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Intrinsicismo y subjetivismo como dos formas de rechazar la objetividad — OPAR [4-5]

Capítulo 4- Objetividad

Intrinsicismo y subjetivismo como dos formas de rechazar la objetividad [4-5]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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* * *

Así como la teoría de conceptos de Ayn Rand tiene implicaciones para el resto de la epistemología, otras teorías de conceptos también tienen sus propias implicaciones. Su teoría lleva a Ayn Rand a definir y exigir objetividad en la cognición humana. Las teorías opuestas llevan al resultado opuesto; intencionalmente o no, las llevan a rechazar la objetividad.

Históricamente, las tres principales teorías de conceptos son: el realismo platónico, el realismo aristotélico y el nominalismo.

Platón sostenía que los conceptos se refieren a universales en otro mundo: a Formas inmateriales tales como la “esencia de hombre” («hombresía»), la “esencia de mesa” [¿»mesía»?], la “bondad”, etc., las cuales, según él, son independientes de la consciencia y de cualquier encarnación concreta. Es la teoría conocida como «realismo», porque las abstracciones se consideran existentes externos; son consideradas como características intrínsecas a la realidad, independientemente de cualquier relación con el hombre o con su mente. Siempre que a una persona se le dé la preparación intelectual y moral correcta, nos dice Platón, la memoria de estas entidades (que los hombres conocieron en una vida anterior) gradualmente retornará. Al final, dice Platón, lo único que tiene que hacer la mente es permanecer inmóvil, pasiva, receptiva, para que la luz de la verdad penetre fluyendo automáticamente en ella, en forma de una intuición completa e inconfundible.

La teoría de Aristóteles es más naturalista que la de Platón, pero sigue llevando la marca de Platón. Toda entidad, dice Aristóteles, es un compuesto metafísico hecho de dos elementos: forma y materia, o estructura y otras cosas. El primero es el factor «universalizador», que es el mismo en todos los casos de un grupo, y que es lo que nos permite agrupar a todos esos casos bajo un único concepto. El segundo es el factor «particularizador», que es único en cada caso y lo que hace que cada cosa sea un concreto irrepetible.

Para Aristóteles, los universales no están en otro mundo, sino que siguen siendo fenómenos intrínsecos en la realidad. Los universales, según su visión, existen en los particulares (en los objetos concretos), como elementos independientes del hombre. La “esencia de mesa” (la «mesía») y todas las demás «esencias» existen allá afuera en el mundo, como características estructurales de las entidades físicas, estructuras que son independientes de cualquier proceso de consciencia. En cuanto a cómo puede uno a conocer tales características, la respuesta de Aristóteles, aunque más plausible que la de Platón, también acaba siendo: a través de una receptividad pasiva o «intuición».

Para él, también, la mente al fin y al cabo lo único que tiene que hacer es mirar hacia afuera y esperar a que se graben en ella los factores externos relevantes.

El realismo aristotélico es una especie de platonismo con sentido común. La teoría es brillante e incluso válida en muchos aspectos cruciales. Su mayor virtud es intentar combatir tanto a Platón como a Protágoras; es el único intento importante en la historia por defender una visión terrenal (de este mundo) de los conceptos, sin que sea una visión escéptica. A pesar de su intención y de sus virtudes, sin embargo, la teoría de Aristóteles sigue siendo, en su declaración formal, una variante del platonismo, y por lo tanto vulnerable a objeciones similares.

Tal teoría no pudo resistir al principal oponente del realismo en la teoría de conceptos, el nominalismo, que fue desarrollado principalmente por filósofos escépticos, desde Protágoras a Hume, Dewey y Wittgenstein. Cada existente (cada cosa que existe), según esta visión, es único; no hay nada que sea idéntico y que una a los integrantes de un grupo; no existe ninguna base metafísica para clasificarlos. Existen, sin embargo, burdas similitudes más o menos aproximadas conectando a los particulares, por lo que a menudo es conveniente agrupar elementos diferentes bajo un único nombre. Pero no hay hechos en ningún sitio que requieran una agrupación específica; no hay ninguna forma correcta o incorrecta de formar los conceptos objetivamente. Los hombres simplemente deciden, para sus propios fines subjetivos, trazar ciertas líneas en medio de esa continuidad de similitudes que ofrece la naturaleza física. No descubrimos las clasificaciones – así es como expresan esa idea – sino que las creamos.

