Capítulo 6- El hombre
La razón como atributo del individuo [6-3]
Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional
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La razón es un atributo del individuo. No existe tal cosa como una mente colectiva o un cerebro colectivo. El pensamiento es un proceso que debe ser iniciado y dirigido en cada paso por la decisión de un hombre, el pensador. Sólo un individuo como individuo puede percibir, abstraer, definir, conectar. Aquí de nuevo estamos tratando con una cuestión empírica. Las mismas observaciones que revelan que la consciencia es un atributo de ciertos organismos vivos revelan que ella pertenece a organismos separados, individuales. Y, en lo que respecta a la consciencia del hombre, la observación es lo que nos revela que es volitiva.
El punto es más amplio que la consciencia. Entidad, como hemos visto, es la «categoría» primaria. Sólo las entidades pueden actuar . . . y ser una entidad es ser un individuo. Un grupo de hombres es un fenómeno derivado; no es una entidad, sino una colección de ellas, un conjunto de individuos. «Todas las funciones del cuerpo y del espíritu», escribe Ayn Rand, «son privadas. No pueden ser compartidas o transferidas”. Uno no puede pensar por otra persona o a través de ella, no más que uno puede respirar o digerir el alimento por ella. El cerebro de cada hombre, al igual que sus pulmones y su estómago, es de su uso exclusivo. 14
Los hombres pueden aprender de otros hombres, una capacidad valiosísima en la lucha por la supervivencia. Pero aprender es un proceso activo; otros no implantan su conocimiento en un recién llegado mediante cirugía o brujería. Aprender de otros no es recibir un beneficio inmerecido; es entender sus conclusiones comprendiendo las razones que hay para esas conclusiones. Eso requiere el ejercicio independiente de la propia mente de quien aprende, y constituye un logro de su parte. Recitar maquinalmente verdades alcanzadas por los otros no es cognición; y es un obstáculo, no una ayuda, para la supervivencia.
Los hombres pueden construir sobre lo que aprenden de otros; algunos hombres llevan el conocimiento humano más lejos, y esto también es una valiosísima capacidad humana. Si un individuo llega a una nueva conclusión, sin embargo, lo hace como individuo, y ése es su logro, no el de sus predecesores. El logro de ellos ya se había completado; él es quien lo expandió. Lo que uno recibe de otros, observa Ayn Rand, «es sólo el producto final de su pensamiento. La fuerza motriz es la facultad creativa que toma este producto como materia prima, lo usa, y engendra el siguiente paso. Esa facultad creativa no puede ser dada o recibida, compartida o prestada. Pertenece a hombres únicos, individuales». 15
Hombres diferentes pueden estar familiarizados con hechos o temas diferentes que, una vez integrados, conducen a un mayor conocimiento que el que poseía cualquiera de esos hombres individualmente. La integración, sin embargo, tiene que ser realizada por alguien. Si muchas mentes la realizan (o cualquier otro paso cognitivo) al mismo tiempo, cada una de ellas está realizando el mismo proceso, y cada una de ellas lo hace como individuo.
Una conclusión puede ser el producto de un análisis, de una consulta, de una “negociación”. Existen acuerdos al que muchos hombres contribuyen. Un acuerdo, sin embargo, no es algo primario. “Un acuerdo alcanzado por un grupo de hombres», escribe Ayn Rand,
al que distintos hombres han contribuido distintas partes, no es un pensamiento colectivo. Es el resultado del pensamiento, el producto, la consecuencia secundaria. El acto primario — el proceso de razón, el proceso de observar, considerar, emitir un juicio — tuvo que ser realizado por cada hombre por separado. . .
Los hombres pueden compartir su conocimiento, no su pensamiento. Conocimiento no es pensamiento: es el resultado del pensamiento, el producto del proceso de pensar. El proceso de pensar. . . no puede ser realizado de forma colectiva. 16
Todo lo anterior se aplica no sólo a conclusiones específicas, sino también al aprendizaje del lenguaje. El lenguaje no es una «creación social», ni su uso hace de la mente un «producto social». Un lenguaje es un sistema de conceptos y los conceptos son un tipo de cognición. Cada concepto, igual que cada conclusión, tiene que ser formado por alguien, y luego entendido por otros a través de un proceso racional, si ha de tener utilidad cognitiva para ellos. En el acto de aprender un idioma, si está aprendiendo y no repitiendo como loro, un individuo está pensando; está iniciando los complejos procesos mentales que hacen que su capacidad para hablar o escribir sea un logro personal, no un regalo social. Cualquier cosa que un hombre descubra luego, mientras usa el lenguaje, es su logro; representa su facultad creadora originando el siguiente paso del conocimiento.
