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El culto a la moralidad gris – Ayn Rand

 Ensayo publicado en
La virtud del egoísmo
— por Ayn Rand

*  *  *

Uno de los síntomas más elocuentes de la bancarrota moral de la cultura actual es una cierta actitud popular hacia cuestiones morales, que queda muy bien resumida en: «No hay blancos ni negros, sólo hay grises».

Eso se dice tanto de personas, de acciones y de principios de conducta, como de la moralidad en general. «Blanco y negro», en este contexto, significa «bueno y malo».

Desde cualquier perspectiva que uno quiera examinarla, esa noción está llena de contradicciones (la principal siendo la falacia del «concepto robado»). Si no hay blanco ni negro, entonces tampoco puede haber gris, puesto que el gris no es más que una mezcla de los dos.

Antes de que uno pueda identificar algo como «gris», uno tiene que saber qué es blanco y qué es negro. En el campo de la moralidad, eso significa que uno debe primero identificar qué es bueno y qué es malo. Y cuando un hombre ha llegado a la conclusión de que una alternativa es buena y la otra es mala, entonces no puede justificar elegir una mezcla de las dos. No puede haber justificación para elegir ninguna parte de algo que uno sabe que es malo. En moralidad, lo «negro» es, predominantemente, el resultado de intentar engañarse a sí mismo pretendiendo que uno es meramente «gris».

Si un código moral (tal como el altruismo) es, de hecho, imposible de practicar, es ese código lo que debe ser condenado como «negro», y no sus víctimas evaluadas como «grises». Si un código moral prescribe contradicciones irreconciliables —de forma que, al elegir lo bueno en un sentido, un hombre se vuelve malo en otro—, es el código el que debe ser rechazado como «negro». Si un código moral es inaplicable a la realidad —si no ofrece ninguna guía excepto una serie de órdenes y de mandamientos arbitrarios, carentes de fundamento y fuera de contexto que deben ser aceptados por fe y practicados automáticamente, como un dogma ciego—, quienes lo practican no pueden ser propiamente clasificados ni como «blancos», ni como «negros» ni como «grises»: un código moral que prohíbe y paraliza el juicio moral individual es una contradicción en términos.

Si, en un complejo asunto moral, un hombre se esfuerza por determinar qué es lo correcto, pero fracasa o comete honestamente un error, él no puede ser considerado «gris»; moralmente, él es «blanco». Los errores de conocimiento no son violaciones de moralidad; ningún código moral válido puede exigir infalibilidad ni omnisciencia.

Si, para escapar de la responsabilidad de juzgar moralmente, un hombre cierra sus ojos y su mente, si evade los hechos relevantes y se esfuerza por no saber, él no puede ser considerado «gris»; moralmente, él es más «negro» que nadie.

Muchas formas de confusión, de incertidumbre y de falta de rigor epistemológico ayudan a ocultar las contradicciones y a disfrazar el verdadero significado de la doctrina de la moralidad gris.

Algunas personas creen que esa doctrina no es más que una reformulación de trivialidades como: «Nadie es perfecto en este mundo», o sea, que todo el mundo es una mezcla de bien y mal, y, por lo tanto, moralmente «gris». Como la mayoría de la gente que uno conoce probablemente responde a esa descripción, las personas la aceptan como si fuera algún tipo de hecho natural que no necesita consideración adicional. Ellas olvidan que la moralidad trata sólo con las cuestiones que están abiertas a la elección del hombre (o sea, a su libre albedrío) y que, por lo tanto, ninguna generalización estadística es válida en ese tema.

Si el hombre es «gris» por naturaleza, entonces ningún concepto moral se le puede aplicar a él, ni siquiera el de ser «gris», y en ese caso no es posible tal cosa como la moralidad. Pero si el hombre tiene libre albedrío, entonces el hecho de que diez hombres (o diez millones) hayan tomado la decisión errada no implica necesariamente que el decimoprimero la tome; eso no implica nada —ni demuestra nada— en relación a cualquier individuo en particular.

