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¿El motivo cambia la naturaleza de una dictadura? – por Ayn Rand

Lo que distingue a un hombre honesto de un colectivista, es que él quiere decir lo que dice y sabe lo que quiere decir.

Cuando decimos que afirmamos que los derechos individuales son inalienables, debemos querer decir exactamente eso. Inalienables quiere decir que no los podemos quitar, suspender, infringir, restringir o violar: nunca, en ningún momento, ni por ningún motivo, sea el que sea.

No puedes decir “el hombre tiene derechos inalienables excepto en tiempo de frío y un martes sí y otro no”, así como tampoco puedes decir que “el hombre tiene derechos inalienables salvo en caso de emergencia” o “los derechos del hombre no pueden ser violados a menos que sea para un buen fin”.

O los derechos del hombre son inalienables o no lo son. No puedes decir algo como “medio-inalienable” y considerarte honesto o en tu sano juicio. Cuando empiezas a poner condiciones, reservas y excepciones, está admitiendo que hay algo o alguien por encima de los derechos del hombre que puede violarlos a voluntad. ¿Quién? Por supuesto, la sociedad – es decir, la colectividad. ¿Por qué razón? Por el bien de la colectividad. ¿ Quién decide cuándo los derechos deben ser violados? La colectividad. Si esto es lo que crees, vete al lado que te corresponde y admite que eres un colectivista. Y entonces acepta todas las consecuencias que el colectivismo implica. Aquí no hay término medio. No se puede estar en la procesión y repicando al mismo tiempo. No estás engañando a nadie más que a ti mismo.

No te escondas detrás de frases hechas que no significan nada, como la de “un término medio”. Individualismo y colectivismo no son dos costados del mismo camino, con un sendero seguro en el centro para ti. Son dos caminos que van en direcciones opuestas. Uno lleva a la libertad, a la justicia, y a la prosperidad; el otro, a la esclavitud, al horror y a la destrucción. La elección está en tus manos.

La creciente difusión del colectivismo por todo el mundo no se debe a ninguna habilidad especial de los colectivistas, sino al hecho de que la mayor parte de la gente que se opone a ellos, en realidad también cree en el colectivismo. Una vez que un principio es aceptado, no es el hombre que está convencido a medias, sino el hombre resuelto el que ganará; no es el hombre menos consecuente en aplicarlo, sino el hombre que es más consecuente. Se empiezas una carrera diciendo: “Tengo intención de correr solamente los primeros 10 metros”, el hombre que dice: “Voy a correr hasta la línea de meta”, va a ganarte. Cuando dices: “Quiero violar los derechos humanos apenas muy poquito”, el comunista o el fascista que dice: “Yo voy a destruir todos los derechos humanos”, te derrotará y ganará. Tú le has abierto el camino.

Al permitirse a sí mismos esta deshonestidad y evasión inicial, los hombres han caído ahora en una trampa colectivista, sobre la cuestión de si una dictadura es correcta o no. La mayor parte de la gente condena la dictadura de la boca para afuera. Pero muy pocos adoptan una actitud definitiva y reconocen a la dictadura por lo que es: una maldad absoluta en cualquier forma que sea, ejercida por quien sea, en favor de quien sea, dondequiera que sea, en todo momento, y con cualquiera finalidad.

Mucha gente se enzarza en una especie de regateo indecente sobre las diferencias entre una “buena dictadura” y una “mala dictadura”; sobre los motivos, las causas, o las razones que hacen apropiada una dictadura. La pregunta “¿Quieres una dictadura?” ha sido sustituida por los colectivistas por la siguiente pregunta: “¿Qué clase de dictadura quieres?” Ellos pueden darse el lujo de dejarte discutir de ahí en adelante: ya han conseguido su objetivo.