Según el enfoque realista, la concepción ha de ser construida sobre el modelo de la percepción. En la percepción, hay una mesa allá fuera, y lo único que tenemos que hacer es exponernos a ella, dejando que la entidad se grabe en nuestros sentidos; el resultado automático es un percepto, que es infalible. Lo mismo ocurre, dicen ellos, con el siguiente nivel de consciencia: en la concepción, hay una esencia de mesa allá fuera (en el cielo, o como parte de las mesas físicas); y, de nuevo, simplemente tenemos que exponernos a esa esencia, dejando que la entidad se grabe en nuestras mentes; el resultado automático será un concepto infalible. A lo cual los nominalistas replican: hemos observado diligentemente, pero no podemos encontrar esas entidades o atributos abstractos; lo único que podemos observar son concretos específicos. De ahí proviene la clásica alternativa: la conceptualización como una absorción pasiva de lo externo . . . o como un reino en el que todo vale. La primera opción dice que los universales son reales (lo son «allá fuera»); la segunda, que son nominales (lo son «aquí dentro», en el sentido de ser creaciones lingüísticas arbitrarias).

Según una visión, los conceptos representan fenómenos de la existencia fuera de la consciencia; según la otra visión, representan fenómenos de la consciencia fuera de la existencia. El primero de esos enfoques, en cualquiera de sus variantes, Ayn Rand lo identifica como «intrinsicismo»; el segundo, como «subjetivismo». 21

Los intrinsicistas, ansiosos por basar el pensamiento humano en el mundo de los hechos, proyectan los productos de la actividad conceptual del hombre hacia afuera, en la realidad aparte del hombre. Los subjetivistas, rebelándose contra esa proyección, desisten de basarlo en algo; los productos conceptuales del hombre, típicamente declaran – al ser las creaciones que él ha elegido, su propia perspectiva sobre las cosas – están desconectados de la realidad. Ninguna de las dos escuelas comprende que tales productos, por su propia naturaleza, reflejan tanto los hechos como la elección humana, tanto los existentes como la forma del hombre de verlos, tanto la realidad como la consciencia humana.

La misma falsa alternativa domina la típica discusión sobre definiciones.

Los realistas platónicos y los aristotélicos consideran que las esencias son metafísicas. Ciertas características, dicen, están marcadas inmutablemente como «lo que hace que una entidad sea ella misma»; eso es un hecho intrínseco en la naturaleza física, independiente de cualquier necesidad o estado de consciencia humano. Cada entidad, según eso, debe tener una esencia (la cual debe ser fija); así que no hay ninguna opción en cuanto a una clasificación humana, no cabe ninguna revisión contextual de las definiciones, y no hay ninguna respuesta, que no sea la «intuición», para el problema de los casos limítrofes.

A lo cual los nominalistas replican: cada aspecto de una entidad es parte de su naturaleza. Entonces, ¿cómo podemos separar ciertas características y decir que son intrínsecamente más importantes que otras? Lo «esencial», acaban concluyendo, quien lo determina es el hombre, no la realidad. Las definiciones, por lo tanto, son subjetivas: representan, no hechos o verdades, sino convenciones lingüísticas.

Aquí, de nuevo, la posibilidad de una tercera alternativa – el que las esencias estén a la vez hechas por el hombre y basadas en la realidad, es decir, sean objetivas – ha sido ignorada por ambas partes.

Consideremos ahora las implicaciones epistemológicas más extensas adonde nos llevan las teorías tradicionales.

El enfoque objetivo sobre los conceptos lleva al punto de vista de que conocimiento es captar un objeto a través de un proceso activo y basado en la realidad, escogido por el sujeto.

El intrinsicismo lleva a la idea de que conocimiento es captar un objeto a través de absorber pasivamente unas revelaciones.

El subjetivismo lleva a la idea de que conocimiento es crear un objeto a través de los procesos internos activos del sujeto.

