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El individuo como beneficiario apropiado de su propia acción moral — OPAR [7-4]

Capítulo 7 – El bien

El individuo como beneficiario apropiado
de su propia acción moral [7-4]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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* * * 

Veamos ahora la última de las tres cuestiones éticas básicas: la cuestión del beneficiario adecuado (es decir, el beneficiario apropiado, correcto). La respuesta implica una distinción entre el estándar (o sea, el criterio, la norma) de la ética y el objetivo de la ética.

Un estándar ético, escribe Ayn Rand, significa

. . . un principio abstracto que sirve como medida o indicador para guiar las decisiones de un hombre en cuanto a lograr un objetivo concreto y específico. «Lo requerido para la supervivencia del hombre como hombre» es un principio abstracto que se aplica a cada hombre individual. La tarea de aplicar este principio a un objetivo concreto y específico — el objetivo de vivir una vida apropiada a un ser racional — le pertenece a cada hombre individual, y la vida que tiene que vivir es la suya propia». 33

Cada individuo debe escoger sus valores y sus acciones de acuerdo con el estándar de la vida del hombre . . . para poder lograr el objetivo de mantener y disfrutar de su propia vida. Por lo tanto, Objetivismo aboga por el egoísmo — la búsqueda del interés personal –, la política del auto-interés.

El concepto de «egoísmo» identifica sólo uno de los aspectos de un código ético. 34 No nos dice qué actos debe realizar un hombre, sino quién debería beneficiarse de ellos. El egoísmo establece que la obligación moral primaria de cada hombre es lograr su propio bien, su propio bienestar, su interés personal (estos términos son sinónimos aquí). Establece que cada hombre debe «atender a sus propios intereses»; que debe ser «egoísta» en el sentido de ser el beneficiario de sus propias acciones morales. Por sí solo, este principio no ofrece ninguna orientación práctica. No especifica ni valores ni virtudes, no define lo que son «intereses» o lo que es el “interés personal” . . . ni en términos de «vida”, “poder”, “placer», ni de ninguna otra cosa. Simplemente dice: Consista en lo que consista el interés propio del hombre, eso es lo que cada individuo debe tratar de conseguir.

La alternativa es la visión de que la principal obligación moral del hombre es servir a alguna otra entidad distinta de sí mismo, tal como Dios o la sociedad, a costa de subordinar o negar su propio bienestar. Según esta visión, la esencia de la moralidad es el altruismo, que implica algún tipo de auto-sacrificio.

Aunque a menudo he dejado entrever la posición Objetivista sobre esta cuestión, sólo en este momento estoy en condiciones de abordar la cuestión explícitamente. La razón es que el egoísmo, como cualquier otro principio, requiere un proceso de validación, y hasta ahora el contexto necesario para demostrar (e interpretar correctamente) el egoísmo no había sido establecido.

En la visión Objetivista, la validación del egoísmo consiste en demostrar que es un corolario de la vida del hombre como estándar moral. 35

«Sólo la alternativa de vida contra muerte», dije anteriormente, «crea el contexto para una acción orientada al valor . . .», y «sólo la auto-conservación», dije, «puede ser el objetivo final». Ahora lo único que necesito añadir es el énfasis necesario para presentar el pleno significado de esas formulaciones. La alternativa con la que la realidad confronta a un organismo vivo es su propia vida o muerte. El objetivo es la auto-conservación.

Dejando de lado la reproducción, a la cual todo organismo debe su existencia, esa es la meta de todas las acciones y procesos biológicos automáticos. Cuando una planta gira sus hojas para alcanzar la luz del sol, cuando un animal digiere alimento o regula su temperatura interna o se vuelve ante un sonido repentino para descubrir su origen, cada organismo está persiguiendo los valores que su supervivencia exige. Como entidad viviente, cada uno actúa necesariamente en su propio beneficio; cada uno es el beneficiario de sus propias acciones.

