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Por qué la historia de Colón es importante

¿Qué importancia puede tener para nosotros, en la actualidad, la historia de hombres que murieron hace mucho tiempo, como Cristóbal Colón? ¿Qué más da que entendamos o no exactamente lo que pasó con él?

El estudio de la historia surge de nuestra necesidad de evaluar las ideas y el carácter de las personas que viven a nuestro alrededor, para así poder evaluar su potencial (para bien o para mal) en relación a nuestras propias vidas. Los filósofos y los científicos sociales se basan en datos históricos al formular y verificar los principios que guían nuestras principales decisiones. Esto es especialmente cierto cuando se trata de temas  complejos, como la eficacia de diferentes sistemas sociales, el carácter de diferentes países, y el valor de diferentes culturas.

No basta con mirar a nuestro alrededor y ver coches, hospitales y tiendas, para concluir que las sociedades con esa riqueza son superiores a las que carecen de ella. Tenemos que saber cómo llegaron aquí esos bienes, es decir, qué ideas y valores dieron lugar a su creación, y quién los creó.

Esa investigación causal no es fácil. La creación de riqueza y otros productos de la civilización tiene lugar en una escala tan enorme, geográfica y cronológicamente, que es prácticamente imposible que un único individuo comprenda ese proceso sólo con su observación personal. Por ejemplo, uno no podría entender a fondo la importancia global que tiene el método científico en promover la salud y la felicidad humanas, si simplemente extrapolase a partir de su experiencia personal (aunque trabajase como científico en un laboratorio). Tendría que entender cómo Copérnico llevó a Galileo, quien a su vez llevó a Newton, quien llevó a Einstein, quien llevó al descubrimiento de la energía atómica.

Cuando un historiador se equivoca, daña no sólo la reputación histórica de las personas muertas, sino también la reputación de toda persona viviente que abrace las mismas ideas que tenían esas personas.

La disciplina de la historia tiene por objetivo investigar la evidencia relevante a importantes acontecimientos del pasado, y luego a explicar sus causas. Sólo a través de la historia podemos realmente comprender los efectos a largo plazo de las ideas en la práctica; luego aplicamos ese conocimiento para evaluar las ideas y los valores de quienes nos rodean, en la actualidad. Por eso es esencial que los profesores de historia entiendan con total precisión las causas y los efectos.

Resumiendo, estudiamos a los muertos para poder juzgar a los vivos.

Cuando un historiador se equivoca, daña no sólo la reputación histórica de las personas muertas, sino también la reputación de toda persona viviente que abrace las mismas ideas que tenían esas personas. Por ejemplo, si se distorsiona la historia de la vida de Cristóbal Colón – para que parezca que la decisión de expandir el conocimiento que uno tiene del mundo al tratar de conseguir sus metas personales hace que los hombres se vuelvan arrogantes y que desprecien la vida humana, creando un sangriento rastro de saqueo, conquista y «ecocidio» – no es Colón quien lo sufre, él ya no puede hacerlo. Quienes sí sufren son todas aquellas personas vivas que actúan bajo la premisa de que expandir su conocimiento del mundo al buscar su propio interés promueve la vida humana en vez de destruirla. Son las reputaciones de esas personas las que ahora se hacen sospechosas a ojos de cualquiera que ignore la verdadera historia de la civilización occidental.

Igualmente, un análisis defectuoso de causa y efecto puede mejorar la reputación de personas vivas que no se lo merecen. Como ejemplo, suponte que algunos estudiantes que han estudiado a Colón salgan con la idea equivocada de que los indios precolombinos – que nunca llegaron a desarrollar el concepto de ley natural y pasaban gran parte de su tiempo tratando de apaciguar a dioses imaginarios a través de extraños rituales y sangrientos sacrificios – en realidad tenían vidas más felices, limpias y seguras que la gente moderna que manipula la naturaleza para conseguir sus objetivos a través de la ciencia y la industria. Los indios precolombinos ya no pueden beneficiarse de ese error, pues hace mucho que murieron. ¿Quién se beneficia? Esos indios vivientes (y sus hermanos en espíritu, aunque no sean indios) que quieren actuar hoy día bajo la premisa de que rituales absurdos y sacrificios propios promueven la vida humana en vez de destruirla. Son sus reputaciones las que ahora adquieren un nuevo e inmerecido lustre a ojos de cualquier persona que no conozca la verdadera historia de la civilización occidental.

Sólo una inversión histórica de ese tipo puede explicar parodias como el artículo en la revista Parade, un popular suplemento dominical publicado el 12 de octubre de 1992. En ese artículo, titulado «Todos estamos relacionados», el autor lamenta que «500 años de pérdidas y sufrimiento» le hayan seguido al primer viaje de Colón. Y luego el artículo insta a los estadounidenses a adoptar «principios profundos» de la vida indígena, tales como «el mundo de los sueños es el mundo real», y «pertenecemos a la tierra, y tenemos el sagrado deber de protegerla y devolverle las gracias por los dones de la vida».

Aquí no hay más opción que establecer una base sólida en la historia de la civilización occidental. La necesidad de una prueba histórica es sólo un ejemplo de la necesidad de conectar todos nuestros pensamientos a la realidad, recordando observaciones anteriores. Al ser la esencia de la civilización occidental un conjunto de conocimientos – una serie de principios relativos a la relación entre el hombre y la realidad – la evidencia histórica es crucial, como prueba de que esas ideas continúan teniendo los mismos efectos.

Contrariamente a lo que mucha gente cree, por tanto, el objetivo de enseñar historia no es torturar a los alumnos con montones de hechos al azar, no conectados por nada y no conduciendo a nada. Es lo opuesto, una enseñanza histórica rigurosa muestra el mayor respeto por las mentes de los alumnos. Al enseñar historia, cada generación le está diciendo a la siguiente, en efecto: No aceptéis nuestros valores por la fe; mirad la evidencia histórica objetiva que los valida, y juzgad por vosotros mismos.

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Por Tom Bowden, tomado de su libro «The Enemies of Christopher Columbus,  Answers to Critical Questions About the Spread of Western Civilization», («Los Enemigos de Cristóbal Colón, Respuestas a Preguntas Sobre la Propagación de la Civilización Occidental»), estructurado en forma de Preguntas y Respuestas.

Traducido y publicado por Objetivismo.org con permiso del autor.

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Ayn Rand

Sólo hay un estado que satisface el ansia del místico por lo infinito, la no-causalidad, la no-identidad: la muerte. No importa qué causas ininteligibles atribuya a sus incomunicables sentimientos, quien rechaza la realidad rechaza la existencia – y las emociones que le motivan a partir de ese momento son: el odio contra todos los valores de la vida del hombre, y la codicia por todas las maldades que la destruyen.

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