Hay muchas razones por las que la mayoría de las personas son moralmente imperfectas, es decir, mantienen premisas y valores mezclados y contradictorios (la moralidad altruista es una de esas razones), pero eso es un asunto diferente. Independientemente de las razones de sus decisiones, el hecho de que la mayoría de la gente sea moralmente «gris» no invalida la necesidad que tiene el hombre de moralidad, y de moralidad «blanca»; es más bien lo contrario: hace esa necesidad más imperiosa. Y tampoco justifica el «paquete regalo» epistemológico de desentenderse del problema asignándoles a todos los hombres una moralidad «gris», y de esa forma negarse a reconocer o a practicar la moralidad «blanca». Ni tampoco sirve como un escape de la responsabilidad de emitir juicio moral: a menos que uno esté dispuesto a dejar totalmente de lado la moralidad y a considerar que un ratero y un asesino son moralmente iguales, uno aún tiene que juzgar y que evaluar los muchos tonos de «gris» que puede encontrar en el carácter de hombres individuales. (Y la única forma de juzgarlos es con un criterio claramente definido de lo que es «blanco» y lo que es «negro»).

Una noción parecida, que incluye errores parecidos, es la que mantienen algunas personas que creen que la doctrina de la moralidad gris es simplemente una reformulación de decir: «Hay dos caras en cualquier asunto», que ellas creen que significa que nadie jamás tiene razón del todo ni está equivocado del todo. Pero eso no es lo que esa proposición significa o implica. Implica sólo que, al juzgar un asunto dado, uno debe tener en cuenta o escuchar a ambas partes. Eso no significa que las posiciones de ambas partes tengan necesariamente la misma validez, ni siquiera que pueda haber una medida de justicia por parte de ambas. La mayoría de las veces, la justicia estará de una de las partes, y las presunciones injustificadas (o algo peor), de la otra.

Hay, por supuesto, temas complejos en los que ambas partes tienen razón en algunos aspectos y están equivocadas en otros, y es ahí donde se justifica menos aún el «paquete regalo» de declarar que ambas partes son «grises». Es en esos temas en los que la más rigurosa precisión de juicio moral es requerida para identificar y evaluar los distintos aspectos involucrados, y eso sólo puede hacerse desenredando los elementos mezclados que hay de «blanco» y de «negro».

El error básico en todas esas confusiones es el mismo: consiste en olvidar que la moralidad trata únicamente de temas que están abiertos a la elección humana, lo que quiere decir: olvidan la diferencia entre «no poder» y «no querer». Eso le permite a la gente traducir la frase hecha «No hay ni blancos ni negros» como: «Los hombres no pueden ser totalmente buenos o totalmente malos», lo cual ellos aceptan, confusamente resignados, sin cuestionar las contradicciones metafísicas que implica.

Pero no muchas personas lo aceptarían, si esa frase hecha fuese traducida al verdadero significado que trata de introducir subrepticiamente en sus mentes: «Los hombres no quieren ser totalmente buenos o totalmente malos».

Lo primero que uno le diría a quien defendiese tal proposición sería: «¡Habla por ti mismo, compadre!», y eso, de hecho, es lo que él está haciendo. Consciente o inconscientemente, intencionadamente o sin querer, cuando un hombre declara: «No hay blancos ni negros», está haciendo una confesión psicológica, y lo que quiere decir es: «Yo no quiero ser totalmente bueno…, y, por favor, no me consideres totalmente malo».

Así como, en epistemología, el culto a la uncertidumbre es una rebelión contra la razón, así también, en ética, el culto a la moralidad gris es una rebelión contra los valores morales. Ambos son una rebelión contra el absolutismo de la realidad.

Igual que el culto a la incertidumbre no pudo triunfar rebelándose abiertamente contra la razón y, por lo tanto, se esfuerza por elevar la negación de la razón a algún tipo de razonamiento superior…, el culto a la moralidad gris tampoco pudo triunfar rebelándose abiertamente contra la moralidad, y se esfuerza por elevar la negación de la moralidad a un tipo superior de virtud.

Observa la forma en la que uno encuentra esa doctrina: raramente es presentada como algo positivo, como una teoría ética o un tema a discutir; predominantemente, uno la oye como algo negativo, como una objeción tajante o un reproche, expresada de una forma que implica que uno es culpable de violar un absoluto tan evidente que no requiere más discusión. En tonos que van de la sorpresa al sarcasmo, del enojo a la indignación y al odio histérico, la doctrina te la echan a la cara en forma de una acusación: «No estarás pensando en términos de blanco y negro, ¿verdad?».

Influenciadas por la confusión, la impotencia, y el miedo que produce cualquier tema que tenga que ver con la moralidad, la mayoría de las personas se apresuran a responder, con una cierta sensación de culpa: «No, claro que no», sin tener una idea clara de la naturaleza de la acusación. Ellas no se paran a comprender que lo que la acusación está diciendo, en efecto, es: «No serás tan injusto como para discriminar entre el bien y el mal, ¿verdad?», o: «No serás tan malvado como para buscar lo bueno, ¿verdad?», o: «No serás tan inmoral como para creer en la moralidad, ¿verdad?».