Las plantas y los animales no pueden, sin embargo, ser llamados «egoístas»; el término «auto-sustentable» cubre los hechos de su forma de comportarse. Conceptos como «egoísta», junto con sus sinónimos y antónimos (por ejemplo: «interesado», «altruista», «desprendido»), son términos morales. Estos términos son aplicables sólo a una entidad que tiene poder de elección; designan un modo de funcionamiento que ha sido adoptado al enfrentar una alternativa. Las plantas y los animales no tienen que decidir quién va a ser el beneficiario de sus acciones. El hombre sí tiene que decidirlo.

En el caso del hombre, el comportamiento auto-sustentable no está pre-programado. Aunque los procesos corporales del hombre están guiados automáticamente por el valor de la vida, vimos antes que, como entidad consciente que es, él debe decidir aceptar la vida como su estándar moral. Un punto similar se aplica a la cuestión que nos ocupa. Aunque los procesos corporales del hombre apuntan automáticamente a la auto-preservación, él debe decidir como entidad consciente el aceptar este fin como su objetivo moral. Por ser su consciencia volitiva, el hombre debe decidir aceptar la esencia de la vida. Debe decidir hacer que la auto-sustentación se convierta en la regla fundamental de su conducta voluntaria. El hombre que toma esta decisión es un «egoísta».

«Egoísta», en la visión Objetivista, significa auto-sustentable como un acto de elección y por cuestión de principio.

El principio más amplio que exige tal egoísmo es el hecho de que la supervivencia requiere un curso de acción que lo tenga todo en cuenta. La vida de un hombre no puede ser mantenida, no en el sentido de a largo plazo, si él ve esa tarea como una actividad secundaria sirviendo a algún otro tipo de objetivo. Si una acción suya no va a favor de su vida, entonces, como hemos visto, va en contra de su vida; es un daño auto-infligido, el cual, si no es corregido, es progresivo. Este principio se aplica sin restricciones a todos los aspectos de las acciones del hombre; es especialmente obvio, sin embargo, cuando ese aspecto es algún medio complejo o un fin secundario, sino cuando es el objetivo que rige la existencia de un hombre. Aceptar cualquier otra cosa que no sea la propia vida en este tipo de asunto — incorporar a los objetivos finales de uno cualquier variante o matiz de auto-negación — es declararle la guerra a la vida en su raíz.

La vida requiere que el hombre obtenga valores, no que los pierda. Requiere acción positiva, logro, éxito; no abnegación, renuncia, rendición. Requiere auto-cuidado: en otras palabras, exactamente lo opuesto al sacrificio.

Un «sacrificio» es renunciar a un valor — como dinero, carrera, seres queridos, libertad — a cambio de un valor inferior o de algo sin valor (si uno adquiere un valor igual o mayor en un intercambio, entonces es una negociación equitativa o incluso una ganancia, no un sacrificio). Un hombre racional, sin embargo, escoge sus valores y su escalafón jerárquico, no por capricho, sino por un proceso de cognición. Decirle a ese hombre que renuncie a sus valores es decirle: renuncia a tu juicio, contradice tu conocimiento, sacrifica tu mente. Pero eso es algo que un hombre no se atreve a sacrificar. 36

El proceso de pensamiento requiere que un hombre siga la evidencia adonde le lleve, sin miedo ni favoritismos, independientemente de los efectos que tal acción pueda tener sobre la consciencia de otros. Ese hombre debe seguir la evidencia, estén los demás de acuerdo con sus conclusiones o no, sea el desacuerdo de los demás honesto o no, les agraden sus conclusiones a ellos o no. Como el pensamiento es un atributo del individuo, cada hombre debe ser soberano en lo que respecta a la función y el producto de su propio cerebro. Esto es imposible si la moralidad exige que un hombre “ponga a otros por encima de sí mismo”.

