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Definición como último paso en la formación de conceptos — OPAR [3-4]

Capítulo 3- Formación de conceptos

Definición como último paso en la formación de conceptos [3-4]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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* * *

El último paso en la formación de conceptos es la definición. Este paso es esencial para todos los conceptos, excepto para los conceptos axiomáticos y los conceptos que denotan sensaciones.

El nivel perceptual de consciencia está automáticamente relacionado con la realidad; una percepción sensorial es darse cuenta directamente de un existente concreto. Un concepto, sin embargo, es una integración basada en un proceso de abstracción. Ese estado mental no está automáticamente relacionado con los concretos, como dejan en evidencia los muchos casos obvios de «abstracciones flotantes». Este es el término que Ayn Rand usa para describir conceptos que están separados de existentes, conceptos que una persona adquiere de otros hombres sin saber qué unidades específicas esos conceptos denotan. Una abstracción flotante no es una integración de datos reales; es una costumbre lingüística memorizada que supone, dentro de la mente de una persona, una mezcolanza de concretos aleatorios, de hábitos y emociones que se juntan imperceptiblemente con otros revoltijos que a su vez son el contenido de otras abstracciones igualmente flotantes. Los «conceptos» que tiene ese tipo de mente no son recursos cognitivos. Son imitaciones del idioma como hacen los loros, respaldados en esencia por parches de niebla.

Para que un concepto sea un dispositivo de cognición debe estar vinculado a la realidad. Debe denotar unidades que uno ha aislado metódicamente de todas las demás. Esta, en palabras de Ayn Rand, es la función básica de una definición: «distinguir un concepto de todos los demás conceptos, y de esa forma mantener sus unidades diferenciadas de todos los demás existentes». 25

En sus primeros años, un niño mantiene sus conceptos ligados a la realidad por el simple método de una definición «ostensible»; él señala con el dedo ejemplos concretos. Dice: «Cuando digo ‘mesa’, me refiero a esto«. Al llegar a cierto punto, sin embargo, ese método deja de funcionar. El niño adquiere demasiados conceptos que cada vez más consisten en abstracciones de mayor nivel, incluyendo a menudos conceptos de consciencia. La estructura abstracta del niño se torna tan compleja que el mero acto de señalar ya no diferenciará las unidades de un concepto de las de todos los demás. Ese es el momento en que las definiciones formales – que identifican explícitamente la naturaleza de las unidades de un concepto – empiezan a ser necesarias. (Los conceptos axiomáticos y los conceptos que denotan sensaciones pueden solamente ser definidos ostensivamente).

Una definición no puede enumerar todas las características de las unidades; tal catálogo sería demasiado grande para recordar. En vez de eso, una definición identifica las unidades esenciales de un concepto al especificar sus características esenciales. La característica «esencial» – o las características esenciales – es la característica fundamental que hace que las unidades sean el tipo de existentes que son, y que las diferencia de todos los demás existentes conocidos. (Esta definición resultará cada vez más clara a medida que avancemos).

Una definición adecuada se compone de dos partes, cada una de las cuales surge de la naturaleza de la formación de conceptos. Cuando formamos un concepto, aislamos sus unidades captando una característica distintiva. En la definición, esto se traduce en lo que los aristotélicos medievales llamaban la diferentia. Además, podemos diferenciar sólo en base a una característica más amplia, al Denominador Común Conceptual, que es compartido tanto por los concretos que estamos aislando como por los concretos de los cuales los estamos aislando. En la definición, esto da origen al genus.

En términos de genus y diferentia, una definición es como una radiografía lógica de un concepto. Condensa en una expresión breve y fácil de retener la esencia del proceso de formación de conceptos: nos dice qué distingue a las unidades, y de qué se las está distinguiendo, es decir, dentro de qué grupo más amplio se está haciendo la distinción. Usando el ejemplo típico: si conceptualizamos al hombre diferenciando a los hombres de perros, gatos y caballos, entonces «animal» sería el genus, y «racional», la diferentia.

Al ser las definiciones un paso en el proceso de formación de conceptos, todas sus características reflejan la naturaleza de ese proceso. Otra de esas características es el hecho de que las definiciones, igual que los conceptos, son contextuales.

