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La razón como medio básico de supervivencia del hombre — OPAR [6-2]

Capítulo 6- El hombre

La razón como medio básico de supervivencia del hombre  [6-2]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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* * *

Todo organismo vivo tiene un medio de supervivencia.

Las plantas sobreviven por medio de funciones puramente físicas. Ellas adquieren los objetos que buscan (tales como alimento, agua y luz solar) del suelo y del aire en el que crecen, sin necesidad de ser conscientes. Para cualquier otra forma de vida por encima de ese nivel, sin embargo, la consciencia es el medio básico de supervivencia. 6

Las especies conscientes inferiores (por ejemplo, medusas o gusanos) parecen tener sólo la facultad de sensación y actuar en respuesta a estímulos aislados y momentáneos; la guía para sustentar su vida es el mecanismo de dolor-placer que forma parte de sus cuerpos. Los animales superiores también están guiados por el mecanismo de dolor-placer, pero en su caso éste funciona dentro del contexto de la facultad de percepción. Los animales superiores captan y tratan con el mundo de las entidades (y son capaces de formar asociaciones perceptuales automáticas). El rango de acciones requeridas para su supervivencia es, por lo tanto, más amplio; tienen que aprender una serie de habilidades vitales, como cazar, almacenar comida, esconderse, o construir nidos, cosas que son imposibles para las especies puramente sensoriales.

El hombre, también, experimenta sensaciones de dolor y placer, pero es un ser conceptual. El rango de acciones requeridas para su supervivencia es, por lo tanto, el más amplio de todos. Su tipo de consciencia hace posible y necesario un vasto nuevo repertorio de habilidades vitales. A diferencia de las sensaciones y los perceptos, sin embargo, los conceptos y sus resultados no son ni automáticos ni infalibles.

Las especies de menor consciencia podemos decir que sobreviven por «instinto», queriendo decir por ese término una forma de actuar involuntaria e infalible (infalible dentro de los límites de su campo). Las sensaciones y los perceptos son involuntarios e infalibles. Pero un instinto, sin embargo – sea de auto-conservación o de cualquier otro tipo – es precisamente lo que un ser conceptual no tiene. El hombre no puede funcionar o sobrevivir guiándose por meras sensaciones o perceptos. Un ser conceptual no puede iniciar una acción a menos que conozca la naturaleza y el propósito de su acción. No puede perseguir un objetivo a menos que identifique cuál es su objetivo y cómo conseguirlo. 7

Ninguna especie puede sobrevivir retrocediendo a los métodos de organismos más primitivos. Un mono no puede sobrevivir por el método de una medusa, o una medusa por el método de una cebolla; el uno no puede permitirse el lujo de prescindir de sus perceptos; la otra, de sus sensaciones. Por la misma razón, un hombre no puede sobrevivir por el método de un mono. 8

«Una sensación de hambre», observa Ayn Rand,

. . . le dirá (a un hombre) que necesita comida (si es que ha aprendido a identificar esa sensación como «hambre»), pero no le dirá cómo obtener su comida y no le dirá qué comida es buena para él o venenosa. Él no puede satisfacer sus necesidades físicas más simples sin un proceso de pensamiento. Necesita un proceso de pensamiento para descubrir cómo plantar y cultivar sus alimentos o cómo hacer armas para cazar. Sus perceptos pueden conducirlo a una caverna — si hay una cercana — pero para construir el más simple refugio necesita un proceso de pensamiento. 9

Las especies no humanas, suponiendo que tengan suerte, encuentran ya disponibles en la realidad los objetos simples que su supervivencia requiere. En esencia, dada la forma primitiva de su consciencia, ellas se adaptan a lo dado: se apropian de esos objetos simples de la naturaleza inanimada, o usan la fuerza contra otros organismos. El hombre, sin embargo, no sobrevive adaptándose él mismo a lo dado. No está equipado para ganar un concurso de fuerza bruta contra los animales . . . y los objetos que su vida requiere no están disponibles y listos para usar. Pan, camisas, apartamentos, martillos, fósforos, bombillas y penicilina no crecen como hierbas o frutos silvestres, esperando que los hombres los recojan. Los bienes que necesitamos, parafraseando una línea de La Rebelión de Atlas, *no están* ahí. Deben ser creados por la acción humana. Deben ser producidos.