No existe dicotomía entre epistemología y ética: lo que significa, en esta cuestión, entre el proceso de cognición y su beneficiario. Un hombre no puede ofrecer lealtad inquebrantable a la lógica, mientras mantenga que su deber moral es renunciar a sus conclusiones para satisfacer obligaciones hacia otros que él no ha elegido. Él no puede guiar su facultad de ser consciente a través de los dictados de su propio criterio independiente mientras crea que esa facultad es realmente sólo un medio para los fines de otros, y que su mente, por lo tanto, es propiedad de otros. No puede combinar en la misma consciencia el estatus de soberano cognitivo con el de siervo moral.

Si el cerebro de un hombre — al igual que la fábrica de un industrial — no está para beneficiarse de él, entonces ese cerebro no está bajo su control. El resultado en ambos casos es que la entidad considerada como el beneficiario correcto — los otros o la sociedad — se moviliza para hacerse cargo de las prerrogativas de dueño. En el caso de una fábrica, esa toma de posesión se llama «socialismo», y lleva a la destrucción de la fábrica. En el caso de un cerebro, se llama «fe en el líder», y lleva a la cesación del pensamiento.

La necesidad de «atender los propios intereses de uno» se aplica a todos los campos de actividad, incluyendo, especialmente, el reino del intelecto. No puede haber mayor interés para un ser racional que el interés en su herramienta de supervivencia, la cual puede funcionar sólo como su herramienta de supervivencia. Así como el valor básico — la vida del hombre — requiere la ética del egoísmo, también la requiere la virtud primaria. La racionalidad requiere que un hombre sea capaz justificadamente de decir: mi mente es mi medio para conseguir mis metas de acuerdo con mi juicio sobre los hechos y los valores. «La más egoísta de todas las cosas», así expresa Ayn Rand este punto, «es la mente independiente que no reconoce ninguna autoridad por encima de sí misma y ningún valor por encima de su discernimiento de la verdad». 37

Oímos decir a menudo que la búsqueda de la verdad es desinteresada, puesto que el tener un interés personal actúa como un agente de distorsión. La premisa en la que se basa esta afirmación es que las metas del hombre son forzosamente irracionales y, por lo tanto, que él enfrenta un dilema angustioso: aceptar o la verdad o sus intereses, o la razón y la realidad o sus valores. Si las metas de un hombre no son irracionales, sin embargo, ellas exigen de él el reconocimiento de los hechos. En tal caso, el descubrimiento de la verdad es una política eminentemente egoísta, porque es un medio indispensable para lograr los propios fines. No es desinteresado el saber lo que uno está haciendo y por qué.

Si el interés personal de un hombre es la pasión por vivir y por tener éxito en la realidad, ese motivo es el incentivo para la objetividad más rigurosa que él pueda practicar . . . bajo la premisa de que ignorancia no es felicidad. En contraste, si uno no tuviese ningún interés personal en conocer los hechos, o si pensara que los hechos son enemigos de sus valores, ¿qué le motivaría a emprender el desafío de la cognición? La verdad es lo opuesto a la noción convencional: el desprendimiento no es la precondición de la objetividad, sino un obstáculo para ella. En realidad, lo desinteresado es lo sin mente.

Estudie uno la naturaleza de la vida, de los valores, de la virtud, o de la cognición, la conclusión es la misma. Ser, para un ser racional, es ser egoísta . . . por un acto de elección.

La visión Objetivista de la naturaleza del egoísmo está implícita en la validación del principio. El principio surge en el contexto de los requisitos de la supervivencia del hombre. Éstos, por lo tanto, son los que determinan la interpretación correcta del principio.

Ayn Rand defiende el interés propio racional. Eso significa la ética del egoísmo, siendo la vida del hombre es estándar de valor que define el “interés propio”, y la racionalidad la principal virtud que define el método para alcanzarlo. Dentro del marco Objetivista, ciertamente, el término “interés propio racional» es una redundancia, si bien una redundancia necesaria hoy día. No reconocemos ningún “interés propio” para el hombre fuera del contexto y del absolutismo de la razón.

