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La apoteosis del altruismo

El altruismo latente en nuestra cultura es la raíz de una inminente y destructiva violación de derechos a nivel mundial.

El gobierno norteamericano ha anunciado su intención así: «La administración cree firmemente en la protección de la propiedad intelectual; pero, a fin de acabar con la pandemia, está de acuerdo en renunciar a esa protección para las vacunas de Covid-19».

Como es de esperar, la decisión de violar los derechos de las empresas farmacéuticas será rápidamente secundada por la mayoría de los gobiernos del mundo. Mucho más se escribirá sobre este asunto en meses y años venideros, pero por ahora sólo queremos mostrar brevemente que esa acción es tan impráctica como inmoral.

Para empezar, ningún gobierno que de verdad «cree firmemente en la protección de la propiedad intelectual» usaría la excusa del coronavirus para violar alegremente los derechos de sus ciudadanos; al contrario, ese gobierno apoyaría la iniciativa y la creatividad de las empresas que fabrican unos productos esenciales para los seres humanos, agradecería la contribución de esas empresas y defendería a toda costa sus derechos (lo cual por cierto sería una función válida de cualquier gobierno legítimo).

¿Por qué es inmoral?

Quienes predican que la propiedad intelectual «no es propiedad» (y hay algunos supuestos promotores de la libertad que equivocadamente apoyan esa idea) no entienden lo que Ayn Rand explica y justifica claramente en su ensayo Patentes y Derechos de Autor.

Estamos viendo la apoteosis del altruismo: castigar a quienes nos mantienen vivos, castigarlos por el pecado de sustentar la vida humana.

Las leyes que protegen la propiedad intelectual no hacen más que reconocer «el papel primordial del esfuerzo mental en la producción de valores materiales»; lo que las patentes protegen no es el objeto físico en sí, sino «la idea que ese objeto físico representa». Y el único papel válido del gobierno sobre ese tema es certificar el origen de una idea y proteger el derecho exclusivo de su propietario a su uso y disposición.

Si en caso de necesidad podemos violar los derechos de propiedad, entonces el principio por el cual se rige una sociedad no es el principio de los derechos individuales, es el principio del altruismo, el principio de que el individuo no importa, lo que importa es la necesidad, el colectivo, el bien común; es el principio marxista: «De cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad».

Así es como lo ve Harry Binswanger, comentando en su grupo de Objetivismo:

La administración de Joe Biden quiere castigar a Moderna, Pfizer, Johnson & Johnson y otras empresas que nos salvan la vida. La administración ha anunciado su deseo de «renunciar» a las patentes de esas empresas, para que así otros países puedan tener acceso a ellas sin coste alguno.

Los años y años de pensamiento y de esfuerzo intenso dedicados al desarrollo de esas vacunas anti-Covid tan espectacularmente exitosas van a ser incautados, porque los ciudadanos de la India y de otros países necesitan la vacuna.

Dicen que llevará un año o más para que esos países atrasados consigan producir en masa algo tan complicado como una vacuna de alta tecnología. Pero eso es irrelevante: «de cada cual según su capacidad» requiere que esas patentes les sean robadas a sus creadores. Ellos no tienen derecho a sus patentes, precisamente por ser ellos quienes las han creado.

Estamos viendo la apoteosis del altruismo: castigar a quienes nos mantienen vivos, castigarlos por el pecado de sustentar la vida humana.

¿Por qué es impráctica?

La fabricación de vacunas es un proceso extremadamente complejo y sofisticado que, además de enormes conocimientos teóricos de biología, inmunología, estadística, etc., requiere unos 50 mil pasos diferentes para realizarlo con éxito, además de un profundo conocimiento de procesos, materias primas, controles de calidad, gerencia de cadenas de suministro, etc., etc.

Que de un plumazo un gobierno viole los derechos de empresas farmacéuticas cuyos productos están salvando millones de vidas ya es en sí una burla descarada a la razón y a la justicia. Ese abuso garantiza no sólo que los desarrolladores en esas empresas no vuelvan a inventar ni a producir nada más en el futuro, sino también que la producción y el mercado de vacunas se torne un caos total. Los saqueadores de cualquier época continúan soñando que la fuerza física puede sustituir a la mente, que si le roban a un creador se convierten automáticamente en creadores. La realidad los pondrá en su sitio.

Millones de personas se están beneficiando hoy por tener acceso a vacunas contra el coronavirus, y millones más se beneficiarán en el futuro; violar los derechos de las empresas farmacéuticas es morder la mano que te da de comer, es matar la gallina de los huevos de oro. Y sabemos en qué va a acabar. Ayn Rand lo presenta de forma concreta y elocuente en su novela La rebelión de Atlas:

Había un joven que empezó, lleno de ilusión ante el noble ideal, un muchacho brillante, sin estudios, pero con una estupenda cabeza sobre sus hombros. El primer año ideó un proceso de trabajo que nos ahorró miles de horas-hombre. Se lo dio a ´la familia´, sin pedir nada a cambio, aunque tampoco podría haberlo hecho, pero él estaba encantado con eso. Era por el ideal, dijo. Pero cuando se encontró votado como uno de los más capaces y sentenciado a trabajar de noche, porque no habíamos extraído lo suficiente de él, cerró su boca y su cerebro. Puede usted apostar que no se le ocurrió ninguna nueva idea, el segundo año.

Lo moral es lo práctico, y lo práctico es lo moral, no hay contradicción en esos términos. Alguien puede pensar que la inminente acción de los gobiernos sólo afecta a las «ricas» empresas farmacéuticas que «se están aprovechando del sufrimiento creado por la pandemia», pero de hecho están castigando a quienes están mitigando ese sufrimiento, y esa acción nos afecta a todos. De nuevo citando a Ayn Rand:

Nadie puede conseguir su bien a costa de sacrificios humanos; cuando violas los derechos de un hombre estás violando los derechos de todos, y un pueblo de criaturas sin derechos está condenado a la destrucción.

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Por Domingo García, presidente de Objetivismo Internacional. Citas autorizadas por los diferentes autores.

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No quiero que se me confunda con Nietzsche en ningún aspecto.

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