Para poder producir, el hombre debe descubrir los tipos de materiales que hay disponibles en la naturaleza, las potencialidades que poseen, las leyes de su comportamiento, las técnicas por las cuales ellos pueden ser reconfigurados para el sustento de la supervivencia humana. Todo eso implica un tipo especial de conocimiento: el tipo que integra datos previos con observaciones actuales, de una forma que le permita a su poseedor planificar a largo plazo y determinar el curso de su futuro.

La conclusión es evidente. La epistemología nos dice que la razón es la facultad del hombre para conocer la realidad. Cuando se combina con el hecho observado de que el hombre es un organismo que sobrevive por medio de su conocimiento (y su consecuente acción), la inferencia debe ser que la razón es la herramienta básica de supervivencia del hombre. 10

En la visión Objetivista, la proposición de que el hombre es el animal racional no significa que los hombres siempre sigan la razón; muchos no lo hacen. Y tampoco significa simplemente que el hombre sea el único que posee la facultad de la razón. Significa que esta facultad es algo fundamental en la naturaleza humana, porque el hombre es el organismo que sobrevive por su uso.

Una larga tradición, que se extiende desde Platón hasta la actualidad, desprecia las actividades que tienen que ver con la supervivencia humana como siendo algo sin sentido, de nivel perceptual, «materialista». . . mientras que ensalza a la razón como siendo un órgano “espiritual”, preocupado con la contemplación «pura». Antes de la Revolución Industrial, observó Ayn Rand, esa versión de la dicotomía cuerpo-mente, aun siendo completamente falsa, tenía un cierto grado de verosimilitud. Si uno piensa – como la mayoría de los antiguos, los medievales y los primeros modernos – que todos los oficios prácticos han sido descubiertos hace mucho tiempo, y que el proceso de mantener vivos a los hombres consiste principalmente en el trabajo físico, el trabajo de esclavos o de campesinos repitiendo rutinariamente los movimientos ancestrales de sus antepasados, entonces la búsqueda del conocimiento racional ciertamente parece no ser nada práctica. Parece no ser más que un capricho de otro mundo en el que se regodean la aristocracia o el clero.

La Revolución Industrial ha demolido esa perspectiva para siempre. Ha demostrado de una vez por todas – en una escala que abarca continentes, siglos y todos los detalles de la vida diaria de los hombres – el vínculo entre ciencia y riqueza, innovación y longevidad, conocimiento y poder, conceptos y supervivencia.

Lo que siempre fue cierto aunque no obvio, ahora se ha vuelto indiscutible (excepto para aquellos que desean evadirlo). La mente es indispensable para la vida humana. Las abstracciones no son un lujo, sino una necesidad. El pensamiento es la guía del hombre a la acción. La razón es un atributo práctico.

El hecho metafísico sobre el hombre que subyace a estas verdades es que el hombre no es un campo de batalla entre dos dimensiones en conflicto, la espiritual y la física. El hombre es, en palabras de Ayn Rand, «una entidad indivisible, una unidad integrada por dos atributos: materia y consciencia”. La consciencia en este caso toma la forma de mente, es decir, de una facultad conceptual; la materia, de un cierto tipo de estructura orgánica. Cada uno de estos atributos es indispensable para el otro y para la entidad como un todo. La mente adquiere conocimiento y define los objetivos; el cuerpo traduce esas conclusiones a la acción”. 11

Para concretar este punto de vista en su totalidad, imaginemos una alternativa diferente. Intentemos, obedeciendo el mandato de muchos siglos, elegir entre los dos atributos del hombre, abrazando uno mientras rechazamos consistentemente a su supuesto antagonista.

Supongamos que un hombre decide apostarlo todo a la mente (al espíritu), mientras rehúye la materia y el cuerpo. ¿Cuáles son sus opciones? Puede pasar el tiempo soñando despierto . . . pero no; el campo de la acción física ha sido rechazado; no puede soñar sobre lo que alguien puede o debe hacer. Puede convertirse en un asceta religioso, pero no puede darle a su actitud una expresión terrenal; ni siquiera puede lacerarse la carne o rezarle a Dios (ciertas sectas antiguas prohibían los rezos para limpiar a su religión de elementos «materialistas»). Puede convertirse en un hipócrita, siempre que las teorías que invente no utilicen símbolos físicos (palabras) o hagan referencia a objetos físicos. O podría convertirse en un catatónico, sin contacto con la realidad, inmóvil, escurridizamente flexible; eso sí que puede llegar a ser . . . siempre que algún “materialista” de bajo nivel venga de vez en cuando a alimentarlo y a bañarlo.