En la interpretación Objetivista, el principio del egoísmo abarca todos los valores y las virtudes ya estudiadas (junto con todas las que aún faltan por estudiar). El egoísmo requiere metas no contradictorias, pensamiento a largo plazo, acción basada en principios, y la total aceptación de la causalidad. El hombre egoísta, resumiendo, no es otro que el hombre racional . . . porque reconoce que cualquier fallo en la racionalidad es perjudicial para su bienestar. La contraposición de este punto es que irracionalidad es anti-egoísmo.

Desafortunadamente, por una razón que pronto indicaré, el egoísmo ha sido defendido a través de los siglos, principalmente por los subjetivistas, y el resultado han sido varias interpretaciones corruptas del egoísmo, las cuales la mayoría de la gente ahora considera como el significado obvio del concepto. Así que debo seguir resaltando el hecho de que Objetivismo defiende la objetividad y por lo tanto rechaza todas estas versiones. Rechazamos la idea de que el egoísmo permite la evasión de los principios. Rechazamos el equiparar egoísmo con irresponsabilidad, con ignorar el contexto, o con adoración a caprichos. Rechazamos la noción de que egoísmo significa «hacer lo que te venga en gana». El hecho de que sientas que quieras actuar de una cierta forma no hace necesariamente que esa acción sea compatible con tus «intereses», en el sentido legítimo de ese término. Hay innumerables ejemplos de personas que desean y persiguen cursos de comportamiento auto-destructivos.

Uno de esos cursos de acción consiste en una persona que sacrifica a los demás para sí misma.

Dado que el egoísmo es un principio de supervivencia humana, es aplicable a todos los seres humanos. Cada hombre, según Objetivismo, debe vivir por su propia mente y por su propio bien; todo hombre debe perseguir los valores y practicar las virtudes que la vida del hombre requiere. Dado que el hombre sobrevive por el pensamiento y la producción, todo hombre debe vivir y trabajar como ser independiente y creativo, adquiriendo bienes y servicios de otros sólo por medio del comercio, cuando ambas partes acuerden que ese intercambio es beneficioso. Un examen más a fondo de todos estos puntos nos ocupará durante los siguientes capítulos.

En esta etapa, quiero simplemente disociar el enfoque de Ayn Rand de la idea subjetivista de tratar con otros. El egoísmo, según la interpretación Objetivista, no significa la política de violar los derechos (morales o políticos) de otros para satisfacer las necesidades o deseos de uno mismo. No significa la política de un bruto, de un estafador o de un mendigo. No significa la política de convertir a otros hombres, sea con palos o con lágrimas, en sirvientes de uno. Cualquier política semejante, como veremos a su debido momento, es destructiva no sólo para la víctima, sino también para el perpetrador, y es condenada como inmoral, por lo tanto, por el principio mismo del egoísmo.

La mejor formulación de la visión Objetivista sobre este tema es el juramento de John Galt, el héroe de La Rebelión de Atlas. “Juro – por mi vida y mi amor a ella – que jamás viviré para el provecho de otro hombre, ni le pediré a otro hombre que viva para el mío”. El principio encarnado en este juramento es que el sacrificio humano es malvado, no importa quién sea su beneficiario, seas tú quien te sacrifiques por otros, o sacrifiques a otros por tí. El hombre — cada hombre — es un fin en sí mismo. 38

Si una persona rechaza este principio, no hay mucha diferencia en cuanto a cuál de sus negaciones adopte, sea «Sacrifícate por los demás» (la ética del altruismo) o «Sacrifica a los demás por ti” (la versión subjetivista del egoísmo). En ambos casos, sostiene que la existencia humana requiere mártires; que algunos hombres son meros medios para los fines de otros; que el cuello de alguien debe ser cortado. La única pregunta que falta entonces es: ¿Tu vida por el bien de ellos o la de ellos por la tuya? Esta pregunta no constituye una disputa sobre un principio moral. No es más que un regateo — sobre quienes serán las víctimas — por dos bandos que comparten el mismo principio.