Los intrinsicistas (ejemplificados por Platón y San Agustín) reconocen que el conocimiento requiere adaptarse a la realidad. Pero, ellos dicen, no hay forma de lograr dicha conformidad, en ningún nivel de consciencia, excepto a través de una exposición pasiva a entidades externas que, si son encaradas honestamente, se imprimen infaliblemente en la consciencia de uno. Se deduce a partir de eso que ningún método de adquirir conocimiento conceptual es necesario, no más necesario que para el nivel perceptual. Una vez que uno llega a la etapa de percibir entidades, no hay ningún método especial para ver una mesa, y no hay ninguna posibilidad de verla incorrectamente; uno simplemente abre los ojos y es impactado por un dato indiscutible. Lo es, según este enfoque, con el «ojo» de la mente. Uno no puede preguntar, en lo que respecta a las conclusiones abstractas obtenidas de esa manera: “¿Cómo lo sabes?” La respuesta final es: «Simplemente, lo sé». O: «Para los que lo entienden, ninguna explicación es necesaria; para los que no, ninguna es posible».

Los intrinsicistas describen la facultad del hombre de «simplemente saber» con muchos nombres, incluyendo “intuición», un «sexto sentido”, “percepción extrasensorial”, “reminiscencias» y «revelación divina». Este último es el término más apropiado, en la medida en que la religión es la culminación lógica de la teoría intrinsicista.

Las entidades materiales sí existen fuera de nosotros y sí actúan sobre nosotros; pero tales acciones producen experiencias sensoriales, no ideas abstractas. ¿Qué tipo de entidad externa podría crear en nosotros un contenido conceptual? Al final, sólo podemos imaginar una mente en ese papel, una mente que (de alguna forma) ya poseyese el conocimiento en cuestión y decidiese (de alguna manera) comunicarlo. Ese ciertamente fue el desarrollo histórico desde Platón hasta el Cristianismo. Las Formas de Platón, observaron muchos de los antiguos, no pueden ser entidades auto-suficientes; las abstracciones pueden existir solamente como el contenido de un intelecto. Si las abstracciones son fenómenos de otro mundo, por lo tanto, deben ser interpretadas como siendo ideas de un intelecto de otro mundo, es decir, como pensamientos en la mente de Dios, quien periódicamente en su bondad revela algunos de ellos al hombre. Un clérigo, Numenius, expresa lo que esto significa con un perfecto aforismo intrinsicista: «Todo conocimiento es la chispa de la pequeña luz [la mente del hombre] que parte de la gran luz que ilumina al mundo». 22

El intrinsicismo empieza pareciendo defender la realidad. Acaba, sin embargo, abogando por la primacía de la consciencia: de una consciencia sobrenatural.

El subjetivismo, en cambio, está ejemplificado por Kant y John Dewey. Empieza abogando por la primacía de la consciencia: de la consciencia humana. (Como el ejemplo de Kant indica, el subjetivismo en la teoría de conceptos no necesita tomar la forma de nominalismo. En lo que respecta a la mayoría de los conceptos, Kant asegura aceptar el enfoque aristotélico. Formalmente, él considera que sólo doce conceptos, las denominadas categorías, son subjetivos. Pero en su sistema esos son conceptos decisivos que determinan la condición de todos los demás; son los conceptos que, junto con algunas otras estructuras mentales innatas, dan origen a todo el mundo empírico). 23

El subjetivista rechaza todo ese enfoque místico a la epistemología; la revelación, reconoce él, no es un medio válido de conocimiento. Pero, continúa, no hay ningún otro medio de conocer un objeto externo; es o una revelación de algún tipo, o nada. Los hombres deben renunciar, por tanto, a intentar conocer la realidad; deben basar sus ideas en el contenido o en la estructura de la consciencia humana, aparte de la realidad. El sujeto, según ese punto de vista, no capta los hechos externos; él crea los hechos a partir de sus propios recursos. Él crea sus objetos a partir de sus propios procesos internos. Tales procesos, por la naturaleza de la teoría, son arbitrarios, o sea, no están basados en la realidad ni se derivan de ella.

En la versión personal de esa doctrina, cada individuo crea su propio universo privado; en la versión social, los hechos son la creación de un grupo. En las dos versiones, sin embargo, el estándar de cognición es el mismo: el conocimiento es lo que coincide con las demandas subjetivas de la consciencia dominante, sea individual o colectiva.