Por otra parte, si un hombre rechaza el ámbito de la mente y en vez de eso lo apuesta todo a la materia y a la acción, a la acción física sin pensar, ¿cuáles son sus opciones? Puede convertirse en un sonámbulo . . . pero no; no puede contar con ningún conocimiento previo ni con ninguna consciencia subliminal que guíe sus movimientos. Puede convertirse en un asesino nazi o en un bruto común y corriente . . . si, de alguna forma, alguien le dice a quién matar y con qué medios. O, de nuevo, puede convertirse en un psicótico, esta vez de la variedad maníaca, fuera de contacto con la realidad y dando tumbos grotescamente.

Estos modelos son lo más cerca que un hombre puede llegar al pensamiento «puro» o a la acción «pura». El pensamiento puro es no-pensamiento; carece de toda referencia a la realidad. La acción pura es no-acción; es movimiento sin objetivos. Ambos modelos, implementados consistentemente, significan suicidio.

Un ser que es una integración de dos atributos no puede funcionar o sobrevivir desvinculándolos. «Un cuerpo sin alma es un cadáver», escribe Ayn Rand, «un alma sin cuerpo es un fantasma.» Ambos, el cadáver y el fantasma, observa ella, son «símbolos de la muerte». 12

El principio de integración cuerpo-mente – al igual que su corolario, el hecho de que la razón es una facultad práctica – está basado en observación; pero la observación depende, para ser identificada, de un contexto filosófico correcto. En metafísica, ese contexto debe incluir la primacía de la existencia; en epistemología, debe incluir la visión objetiva de los conceptos. Cualquier otra filosofía impedirá que uno vea los datos empíricos. Si uno acepta la primacía de la consciencia, él esperará que sus deseos choquen con la realidad externa; si uno acepta una visión no objetiva de los conceptos, esperará que la teoría choque con la práctica. Bajo estas premisas, el hecho universalmente observable sobre la naturaleza humana – su armonía metafísica – será ignorado, o será dejado de lado como engañoso; mientras que la falsedad más absurda será considerada obvia.

Concluiré el presente tema con un poco de historia elemental. La mayoría de la gente está al tanto del trabajo extenuante, de la superstición rampante, de la pobreza, de las plagas devastadoras de esa época de fe conocida como la Edad Oscura y la Edad Media. Incluso aún en el siglo XVII, la esperanza de vida en muchas áreas de Europa Occidental era todavía inferior a los veinticinco años. Tan recientemente como en el siglo XVIII, nueve de cada diez trabajadores norteamericanos trabajaban a tiempo completo en la producción y distribución de alimentos.

Hoy, una cantidad de alimentos muchísimo mayor y con una calidad muy superior es ofrecida por sólo uno de cada cinco trabajadores norteamericanos, dejando al 80% de la fuerza laboral libre para crear la antes inimaginable riqueza de nuestra era. Hoy puedes ver la prosperidad, la seguridad, los años de vida de los que disfrutan los Estados Unidos y todo Occidente, gracias a una causa que todos tienen medios para conocer, pero pocos deciden reconocer.

También puedes ver cómo los hombres en otras partes del mundo padecen, sufren y mueren en plena juventud. Mueren no sólo durante la guerra, sino en tiempos de paz, mueren por inanición por y enfermedad. Mueren de esa forma como la norma, lo esperado, lo aceptado . . . en todo el resto del mundo no industrializado, no científico, no racional.

La razón es la herramienta de supervivencia del hombre. Desde la necesidad más simple hasta la abstracción más alta, resume El Manantial, «desde la rueda hasta el rascacielos, todo lo que somos y todo lo que tenemos proviene de un único atributo del hombre: la función de su mente pensante”. 13

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 6 [6-2]

6. See ibid., pp. 18-19.
7. See Atlas Shrugged, pp. 938-39; The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» pp. 19-20; For the New Intellectual, title essay, p. 15.
8. See The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» pp. 23-24.
9. See ibid., p. 21.
10. See Atlas Shrugged, pp. 938-39; The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 21; The Fountainhead, p. 680.
11. Atlas Shrugged, pp. 945, 952 ff.
12. Ibid., p. 952.
13. The Fountainhead, p. 680.

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