Puesto que una emoción es experimentada como algo primario e inmediato, pero es, de hecho, una suma compleja y derivada, eso le permite a los hombres practicar uno de los fenómenos psicológicos más grotescos: la racionalización. Racionalizar es encubrir, es un proceso de darles a las propias emociones una identidad falsa, de inventarse justificaciones y explicaciones ficticias para poder ocultar los motivos de uno, no sólo ocultarlos de otros, sino principalmente de uno mismo. El precio de la racionalización es obstaculizar, distorsionar, y finalmente, destruir la facultad cognitiva de uno mismo. La racionalización es un proceso, no de percibir la realidad, sino de intentar hacer que la realidad se adapte a las emociones de uno.
Los aforismos filosóficos son medios muy convenientes de racionalizar. Esos aforismos son citados, repetidos y perpetuados con el fin de justificar emociones que los hombres están reacios a admitir.
«Nadie puede estar seguro de nada» es racionalizar una emoción de envidia y de odio hacia quienes sí están seguros. «Puede ser verdad para ti, pero no es verdad para mí» es racionalizar la incapacidad y la falta de voluntad que uno tiene para demostrar la validez de sus alegaciones. «Nadie es perfecto en este mundo» es racionalizar el deseo de seguir consintiendo en las imperfecciones de uno, es decir, el deseo de escapar de la moralidad. «Nadie puede evitar nada de lo que hace» es una racionalización para escapar de la responsabilidad moral. «Puede que haya sido verdad ayer, pero no es verdad hoy» es racionalizar el deseo de poder permitirte contradicciones. «La lógica no tiene nada que ver con la realidad» es una burda racionalización por el deseo de subordinar la realidad a los caprichos de uno.
«No puedo demostrarlo, pero siento que es verdad» es más que una racionalización: es la descripción del proceso de racionalizar. Los hombres no aceptan un aforismo al que han llegado por un proceso de pensamiento; ellos se aferran a un aforismo —a cualquier aforismo— porque encaja con sus emociones. Tales hombres no juzgan la verdad de una afirmación por su correspondencia con la realidad; juzgan la realidad por su correspondencia con las emociones que ellos tienen.
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Cuando una teoría no logra nada más que lo opuesto a sus supuestos objetivos, pero sus defensores ni se inmutan con ello, puedes estar seguro de que esa teoría no es una convicción o un «ideal», sino una racionalización.
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Fuentes:
Detección filosófica, Filosofía: quién la necesita
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