Objetivismo no lo comparte. Afirmamos que la vida del hombre es incompatible con el sacrificio: con el sacrificio como tal, con el sacrificio de cualquiera a cualquiera. Rechazamos las dos teorías antes citadas por la misma razón. Como Ayn Rand expresa este punto en El Manantial, el hombre racional rechaza el masoquismo y el sadismo, la sumisión y la dominación, el hacer sacrificios o el exigirlos. Lo que defiende y crea es un ego auto-suficiente. 39

La gente a menudo pregunta si no hay conflictos de intereses entre los hombres — por ejemplo, en cuanto a un trabajo o a un amor romántico — que requiera el sacrificio de alguien. Objetivismo responde que no hay conflictos de interés entre hombres racionales que viven de la producción y el comercio, que aceptan la responsabilidad de ganarse cualquier valor que deseen, y que se rehúsan hacer o aceptar sacrificios. Hay «conflicto de intereses», si queremos llamarlo así, entre un banquero y un ladrón; pero no entre hombres que no permiten el robo o cualquier equivalente en lo que consideran sus propios intereses. Lo mismo se aplica a todos los valores, incluyendo el amor romántico. (Este último ejemplo se analiza en La Rebelión de Atlas). 40

Ahora, una vez eliminado el peor obstáculo para entender lo que es egoísmo (o sea, equipararlo con el malvado acto del sacrificio), veamos de nuevo la relación del yo con los demás. Consideremos este tema como uno lo enfocaría en una cultura válida, donde largas polémicas contra el vicio serían innecesarias.

El hecho esencial que hay que captar aquí es que la existencia en sociedad es un activo para el hombre en su lucha por la supervivencia.

Si dejamos de lado las dictaduras, que son mucho menos seguras para sus habitantes que una isla desierta, las ventajas de la vida en sociedad son obvias. «Los dos grandes valores a ser obtenidos por la existencia en sociedad», escribe Ayn Rand, «son el conocimiento y el comercio». 41 Los hombres pueden transmitir de una generación a la siguiente un gran conjunto de conocimientos, mucho más de lo que cualquier individuo podría obtener por sí mismo en una vida. Y si los hombres practican la división del trabajo, un individuo puede lograr un grado de pericia y un retorno material por su esfuerzo mucho mayor que el que podría obtener si viviese aislado.

El egoísmo, según esto, no significa que un hombre debe aislarse de otros, o ser indiferente a ellos. Al contrario, una visión correcta del egoísmo requiere que el hombre identifique el papel de otros en su propia vida y luego los evalúe como corresponde.

Ciertos hombres — los que piensan, viven independientemente, y producen — son un valor unos para otros. Son un valor según el estándar de la vida del hombre y del interés personal de cada individuo. Según ese mismo estándar, los tipos opuestos de hombres — los evasores, los parásitos, los criminales — son lo opuesto a un valor. Si uno llega a vivir o a tratar con otros hombres, el carácter moral de esos hombres es relevante para la propia supervivencia de uno, y puede ser una cuestión de enorme importancia para él, para bien o para mal. Para concretar aún más este principio, uno sólo tiene que imaginar los efectos sobre el propio bienestar que derivarían de vivir en una sociedad compuesta de nazis marchando al paso de la oca — o de los Padres Fundadores Norteamericanos — o de tontos irreflexivos de cualquier pueblo — o de hombres como John Galt y Francisco D’Anconia en la Atlántida de La Rebelión de Atlas.

