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Lo hicimos antes y podemos hacerlo otra vez

El único estímulo que necesitamos es derrotar al virus

¿Somos todos ahora como Paul Krugman?

Trata de recordar los embriagadores días del gigantesco “paquete de estímulos” de la época de Obama, a raíz de la crisis financiera del 2008. El columnista del New York Times Paul Krugman, el gran defensor del gasto ultrakeynesiano del gran gobierno, nos aseguró que el único problema con el gasto (repleto de golosinas y regalos para la gente) de casi un billón de dólares es que no era lo suficientemente grande. Lo que realmente necesitábamos para hacer el trabajo era un estímulo de 2 billones de dólares. Parecía una locura.

Ahora esa locura es la sabiduría convencional adoptada por ambos partidos, porque un estímulo de $2B es exactamente lo que reunieron fuerzas para votar; su único desacuerdo fue sobre los detalles de quién y qué es lo que debería ser estimulado.

Hemos de recordar que todo ese estímulo allá por el 2009 realmente no estimuló nada. Durante años, seguimos escuchando predicciones acerca de un “verano de recuperación”, un fuerte repunte que nunca tuvo lugar. La recuperación se produjo, pero sólo lenta y tortuosamente, en la medida en que los bancos y otras grandes instituciones financieras fueron reconstruyendo el capital que habían perdido en el colapso inmobiliario.

“El coronavirus es malo, pero es difícil imaginar que pueda ser tan destructivo como la Segunda Guerra Mundial. Si pudimos recuperarnos de eso mientras el gobierno estaba reduciendo su gasto, entonces podemos recuperarnos de esto también, y sin estímulo”

El estímulo actual parece otro intento de repartir dinero a go-go en direcciones aleatorias, en vez de resolver el problema subyacente. Por eso el debate se quedó estancado en disputas partidistas.

Los demócratas querían llenarlo con todas las cosas en su lista de deseos, usando una legislación escrita que ha de ser aprobada obligatoriamente y toda prisa, una legislación que nadie ha tenido tiempo de leer; y quisieron hacer eso para ocultar todo tipo de proyectos especiales. Por ejemplo, han estado tratando de reescribir las disposiciones de rescate para las escuelas de una forma que les lanza dinero a espuertas a las escuelas públicas, mientras deja que las escuelas privadas fracasen. Hay que recompensar a los sindicatos de maestros de alguna forma.

Por el lado republicano, el proyecto de ley crea un enorme fondo ilimitado de “bienestar corporativo” que se distribuirá prácticamente a la sola discreción del Secretario del Tesoro. Se hará especial hincapié en rescatar a hoteles, aerolíneas y empresas de cruceros. No sabremos el alcance completo de eso durante algún tiempo, porque todo el mundo ha puesto en práctica la medicina de Nancy Pelosi, y ha decidido que primero tenemos que aprobar la ley para descubrir qué contiene.

El problema fundamental no es tanto que el dinero esté siendo distribuido de forma sesgada, o a destinatarios que no se lo merecen. El problema es la premisa básica. El objetivo del rescate es preservar la economía en conserva, como estaba a principios de marzo, con exactamente los mismos trabajos que antes y todas las industrias congeladas en su sitio.

Pero eso no va a suceder. La economía que surja de aquí a dos meses o a un año será diferente. Las personas tendrán diferentes prioridades y necesidades. Y más que eso: el proceso de recuperación será el proceso a través del cual haremos cambios a nuestro capital y a nuestro trabajo para satisfacer esas nuevas necesidades.

Una gran cantidad de riqueza habrá sido destruida –por el virus y por los pasos en falso del gobierno, pero principalmente por el virus– así que tendremos que reconstruir desde un punto de partida menor. Va a ser desagradable e incluso irritante. Pero cuanto antes aceptemos esa realidad y hagamos los ajustes necesarios, antes nos recuperaremos. El proyecto de ley parece estar diseñado para retrasar ese proceso de adaptación a la realidad. Contiene préstamos diseñados específicamente para animar a todos los empleadores a mantener el mismo número de empleados de aquí a seis meses, como si nada hubiera sucedido en todo ese tiempo. Del mismo modo, contiene beneficios de desempleo aumentados que les pagarán más a algunos trabajadores despedidos por permanecer fuera de la fuerza laboral que por cambiar a nuevos empleos.

Todo eso es un enorme acto de negación, destinado a mantener el capital, el gasto y el empleo donde estaba antes, para que podamos restablecer por arte de magia nuestra economía en el mundo como era A.C., Antes del Coronavirus. Pero eso nunca va a ocurrir, y lo que hace esa ley es gastar $2B para aplazar durante el mayor tiempo posible el momento de aceptar la nueva realidad y seguir adelante.

