Acaban de darte el poder, el deber y la responsabilidad de decidir si otro hombre vivirá o morirá. Eres un miembro del jurado. El juicio es por asesinato, y si el acusado es hallado culpable, será ejecutado.
O tal vez puedas mirarlo de otra forma: Tú eres el acusado, has sido erróneamente acusado y ahora tu vida está en manos de otros hombres, de extraños cuyos criterios morales y virtudes totalmente desconoces. Después de ver la brillante película «12 hombres sin piedad» («12 Angry Men», 1957), desearás fervientemente que un hombre como «el miembro del jurado número 8» (interpretado por Henry Fonda) forme parte del tribunal.
El que un comité decida cualquier asunto ya es problemático, y más si es un asunto de vida o muerte para un hombre.
En la fascinante novela de Ayn Rand, El Manantial, la integridad creativa de un gran arquitecto, Howard Roark, es constantemente atacada y socavada por comités. Como le explica a un amigo: «Eso es lo que siempre me ha detenido al enfrentar un comité. Hombres sin ego. Opiniones sin un proceso racional. Movimiento sin frenos ni motor. Poder sin responsabilidad. Quien vive como parásito – de «segunda mano» – actúa, pero el origen de sus acciones está esparcido por todas las demás personas vivientes. Está en todas partes y en ninguna, y no puedes razonar con él. No se atiene a la razón. No puedes hablar con él – no puede oír. Estás siendo juzgado por un estrado vacío. Una masa ciega corriendo furiosamente, que te aplasta sin sentido ni propósito … «.
En «12 hombres sin piedad», un joven que ni aparece en la película está siendo juzgado por un comité – un comité constituído en su mayoría por hombres de «segunda mano». Un hombre de «segunda mano» es aquel que no está interesado en los hechos, alguien que sólo está preocupado por lo que piensen los demás. En vez de preguntar si una cosa es verdadera o falsa, se pregunta si los demás piensan que es verdadera o falsa, y formula sus opiniones de acuerdo con ello. La justicia le da igual, y lo que hace es sustituirla por el consenso del grupo. Dadas las variadas personalidades y contextos de los miembros del jurado en «12 hombres sin piedad», la probabilidad de que el acusado se salve es mínima.
El guionista Reginald Rose crea y construye una tensión excepcional en su historia usando el método de presentar sólo una escena primaria – una hora y media ininterrumpida dentro de la sala del jurado. El público se siente como si estuviera allí mismo, y, curiosamente, casi todos los que ven la película ven cambiar sus propias opiniones sobre la inocencia o culpabilidad del acusado.
Como hacen casi todos los jurados, estos 12 hombres toman un voto inicial. Los 12 votos – unanimidad – son necesarios para condenar o absolver. Increíblemente, sólo el jurado número 8 vota por la absolución. Sin ninguna discusión sobre la evidencia, 11 hombres estaban dispuestos a enviar a un joven a su muerte.
Al principio, los 11 hombres están seguros de su decisión. Tienen un testigo ocular, una coartada fallida, y un cuchillo poco común que ha sido usado como arma – «un cuchillo muy poco común», le dice burlón uno de los jurados al número 8, mientras lo clava en la mesa de la sala, «y yo digo que tal coincidencia (que otro hombre con un cuchillo similar haya cometido el crimen) no es posible». Dramáticamente, el destino del acusado da un giro de 180 grados cuando el jurado número 8 saca un cuchillo idéntico de su bolsillo y lo clava al lado del arma homicida.
Los de «segunda mano», los que se habían apoyado en las emociones de otros y no en los hechos, poco a poco van viendo cómo su supuesta evidencia comienza a deshilvanarse. Se dan cuenta que, en efecto, el testigo ocular no llevaba gafas la noche del crimen, y que la coartada fallida no es tan fallida como pensaban. La preocupación por dejar a un culpable en libertad de pronto se convierte en preocupación por no encarcelar a un inocente. Uno a uno, los prejuicios personales de los miembros del jurado van desapareciendo.
El jurado número 3 es un racista que habla de «esta gentuza…», refiriéndose al color de la piel del joven. El jurado número 7 simplemente está con prisa por llegar a un partido de béisbol; vota «culpable» demasiado pronto, y en seguida vota «no culpable» demasiado pronto. Pero el grupo está adquiriendo cada vez un mayor sentido de la justicia basada en los hechos – la justicia de primera mano – y el carácter moral del jurado número 8 no deja que nadie se salga con la suya.
Al final, gracias a ese brillante sentido de justicia de «primera mano» del jurado número 8, el joven acusado es declarado inocente y liberado.
Hay muchas formas de juzgar a un hombre y sus acciones, pero «12 hombres sin piedad» es un excelente ejemplo del tipo de justicia que Ayn Rand identificó como una virtud moral: «…debes juzgar a todos los hombres tan conscientemente como juzgas a objetos inanimados, con el mismo respeto por la verdad, con la misma incorruptible visión, a través de un proceso de identificación igual de puro y racional…».
Esperemos que si uno de nosotros es juzgado alguna vez por otros hombres – sobre todo si es nuestra vida lo que está en juego –, que esos hombres posean el mismo incorruptible respeto por la verdad que este jurado finalmente descubre.
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[…] Publicado originalmente em Objetivismo.org. […]
Una de mis películas favoritas. Excelente guión e interpretación. Actualmente disfruto muy poco con el cine debido al contenido filosófico, y son joyitas como esta las que me emocionan. ¿Conocéis alguna otra que me podáis recomendar?
La mejor película jurídica de todos los tiempos, te mantiene en una tensión creciente a medida que va desarrollándose la trama, una obra maestra del arte cinematográfico.