La culminación de ese enfoque es el pragmatismo. El pragmatismo sostiene que el concepto de «realidad» no es válido, que buscar absolutos es una perversión, y que la verdad no es una correspondencia con los hechos, sino más bien «lo que funciona». «Funcionar» aquí significa «satisfacer temporalmente los deseos arbitrarios de los hombres».

El gran logro de Aristóteles es que su epistemología no se desarrolló ni en la dirección intrinsicista ni en la subjetivista. Fuesen cuales fuesen sus aspectos platónicos, su teoría de conceptos estaba lo suficientemente cercana a la realidad para permitirle identificar la necesidad que tiene el hombre de un método cognitivo, y de esa forma convertirse en el padre de la lógica. Como defensor del conocimiento de este mundo, rechazó toda guía sobrenatural; como oponente del sofismo, no quedó satisfecho con los sentimientos arbitrarios.

Ha sido en base a los descubrimientos epistemológicos de Aristóteles, incluyendo su reconocimiento implícito de contexto y de jerarquía, como los hombres han construido cualquier cosa desde ese momento, en la medida en que han construido cognitivamente (en contraposición a estancarse o retroceder). Trágicamente, sin embargo, la epistemología de Aristóteles (en parte por causa de sus contradicciones, de sus propios aspectos intrinsicistas) rara vez ha sido un factor histórico dominante. Nunca ha tenido la influencia monolítica y duradera de la que disfrutaron el intrinsicismo (en la era medieval) y el subjetivismo (en los últimos dos siglos). Ninguna de estas dos escuelas está equipada para comprender la necesidad de la lógica.

El intrinsicista ve el conocimiento, de hecho, como una serie de rayos procedentes del más allá; en esta visión, cada elemento (o conjunto de elementos) le es revelado al hombre como una transmisión diferente fuera de contexto. El subjetivista ve el conocimiento como una serie de rayos que emanan desde el interior de la consciencia humana, sea personal o social; en esta visión, cada elemento o conjunto de elementos es inventado como un capricho arbitrario separado. Ninguno de estos enfoques puede identificar la necesidad cognitiva de integración, de reducción, de demostración. Abandonados a sus propios recursos, ninguno de ellos siente necesidad de un «arte de la identificación no contradictoria”.

Después de los descubrimientos de Aristóteles, ninguna escuela puede darse el lujo de ignorar la lógica. Lo que hacen los no Aristotélicos, sin embargo, no es usar la lógica como medio para alcanzar la objetividad, sino asumir control del campo de la lógica, reinterpretando su naturaleza de acuerdo con las premisas que ellos tienen. Los intrinsicistas, que descartan este mundo como siendo irreal e ininteligible, separan la lógica de los perceptos. Para esos hombres, la lógica es una herramienta orientada a una realidad superior; es el medio de hacer auto-consistentes las ideas divinas (da igual que digan que nos llegan a través de las Escrituras, de dotes innatas o de la dialéctica hegeliana). El resultado es el racionalismo, con sus sistemas flotantes de pensamiento; «flotantes» porque no guardan relación con la evidencia sensorial. Los subjetivistas, que rechazan lo sobrenatural y enfatizan sensaciones o percepciones, también disgregan la lógica del mundo (la llaman «lógica sin ontología»). Para esos hombres, la lógica es el medio para lograr coherencia entre convenciones semánticas arbitrarias. El resultado es el empiricismo moderno, con sus lingüísticos castillos en el aire, y con su conclusión de que los datos sensoriales tal vez puedan ser descritos, pero no pueden ser comprendidos. En ambos enfoques, la lógica es inútil como dispositivo de cognición, si “cognición» significa captar los hechos de este mundo.

Cuando se les ha privado de su método de conocimiento, los hombres no tienen cómo validar sus conclusiones, cómo distinguir entre verdad y error, entre hechos y deseos, entre realidad y fantasía. La consecuencia es frustración y fracaso, el fracaso de que sus conclusiones (incluyendo sus conclusiones morales) puedan servirles como guías confiables a la acción. Esa es la causa que explica la popularidad de la noción que una idea puede ser «buena en teoría, pero no funciona en la práctica».