El conocimiento conceptual no se adquiere partiendo de un estado de total ignorancia, o partiendo de una perspectiva de omnisciencia. En cualquier etapa de desarrollo, de niño a sabio y de salvaje a científico, el hombre puede hacer integraciones y diferenciaciones conceptuales sólo en base a un conocimiento previo, al conocimiento específico y limitado que tiene disponible esa persona en ese momento. La mente del hombre funciona basada en un cierto contexto. El contexto, afirma Ayn Rand, «es todo el campo de la consciencia o del conocimiento de una mente, en cada nivel de su desarrollo cognitivo». 26

Este hecho tiene profundas implicaciones para el conocimiento humano en general (como veremos en el capítulo 4), y para las definiciones en particular. Las definiciones son contextuales. Su objetivo es diferenciar ciertas unidades de todos los demás existentes en un contexto específico de conocimiento. En una primera etapa, cuando uno ha hecho relativamente pocas distinciones , una única característica simple y obvia puede que logre ese objetivo. Más adelante, cuando uno descubre nuevos aspectos de la realidad, esa misma característica puede que deje de servir para diferenciar las unidades; la definición inicial tiene que ser revisada en ese momento. Nuestro conocimiento crece en etapas, y en cada etapa nosotros organizamos solamente los hechos que tenemos disponibles.

Para ilustrar este punto, Ayn Rand indica el esquema por el cual la definición de «hombre» podría desarrollarse a medida que el contexto cognitivo del niño se expande. La primera definición (implícita) del niño podría equivaler a: «una cosa que se mueve y hace ruidos». Si el niño capta sólo objetos en su casa y la gente que hay a su alrededor, esa definición es válida: separa a los hombres de las demás entidades que el niño conoce, como mesas y sillas. Luego el niño descubre perros y gatos. En ese contexto, debe revisar su definición, porque ella ya no separa las unidades de las nuevas entidades que acaba de conocer. La primera definición sigue siendo verdadera como descripción de “hombres» – es cierto que los hombres siguen moviéndose y haciendo ruidos – pero ya no puede servir como definición de «hombre». Ahora el niño podría definir «hombre» (implícitamente) como «una cosa viva que anda sobre dos piernas y no tiene pelaje». Esa sería una definición válida dentro del nuevo contexto. El mismo esquema se aplica a todas las posteriores etapas en la definición de «hombre». Se aplica a la mayoría de las definiciones, conforme se expande el conocimiento. 27

Cuando una definición es revisada contextualmente, la nueva definición no contradice la anterior. Los hechos identificados en la definición original continúan siendo hechos; el conocimiento adquirido previamente sigue siendo conocimiento. Lo que cambia es que, a medida que se expande el campo de conocimiento de cada uno, esos hechos ya no sirven para diferenciar las unidades. La nueva definición no invalida el contenido de la anterior; simplemente está haciendo una distinción más precisa de acuerdo con las exigencias del creciente contexto cognitivo.

Aunque la definición de «hombre» depende del contexto, sí podemos llegar a una definición objetiva de «hombre», una que es universalmente válida. Una definición universalmente válida – en este caso, «animal racional» – es una definición que ha sido determinada de acuerdo con el contexto más amplio de conocimiento humano disponible hasta ese momento. Ayn Rand expresa así el principio, tal como se aplica a cualquier concepto: «Una definición objetiva, válida para todos los hombres, es la que designa la(s) característica(s) distintiva(s) esencial(es) y el genus de los existentes que están incluidos bajo un concepto dado, de acuerdo con todo el conocimiento relevante disponible en esa etapa de desarrollo de la humanidad». 28

Las definiciones, aunque son contextuales, no son arbitrarias. La definición correcta en cualquiera de las etapas está determinada por los hechos de la realidad. Tomando cualquier conjunto específico de entidades que hay que diferenciar, es la verdadera naturaleza de las entidades la que determina las características distintivas. Por ejemplo, una vez que un niño descubre perros y gatos, él no puede decidir mantener su definición anterior. Como los perros y los gatos también se mueven y hacen ruidos, el niño debe buscar nuevas características en los hombres, unas que los diferencien de tales criaturas. Esas características no son cuestión de capricho; están determinadas por los hechos sobre hombres, perros y gatos, en la medida en que uno sea capaz de observar e identificar esos hechos. Las definiciones (como todas las verdades) son por lo tanto declaraciones «empíricas». Derivan de ciertos tipos de observaciones: las que tienen una función específica (de diferenciación) dentro del proceso de conceptualización.

Las definiciones están determinadas por los hechos de la realidad, dentro del contexto del conocimiento que uno tiene. Ambos aspectos de esa afirmación son cruciales: la realidad y el contexto de conocimiento; existencia y consciencia.

