El acto de amar, independientemente del tipo de amor profesado, necesariamente implica la existencia de valores. Los valores son aquello por lo cual uno actúa para procurar obtenerlos, conservarlos y desarrollarlos, esto en virtud de que son los valores los que le dan sentido a la propia vida. Uno no puede amar a nada ni a nadie si no valora aquello que dice o pretende amar. El amor parental, el amor fraternal, el amor de amigos, el amor que uno siente por algo que hace o ha logrado… todos y cada uno de los tipos de amor mencionados están estrecha e íntimamente relacionados con el hecho de que, para amar, es necesario valorar.
Si el hijo de una madre no representara un ser de inmenso valor para ella, esta no podría amarlo, pero potencialmente podría hacerlo siempre que tome consciencia del valor que su hijo significa para su vida. De forma equivalente, en el plano del amor romántico, uno sólo puede amar a quien encarna los valores que uno considera fundamentales en la vida, razón por la cual la valoración por esa persona es mayor que la que uno puede tener por una amistad, siendo la amistad, dentro del contexto, la lógica y necesaria etapa previa al amor romántico.
Uno no puede amar a quien personifica antivalores, o bien a quien no representa objeto de valoración para uno. Pero para llegar a tal conclusión, primero hay que identificar los propios valores. Si uno valora lo irracional, lo inmoral, lo que ocasiona perjuicio, entonces es acertado aseverar que uno no se ama a sí mismo; y, en consecuencia, no se está en la capacidad de amar a nadie. En tal sentido, es común confundir la pretensión de querer cubrir vacíos y heridas emocionales, producto de traumas nunca tratados ni superados, con el acto de amar. Lo cierto es que, incluso cuando las demostraciones de afecto y el plano sexual se encuentren aparentemente bien cubiertos, lo único que une a dos personas dentro de un vínculo así de tóxico e insano es un gravemente deteriorado estado de salud mental, algo que si no es debida y responsablemente tratado a la brevedad dejará a la persona afectada en un hipotético punto de no retorno.
Amar es valorar, y el amor empieza en uno: en el acto de amarse a sí mismo. Quien no es capaz de tener amor por su propia vida ―y todo lo que ello implica―, no podrá amar a nada ni a nadie, por más ruidosas que sean sus exigencias de ser amado ni por más escandalosas que sean sus muestras de aquel amor que nunca fue capaz de tener por su persona.
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Comentario de Alexis López en su blog Enfoque Liberal