Italia ya ha empezado a seguir a Grecia en la espiral de la muerte de los tipos de interés, en la que la deuda ha de renovarse a tipos de interés tan altos que resulta imposible hacer los pagos.
Como ambos países son ahora vilmente dependientes de la Unión Europea por esos rescates gigantes, sus sistemas políticos han respondido echando fuera a sus primeros ministros y sustituyéndolos por «tecnócratas» apolíticos. Ese es un término vago, y realmente es un eufemismo de «burócrata». Esos burócratas han sido puestos en el poder por ser considerados más aceptables por los líderes de la Unión Europea, a pesar de no haber ganado ninguna elección y de tener una base de apoyo popular bastante dudosa.
No es un golpe de Estado de los banqueros, porque no son los bancos con los que estos países están contando, sino con el gobierno central de la Unión Europea; llamémosle un golpe de Estado de los burócratas.
Daniel Hannan lo expresa de forma muy directa en su artículo «La Unión Europea se sostiene ahora a base de golpes de Estado»:
Lo que hemos presenciado es un golpe de Estado: sutil y sin derramamiento de sangre, pero sigue siendo un golpe de Estado. En Atenas y en Roma, los primeros ministros elegidos han sido derrocados en favor de eurócratas – un vicepresidente del Banco Central Europeo y un ex-comisario europeo, respectivamente. Ahora ambos países cuentan con lo que llaman «gobiernos nacionales», a pesar haber sido constituídos con el único propósito de implementar políticas que habrían sido rechazadas en elecciones generales. . . .
Lo más aterrador es que esos «tecnócratas» son quienes causaron el desastre para empezar. Ellos decidieron que la supervivencia del euro era más importante que la prosperidad de sus miembros constituyentes; ellos presidieron el aumento del gasto y de la deuda; y ellos fueron quienes deliberadamente pasaron por alto los criterios de la deuda cuando el euro fue lanzado, para así poder admitir a Italia y a Grecia. De hecho, el nuevo primer ministro griego, Lucas Papademos, estaba al frente del banco central de su país en aquel momento.
Al nombrar a estos dos euro-burócratas, nuestros amos están indicándonos de la manera más clara posible que absolutamente nada va a cambiar. Una mayor integración es más importante para ellos que la libertad, más que la prosperidad, más que el estado de derecho, más que el propio gobierno representativo.
Los «euroescépticos» británicos están engreídos en este momento, envalentonados por la oportunidad que pocos intelectuales tienen, de haber tenido razón de forma tan indiscutible. Y Christopher Booker aprovecha para señalar que «Los Arquitectos de la UE nunca la vieron como una democracia».
La idea concebida inicialmente allá por los años 1920 por dos altos funcionarios de la Liga de las Naciones – Jean Monnet y Arthur Salter, un funcionario civil británico – fue la de unos Estados Unidos de Europa, gobernados por un gobierno de tecnócratas no elegidos, como ellos eran. Dos cosas eran anatema para ellos: Estados-nación con poder de veto (lo que ellos habían visto destruir a la Liga de Naciones), y cualquier necesidad de consultar los deseos del pueblo en las elecciones.
Pero el consentimiento de los gobernados no es opcional. Ese principio (con los derechos individuales como su base) es el único sistema jamás concebido para establecer la legitimidad moral de un gobierno. La Unión Europea, al tratar de eludir el consentimiento de los gobernados, está preparando al continente para un futuro ajuste de cuentas con su propio pueblo.
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Artículo basado en la publicación de Robert Tracinski a su lista en The Intellectual Activist el 16 de noviembre de 2011.
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