Así como otros pueden facilitar la tarea cognitiva de un hombre, también la pueden hacer más difícil. Pueden iluminar a un hombre con ideas verdaderas y una guía correcta, o pueden confundirlo con falsedades y callejones sin salida. Pero así como la primera circunstancia no convierte a la mente en un producto social, tampoco lo hace la segunda. La primera no hace que un hombre piense. La segunda no hace que él pare de pensar.
Mientras que un individuo esté sano, él puede decidir cuestionar y juzgar, o no hacerlo; si juzga, tiene la capacidad de rechazar lo que le dicen los demás. No hace falta ser un genio ni siquiera tener educación para descubrir que otras personas, con sus incontables conflictos, contradicciones y cambios de opinión, no son omniscientes. En particular, un hombre puede reconocer lo arbitrario, aunque no conozca la verdad. Puede reconocer que «Acéptalo porque lo decimos nosotros” no es respuesta, aunque él no tenga la respuesta; y puede decidir buscar respuestas en algún otro sitio y continuar la búsqueda. Un grupo puede amargarle la vida a un hombre, al menos por un tiempo. No puede convertirlo en algo anti-esfuerzo.
Al ser el hombre un ser volitivo, su facultad cognitiva es libre en relación a otros. No importa lo que ellos piensen, hagan, enseñen o evadan, su mente continúa siendo sólo suya para usar y direccionar. (Estoy ignorando aquí los casos de una mente destruida por tortura física o de un niño paralizado por la irracionalidad antes de alcanzar la edad de pensar).
Si otros hombres son racionales, un individuo deriva enormes beneficios no sólo de sus conocimientos, sino también de sus acciones. Los hombres pueden lograr hazañas a través de la especialización y del esfuerzo conjunto, hazañas que ningún hombre puede lograr por sí solo. Esto no significa, sin embargo, que el pensamiento involucrado en tales cometidos sea colectivo. En cualquier emprendimiento conjunto, cada hombre debe pensar por sí mismo para guiar su propia parte de la tarea. . . si él ha de contribuir al resultado con algo más que mera fuerza muscular sin pensamiento. Y el pensamiento de alguien debe definir el objetivo del emprendimiento e integrar sus componentes.
Dado que no existe pensamiento colectivo, no hay creatividad colectiva. “Esfuerzo conjunto» no quiere decir productos que vienen de nadie en particular o de todos en general. «Ningún paso ha sido dado en ninguna parte», escribe Ayn Rand, «– ni un solo clavo diseñado — por un grupo de hombres trabajando al unísono bajo la guía de un voto mayoritario». Cada paso hacia adelante «fue el trabajo, la creación y el logro algún único hombre individual. Alguien tuvo que concebirlo». 17
Los pasos del progreso humano, continúa Ayn Rand, no han sido una sucesión de aportes iguales y microscópicos. En todos los campos, de la filosofía a la música, a la ciencia, a la invención, ha habido unos pocos gigantes cuyas ideas fueron los grandes puntos de inflexión, seguidos por muchos hombres menores que elaboraron algunos detalles de los descubrimientos de los gigantes.
Los logros de estos hombres modestos no deben ser despreciados. . . pero no es a partir de los esfuerzos colectivos que los logros básicos, cruciales y de importancia histórica surgieron. . .
Cuanto mayor, más primario y más esencial es un logro . . . menos hombres fueron responsables por él. 18
Oímos todo el tiempo hablar de un «proceso de pensamiento colectivo». Intentemos concretar esta noción. Un miembro de algún grupo, parecería, tiene que sugerir tímidamente alguna idea a medio formar, y luego retirarla si los demás no la adoptan. Para que el pensamiento, en el sentido de un acto primario, sea realmente «colectivo», entonces ningún hombre individual puede proponer o afirmar ninguna idea concreta como siendo propia; nadie puede intentar convencer a los demás de su punto de vista, ni siquiera llegar a ese producto mental tan egoísta e individualista. Cada uno debe rehuir la autoafirmación y esperar a que los demás decidan algo (los demás, quienes están envueltos en la misma abstención, la misma auto-abnegación, la misma espera vacía y timorata). El resultado es la reunión de un comité, como la reunión del Consejo de Administración de Taggart Transcontinental. Esa escena de La Rebelión de Atlas no es una caricatura del pensamiento colectivo, sino un ejemplo perfecto de él, excepto que lo que esa escena dramatiza no es el pensamiento, sino la evasión. 19
La noción de una «consciencia colectiva» es tan arbitraria como la de una «consciencia sobrenatural». Ambas nociones representan la primacía de la consciencia.