Una culpabilidad moral, un miedo al juicio moral, y una súplica de perdón general, esos son obviamente los motivos de esa frase hecha, y un solo vistazo a la realidad sería suficiente para decirles a sus proponentes lo rastrera que es la confesión que están haciendo. Pero escapar de la realidad es a la vez la condición previa y el objetivo del culto a la moralidad gris.

Filosóficamente, ese culto es una negación de la moralidad; pero, psicológicamente, ese no es el objetivo de sus proponentes. Lo que ellos buscan no es amoralidad, sino algo más profundamente irracional: una moralidad no absoluta, fluida, elástica, «moderada». Ellos no dicen estar «más allá del bien y del mal»; lo que tratan de preservar son las «ventajas» de ambas cosas. Ellos no son desafiadores de la moralidad, ni representan una versión medieval de extravagantes adoradores del mal. Lo que les da ese sabor peculiarmente moderno es que ellos no abogan por venderle el alma de uno al diablo; ellos defienden venderla al menudeo, pedazo a pedazo, a cualquiera que quiera comprarla.

Ellos no son una corriente filosófica de pensamiento; son el típico producto de un vacío filosófico, de la bancarrota intelectual que ha producido una irracionalidad en epistemología, un vacío moral en ética, y una economía mixta en política. Una economía mixta es una guerra amoral de grupos de presión que carecen de principios, de valores, o de cualquier referencia a la justicia, es una guerra cuya arma final es el poder de la fuerza bruta, pero cuya forma externa es un juego de concesiones. El culto a la moralidad gris es la moralidad de repuesto que ha hecho ese juego posible, y a la que ahora los hombres se aferran en un desesperado intento de justificarla.

Observa que el tono dominante de los defensores de esa posición no es una búsqueda por lo «blanco», sino un terror obsesivo a ser catalogado como «negro» (y con toda la razón). Observa que ellos abogan por una moralidad que considere a las concesiones como su estándar de valor, y que, por lo tanto, haga posible medir la virtud por el número de valores que uno está dispuesto a traicionar.

Las consecuencias y los «intereses creados» de su doctrina son visibles a todo nuestro alrededor.

Observa que, en política, el término extremismo se ha convertido en sinónimo de «maldad», independientemente del contenido del tema (la maldad no está en qué tema tú eres «extremista», sino en el hecho de que eres «extremista», o sea, coherente). Observa el fenómeno de los llamados neutralistas en las Naciones Unidas: los «neutralistas» son peores que si fueran solamente neutrales en el conflicto entre los Estados Unidos y la Rusia soviética; ellos se han comprometido, por principio, a no ver ninguna diferencia entre los dos lados, a no considerar jamás los méritos ningún asunto, y a buscar siempre ceder, hacer concesiones en cualquier conflicto, como, por ejemplo, entre un agresor y un país que está siendo invadido.

Observa, en literatura, el surgimiento de algo que llaman antihéroe, cuyo distintivo es no poseer ningún distintivo —ni virtudes, ni valores, ni objetivos, ni carácter, ni significado— y, que sin embargo, ocupa, en obras teatrales y en novelas, la posición que antes ocupaba el héroe, con la trama centrada en sus acciones, aunque él no haga nada ni vaya a ningún sitio. Observa que el término «los buenos y los malos» se usa en forma despectiva; y, sobre todo en televisión, observa la rebelión contra los «finales felices», la exigencia de que a los «malos» les sean dadas las mismas oportunidades y un número igual de victorias.

Como una economía mixta, los hombres de premisas mixtas pueden ser llamados «grises»; pero, en ambos casos, la mezcla no permanece «gris» por mucho tiempo. «Gris», en ese contexto, no es más que un preludio para «negro». Puede haber hombres «grises», pero no puede haber principios morales «grises». La moralidad es un código de blanco y negro. Cuando los hombres intentan hacer concesiones (y si las hacen), es obvio qué lado necesariamente perderá y qué lado necesariamente ganará.

Esas son las razones por las que, cuando a uno le preguntan: «No estarás pensando en términos de blanco y negro, ¿verdad?», la respuesta correcta (en esencia, si no en forma) debe ser: «¡Maldito seas, claro que lo estoy!».

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