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El papel de los sindicatos — Falacias [3/6]

¿Los sindicatos aumentan el nivel de vida general?

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Estos artículos aparecieron originalmente en el «Intellectual Ammunition Department» de The Objectivist Newsletter. Son respuestas breves a las preguntas económicas más frecuentemente formuladas por los lectores, preguntas que reflejan los conceptos más comúnmente equivocados y generalizados sobre el capitalismo.

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Los sindicatos cuentan con un poder único, casi monopólico, sobre muchos aspectos de la economía. Eso lo han logrado a través de una legislación que ha obligado a los hombres a asociarse a los sindicatos, lo hayan querido o no, y ha obligado a los empleadores a tratar con esos sindicatos, lo hayan querido o no.

Uno de los engaños más extendidos de nuestra época es la creencia de que el trabajador americano le debe su alto nivel de vida a los sindicatos y a la legislación laboral «humanitaria». Esa creencia es refutada por los hechos y los principios más fundamentales de la economía, hechos y principios sistemáticamente evadidos por los dirigentes obreros, y por los legisladores y los intelectuales de índole estatista.

El nivel de vida de un país, incluyendo los sueldos de sus trabajadores, depende de la productividad del trabajo; la alta productividad depende de las máquinas, de los inventos, y de la inversión de capital; a su vez, esas cosas dependen del ingenio creativo de hombres individuales; y ese ingenio, a su vez, requiere, para poder ser aplicado, un sistema político-económico que proteja los derechos del individuo y la libertad.

El valor productivo del trabajo físico como tal es bajo. Si el trabajador actual produce más que el trabajador de hace cincuenta años, no es porque el primero haga un mayor esfuerzo físico; todo lo contrario: el esfuerzo físico requerido de él es mucho menor. El valor productivo de su esfuerzo ha sido multiplicado muchas veces, gracias a las herramientas y a las máquinas con las que él trabaja; ellas son cruciales para determinar el valor económico de sus servicios. Para ilustrar ese principio, piensa en cuál sería la recompensa económica de un hombre en una isla desierta por mover su dedo en una distancia de un centímetro; luego piensa en los sueldos que le pagan por apretar un botón al operador de un ascensor en la ciudad de Nueva York. No son los músculos los que hacen la diferencia.

Como señala Ludwig Von Mises:

Los sueldos americanos son más altos que los sueldos en otros países porque el capital invertido por trabajador es mayor, y las fábricas, por esa razón, tienen cómo usar máquinas y herramientas más eficientes. Lo que se conoce como el estilo de vida americano es el resultado del hecho que Estados Unidos ha puesto menos obstáculos a la hora de ahorrar y acumular capital que otras naciones. El atraso económico de países como la India consiste precisamente en el hecho de que sus políticas entorpecen tanto la acumulación de capital como la inversión de capital extranjero. Al faltar el capital requerido, las empresas indias están impedidas de usar cantidades suficientes de maquinaria moderna, y por lo tanto están produciendo mucho menos por hora-hombre y sólo pueden permitirse pagar salarios que, comparados con los niveles de salarios americanos, parecen escandalosamente bajos. [Ludwig von Mises, Planning for Freedom, segunda edición, South Holland, Illinois: Libertarian Press, pp. 151-152.]

En una economía de libre mercado, los empleadores deben luchar competitivamente por los servicios de los trabajadores, de la misma forma que deben luchar competitivamente por todos los demás factores de producción. Si un empleador intenta pagar sueldos inferiores a los que sus trabajadores pueden conseguir en otro lugar, él perderá a sus trabajadores, y por lo tanto se verá forzado a cambiar de política o a ir a la quiebra. Si, manteniendo todo lo demás igual, un empleador paga sueldos que están por encima del nivel del mercado, sus mayores costes lo pondrán en una desventaja competitiva a la hora de vender sus productos, y de nuevo se verá forzado a cambiar de política o a ir a la quiebra. Los empleadores no bajan los sueldos porque son crueles, ni suben los sueldos porque son bondadosos. Los salarios no están determinados por el capricho del empleador. Los salarios son los precios que se pagan por el trabajo humano, y, como todos los demás precios en una economía libre, están determinados por la ley de la oferta y la demanda.

Desde el inicio de la Revolución Industrial y del capitalismo, los niveles de salarios han aumentado continuamente, como una consecuencia económica inevitable de la creciente acumulación de capital, del progreso tecnológico, y de la expansión industrial. Así como el capitalismo creó innumerables nuevos mercados, así también creó un mercado cada vez más amplio para el trabajo: multiplicó el número y los tipos de trabajo disponibles, aumentó la demanda y la competencia por los servicios del trabajador, y de esa forma impulsó los niveles salariales hacia arriba.