La versión más antigua de esta metafísica conduce a la visión de que la consciencia humana es un fragmento alimentado por una Mente trascendente, de la cual está sólo temporalmente separada. La versión social seculariza esta conclusión; considera la consciencia humana como un fragmento alimentado por una Mente social, de la cual no está realmente separada, sino sólo aparentemente (ver Hegel, Marx y Dewey). Ninguna de estas visiones se basa en hechos observados. Ambas son deducciones a priori que se saltan los axiomas de la filosofía y van contra los hechos.
El hombre no es una célula de algún todo más grande, sobrenatural o social. No es un arrecife de coral y ni siquiera una hormiga, en el sentido de un organismo anatómicamente especializado que sólo puede sobrevivir en una colonia. Un hombre puede sobrevivir solo, en una isla desierta o en una granja auto-suficiente. La capacidad del hombre para sobrevivir se ve incrementada al vivir en sociedad, pero sólo si es una sociedad humana, regida por el poder de la razón; es decir, sólo si los individuos que la componen piensan y actúan como individuos, con todo lo que eso implica (ver capítulos 7 y 8).
La presente discusión, repito, no tiene que ver con juicios de valor. El punto aquí no es que los hombres deban ser independientes o individualistas. El punto es que los colectivistas, de Platón a Dewey, están equivocados, equivocados en el nivel más profundo, equivocados metafísicamente. El fragmento o célula sobre los que escriben no existe. Sólo el hombre existe, el hombre como ser racional. Y la herramienta de supervivencia de un ser racional es — no «debería ser», sino «es» — un proceso individual, un proceso que tiene lugar sólo en una mente y en un cerebro privados.
Esto nos lleva a una última conclusión sobre el hombre. Si la razón es un atributo del individuo; y si la elección de pensar o no pensar controla todas las otras decisiones de un hombre y sus resultados, incluso las emociones que siente y las acciones que toma; entonces el individuo es soberano. Su propia facultad cognitiva determina no sólo sus conclusiones, sino también su carácter y su vida. En este sentido, el hombre se auto-crea, se auto-direcciona y se auto-responsabiliza. Puesto que es responsable de lo que piensa (o evade), él es responsable de todas las consecuencias psicológicas y existenciales que de ello se derivan. Si usamos el término “alma” para referirnos a la esencia de una persona, que es su mente y sus valores básicos, entonces, en la formulación crucial de Ayn Rand: «Así como el hombre es un ser de riqueza auto-creada, también es un ser de alma auto-creada». 20
Lo anterior no implica que un hombre le da forma a sus emociones directamente, simplemente decidiendo enfocar o no. En este sentido, las emociones difieren del pensamiento y la acción: ellas son una función automática. Pero un hombre sí elige sus emociones. . . a la larga. Lo hace al tener capacidad de pensar (y, si es necesario, de repensar cualquier asunto), de rechazar cualquier idea errada que sea la raíz de alguna emoción, y sustituirla por una nueva conclusión.
El hombre controla los productos del pensamiento; lo hace en forma directa o indirecta; pero, de una forma u otra, lo hace. La conclusión es que el hombre — cada hombre como individuo — es el dueño de su propio destino.
Esta conclusión no significa que el hombre es omnipotente o que sea inmune a las acciones de otros hombres. Significa que el individuo escoge sus propios fines y los métodos para alcanzarlos (o decide eludir esa responsabilidad). Significa que por su naturaleza metafísica el hombre no es un juguete en manos de fuerzas que escapan a su control. No es un producto de reflejos condicionados o de instintos del «id» o de los instrumentos de producción (el pensamiento determina la acción). No es un títere bailando bajo los hilos del ansia de poder, de la lujuria, los celos, la ira o cualquier otro ‘error trágico’ (el pensamiento determina la emoción). No es un cero gobernado por el destino o por algún poder sobrenatural (lo arbitrario es inadmisible).
La teoría de la impotencia humana no es válida. El determinismo en cualquiera de sus variantes no es válido.
Muchas personas, incapaces de explicar sus emociones, se ven a sí mismas como títeres movidos por amores y odios que vienen de no saben dónde. La única cura para esta condición sería que descubrieran la causa real de sus emociones. La dicotomía razón-emoción, sin embargo, elimina esa posibilidad; al enseñar que las emociones son independientes del pensamiento, hace que el sentimiento de impotencia metafísica se haga permanente.
Esta falsa teoría de las emociones es esencial a la mayoría de las variantes del determinismo; es el arma más poderosa que los deterministas tienen para ganar conversos. Las dos variantes más populares del determinismo, la escuela de la herencia y la escuela del medio ambiente, pueden servir aquí como ilustrativos.