El principio anterior introduce un amplio contexto nuevo para la búsqueda de valor. Nos lleva al ámbito de las relaciones personales. Cuando los hombres evalúan el carácter moral de otros, como vimos en el capítulo 4, responden emocionalmente, sintiendo estima y afecto por aquellos individuos cuyos valores comparten. El resultado es el fenómeno de admiración, amistad, amor (y, por desgracia, de sus negativos también). La amistad y el amor son aspectos cruciales en la vida de un egoísta, no meramente porque ocurre que la mayoría de la gente parece querer tener relaciones personales, sino porque es racional quererlas, si los estándares de valor implicados son legítimos.

La obtención de tales relaciones, como de cualquier otro valor, requiere un curso apropiado de pensamiento y de acción. Requiere que una persona defina y evalúe los valores específicos de carácter (y su jerarquía) que considera importantes para él, personalmente. Requiere que reconozca estos valores cuando los encuentre, o sea, que aprenda a identificar objetivamente los rasgos que poseen los demás (y él mismo). Y requiere que busque en otros, suponiendo que ellos también lo deseen, la forma y el grado de intimidad — de compartir sus pensamientos, sus sentimientos, su vida — que son apropiados dado el grado de su mutua afinidad de valores. El resultado, si uno puede encontrar a los individuos requeridos, será una escala ascendente de nuevos placeres añadidos a la vida de uno, desde el placer de una amistad prometedora hasta el embeleso del amor romántico.

Por su propia naturaleza, todas esas respuestas a otros son egoístas. Son egoístas porque, en última instancia, se basan en la propia supervivencia: en el valor que tienen para la propia vida las otras personas que comparten los valores de uno. Son egoístas porque exigen autoestima: la confianza de contar con las propias conclusiones de uno y de buscar los propios valores de uno en la persona del otro. Son egoístas porque son placeres, y además profundamente personales. 42

A menudo nos dicen que el amor (como la búsqueda de la verdad) es desinteresado. Un «amor desinteresado” sería uno desconectado de la propia vida, juicio o felicidad de quien ama; tal cosa desafía la naturaleza misma del amor. «Un amor ´altruista´, ´desinteresado´,» escribe Ayn Rand, «es una contradicción en términos: significa que uno es indiferente a aquello que uno valora». Aquí, de nuevo, la verdad es el opuesto a la idea convencional. El egoísta no es un hombre incapaz de amar; es el único hombre capaz de hacerlo. «Para decir ‘yo te amo'», como observa Howard Roark, «uno primero tiene saber cómo decir el ´Yo´». 43

Seguir leyendo:
El individuo como beneficiario apropiado de su propia acción moral — OPAR [7-4] (Cont.)

Según el punto de vista subjetivista, un egoísta es un individuo que es indiferente u hostil a todo el mundo excepto a sí mismo. Ese punto de vista es irrelevante para Objetivismo. El Objetivista no dice: «Me valoro sólo a mí mismo». Dice: «Si eres un tipo especial de persona, por ello te conviertes en un valor para mí, para completar mi propia vida y felicidad». Es el invocar este objetivo, no la ausencia de amor, lo que constituye el egoísmo en el tema que estamos tratando.

El mismo objetivo determina la naturaleza y la magnitud de la ayuda que uno puede correctamente darles a quienes tengan problemas. 44 (Esta es una cuestión moral marginal. Si el sufrimiento fuese la norma metafísica, si lo esencial de la vida humana consistiese en rescatar a víctimas de incendios, inundaciones, enfermedades, bancarrota o inanición, significaría que el hombre no está equipado para sobrevivir.)

Cualquier acción que uno emprenda para ayudar a otra persona, afirma Ayn Rand, debe ser elegida dentro del contexto total de las propias metas y valores de uno. Uno debe determinar el tiempo, el esfuerzo y el dinero que es apropiado dedicar, dada la posición del receptor en la jerarquía evaluativa de uno, y luego actuar en consecuencia. Darle a una persona menos de lo que se merece, a juzgar por la propia jerarquía de uno, es traicionar los propios valores. Darle más es desviar recursos a un receptor que no es digno de ellos (por la propia definición de uno), y de esa forma, de nuevo, es sacrificar los propios valores”.