Hay una regla adicional en las definiciones que es necesaria para aclarar plenamente el concepto de característica «esencial»: la regla de lo fundamental. 29

Esta regla se aplica cuando se observa que las unidades de un concepto tienen más de una característica distintiva. La definición en ese caso debe establecer la característica que más significativamente distingue a las unidades; debe establecer lo fundamental. Aquí, «fundamental» significa la característica responsable por todo el resto de las características distintivas de las unidades, o al menos por el mayor número de ellas, más que cualquier otra característica. El principio definitorio es: siempre que sea posible, una característica esencial debe ser fundamental.

Por ejemplo, uno no podría definir al «hombre» como una entidad que posee un pulgar, aunque esa característica fuese distintiva al hombre. Si los hombres no tuviesen pulgares, pero en lo demás fuesen idénticos a como son ahora, la especie seguiría teniendo que ser conceptualizada y definida; seguiría habiendo profundas diferencias entre el hombre y otras criaturas. Cuando uno define por fundamentales, sin embargo – por ejemplo, cuando uno define «hombre» en referencia a «racionalidad» – la definición identifica la raíz del mayor conjunto de características distintivas del hombre. Nombra lo que más significativamente hace que el hombre sea diferente. Nombra lo que “hace» que el hombre sea hombre, es decir, lo que subyace e implica el mayor número de características distintivamente humanas.

Lo opuesto al principio de fundamentalidad queda ilustrado en ciertos tipos de pensamientos psicóticos. Un esquizofrénico en el Hospital Bellevue de Nueva York equiparaba rutinariamente sexo, cigarros habanos y Jesucristo. Consideraba a todos esos existentes, tanto en su pensamiento como en sus emociones sobre ellos, como miembros intercambiables de una sola clase, en base a que todos tenían un atributo común, estar «rodeados». En el sexo, explicaba él, la mujer está rodeada por el hombre; los cigarros están rodeados por una cinta de papel; Jesús está rodeado por un halo. Este individuo, en efecto, estaba intentando formar un nuevo concepto: «rodeado». Tal intento es un desastre cognitivo que sólo puede llevar a confusión, distorsión y engaño. Imaginad estudiar habanos y luego aplicar esas conclusiones a Jesús…

Ese modo de pensar es calamitoso porque «estar rodeado» no es algo fundamental; no es significativo desde el punto de vista causal; no lleva a ninguna consecuencia. Es un callejón sin salida. Los grupos erigidos en base a eso necesariamente conducen al embrutecimiento cognitivo.

Definir un concepto válido en términos de lo no-fundamental es cometer un error parecido. Esa práctica evade la base real del concepto, la similitud esencial que une todo el resto, y la sustituye en cambio por algo parecido e insignificante. Esa evasión convierte un concepto legítimo en el equivalente epistemológico de «rodeado» y confunde el propósito mismo de lo que es conceptualización.

Una definición en términos de fundamentos puede ser formulada sólo en referencia al conocimiento total que uno tiene de las unidades. Para identificar una característica fundamental distintiva (y una característica fundamental integrante, el genus), uno debe tener en cuenta todos los hechos conocidos del caso. Uno debe tener en cuenta cómo las unidades difieren de otras cosas, cómo se parecen a otras cosas, y qué relaciones causales se generan entre esos dos conjuntos de atributos. Sólo en base a eso puede uno establecer que una determinada característica es fundamental (dentro de ese contexto de conocimiento).

Aunque una definición expresa sólo unas pocas características de las unidades, por lo tanto, ella implica todas las demás características que uno conoce. Lo hace porque ese es el conocimiento que determina y valida la definición. «Como preámbulo legal (refiriéndonos aquí a la ley epistemológica)», señala Ayn Rand, «toda definición comienza con la propuesta implícita: ‘Después de considerar plenamente todos los hechos conocidos relativos a este grupo de existentes, lo siguiente ha demostrado ser su característica esencial, y por lo tanto definitoria…´». 30

Una definición no es una selección arbitraria de varias de las características de las unidades. Al contrario, una definición correcta es una condensación que implícitamente incluye todas las características conocidas. «Una definición», escribe Ayn Rand, “es la condensación de un vasto conjunto de observaciones; y la definición se mantiene o se desploma dependiendo de la verdad o falsedad de esas observaciones». 31

Tal condensación es indispensable si los conceptos han de lograr su objetivo cognitivo. La función de una definición, hemos dicho, es permitirle al hombre retener conceptos (en contraposición a abstracciones flotantes) en su mente. Para retener un concepto, sin embargo – para mantener sus unidades claramente diferenciadas – y para luego usar el concepto en un proceso cognitivo, uno debe ser capaz de retener y hacer uso de la riqueza de información que uno ha adquirido sobre las unidades. Pero uno no puede mantener tanta información en la mente en forma de un interminable catálogo de artículos que no tienen relación entre sí. Lo que se requiere, por lo tanto, es procesar cognitivamente las unidades de forma deliberada. Lo que se requiere es un estudio y un análisis de las similitudes, las diferencias, y las relaciones causales, para culminar con la selección de una característica esencial, que sirva para condensar la totalidad.

