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No hay buena acción que sin castigo quede

La perversa moralidad detrás del asalto a las patentes de vacunas

Con una velocidad y una eficacia sin precedentes, empresas farmacéuticas como Pfizer y Moderna han producido unas vacunas que están acabando rápidamente con la pandemia de coronavirus en países desarrollados, y ahora tenemos el lujo de centrarnos en cómo podemos suministrarles esas vacunas a los países más pobres, como India, donde la enfermedad está desatándose rápidamente y fuera de control.

Y claro, naturalmente, ya hemos identificado a los malos en la historia: las empresas que desarrollaron las vacunas.

De ahí las denuncias de “especulación pandémica” y las ruidosas y furiosas demandas de expropiar las patentes de vacunas.

Supuestamente, el tema es acelerar la entrega de la vacuna a los países menos desarrollados, pero eso no es ni remotamente cierto. El cuello de botella aquí no es la propiedad intelectual sino la capacidad de producción, sobre todo porque las nuevas vacunas de ARNm requieren nuevos procesos y equipos especializados. Su producción no puede simplemente ser asumida por ninguna fábrica farmacéutica al azar. Y por eso la incautación de patentes ha sido descrita más como simbólica que como práctica.

Pero si es algo sólo simbólico, entonces el mensaje está clarísimo: no hay buena acción que sin castigo quede.

El mensaje es que la gente que desarrolla un nuevo producto crucial y beneficioso que salva vidas no merece ninguna recompensa por hacerlo. ¿Pero no es esa una idea increíblemente perversa, si te paras a pensarlo?

Recuerda que todo eso no está motivado por una necesidad práctica e inmediata de salvar vidas, porque no hay evidencia de que tenga ese efecto. ¿Alguien realmente cree que los fabricantes de vacunas están arbitrariamente dejando de entregarnos productos, que no están fabricando todo lo que pueden tan rápido como pueden, o que no están dispuestos a venderles las licencias de sus vacunas a otros fabricantes? De hecho, Moderna anunció a fines del año pasado que mientras durara la pandemia no haría valer sus patentes relacionadas con COVID; el problema es que simplemente nadie más ha tenido la experiencia y la capacidad necesarias para aprovecharse de eso.

El mensaje es que la gente que desarrolla un nuevo producto crucial y beneficioso que salva vidas no merece ninguna recompensa por hacerlo. ¿Pero no es esa una idea increíblemente perversa, si te paras a pensarlo?

Ten en cuenta también que la administración de Biden, que se ha subido al tren de la incautación de patentes, ha propuesto recientemente billones de dólares en subsidios para el coronavirus, y ha propuesto muchos billones más en nuevos gastos. Si quisieran contribuir a hacer llegar la vacuna al resto del mundo (el tipo de ayuda exterior que no sólo nos haría ganar buena voluntad, sino que también nos protegería de la evolución de variantes más letales del virus), entonces, entre esos billones de dólares, propondrían unos cuantos miles de millones para compensar a los fabricantes de vacunas. Que no se molesten en hacerlo, que prefieran el método de expropiación más engorroso, hostil y antagonista, eso es muy significativo

El verdadero impulsor de esa campaña es claramente una animadversión contra los beneficios, contra el ánimo de lucro como tal. Así argumenta el economista Robert Reich a favor de la incautación de patentes, por ejemplo, que inmediatamente saltó ante el mero hecho de que Pfizer está ganando dinero, lo cual en su cabeza parece ser una culpabilidad suficiente.

“A diferencia de varios fabricantes de vacunas, que prometieron renunciar a sus beneficios durante la pandemia de Covid-19, Pfizer sí planeó beneficiarse. Hoy anunció que la vacuna generó 3.500 millones de dólares en los primeros tres meses de 2021, casi una cuarta parte de sus ingresos totales”.

Igual que hay puritanos que no soportan el hecho de que alguien en algún lugar pueda estar divirtiéndose, hay puritanos económicos que no soportan el hecho de que alguien en algún lugar pueda estar obteniendo beneficios.

