El 22 de marzo, las ciudades de todo el mundo apagarán sus luces para observar “la hora del planeta”. Lugares emblemáticos como el puente del Golden Gate en San Francisco, y el casino Bellagio en Las Vegas, además de docenas de universidades estadounidenses, se oscurecerán temporalmente para fomentar el uso reducido de energía y mostrar así un compromiso para luchar contra el cambio climático.
Aunque un apagón de una hora ciertamente tendrá poquísimo efecto sobre las emisiones de carbono, lo que importa, dicen los organizadores, es el significado simbólico del evento. Eso es verdad, pero no de la forma como pretenden los organizadores.
Oímos constantemente que “el debate ha terminado” sobre el cambio climático, y que un futuro catastrófico es inevitable si no tomamos medidas drásticas de inmediato. Cualquiera que se atreva a cuestionar si la ciencia realmente apoya tales afirmaciones apocalípticas es considerado un “negador del cambio climático”. Pero una evaluación objetiva del tema sí que apoya una perspectiva más sobria sobre nuestra vulnerabilidad a los riesgos relacionados con el clima. ¿Y qué es lo que nunca se menciona? El hecho de que las propuestas para reducir radicalmente las emisiones de carbono, como el Green New Deal [de los demócratas estadounidenses], serían ellas mismas unas serias catástrofes.
Los políticos y los ambientalistas, incluyendo a los que apoyan la hora del planeta, no sólo le piden a las personas que cambien unas cuantas bombillas, sino que exigen una reducción realmente masiva de sus emisiones de carbono: «emisiones netas cero para el 2050». Dado que nuestra energía está basada principalmente en carbono (los combustibles fósiles proporcionan más del 80 por ciento de la energía mundial), y dado que las afirmaciones de una abundante “energía verde” (desde brisas a rayos de sol) son un mito, eso necesariamente significa reducir nuestro uso de energía en un grado devastador.
La gente no tiene una idea clara de lo que eso sería en la práctica. Nosotros, en el mundo industrializado, damos por sentada nuestra abundante energía, y no nos paramos a pensar cuánto nos beneficiamos de su uso cada minuto de cada día: conduciendo nuestros coches al trabajo y a la escuela, sentados en nuestras casas y en nuestras oficinas iluminadas y con calefacción, alimentando nuestros ordenadores y muchos otros aparatos que ahorran mano de obra, nosotros contamos con los valores indispensables que la energía industrial hace posibles: hospitales y supermercados, fábricas y granjas, viajes internacionales y telecomunicaciones globales.
Es difícil para la gente llegar a concebir el grado de sacrificio y el perjuicio que políticas como la del Green New Deal nos impondrían.
Esta ceguera a la importancia vital de la energía es precisamente de lo que la hora del planeta se aprovecha. Envía el mensaje reconfortante, aunque falso, de: ¡reducir los combustibles fósiles sería fácil, e incluso divertido! La gente pasará esa hora mirando las estrellas y celebrando fiestas en la playa con antorchas; los restaurantes están ofreciendo cenas especiales a la luz de las velas. La hora del planeta hace que renunciar a la energía parezca una gran fiesta.
Los participantes van a pasar unos agradables sesenta minutos en la oscuridad, seguros, sabiendo de que los beneficios de la civilización industrial que salvan vidas están sólo a la distancia de un interruptor. Pero eso no tiene relación alguna con cómo sería realmente la vida bajo el tipo de futuro draconiano, sin emisiones de carbono, que los activistas del clima están exigiendo.
Olvídate de una mísera hora con sólo las luces apagadas. ¿Qué tal “el mes del planeta”, sin ningún tipo de energía de combustibles fósiles? Intenta pasar un mes temblando en la oscuridad, sin calefacción, sin electricidad, sin refrigeración; sin centrales eléctricas ni generadores; sin ninguno de los productos que ahorran tiempo y esfuerzo, o sea, los productos que salvan vidas y que la energía industrial hace posibles.
Quienes afirman que debemos reducir nuestras emisiones de carbono para evitar una supuesta catástrofe global deben conocer el hecho indiscutible de que parar nuestras emisiones de carbono sería una catástrofe global. Lo que realmente necesitamos es una mayor conciencia de hasta qué punto la energía basada en el carbono es indispensable para la vida humana (incluyendo, por supuesto, nuestra capacidad para hacer frente a cualquier cambio en el clima).
Es cierto que la importancia de la hora del planeta es su significado simbólico. Pero ese significado es el opuesto al pretendido: Las luces de nuestras ciudades y de nuestros monumentos simbolizan lo que la humanidad ha conseguido al salir de las cuevas y llegar a los rascacielos. La hora del planeta presenta el inquietante espectáculo de gente celebrando que esas luces se estén apagando. Su llamada para que la gente renuncie a la energía y disfrute de ver los rascacielos apagados hace que su verdadero significado sea inequívocamente claro: la hora del planeta simboliza la renuncia a la civilización industrial.
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<< Traducción: Objetivismo.org>>
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— por Keith Lockitch
Keith Lockitch, Ph.D. in physics, is a senior fellow and vice president of content at the Ayn Rand Institute. He focuses primarily on the intersection of science with current events and policy issues. He is a senior editor of New Ideal.
https://newideal.aynrand.org/the-real-meaning-of-earth-hour/