De esto se deduce que un hombre debe ciertamente actuar para ayudarle a una persona con problemas si es a quien ama, hasta el punto de arriesgar su propia vida en caso de peligro. Eso no es un sacrificio si ama a la persona — digamos, a su esposa — porque lo que le ocurra a ella supone una diferencia de vida o muerte para él, personalmente y egoístamente. Si no le supone tal diferencia a él, entonces, sea cual sea el nombre de su emoción, no es «amor». Por el mismo razonamiento, un hombre ciertamente no debe ayudarles a los demás de forma promiscua. No debe ayudarles a quienes atacan sus valores o a quienes le declaran la guerra, o de quienes no tiene ningún conocimiento en absoluto. Para que un hombre sea considerado como auto-sustentable y auto-respetable, no debe ayudar, y mucho menos amar, a su enemigo, y ni siquiera a su prójimo: no, hasta que descubra quién es ese prójimo y si merece ser ayudado. 45

En cuanto a ayudar a un desconocido en una emergencia, es moral en ciertas condiciones. Un hombre puede ayudar a tal persona si el concepto de «emergencia» está adecuadamente delimitado; 46 si no implica ningún sacrificio para quien ayuda; si el receptor no es la causa de su propio sufrimiento, o sea, si quien ayuda no está apoyando vicios sino valores (aunque sólo sea el valor potencial de un ser humano del cual no se conoce nada malo); y, sobre todo, si quien ayuda recuerda el estatus moral de su acción. Ofrecer ayuda a otros en este contexto es un acto de generosidad, no una obligación. Y tampoco es un acto que uno puede contabilizar como un paso hacia la virtud. La virtud, para Objetivismo, consiste en crear valores, no en regalarlos.

Puedes y debes ayudarle a otro hombre, o hacerte amigo de él, o quererlo, si en el contexto total,  — tus valores, tu juicio, tu vida — quedan por ello avalados y protegidos. El principio de tu acción debe ser egoísta. Nunca puedes válidamente aceptar el papel de servidor altruista de otros, o el estatus de un animal sacrificable. (Aspectos adicionales de la visión Objetivista del amor serán tratados en los capítulos 8 y 9).

Oímos decir a menudo, con un gesto cínico, que todos los hombres son egoístas. Esta afirmación es doblemente errónea, como hecho y como valoración. Es errónea como hecho, porque de hecho los hombres pueden sacrificar sus propios intereses; hoy en día, lo hacen regularmente, como el estado del mundo demuestra. Es errónea como valoración, porque el cinismo implica que el egoísmo es malvado.

El egoísmo, de la forma que Objetivismo interpreta el concepto, no es una debilidad innata, sino una fuerza poco común. Es el logro de mantenerse fiel a la propia vida de uno y a la propia mente. Esto no es algo que pueda darse por hecho o que pueda maldecirse. Es algo que debe ser aprendido, enseñado, nutrido, alabado y consagrado.

La interpretación Objetivista no representa un tipo de egoísmo “atenuado” o «desinteresado». Abogamos por el egoísmo normal, el tipo que realmente consigue el objetivo egoísta de mantener la propia existencia de uno. La vida del hombre como estándar moral no es un aditivo «superior» a la vida. Asimismo, el egoísmo racional no es una versión «superior» de egoísmo.

La política que he estado analizando es la que debe ser llamada apropiadamente «egoísmo». Además, si se acepta un enfoque objetivo a la cognición, la ética de Ayn Rand es la única con pleno derecho a ese término de honor.