La primera escuela trata a las emociones como un producto de estructuras innatas (genéticas). Todo lo que es esencial a un hombre, incluyendo el carácter y los sentimientos que vaya desarrollando, es producto de factores que ya están dentro de su cuerpo al nacer. Nadie que comprenda la naturaleza de las emociones puede mantener esta teoría por mucho tiempo. Quien lo hiciera, al rechazar el materialismo, reconocería la imposibilidad epistemológica inherente a ese enfoque. Vería que las emociones fijadas congénitamente implican conceptos y juicios de valor innatos, o sea, ideas innatas.
El determinismo ambiental malinterpreta las emociones de una manera un tanto diferente. Según la mayoría de los voceros de esta escuela, la sociedad moldea al individuo a través de las experiencias de éste. Un niño, dicen, ve a la gente, observa sus acciones y sus caras, oye sus palabras, siente sus caricias o sus golpes; después de muchos años de ser bombardeado con esos datos perceptuales, el niño crecido adquiere ciertas reacciones habituales, rasgos de carácter, patrones emocionales. ¿Qué es lo que esta teoría omite? El hecho que los perceptos no invocan emociones; sólo los perceptos al ser interpretados y evaluados pueden hacerlo; o sea, sólo perceptos que han sido conceptualizados, conscientemente o de otra forma, por una mente. Y la conceptualización no es una función de grupo.
Hoy día somos bombardeados con la falsa alternativa de «naturaleza o cuidados» como la determinante del hombre. La primera se entiende que se refiere a la biología; la segunda, a la educación. La primera teoría sugiere que el cuerpo por sí mismo crea contenido conceptual dentro de la consciencia del individuo; la segunda, que son los profesores y los padres quienes lo hacen. Ambas teorías niegan la naturaleza en el único sentido relevante. Ambas niegan la naturaleza metafísica de un ser racional.
Sólo defender el “libre albedrío” no es suficiente para responde a estas visiones deterministas. Si la voluntad es considerada una facultad sobrehumana inyectada por Dios en la identidad terrenal del hombre, como ocurre en la tradición cristiana, entonces el poseerla no hace que el hombre sea eficaz o responsable. Al contrario, tal visión hace que la voluntad sea irrelevante para la vida del hombre, para la formación de sus deseos, para el trabajo diario de su mente. Y entonces el camino queda abierto a una inferencia kantiana: la voluntad como una característica totalmente sobrenatural (noumenal), el determinismo y la impotencia humana como la verdad en la tierra. Este callejón sin salida es la conclusión voluntarista que la voluntad es potente porque la razón no lo es.
En esta cuestión, también, el punto de vista de Ayn Rand es revolucionario. La elección, afirma ella, no es un factor místico superpuesto sobre una criatura determinista. No hay dicotomía entre voluntad y naturaleza, o entre voluntad y razón. Razón es voluntad, y por eso el poder de elección es el poder que gobierna al hombre, tanto en cuanto a cuerpo (acción) como a alma. El hombre no es sólo libre, es el producto de su libertad, lo que significa: de su intelecto. 21
En la teoría de Ayn Rand, el hombre es lo opuesto a la débil criatura imaginada tanto por los religiosos como por los conductistas. El hombre no es un átomo paralizado que ha de ser compadecido o manipulado, sino una entidad autónoma a ser respetada y admirada, con una condición: si él se gana ese respeto con sus decisiones. Esto se aplica a cada hombre por su naturaleza metafísica. Se aplica a cada individuo con una facultad racional, sea cual sea el grado de su inteligencia.
El hombre cual hombre es un héroe . . . si él mismo se convierte en uno.
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El hombre es un organismo de un tipo específico, viviendo en un universo de una naturaleza específica. Su vida depende de una facultad cognitiva que funciona de acuerdo a reglas específicas. Esa facultad le pertenece al hombre como individuo.
¿Qué debe, pues, el hombre hacer?
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Referencias
Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/
Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés:
AS (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo
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Notas de pie de página
Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.
Capítulo 6 [6-0]
14. Ibid.
15. Ibid., pp. 680-81.
16. The Rational Faculty, p. 4. This essay, an excerpt from Ayn Rand’s private journal dated April 22, 1945, was published posthumously by The Intellectual Activist (New York, 1986). See also The Fountainhead, p. 680.
17. The Rational Faculty, pp. 7, 6.
18. Ibid., p. 7.
19. See Atlas Shrugged, pp. 471 ff.
20. Ibid., pp. 946-47.
21. Although one clause of this sentence is reminiscent of a line from Sartre, the idea is the opposite of his viewpoint. Existentialism, as an orgy of voluntarism, necessarily implies man’s utter helplessness, regardless of any out-of-context remarks by Sartre intended to make it «humanistic.»
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