Las guerras son la segunda mayor maldad que las sociedades humanas pueden perpetrar. (La primera es una dictadura, el esclavizar a sus propios ciudadanos, que es la causa de las guerras).
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El capitalismo laissez-faire es el único sistema social basado en el reconocimiento de los derechos individuales y, por lo tanto, el único sistema que proscribe la fuerza de las relaciones sociales. Por la naturaleza de sus principios e intereses básicos, es el único sistema fundamentalmente opuesto a la guerra.
Los hombres que son libres de producir no tienen incentivos para saquear; ellos no tienen nada que ganar con una guerra, y tienen mucho que perder. Ideológicamente, el principio de los derechos individuales no permite que un hombre busque su propio sustento a punta de pistola, dentro o fuera de su país. Económicamente, las guerras cuestan dinero; en una economía libre, donde la riqueza es propiedad privada, los costes de la guerra provienen de los ingresos de ciudadanos privados —no hay tesorería pública hinchada que oculte ese hecho— y un ciudadano no puede esperar recuperar sus propias pérdidas financieras (tales como impuestos o dislocaciones de negocios o destrucción de propiedad) ganando la guerra. Así, sus propios intereses económicos están del lado de la paz.
En una economía estatista, donde la riqueza es “propiedad pública”, un ciudadano no tiene ningún interés económico que proteger al preservar la paz —él no es más que una gota en el balde común— mientras que la guerra le da a él la esperanza (falaz) de conseguir mayores dádivas de su amo. Ideológicamente, él está entrenado a considerar a los hombres como animales sacrificables; él es uno de ellos; no puede tener ni idea de por qué los extranjeros no deberían ser sacrificados en el mismo altar público y en beneficio del mismo Estado.
El comerciante y el guerrero han sido antagonistas fundamentales a lo largo de la historia. El comercio no florece en los campos de batalla, las fábricas no producen bajo bombardeos, los beneficios no crecen en los escombros. El capitalismo es una sociedad de comerciantes, y por eso ha sido denunciado por cualquier aprendiz de pistolero que considera el comercio “egoísta” y la conquista “noble”.
Que quienes realmente se preocupan por la paz observen que el capitalismo le dio a la humanidad el período de paz más largo de la historia —un período durante el cual no hubo guerras que involucraran a todo el mundo civilizado— desde el final de las guerras napoleónicas en 1815 hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914.
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El estatismo —de hecho y por principio— no es más que el dominio de las pandillas. Una dictadura es una pandilla dedicada a saquear el esfuerzo de los ciudadanos productivos de su propio país. Cuando un gobernante estatista agota la economía de su propio país, ataca a sus vecinos. Es su único medio de posponer un colapso interno y la prolongar su mandato. Un país que viola los derechos de sus propios ciudadanos, no va a respetar los derechos de sus vecinos. Quienes no reconocen los derechos individuales no van a reconocer los derechos de las naciones: una nación es sólo un grupo de individuos.
El estatismo necesita guerra; un país libre no. El estatismo sobrevive saqueando; un país libre sobrevive produciendo.
Observa que las grandes guerras de la historia fueron iniciadas por las economías más controladas en su época, contra las más libres. Por ejemplo, la Primera Guerra Mundial fue iniciada por la Alemania monárquica y la Rusia zarista, y ellas arrastraron a sus aliados más libres. La Segunda Guerra Mundial fue iniciada por la alianza de la Alemania nazi con la Rusia soviética y su ataque conjunto contra Polonia.
Observa que en la Segunda Guerra Mundial, tanto Alemania como Rusia confiscaron y desmantelaron fábricas enteras en los países conquistados, para llevárselas a su tierra; todo esto mientras la más libre de las economías mixtas, la semi-capitalista Estados Unidos, enviaba miles de millones de dólares de equipos en préstamo y arriendo, incluyendo fábricas enteras, a sus aliados.
