La religión destruye la mente. Por eso destruye la moralidad, tanto en teoría como en la práctica.
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Yogi Berra estaba equivocado. Supuestamente dijo: «En teoría no hay diferencia entre teoría y práctica. En la práctica sí la hay». Pero cuando se trata de religión y de moralidad, como en cualquier otro tema, la práctica confirma la teoría.
En su teoría más esencial, la religión es anti-moralidad. La moralidad depende de tres cosas fundamentales: vida, elección, y razón. La vida como el valor final de cada uno; la posibilidad de elegir como lo que hace posible y necesaria una guía moral; y la razón como el medio básico de supervivencia de cada uno, y como la facultad que nos permite definir, entender y aplicar los principios morales que guían nuestras acciones.
La religión niega las tres. La vida es negada en favor de una vida de ultratumba; la elección es negada por las doctrinas de la gracia, la predestinación y la impotencia general del hombre en este «valle de lágrimas»; la razón es negada por la fe.
Si la religión fuese verdad, no habría ni honor, ni responsabilidad individual, ni autodisciplina racional, ni orgullo, ni ninguna razón para ser moral (aparte del temor de ser atrapado por el Ser Incomprensible). En la religión, la moralidad es sustituída por el miedo a la obediencia a los caprichos de un tirano amoral. (¿Que si realmente quise decir «caprichos»? Lee el libro de Job).
En la práctica, la evidencia más reciente es el alboroto que ha causado Mel Gibson blandiendo armas de fuego, el mismo que nos trajo «La Pasión de Cristo«. La portada del New York Post de hoy dice así: «Querida amiga: Un rabioso Mel me está apuntando con un arma», al lado de una foto de Gibson con un titular aún mayor: «Loco letal».
Un emocionalista como Gibson necesita una doctrina que niegue la ley de causa y efecto, relaje las «limitaciones» de la razón, y ofrezca un perdón inexplicable y «milagroso». En resumen, si quieres actuar como un verdadero drogadicto, la religión es lo tuyo.
Otros ejemplos abundan: los sacerdotes que han cometido los delitos sexuales más repugnantes contra niños; los funcionarios de la iglesia que han luchado durante décadas para encubrir esos delitos; los cementerios comunes secretos en conventos medievales donde están enterrados los niños de las monjas que engañaban a su «esposo» Jesús; los cristianos nazis; el Papa que hizo un trato con Hitler; los yihadistas islámicos que visitaron clubs de strip-tease la noche antes de estrellarse contra el World Trade Center, etc.
La moralidad depende de tres cosas fundamentales: vida, elección, y razón. La religión niega las tres. La vida es negada en favor de una vida de ultratumba; la elección es negada por las doctrinas de la gracia, la predestinación y la impotencia general del hombre en este “valle de lágrimas”; la razón es negada por la fe.
La religión está diseñada para hacer imposible la responsabilidad moral, y ése es su atractivo para mucha gente. La religión le añade «glamour» al mal, tentando a los hombres, diciéndoles que en este mundo beber, mentir y ser promiscuo es lo práctico y lo que les interesa, pero que un Invisible-que-todo-lo-ve los castigará si comen esa fruta prohibida, jugosa, madura y deliciosa.
En una de las conferencias de Objetivismo hace muchos años, alguien hizo una excelente observación acerca de cómo el altruismo y la religión hacen el mal más atractivo. El conferenciante observó que las revistas pornográficas a menudo usan títulos como «Satanás» para atraer a los compradores.¿Te puedes imaginar, preguntó, si hubiera una cultura Objetivista, con los conceptos Objetivistas del bien y del mal, y alguien intentara vender una revista «prohibida» con el título de Wesley Mouch [uno de los personajes malvados de La Rebelión de Atlas]?
La religión hace que el mal – la maldad real – resplandezca. Habiendo descartado la razón, el mal reduce al hombre al nivel de un animal, donde el impulso del momento es todo de lo que es consciente, salvo en la medida en que pueda forzarse a imaginar (es decir, pueda usar la «fe») que su alma se enfrentará a la condenación décadas más tarde, después de su muerte.
Pero por la lógica de lo ilógico, no hay manera de saber cuándo un Ser Incognoscible va a querer tu presencia. Tal vez en las puertas del Cielo no sea San Pedro sino el Marqués de Sade quien juzgue lo que cada uno vaya a hacer durante la eternidad.
Ese es el otro significado de la «apuesta de Pascal», un significado que nadie quiere reconocer: si no hay evidencia racional sobre Dios, el Cielo y el Infierno, entonces no hay manera de saber si es siquiera probable que el pecado vaya a ser castigado en vez de ignorado o incluso premiado. Para lo desconocido sólo existen esas tres posibilidades, y por el razonamiento de Pascal deberíamos asignarle una probabilidad de un tercio a cada una – y eso significa que hay dos terceras partes de probabilidad de que el pecado no sea castigado.
Añádele a eso el hecho de que incluso las doctrinas que hablan de qué es pecado y qué no lo es están en el aire, y que la religión no le da a quien quiera arriesgarse ni siquiera un incentivo a vivir respetando un conjunto específico de «mandamientos»: (¿Debes comer carne los viernes? ¿Abstenerte de consumir alcohol y de bailar? ¿Bautizar por inmersión? ¿Adorar a los árboles?)
La religión, de hecho, convierte a esta vida en algo tan incomprensible como la «otra» vida. Esto le aterroriza al hombre temeroso de Dios, intensificando aún más su necesidad de «placeres» como, por ejemplo, del whisky y de las prostitutas.
La religión destruye la mente, y por eso destruye la moralidad, tanto en teoría como en la práctica diaria.
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Fuente:
Por Harry Binswanger, publicado en su lista para Objetivistas HBLetter.com.
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