ghate, Profesor de Filosofía del Ayn Rand Institute
Traducción: Objetivismo.org
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