Los que rechazan el principio del egoísmo encontrarán en la historia de la ética dos alternativas principales. Una es la primordial y medieval teoría de que el hombre debe sacrificarse a lo sobrenatural. La segunda es la teoría de que el hombre debe sacrificarse por el bien de otros hombres. La segunda es conocida como «altruismo», que no es un sinónimo de bondad, generosidad o buena fe, sino la doctrina de que el hombre debe colocar a otros por encima de sí mismo, como regla fundamental de su vida.

No voy a intentar en este libro identificar las contradicciones y las perversidades de esas dos teorías. Ayn Rand ha cubierto este terreno demasiado bien: en teoría, en la práctica, en la historia, y desde cualquier punto de vista que se te pueda ocurrir. Si sus obras no te han convencido ya de que la moralidad del auto-sacrificio es la moralidad de la muerte, nada que yo pueda añadir aquí podrá hacerlo tampoco.

Me limitaré aquí a hacer una observación polémica. Los defensores del auto-sacrificio, en cualquiera de las dos versiones, nunca han exigido consistencia. Ellos no les han pedido a los hombres que sacrifiquen sus bienes, placeres, objetivos, valores e ideas como cuestión de principio. Incluso los santos tuvieron que evitar ese camino, que equivaldría a un suicidio inmediato. Los moralistas del altruismo esperan que un hombre continúe funcionando, trabajando y logrando cosas: si no lo hiciera, no tendría valores a los que renunciar. Esperan que use su mente para su propio beneficio y supervivencia, y luego que niegue su juicio cuando el espíritu le ordene. Esperan que él sea gobernado por capricho, por el capricho de la autoridad o del beneficiario de turno, cada vez que ese capricho se inyecta en el proceso y exige recibir su pago.

Esos moralistas esperan que vivas tu vida sólo a tiempo parcial, mientras intentas de vez en cuando salirte con la tuya con diversos actos de auto-inmolación, de la misma forma que los drogadictos pretenden alimentarse normalmente mientras tratan de salirse con la suya con sus dopajes periódicos.

Ninguna de estas contradicciones, sin embargo, es posible en la práctica. La vida del hombre requiere adhesión a principios. Y lo anterior tampoco es una distorsión de la teoría del auto-sacrificio: es lo que esa teoría realmente significa. Aparte del suicidio, es lo único a lo que podemos referirnos en realidad con la noción de una entidad viva que esté practicando el «anti-egoísmo».

El contenido de «el bien» debe ahora haber quedado claro. El bien, en la visión de Ayn Rand, es el hombre, el individuo, manteniendo la vida a través de la razón; su vida, con todo lo que tal objetivo requiere e implica.

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 7 [7-4]

      1.   Ibid., p. 25.
      2.   See The Virtue of Selfishness,Introduction, pp. vii-x.
      3.   Ibid., p. x.
      4.   See Atlas Shrugged, pp. 953 ff.; The Virtue of Selfishness,«The Ethics of Emergencies,» p. 44.
      5.   Atlas Shrugged, pp. 955-56.
      6.   Ibid., p. 993. Ayn Rand’s view here is the opposite of Kant’s principle of «treating humanity . . . always as an end.» Kant bars the exploitation of one man by another, while demanding of everyone a life of total self-sacrifice. For a discussion of Kant’s ethics, see my book The Ominous Parallels (New York: Mentor, 1983), pp. 74-84.
      7.   See The Fountainhead, pp. 606-9, 682 ff.
      8.   See Atlas Shrugged, pp. 741-42, 713-14; The Virtue of Selfishness,«The ‘Conflicts’ of Men’s Interests,» pp. 50-56.
      9.   The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 32.
      10.   Ibid., pp. 31-32.
      11.   Ibid., «The Ethics of Emergencies,» p. 44; The Fountainhead, p. 377.
      12.  See The Virtue of Selfishness,«The Ethics of Emergencies,» pp. 43-49.
      13.  Ibid., p. 45.
      14.  Ibid., pp. 47-49.

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Igual que no puede haber riqueza sin causa, no puede haber amor sin causa, o ningún tipo de emoción sin causa.

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