Tal característica, en virtud de su método de selección, es una herramienta de integración valiosísima. Reduce una compleja suma de características a unos pocos elementos relativamente simples, expresados en forma de una afirmación breve y «retenible» (recordable).

Una definición en términos de no esenciales logra el resultado opuesto. Si uno arbitrariamente escoge cualquier característica distintiva para que sea parte de la definición, entonces ella no procede de ningún proceso cognitivo, y no subsume las otras características de las unidades. En vez de condensar y permitirle al hombre retener información, tal definición desconecta los datos y actúa para destruirlos. Fomenta la comprensión, no de las unidades de un concepto, sino simplemente de una característica aislada (o de varias), una que en la mente de quien define está desconectada de las demás características de las unidades. Si uno definiese «hombre» en referencia a su pulgar, por ejemplo, el concepto llegaría a ser equivalente en la mente de uno a “algún tipo de poseedor de pulgar», y mientras tanto todas las otras características del hombre quedarían relegadas al limbo de lo no procesado, lo no relacionado, y en última instancia lo no retenido. Tal enfoque consigue desgajar un concepto de sus unidades; convierte a un concepto en una abstracción flotante. El resultado no es aclarar un concepto, sino invalidarlo, junto con cualquier proposición que lo utilice.

La verdad de una proposición depende no sólo de su relación con los hechos del caso, sino también de la verdad de las definiciones de sus conceptos constituyentes. Si estos conceptos están separados de la realidad – sea por falta de alguna definición o por definir en base a lo que no es esencial – entonces también lo están las proposiciones que los usan. Una proposición no puede tener mayor validez – no puede tener más relación con la realidad – que los conceptos que la componen. La precondición para la búsqueda de la verdad, por lo tanto, es la formulación de definiciones correctas. «La verdad o falsedad de todas las conclusiones del hombre, de sus inferencias, pensamientos y conocimientos», concluye Ayn Rand, “dependen de la verdad o falsedad de sus definiciones». 32

Hay una señal segura de que un hombre ha fracasado al formular definiciones correctas: su afirmación de que un concepto es intercambiable con su definición. Esa afirmación, muy común entre los filósofos modernos, es una confesión. Indica que los conceptos, en tales mentes, no representan existentes, sino características arbitrarias y flotantes.

Un concepto no es intercambiable con su definición, ni siquiera si la definición (gracias al trabajo de otros hombres) resulta ser correcta. 33 «Hombre», por ejemplo, no significa «animalidad» más «racionalidad». No es una etiqueta taquigráfica que pueda ser sustituida por otras dos palabras. No significa «cualquier cosa que tenga las características de racionalidad y animalidad, sin importar si tiene dos piernas o diez, si requiere oxígeno o metano, si está cubierto de piel o de pelaje». Ese enfoque a los conceptos es una prescripción descarada para la desintegración. Exige que uno ignore todo el conocimiento que tiene sobre las unidades, excepto las características mencionadas en la definición.

Un concepto designa existentes, incluyendo todas sus características, sean definitorias o no. Como ayuda para el proceso de conceptualización, los hombres seleccionan, a partir del contenido total del concepto, unas pocas características; seleccionan las que mejor condensan y diferencian ese contenido en un momento dado del desarrollo humano. Esa selección de ninguna manera reduce el contenido del concepto; al contrario, presupone la riqueza del concepto. Presupone que el concepto es una integración de unidades, incluyendo todas sus características.

Si es cierto que el hombre camina sobre dos piernas, requiere oxígeno y no tiene pelaje, entonces el concepto «hombre» también incluye y se refiere a esos hechos, aunque no sean exclusivamente distintivos del hombre. Otras definiciones diferentes de un concepto en contextos diferentes son posibles sólo porque ese concepto significa, no su definición, sino sus unidades.

Así como un concepto no está limitado a las características definitorias, tampoco está limitado a las características conocidas (un punto mencionado anteriormente). Un concepto es una integración de unidades, que son lo que son independientemente de los conocimientos de cualquiera; representa existentes, no el contenido cambiante de la consciencia. Cuando aprendemos más sobre las unidades, estamos aprendiendo más sobre las características que poseen las unidades, por su naturaleza; todas esas características están incluidas en el concepto desde el principio.