Uno de los ataques contra la “especulación” cometió el error de señalar el tamaño de los beneficios de los que estamos hablando.

“Pfizer y su socia alemana en biotecnología, BioNTech, pueden ganar la asombrosa cantidad de 9.800 millones de libras esterlinas el próximo año con una vacuna contra el coronavirus… Quizás muchos les pasen por alto tales beneficios entre las olas de gratitud”.

Quizás lo hagamos, porque aunque algo del orden de $10.000 millones suene a un montón de dinero, realmente es una cantidad muy muy pequeña en el contexto que estamos hablando. De hecho, esas son las ventas brutas; los beneficios puede que sean una décima parte de eso.

El mensaje es que la gente que desarrolla un nuevo producto crucial y beneficioso que salva vidas no merece ninguna recompensa por hacerlo. ¿Pero no es esa una idea increíblemente perversa, si te paras a pensarlo?

Apenas estamos empezando a darnos cuenta de lo que esta pandemia nos ha costado hasta ahora, en términos de vidas humanas, y no sé si alguien ha hecho una buena estimativa de su costo económico acumulado. Aquí hay una idea: La recesión del coronavirus provocó una contracción de un 10% en la economía USA (que es de 20 billones de dólares), lo que significa que nos costará unos 2 billones de dólares en producción perdida. Extiende eso a nivel mundial, y el coste debe ser por lo menos de $10 billones. Eso es lo que una vacuna tiene el poder de devolvernos a los inversores, a los propietarios de empresas de todos los tamaños, a las personas que actualmente están sin trabajo debido a la pandemia.

Así que de algo del orden de $10 billones en valor económico, el fabricante de una vacuna importante puede ganar unos 1.000 millones de dólares de beneficio, una centésima parte del uno por ciento. Eso es una verdadera ganga.

Esa es una obviedad general sobre los beneficios. A pesar de las fantasiosas imaginaciones de los escritores de izquierdas, el fabricante que vende un producto sólo consigue como beneficio una pequeña parte del valor que crea: unos pocos céntimos de cada dólar. El margen promedio de beneficio corporativo está en torno al 7,5%. La mediana es aún menor que eso, y ambos números son mucho, mucho más pequeños de lo que la mayoría de la gente cree.

Los márgenes de beneficio de las empresas farmacéuticas tienden a ser un poco más altos, alrededor del 13%. Pero ellas tienen que arriesgar mucho dinero, y gastan casi mil millones de dólares de promedio en investigación y desarrollo y en ensayos clínicos con cada nuevo fármaco que desarrollan.

¿Preferirías que dejaran de hacerlo? Porque eso es a lo que equivale el argumento en contra de los beneficios.

Cualquiera que en algún momento haya dirigido una empresa, especialmente una empresa pequeña, sabe que los beneficios no son opcionales. No es sólo cuestión de incentivos, o del “ánimo de lucro”. Sin beneficios, una empresa no puede seguir funcionando, por muy motivados que estén sus propietarios o sus empleados. Un beneficio es el valor adicional que tú produces, por encima del valor del capital que has usado para producirlo. Si un panadero gasta dinero en alquiler, en hornos, en harina, en el trabajo de sus empleados, su beneficio es el valor adicional por el que puede vender su pan después de pagar todos esos gastos. Si no hay nada adicional, si no hay beneficio, entonces el panadero tiene que echar mano a sus ahorros sólo para poder seguir funcionando, y si continúa haciéndolo el tiempo suficiente, su reserva de ahorros se agotará, y tendrá que cerrar la tienda, lo quiera o no.

Los beneficios no son un lujo. Son el alma que le da vida a una empresa productiva.

Hay una regla muy sencilla. Si quieres más de algo (sean libros, coches o vacunas), asegúrate de que alguien vaya a beneficiarse de ello. Si quieres menos de algo, prohíbe que cualquiera se beneficie de ello, y observa cómo van fracasando, una a una, todas las personas que siguen intentando producir ese algo.