Mucha gente cree que una dictadura es terrible si es “por un mal motivo”, pero que está muy bien y es hasta deseable si es “por un buen motivo”. Los simpatizantes del comunismo (que generalmente se consideran a sí mismos “humanitarios”) proclaman que los campos de concentración y las cámaras de torturas son malas cuando se usan “egoístamente”, “en beneficio de una raza”, como hizo Hitler, pero que son absolutamente nobles cuando se usan “desinteresadamente”, “en beneficio de las masas”, como hizo Stalin. Los simpatizantes del fascismo (que generalmente se consideran a sí mismos “realistas” empedernidos), proclaman que el látigo y los capataces de esclavos son imprácticos cuando se usan “ineficientemente”, como en Rusia, pero que son realmente prácticos cuando se usan “eficientemente”, como en Alemania.

(Y sólo como un ejemplo de adónde te conducirá en la práctica el principio equivocado, observa que los “humanitarios”, que están tan preocupados por aliviar el sufrimiento de las masas, aprueban, en Rusia, un estado de miseria tal para toda la población, como nunca las masas han tenido que soportar en ningún momento de la historia. Y los duros “realistas”, que se jactan ansiosamente de ser prácticos, aprueban, en Alemania, el espectáculo de un país devastado en la ruina total, el resultado final de una dictadura “eficiente”.)

Cuando entras a discutir sobre lo que es una “buena” o una “mala” dictadura, has aceptado y aprobado el principio de la dictadura. Has aceptado una premisa de maldad total – de tu derecho a esclavizar a otros por lo que tú crees que es bueno. A partir de ahí, es sólo cuestión de quién va a dirigir la Gestapo. Nunca podrás llegar a un acuerdo con tus correligionarios colectivistas sobre cuál es una “buena” causa para emplear la brutalidad y cuál es una “mala” causa. Tu definición favorita puede que no sea la de ellos. Tú podrías alegar que es bueno matar a los hombres solamente en beneficio de los pobres; algún otro podría afirmar que es bueno matar a los hombres solamente en beneficio de los ricos; tú podrías afirmar que es inmoral matar a alguien, excepto a los miembros de cierta clase; otro podría alegar que es inmoral matar a alguien, excepto a los miembros de cierta raza. En lo que todos estaréis de acuerdo es en matar. Y eso es todo lo que vais a conseguir.

Una vez que propugnas el principio de la dictadura, está invitando a todos los hombres a hacer lo mismo. Si ellos no quieren tu tipo específico o no les gusta tu “buen motivo”, ellos no tienen más opción que aplastarte rápidamente y establecer su propio tipo preferido de dictadura por su propio “buen motivo”, de esclavizarte antes de que tú los esclavice a ellos. Una “buena dictadura” es una contradicción en términos.

El asunto no es: ¿Con qué fin es bueno esclavizar a los hombres? El asunto es: ¿Es correcto esclavizar a los hombres o no?

Hay una corrupción moral atroz al decir que una dictadura se puede justificar por un “buen motivo” o por un “motivo desinteresado”. Todas las tendencias brutales y criminales que la humanidad ha aprendido a reconocer como malvadas e impracticables – durante siglos de una lenta salida de la barbarie – se han refugiado ahora detrás del rótulo de lo “social”. Muchos hombres creen ahora que está mal robar, asesinar, y torturar en beneficio propio, pero que es virtuoso hacerlo en beneficio de otros. Tú no puedes darle rienda suelta a la violencia en provecho propio, dicen, pero adelante, hazlo sin titubear si es en provecho de otros. Quizás la afirmación más repugnante que uno pueda oír es: “Desde luego, Stalin ha matado a millones, pero es justificable, ya que fue en beneficio de las masas”. El colectivismo es el último reducto de la barbarie en las mentes de los hombres.

Nunca consideres a los colectivistas como “idealistas sinceros, aunque engañados”. La proposición de esclavizar a algunos hombres en beneficio de otros no es un ideal; la brutalidad no es “idealista”, no importa cuáles sean sus fines. Nunca digas que el deseo de “hacer el bien” por la fuerza es un buen motivo. Ni el afán de poder ni la estupidez son buenos motivos.

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Fuente:

«Textbook of Americanism», The Ayn Rand Column — Ver ensayo completo aquí: El problema básico en el mundo hoy

Traducción: Objetivismo.org

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Ayn Rand

*Necesidad*, en el contexto de la vida del hombre, denota aquello que es requerido para su supervivencia.

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