El término «hombre», por ejemplo, no significa simplemente algunas características aisladas, y ni siquiera todas las características humanas que ya conocemos; significa toda una biblioteca (en su mayor parte aún sin escribir). «Hombre» significa hombres, incluyendo todo lo que es verdad sobre ellos: todas y cada una de las características que pertenecen a esa entidad en la realidad, hayan sido descubiertas hasta ahora o no. Este punto esencial lo describe Ayn Rand como la naturaleza del “extremo abierto» de los conceptos:

Es de vital importancia comprender el hecho de que un concepto es una clasificación con un «extremo abierto» que incluye las características de un determinado grupo de existentes que aún no han sido descubiertas. Todo el conocimiento del hombre se apoya en ese hecho.

El esquema es el siguiente: cuando un niño capta el concepto «hombre», el conocimiento representado por ese concepto en su mente consiste en datos perceptuales, tales como el aspecto visual del hombre, el sonido de su voz, etc. Cuando el niño aprende a distinguir entre entidades vivas y materia inanimada, le atribuye una nueva característica: «vivo», a la entidad que designa como «hombre». Cuando el niño aprende a distinguir entre diversos tipos de consciencias, incluye una nueva característica en su concepto de hombre: «racional», y así sucesivamente.

El principio implícito que guía este proceso es: «Sé que existe una entidad que llamamos hombre; conozco muchas de sus características, pero tiene muchas otras que no conozco y que debo descubrir». El mismo principio rige el estudio de cualquier otro tipo de existente que es perceptualmente aislado y conceptualizado. . .

Dado que los conceptos representan un sistema de clasificación cognitiva, un determinado concepto es (metafóricamente hablando) como una carpeta de archivos en la que la mente del hombre archiva su conocimiento sobre los existentes que subsume. El contenido de dichas carpetas varía de un individuo a otro, según su nivel de conocimiento – yendo desde la información primitiva y generalizada en la mente de un niño o de un analfabeto hasta la totalidad enormemente detallada en la mente de un científico – pero tiene que ver con los mismos referentes, se refiere al mismo tipo de existentes, y está englobado bajo el mismo concepto. Ese sistema de archivos hace posibles actividades tales como el aprendizaje, la educación y la investigación: la acumulación, la transmisión y la expansión del conocimiento». 34

Una importante implicación de lo anterior es que un concepto, una vez formado, no cambia. El conocimiento que los hombres tienen de las unidades puede aumentar, y la definición puede cambiar de acuerdo con eso; pero el concepto – la integración mental – sigue siendo el mismo. Si no fuese así, no habría forma de relacionar el conocimiento nuevo sobre una entidad con el conocimiento anterior subsumido bajo un concepto previamente formado, porque el concepto habría cambiado; la propia carpeta en el archivo sería diferente. Además, el concepto que dos personas tuviesen de la misma entidad no sería el mismo, lo cual imposibilitaría la comunicación, y con ello la educación y la división cognitiva del trabajo. Todas esas actividades presuponen la estabilidad y la universalidad de los conceptos. “Universalidad» aquí no significa que dos idiomas diferentes utilicen necesariamente cada concepto del otro; significa que todos los hombres que están usando un determinado concepto están usando el mismo concepto.

(De vez en cuando, un proceso de reclasificación – un cambio en el propio sistema de archivos – es necesario por causa de conocimientos más avanzados. Incluso en esos casos, que son raros, un concepto no cambia ni varía de un hombre a otro. El viejo concepto es simplemente desechado y sustituido por uno nuevo).

Resumamos aquí ampliando la metáfora de Ayn Rand. La carpeta de archivos (el concepto) no es lo mismo que la etiqueta (la definición) que identifica y condensa el contenido de la carpeta. La carpeta tampoco se restringe a su contenido actual. La carpeta existe para que podamos separarla como siendo una sola unidad, y después estudiar e interrelacionar todos los datos que en cualquier momento tienen que ver con un tema determinado. Eso es precisamente lo que el concepto nos permite hacer.

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 3 [3-4]

  1.   Ibid. p. 40.
  2.   Ibid. p. 43.
  3.   Ibid. pp. 43-45.
  4.   Ibid. p. 46.
  5.   See ibid., pp. 45 ff.
  6.   Ibid., p. 48.
  7.   Ibid. This statement is italicized in the original text.
  8.   Ibid., p. 49. This statement is italicized in the original text.
  9.   For fuller discussion, see my article «The Analytic-Synthetic Dichotomy,» reprinted in Introduction to Objectivist Epistemology, especially pp. 94-106.
  10.   Ibid., pp. 66-67.

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