La excusa más común para la cruzada contra el beneficio es que las empresas farmacéuticas se benefician de la investigación científica financiada por el gobierno, y que a cambio de ese “subsidio corporativo” ellas le deben al gobierno los derechos a todos los valores de todo lo que producen.

Pero eso es como la gente que le dice al dueño de un negocio que “tú no construiste eso”, porque él usó las carreteras del gobierno para ir conduciendo hasta su fábrica. Puede que el gobierno construyera las carreteras [¡con dinero de los contribuyentes!], pero no construyó ni operó la fábrica. El gobierno puede poner algo de dinero en investigación médica básica, pero eso está muy lejos de desarrollar una vacuna, hacer experimentos y pruebas a gran escala para probarla, y luego fabricar miles de millones de dosis, y hacerlo todo a una velocidad récord. Eso requiere un montón de empleados con mucho talento que aporten el conocimiento y la experiencia que han acumulado durante décadas fabricando otras drogas.

También requiere mucha infraestructura y un montón de dinero aportado por los inversores. Pfizer, por ejemplo, recibió del gobierno de los EE. UU. un gran pedido anticipado para su vacuna, pero no recibió dinero federal para desarrollarla. Moderna recibió algunos fondos del gobierno federal, pero también recaudó más de mil millones de dólares en mayo del año pasado mediante la venta de acciones, principalmente para financiar la fabricación y distribución de su vacuna COVID. Toda esa gente necesita ser compensada, y los inversores son compensados cuando la empresa consigue un beneficio.

Más concretamente, esa gente merece ser compensada.

La razón por la que el argumento de los subsidios gubernamentales para investigación no tiene ninguna base es que no es más que una racionalización para atacar a los beneficios, la investigación no es el motivo real. El motivo real es el puritanismo económico del que estamos hablando, motivado por un altruismo patológico.

Tendemos a pensar en el altruismo como una mera preocupación por el bienestar de otros, pero para el altruista incondicional, realmente no importa si has hecho algo que beneficie a otros o no. Lo que importa es que tú no te beneficies a ti mismo de algo. El filósofo del siglo XVIII Immanuel Kant sistematizó esa noción de manera famosa, postulando un “imperativo categórico”, según el cual una acción es moral sólo si la haces “por deber”, es decir, puramente por un motivo impersonal y desinteresado. En el momento en que consideras o aceptas cualquier beneficio para ti mismo, la acción es inmoral, da igual cuáles sean sus consecuencias o quién más se beneficie de ella.

Unas décadas más tarde, el hombre que acuñó el término “altruismo”, Auguste Comte, declaró que la regla de la moralidad es vivre pour autrui (“vivir para otros”), y lo dijo precisamente en el sentido de esa manera puritana y uber-kantiana. Como J.S. Mill resumió la filosofía de Comte: “Hacer como nos harían a nosotros, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, esas cosas no son suficientes para él: esas cosas forman parte, él cree, de la naturaleza de los cálculos personales. Debemos esforzarnos por no amarnos a nosotros mismos en absoluto”.

Igual que hay puritanos que no soportan el hecho de que alguien en algún lugar pueda estar divirtiéndose, hay puritanos económicos que no soportan el hecho de que alguien en algún lugar pueda estar obteniendo beneficios.

Igual que hay puritanos que no soportan el hecho de que alguien en algún lugar pueda estar divirtiéndose, hay puritanos económicos que no soportan el hecho de que alguien en algún lugar pueda estar obteniendo beneficios.

Mill señaló que Comte trató de convertir ese credo en una nueva religión secular. Pero hay una diferencia: todas las religiones anteriores nos han prometido una recompensa por nuestras buenas acciones y un castigo por nuestras malas acciones, si no en este mundo, entonces en el otro. Sin embargo, Kant y Comte crearon un sistema de moralidad completamente invertido, en el que somos castigados por nuestras buenas acciones, y cualquier acción por la que somos recompensados es automáticamente un pecado.