Fue el interés económico personal de los empleadores lo que los llevó a elevar los sueldos y a acortar los horarios de trabajo, no fue la presión de los sindicatos. La jornada de ocho horas había sido establecida en la mayoría de las industrias americanas mucho antes de que los sindicatos adquiriesen un tamaño significativo o un poder económico. Mientras que sus competidores les pagaban a sus trabajadores entre dos y tres dólares diarios, Henry Ford les ofrecía cinco dólares diarios, de esa forma atrayendo a la mano de obra más eficiente del país, y de esa forma aumentando su propia producción y sus beneficios. En los años 20, cuando el movimiento laboral en Francia y en Alemania era mucho más dominante que en Estados Unidos, el nivel de vida del trabajador americano era muy superior. Era la consecuencia de la libertad económica.

De más está decir que los hombres tienen derecho a organizarse en sindicatos, siempre que lo hagan voluntariamente, es decir, siempre que nadie se vea forzado a asociarse. Los sindicatos pueden tener valor como organizaciones fraternales, o como una forma de mantener informados a sus miembros sobre las condiciones actuales del mercado, o como un medio para negociar más eficazmente con los empleadores, sobre todo en comunidades pequeñas y aisladas. Puede ocurrir que un empleador individual esté pagando sueldos que, en el contexto del mercado global, sean demasiado bajos; en ese caso, una huelga, o la amenaza de una huelga, pueden presionarle para que cambie su política, ya que descubrirá que no puede conseguir una mano de obra adecuada con los sueldos que ofrece. Sin embargo, la creencia de que los sindicatos pueden provocar un alza general en el nivel de vida es un mito.

Hoy día, el mercado laboral ya no es libre. Los sindicatos cuentan con un poder único, casi monopólico, sobre muchos aspectos de la economía. Eso lo han logrado a través de una legislación que ha obligado a los hombres a asociarse a los sindicatos, lo hayan querido o no, y ha obligado a los empleadores a tratar con esos sindicatos, lo hayan querido o no. Como consecuencia, los niveles salariales en muchas industrias ya no están determinados por un libre mercado; los sindicatos han conseguido forzar que los sueldos estén sustancialmente por encima de su nivel normal de mercado. Esos son los «logros sociales» por los cuales los sindicatos son normalmente reconocidos. De hecho, sin embargo, el resultado de su política ha sido (a) una reducción en la producción; (b) un desempleo masivo; y (c) una penalización para los trabajadores en otras industrias, así como para el resto de la población.

(a) Al elevar los salarios a niveles desmesuradamente altos, los costes de producción son tales que reducciones en la producción son a menudo necesarias; los nuevos proyectos se vuelven demasiado caros, y el crecimiento es impedido. Con mayores costes, los productores marginales —los que apenas han conseguido competir en el mercado— se dan cuenta de que ya no pueden seguir en el negocio. El resultado general: bienes y servicios que habrían sido producidos en condiciones normales, ahora no son creados.

(b) Como resultado de los altos niveles salariales, los empleadores pueden contratar a menos trabajadores; como resultado de una producción reducida, los empleadores necesitan menos trabajadores. Así, un grupo de trabajadores obtiene mayores sueldos injustificados, a costa de otros trabajadores que ahora no son capaces de encontrar empleo en absoluto. Eso —en combinación con las leyes del salario mínimo— es la causa del desempleo tan extendido. El desempleo es el inevitable resultado de forzar el nivel de salarios por encima de su nivel de libre mercado. En una economía libre, en la cual ni los empleadores ni los trabajadores están sujetos a coacción, los niveles de salarios siempre tienden a un nivel en el que todos los que buscan empleo son capaces de conseguirlo. En una economía congelada y controlada, ese proceso es bloqueado. Como resultado de la legislación supuestamente «pro-laboral» y del poder monopólico del que los sindicatos disfrutan, los trabajadores desempleados no son libres de competir en el mercado laboral ofreciendo sus servicios por menos que los niveles salariales predominantes; los empleadores no son libres de contratarlos. En el caso de huelgas, si los trabajadores desempleados tratasen de obtener los puestos de trabajo que han sido abandonados por los huelguistas sindicales (ofreciendo trabajar por un salario inferior) a menudo se verían sometidos a amenazas y a violencia física por los miembros del sindicato. Esos hechos son tan notorios como son evadidos en la mayoría de las discusiones actuales sobre el problema del desempleo…, especialmente por los funcionarios del gobierno.

(c) Cuando las condiciones de mercado son tales que los productores cuyos costes de personal han aumentado no pueden subir los precios de los bienes que venden, se genera una reducción en la producción, como se indicó más arriba; y por consiguiente la población general sufre una pérdida de potenciales bienes y servicios. (La noción de que los productores pueden «absorber» tales aumentos de salarios, «sacándolos de sus beneficios» sin detrimento para la producción futura, es peor que una ingenuidad económica; son los beneficios los que hacen posible la producción futura; la cantidad de beneficios que va, no a la inversión, sino al consumo personal del productor, es despreciable en el contexto económico general.) En la medida en que las condiciones del mercado realmente lo permiten, los productores cuyos costes de personal han aumentado están obligados a subir los precios de sus mercancías. Entonces, los trabajadores en otras industrias se dan cuenta de que sus costes de vida han aumentado, que ahora deben pagar precios más altos por las mercancías que compran. Entonces, ellos a su vez exigen un aumento de sueldos en sus industrias, lo cual conduce a nuevos aumentos de precios, lo cual conduce a nuevos aumentos de sueldos, etc. (Los líderes sindicales típicamente expresan indignación cada vez que los precios son aumentados; los únicos precios que ellos consideran moral que sean aumentados son los precios pagados por la mano de obra, es decir, los sueldos.) Los trabajadores que no están sindicalizados, y el resto de la población en general, se enfrentan a esa misma constante alza en sus coste de vida; ellos están obligados a subsidiar los sueldos injustificadamente altos de los trabajadores sindicalizados, y son las víctimas anónimas de las «ganancias sociales» de los sindicatos. Y uno ve el espectáculo de unos albañiles recibiendo sueldos dos o incluso tres veces mayores que oficinistas y profesores.