Alemania y Rusia necesitaban la guerra; los Estados Unidos no, y no ganó nada con ella. (De hecho, los Estados Unidos perdieron económicamente, a pesar de haber ganado la guerra: se quedaron con una enorme deuda nacional, aumentada por la política grotescamente inútil de apoyar a los ex-aliados y los antiguos enemigos, hasta el día de hoy.) Y sin embargo, es el capitalismo a lo que los amantes de la paz se oponen hoy día, y el estatismo por lo que abogan… todo en nombre de la paz.
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Si los hombres quieren oponerse a la guerra, es al estatismo a lo que deben oponerse. Mientras mantengan la noción tribal de que el individuo es forraje sacrificable para el colectivo, que algunos hombres tienen el derecho de gobernar a otros por la fuerza, y que algún (cualquier) presunto “bueno” puede justificarlo…, no puede haber paz dentro de una nación, y no puede haber paz entre naciones.
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Igual que, en asuntos internos, todos los males causados por el estatismo y los controles del gobierno fueron atribuidos al capitalismo y al libre mercado, así también, en asuntos de política exterior, todos los males de las políticas estatistas fueron atribuidos al capitalismo (el cual supuestamente tiene la culpa de todo). Mitos tales como el “imperialismo capitalista”, el “aprovecharse de la guerra”, o la noción de que el capitalismo tiene que ganar “mercados” por medio de la conquista militar, son ejemplos de la superficialidad o de la falta de escrúpulos de los comentaristas e historiadores estatistas.
La esencia de la política exterior del capitalismo es el libre comercio —es decir, la abolición de barreras comerciales, de aranceles protectores, los privilegios especiales—, la apertura de las rutas comerciales mundiales para el libre intercambio internacional y la competencia entre los ciudadanos privados de todos los países que tratan directamente entre ellos. Durante el siglo XIX, fue el libre comercio lo que liberó al mundo, socavando y destruyendo los restos de feudalismo y la tiranía estatista de las monarquías absolutas.
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El capitalismo gana y mantiene sus mercados por medio de la libre competencia, tanto en casa como en el extranjero. Un mercado conquistado por la guerra puede ser de valor (temporalmente) sólo para quienes abogan por una economía mixta que buscan cerrar ese mercado a la competencia internacional, imponer regulaciones restrictivas, y de esa forma adquirir privilegios especiales por la fuerza.
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Recuerda que los ciudadanos privados —independientemente de que sean ricos o pobres, hombres de negocios o trabajadores— no tienen poder para iniciar una guerra. Ese poder es prerrogativa exclusiva de un gobierno. ¿Qué tipo de gobierno tiene más probabilidades de hundir a un país en una guerra: un gobierno con poderes limitados, sujeto a restricciones constitucionales, o un gobierno ilimitado, abierto a la presión de cualquier grupo con intereses o ideologías bélicas, un gobierno capaz de comandar ejércitos para marchar al capricho de un único comandante en jefe?
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Es cierto que las armas nucleares han hecho que las guerras sean demasiado horribles de considerar. Pero a un hombre le da igual si lo matan con una bomba nuclear, con una bomba de dinamita o a garrotazos. Y el número de otras víctimas o la magnitud de la destrucción tampoco le importan lo más mínimo a él.
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Si las armas nucleares son una terrible amenaza y la humanidad ya no puede permitirse la guerra, entonces la humanidad ya no puede permitirse el estatismo. Que ningún hombre de bien asuma en su conciencia abogar por el imperio de la fuerza, tanto fuera como dentro de su propio país. Que todos aquellos que realmente se preocupan por la paz —los que aman al hombre y se preocupan por su supervivencia— se den cuenta de que si alguna vez la guerra ha de ser declarada ilegal, es el uso de la fuerza lo debe ser declarado ilegal.
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Fuentes:
La destrucción del consenso, Capitalismo: el ideal desconocido
Las raíces de la guerra, Capitalismo: el ideal desconocido
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