Si te estás preguntando por qué saco a relucir nociones febriles de filósofos muertos mucho tiempo, es porque sus ideas claramente no están muertas. La propuesta de apoderarse de las patentes de vacunas es precisamente la materialización de los principios de Kant y Comte. Puede que de hecho no le ayuden a nadie, y a la larga probablemente perjudicará a todo el mundo, al hacer menos probable que una empresa farmacéutica se arriesgue a desarrollar otro medicamento que es urgentemente necesitado. Pero satisfará los anhelos puritanos de los moralistas, al castigar a cualquiera que busque un beneficio para sí mismo a cambio de beneficiar a otros.

De hecho, según ese esquema, cuanto más beneficies a otros, cuanto más necesiten lo que tú produces, menos derecho tienes a obtener algún beneficio de ello tú mismo.

Aunque tú y yo podamos pensar que el enorme valor liberado por una vacuna contra el coronavirus más que justifica el beneficio derivado de ella, para el altruista patológico es exactamente lo contrario: es precisamente el hecho de que un producto sea valioso lo que le da al gobierno el derecho a apoderarse de él, porque de lo contrario estaríamos “dejando una industria que salva vidas en manos de un monopolio lucrativo”. El propio hecho de que una iniciativa salve vidas, el hecho de que le ofrezca un valor enorme al mundo, esa es la razón por la que sus creadores no tienen derecho a compensación alguna.

Mira esa misma actitud aplicada a un problema parecido: una propuesta lanzada en la ciudad de Nueva York para imponer un recargo a la entrega de paquetes durante una pandemia, o sea, precisamente en el momento en que todo el mundo está acudiendo en masa a la venta online y a la entrega de paquetes para reducir el contacto y evitar la propagación del virus. Y sin embargo, incluso los que se pronuncian en contra del recargo sólo se quejan de que el impuesto está dirigido a la gente errada, que deberíamos aplicarlo en cambio a “quienes han ganado miles de millones de una pandemia global”, que en ese contexto sólo puede querer decir: Amazon.

O mira un artículo del Washington Post que se queja de que las grandes empresas están consiguiendo beneficios en una pandemia mientras que todos los demás están sufriendo. ¿Cuáles son sus principales ejemplos? Paypal, que se beneficia de un mayor comercio online, y Nvidia, que se ha beneficiado porque más gente se queda en casa usando sus ordenadores para juegos.

Así que ya ves: las empresas que nos han hecho más fácil aguantar la pandemia son las más criticadas y el blanco de nuevos impuestos, precisamente porque las necesitamos tanto. Esa es una moralidad en la que ninguna buena acción queda sin castigo.

Si eso se aplica a una vacuna que el mundo necesita con urgencia y es una cuestión de vida o muerte, ya te imaginas cómo se aplicará a bienes y servicios más del día a día. Sin embargo, a menudo vemos la misma invertida lógica moral en funcionamiento. Cuanto más valor obtenemos de un bien o de un servicio, más se considera ese bien o ese servicio una necesidad de la vida (alimentos, vivienda, atención médica, educación) y más se considera un ultraje que alguien se beneficie al proporcionarlo. Ninguna buena acción queda impune, y cuanto mejor sea la acción, en términos de su valor para nuestras vidas, más estrictamente tenemos que asegurarnos de que nadie sea recompensado por ella.

La llegada de las vacunas COVID y la rapidez con la que está poniendo fin a la pandemia deberían arrojar un poco de claridad sobre ese tipo de perverso puritanismo económico, por ser un ejemplo tan evidente de una invertida lógica moral.

Pfizer y Moderna han hecho mucho bien salvando miles de vidas (y pronto, con suerte, millones de vidas), y están haciendo posible que podamos volver a una vida normal. La mayoría de nosotros se lo agradecemos recompensándolas con un buen beneficio.

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por Robert Tracinski, publicado por email a sus lista de suscriptores en mayo del 2021.
Ver The Tracinski Letter.
Editado, traducido y publicado por Objetivismo.org con permiso del autor.

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