No puede ser suficientemente enfatizado que no es el sindicalismo como tal, sino que son los controles y las regulaciones del gobierno, los que hacen posible ese estado de cosas. En una economía libre, no regulada, en un mercado del cual la coacción ha sido eliminada, ningún grupo económico puede adquirir un poder que le permita victimizar al resto de la población. La solución no está en una nueva legislación dirigida contra los sindicatos, sino en revocar la legislación que hizo posible la maldad actual.

La incapacidad de los sindicatos para lograr verdaderos y generalizados aumentos en los salarios —para elevar el nivel de vida en general— está en parte eclipsada por el fenómeno de la inflación. Como consecuencia de la política de gastos deficitarios y de expansión del crédito, el poder adquisitivo de la unidad monetaria, el dólar, ha disminuido drásticamente a través de los años. Los niveles salariales nominales han aumentado considerablemente más que los niveles salariales reales, es decir, que los salarios medidos en términos de su poder adquisitivo real.

Otra cosa que ha contribuido a eclipsar ese tema es el hecho de que los niveles salariales reales han aumentado considerablemente desde inicios de siglo. A pesar de las destructivas y crecientes restricciones gubernamentales sobre la libertad de producción y comercio, grandes avances se han hecho en la ciencia, la tecnología, y la acumulación de capital, todos los cuales han elevado el nivel de vida general. Deberíamos añadir que esos avances son menores que los que se habrían producido en una economía totalmente libre y, al ir reforzándose los controles, esos avances se vuelven cada vez más lentos y más raros.

Es relevante aquí considerar contra qué obstáculos los empresarios han tenido que luchar para seguir produciendo, cuando uno oye a los dirigentes obreros proclamar, en tono de indignación, el derecho de los trabajadores a una «mayor parte» del «producto nacional». Parafraseando a John Galt: Una mayor parte… ¿proporcionada por quién? Silencio absoluto.

El progreso económico, como cualquier otra forma de progreso, tiene sólo una fuente esencial: la mente del hombre, y puede existir sólo en la medida en que el hombre es libre de traducir su pensamiento en acción.

Que quien crea que su alto nivel de vida es el logro de sindicatos y de controles gubernamentales se haga la siguiente pregunta: Si uno tuviese una «máquina del tiempo» y transportara a los caciques sindicales de Estados Unidos y a más de tres millones de burócratas gubernamentales de vuelta al siglo X, ¿serían ellos capaces de proporcionarle al siervo medieval luz eléctrica, frigoríficos, coches y televisores? Cuando uno se da cuenta de que ellos no podrían hacerlo, uno debería identificar quién y qué hizo posibles esas cosas. [Para excelentes y más detallados tratamientos de estos asuntos, ver Ludwig Von Mises, Planning for Freedom, especialmente el capítulo titulado «Wages, Unemployment and Inflation»; y Henry Hazlitt, Economics in one lesson (Nueva York: Harper and Brothers, 1946), especialmente los capítulos titulados «Minimum Wage Laws» y «Do Unions Really Raise Wages?».]

Postdata: Después de completar este ensayo, surgió un artículo en The New York Times del 8 de septiembre, que es demasiado pertinente como para dejar pasar sin mencionarlo. El artículo, titulado «10 U.A.W. Leaders Find Unions ARE Losing Members´ Loyalty» (10 líderes del sindicato de automóviles reconocen que los sindicatos ESTÁN perdiendo la lealtad de sus miembros), está escrito por Damon Stetson, e informa que los ejecutivos del sindicato de trabajadores de la industria automotriz se han reunido para discutir el problema de la creciente falta de lealtad de los trabajadores hacia el liderazgo y la solidaridad sindical. Un funcionario de la U.A.W. (United Auto Workers) es citado diciendo: «¿Cómo podemos conseguir mayor lealtad del individuo hacia el sindicato? Todas las cosas por las cuales luchamos, ahora la corporación se las da a los trabajadores. Lo que tenemos que encontrar son otras cosas que los trabajadores quieran, y que el empleador no esté dispuesto a dárselas, y tenemos que desarrollar nuestro programa alrededor de esas cosas como razones para pertenecer al sindicato».

¿Hace falta algún otro comentario?

(Noviembre de 1963)

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Fuentes:

Escrito por Nathaniel Branden bajo la supervisión de Ayn Rand.

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