El mayor engaño que hay detrás de esa ley es pensar que $2B de riqueza pueden ser simplemente creados de la nada. En realidad, el gobierno no puede hacer que la nueva riqueza empiece a existir, lo único que puede hacer es pasarla de un lado a otro. Así que cualquier cosa que parezca que estamos obteniendo de esta ley habrá que sacarla de algún otro sitio. Todo tendrá que ser devuelto, con creces, en forma de nuevos impuestos, de nueva deuda y, sobre todo, de inflación. Es verdad que no podemos hacer que la riqueza exista por mandato del gobierno, pero ciertamente podemos hacer que un montón de dinero exista de la nada, sólo que no habrá más bienes que todo ese dinero nuevo pueda comprar.

Intentar conjurar un beneficio inmediato a corto plazo a expensas del dolor a largo plazo podría haber tenido más sentido si no hubiéramos estado haciendo exactamente eso como algo normal en las últimas dos décadas (y, con breves respiros, mucho más tiempo). Desde el 11 de septiembre –la última vez que tuvimos un presupuesto federal equilibrado– hemos tratado a cada crisis como siendo una razón para pedir prestado de inmediato y gastar grandes sumas de dinero; pero nunca hemos decidido que eso es algo que podamos dejar de hacer entre una crisis y otra. Durante los últimos tres años, un período de relativa paz y prosperidad, el gobierno federal ha estado gastando alrededor de un billón de dólares al año más de lo que ha recibido. Las únicas “emergencias” que nos obligaron a hacerlo fueron nuestra falta de voluntad para hacer las reformas mínimas en los subsidios a la clase media, y el miedo patológico del presidente de que la bolsa pudiera caer…, lo cual ha pasado de todas formas.

“El mayor engaño es pensar que $2B de riqueza pueden ser simplemente creados de la nada”

Eso nos deja frente a una emergencia real y actual –una calamidad vasta, global e impredecible– sin superávit, sin reservas, y con un enorme lastre de gasto y de deuda. Así es como el estímulo anterior creó las condiciones que han llevado a nuestra depresión económica actual.

¿Qué podría realmente estimular la economía? Resolver el problema de fondo. Aparte de todas las fantasías del presidente Trump sobre una gran reapertura del país para Pascua, no va a haber ningún tipo de reactivación económica, con o sin estímulo, hasta que la gente pare de morir. Bill Gates tiene razón: “Es muy difícil decirle a la gente: ´Escuchad, seguid yendo a restaurantes, seguid comprando casas nuevas, ignorad ese montón de cadáveres ahí en la esquina`”. Nada va a hacer posible que la gente vuelva al trabajo, o que los inversores vuelvan al mercado bursátil, a menos que nos rescaten de la posibilidad de una muerte masiva.

Si el Congreso quisiera un verdadero estímulo, podría coger parte de ese dinero y destinarlo a aumentar las pruebas y los tratamientos para el COVID-19, a aumentar la capacidad en los hospitales y la producción de mascarillas y otros equipos de protección, o tal vez podría volver a capacitar a algunos de los trabajadores despedidos y emplearlos como parte del esfuerzo de recuperación. Puede que lleve varios meses capacitar a alguien para que asuma un nuevo trabajo en el campo de la sanidad, pero es posible que necesitemos trabajadores adicionales durante muchos meses más, y los que están trabajando ahora 24 horas al día no van a poder seguir haciéndolo siempre.

El modelo más próximo de recuperación anterior que se me ocurre es el del final de la Segunda Guerra Mundial. El gran mito es que fue el gasto en tiempos de guerra lo que hizo revivir la prosperidad estadounidense. Pero la guerra fue una época de escasez y de racionamiento, fue cuando los jóvenes eran enviados a campos de batalla, no a fábricas. No, la verdadera recuperación se produjo después de la guerra, cuando el gasto del gobierno y el empleo estaban reduciéndose rápidamente, cuando la economía estaba siendo re-privatizada y liberada de los controles del gobierno, y cuando los expertos keynesianos del “estímulo” predecían un colapso económico. Sucedió exactamente lo contrario, y no hubo necesidad de ningún estímulo gubernamental. Lo que se necesitó fue derrotar al fascismo y permitir que las personas volvieran a sus vidas normales, lo cual estuvieron encantadas de hacer.

El coronavirus es malo, pero es difícil imaginar que pueda ser tan destructivo como la Segunda Guerra Mundial. Si pudimos recuperarnos de eso mientras el gobierno estaba reduciendo su gasto, entonces podemos recuperarnos de esto también, y sin estímulo.

El único estímulo que realmente necesitamos es vencer al virus. Cuando desaparezca el fantasma de la muerte en masa –y no hablemos de la posibilidad de que el gobierno gaste más billones que no tenemos– entonces la gente tendrá la confianza suficiente y la libertad suficiente para reactivar la economía por su cuenta.

Como decía la musiquilla de la Segunda Guerra Mundial: Lo hicimos antes y podemos hacerlo otra vez.

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Por Robert Tracinski, publicado en The Tracinski Letter en marzo del 2020

Traducido, editado y publicado por Objetivismo.org, con permiso del autor

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