Esa noción es imposible para un Objetivista. 24 Una teoría es una identificación de los hechos de la realidad y/o de las pautas para la acción humana. Una teoría buena es una teoría verdadera, una que reconoce todos los hechos relevantes, incluyendo los hechos de la naturaleza humana, y los integra en un todo no-contradictorio. Tal teoría tiene que funcionar en la práctica. Si el curso de acción de un hombre, gracias a su uso escrupuloso de la lógica, se deriva de un estudio de la realidad, entonces ese curso debe estar en armonía con la realidad. Si lo está, ¿qué impediría que funcionase bien?

La dicotomía teoría-práctica es en sí misma una teoría; su origen es una brecha entre conceptos y perceptos. Dada tal brecha, el pensamiento pasa a ser visto como perteneciente a un mundo (el mundo de las Formas platónicas o de los «fenómenos» kantianos o de las construcciones lingüísticas), mientras que la acción es vista como perteneciente a otro mundo, a un mundo opuesto (el mundo de los concretos, o de las cosas en sí mismas, o de los datos empíricos). Según este montaje, es de esperar que una idea sea esquizofrénica. Uno espera que sea buena en uno de los mundos, pero no en el otro; buena en teoría, pero no en la práctica.

El resultado es ofrecerle a la humanidad una opción monstruosa. Practicad teorías que son impracticables, dicen estos teorizantes. . . o ignorad las teorías por ser superfluas o incluso una amenaza. Lo que significa: mantente fiel a conceptos que chocan con la realidad . . . o mantente fiel a perceptos mientras ignoras los conceptos. Lo primero es lo que hacen los intrinsicistas; lo segundo es lo que hacen los subjetivistas.

Si un pensador rechaza el absolutismo de lo metafísicamente dado, dije en el capítulo 1, su actitud le llevará a una dicotomía cuerpo-mente. Al apartarse de la realidad como cuestión de principio, llegará a considerar el conflicto entre el yo interior y el mundo exterior como la esencia de la vida humana. La dicotomía teoría-práctica es un ejemplo elocuente de este desarrollo, y una clave para entenderlo con más profundidad.

Nadie se aparta de la realidad a nivel perceptual; uno puede hacer eso sólo a nivel volitivo y conceptual. En una sociedad primitiva (y siempre en relación a un problema específico), ese apartarse puede ocurrir por defecto o por simple error, causado por la ignorancia que tienen los hombres de la metodología correcta. En una civilización avanzada, sin embargo, la única forma de que pueda ocurrir ese apartarse masivo, con resultados desastrosos para cualquier problema y todas las ramas del saber, es por medio de una teoría: una teoría que subvierta el plano conceptual como un todo, desgajándolo de los perceptos. Es un desastre que sólo los filósofos pueden crear . . . o reparar.

La fuente primaria de la dicotomía cuerpo-mente y de todo el sufrimiento que ella ha causado desde Pitágoras hasta el presente es una falsa visión de la mente, o sea, de los conceptos. La solución es retornar a los axiomas de la filosofía – existencia y consciencia – e identificar su verdadera relación dentro de un proceso conceptual.

La existencia sola, dice el intrinsicista, es el factor activo en la cognición; la consciencia, básicamente, no contribuye nada, es meramente un receptáculo, un vacío esperando ser llenado. La consciencia sola, dice el subjetivista, es el factor operativo en la cognición; la existencia, al ser irreal o incognoscible, es irrelevante. El primer punto de vista trata de suprimir la consciencia, de privarla de su naturaleza, en nombre a una supuesta fidelidad a la existencia . . . y acaba considerando a la existencia como el producto de una consciencia (sobrenatural). El resultado práctico final es la agonía de la «era de la fe» de los medievales. El otro punto de vista busca borrar la existencia en nombre del supuesto poder de la consciencia, de su poder para crear sus propios objetos . . . y acaba considerando a la consciencia como cercenada tanto de hechos como de valores, o sea, como impotente. El resultado es la agonía de la “era de la ansiedad” de los escépticos modernos.

Los axiomas de la filosofía, sin embargo, no pueden ser descartados. No hay consciencia sin existencia, ni hay conocimiento de la existencia sin una consciencia. El defensor de la objetividad capta este hecho fundamental. Reconoce que una relación volitiva entre consciencia y existencia es la esencia de la cognición conceptual. Sólo él, por tanto, es capaz de reconocer la primacía de la existencia, la eficacia de la consciencia humana, y la armonía de mente y cuerpo. El resultado práctico de este tipo de enfoque, aunque apareció brevemente en el Renacimiento, se encuentra principalmente en el futuro.

Concluiré citando los párrafos finales de Introducción a la Epistemología Objetivista:

. . . satisfacer cualquier necesidad de un organismo vivo requiere un acto de procesamiento por parte de ese organismo, sea la necesidad de aire, de alimento o de conocimiento.

Nadie cuestionaría (por lo menos, todavía no) que, puesto que el cuerpo del hombre tiene que procesar el alimento que come, unas normas objetivas de nutrición adecuada jamás podrán ser descubiertas . . . que «la verdadera nutrición» ha de consistir en absorber alguna sustancia inefable sin la participación de un sistema digestivo, pero dado que el hombre es incapaz de una “verdadera alimentación», la nutrición es una cuestión subjetiva abierta a sus caprichos, y lo único que le prohíbe comer hongos venenosos es una mera convención social.

Nadie cuestionaría que, puesto que la naturaleza no le dice al hombre automáticamente qué comer – igual que tampoco le dice automáticamente cómo formar conceptos – él debería abandonar la ilusión de que hay formas correctas o incorrectas de comer (o que debería volver a la seguridad de la época en la que no tenía necesidad de «confiar” en la evidencia objetiva, pero sí confiar en leyes alimenticias prescritas por un poder sobrenatural). . . .

Nadie cuestionaría que el hombre come pan en vez de piedras estrictamente por “conveniencia».

Es hora de otorgarle a la consciencia del hombre el mismo respeto cognitivo que uno le otorga a su cuerpo: es decir, la misma objetividad. 25

Ayn Rand es la primera filósofa que identificó las diferencias que tienen los enfoques intrinsicista, subjetivista y objetivista en cuanto a la epistemología. Ella fue la primera en basar la definición de «objetividad» en una teoría de conceptos correcta. Como resultado, ella fue la primera en definir íntegramente esa norma cognitiva esencial, y en especificar los medios por los cuales los hombres pueden adherirse a ella.

Ayn Rand es la primera pensadora en identificar de forma explícita el hecho de que la lógica, incluyendo el reconocimiento de contexto y jerarquía, es el método para lograr la objetividad. Ese es el conocimiento que es necesario para transformar la objetividad de un ideal elusivo en una realidad normal. Ese es el conocimiento que le permite al hombre, no sólo basar sus conclusiones en la realidad, sino hacerlo en forma consciente y metódica – saber que lo está haciendo y a través de qué medios – es decir, estar en control del proceso de cognición.

Si hay descubrimientos revolucionarios en el pensamiento humano, ese es uno de ellos.

La razón por la cual Ayn Rand llamó a su filosofía «Objetivismo» debería ahora estar totalmente clara.

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 4 [4-5]

  1.   See Introduction to Objectivist Epistemology,pp. 52-54, 79.
  2.   Quoted in W. Windelband, A History of Philosophy, 2nd ed., trans. J. H. Tufts (New York: Macmillan, 1901), p. 223.
  3.   Kant’s deduction of the categories turns on the attempt to ground necessity. But this attempt itself reflects an invalid theory of concepts. In the traditional realist approach, necessity is viewed as a relation between universals; like universals, therefore, it can be grasped only by «intuition»—a theory the moderns easily demolish. Kant then purports to save necessity through his Copernican revolution. Kant’s theory of concepts, accordingly, though not nominalistic, is akin to nominalism in the respect relevant here: both theories represent subjectivist reactions to the deficiencies of intrinsicism. In form and scale, of course, Kant’s subjectivism is unprecedented. This is what makes Kant a turning point, not merely another skeptic.
  4.   See Philosophy: Who Needs It, «Philosophical Detection,» pp. 14-15.
  5.   Introduction to Objectivist Epistemology,pp. 81-82.

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