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Conceptos como dispositivos para lograr economía de unidad — OPAR [3-5]

Capítulo 3- Formación de conceptos

Conceptos como dispositivos para lograr economía de unidad [3-5]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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* * *

He indicado varias formas en las que los conceptos amplían el poder de conocimiento del hombre. El papel cognitivo fundamental de los conceptos, sin embargo, aún no ha sido analizado. Fundamentalmente, los conceptos son dispositivos para alcanzar economía de unidad. Esta idea puede ser comprendida con mayor facilidad haciendo referencia a un experimento con cuervos mencionado en Introducción a la Epistemología Objetivista . 35

El experimento fue un intento de averiguar la capacidad que tienen los pájaros para manejar números. Mientras había unos cuervos reunidos en un claro de un bosque, un hombre atravesó el claro y se adentró en el bosque. En cuanto apareció el hombre, los cuervos se escondieron en las copas de los árboles, y no salieron hasta que el hombre volvió y salió de la zona. Luego entraron tres hombres; de nuevo, los cuervos se escondieron. Esta vez sólo dos de los hombres salieron, pero los cuervos no: sabían que todavía quedaba un hombre por salir. Pero cuando cinco hombres entraron y cuatro salieron, los cuervos salieron también, aparentemente convencidos de que el peligro había pasado. Esos pájaros, por lo visto, sólo podían diferenciar y lidiar con un máximo de tres unidades; con más de eso, las unidades se desdibujaban o se fusionaban en sus consciencias. La aritmética del cuervo, en efecto, sería: 1, 2, 3, muchos.

Ese experimento ilustra un principio que es aplicable también a la mente del hombre. El hombre también puede lidiar con sólo un número limitado de unidades. A nivel perceptual, los seres humanos son mejores que los cuervos; podemos distinguir y retener seis u ocho objetos a la vez, digamos, hablando perceptualmente, es decir, asumiendo que vemos u oímos los objetos pero sin contarlos. Pero hay un límite para nosotros también. Después de un cierto número – cuando los objetos se acercan a una docena, por no decir a cientos o a miles – nosotros también somos incapaces de llevar la cuenta y nos hundimos en el indeterminado «muchos» del cuervo. Nuestra pantalla mental, por así decirlo, es limitada; sólo puede contener en un momento dado un máximo de datos.

La consciencia, cualquier consciencia, es finita. A es A. Sólo un número limitado de unidades pueden ser diferenciadas una de otra, y mantenidas en el foco de la consciencia en un momento dado. Más allá de ese número, el contenido se convierte en un borrón o en una nebulosa indeterminada e imposible de retener, como esto: ////////////////////////.

Para que una consciencia extienda su comprensión más allá de un simple puñado de concretos, por lo tanto – para poder lidiar con una totalidad enorme como lo son todas las mesas o todos los hombres, o el universo como un todo – hay una habilidad que es necesaria. Debe ser poder comprimir su contenido, es decir, economizar las unidades requeridas para transmitir ese contenido. Esa es la función básica de los conceptos. Su función, en palabras de Ayn Rand, consiste en «reducir una vasta cantidad de información a un número mínimo de unidades…» 36

Un concepto integra y de esa forma condensa un grupo de perceptos en una única totalidad mental. Reduce un número ilimitado de unidades percibidas a una nueva unidad, que las subsume a todas. Con ello amplía profundamente la cantidad de material que una persona puede retener y manejar cognitivamente. Una vez que el término «hombre» ha sido definido y automatizado en tu consciencia, por ejemplo, la enorme suma de sus referentes está a tu disposición inmediatamente; está disponible en un único marco de consciencia, sin necesidad de que intentes visualizar o describir y luego de alguna forma mantener en tu mente a todos los hombres individuales que son, han sido o serán. Una unidad mental ha tomado el lugar de una serie interminable, y puedes empezar a adquirir un conocimiento ilimitado sobre esa entidad.

A menudo los filósofos dicen que los conceptos son ahorradores de tiempo. Es mucho más instructivo decir que los conceptos son ahorradores de espacio.

Una consciencia sin conceptos no podría ni siquiera descubrir el hecho más elemental sobre el hombre: por ejemplo, que los hombres tienen diez dedos. El problema no es meramente que uno no puede percibir a cada hombre, puesto que están dispersos por toda la tierra y por todos los siglos. Incluso si, usando la imaginación, pudiésemos darle a una criatura que está a nivel perceptual medios de transporte ilimitados, incluso la posibilidad de viajar en el tiempo, aún así la información sobre todos los hombres superaría su capacidad mental. La criatura, digamos, percibe que Fulano, Mengano y Zutano se dan las manos en un marco concreto de consciencia. Luego cambia y se pone a estudiar a Pepe, Juan y Luisa, y en ese momento pierde a los tres primeros. Al igual que el cuervo, esa criatura no puede mantener seis entidades diferenciadas en el foco de su consciencia; las nuevas unidades siguen empujando a las antiguas hasta sacarlas de la mente; el contenido mental continúa evaporándose. Incluso si de alguna manera la criatura se las arreglase para investigar a todos los hombres, seguiría sin poder captar ningún hecho sobre todos ellos. No tiene medios de retener tal escala de información.

Si la criatura pudiese expresar su problema (lo cual sería una contradicción en términos), diría: «Si mi mente por lo menos tuviese espacio suficiente en un único marco de consciencia para tanta abundancia de datos; si pudiese tan sólo comprimir las incontables unidades que aparecen sucesivamente en mi percepción en una cantidad manejable… entonces yo sería capaz de captar un total complejo y no meros aspectos fugaces del mismo». La traducción de esta queja es: «Si yo pudiese tener conceptos».

El proverbio «una imagen vale más que mil palabras» tiene muchas aplicaciones válidas. La epistemología de Ayn Rand, sin embargo, nos ofrece una perspectiva diferente. Su teoría de conceptos nos enseña, en efecto, que «una palabra vale más que mil imágenes».

La conceptualización, resume ella, «es un método para expandir la consciencia del hombre al reducir el número de unidades que contiene: es un medio sistemático para una integración ilimitada de datos cognitivos». 37 Dadas las afirmaciones de la hoy llamada «cultura de la droga», no puedo resistirme a observar que es el poder de la razón, del pensamiento abstracto, lo que en sentido literal expande la consciencia: no asesinos de la mente como el LSD o sus similares.

El principio de economía de unidad es esencial no sólo en el campo de los conceptos, sino también, como era de esperar, en el campo de las matemáticas.

Los números tienen una función similar a la de los conceptos. Cuando tú, lector, cuentas un grupo de entidades, cada etapa de la cuenta reduce la cantidad de material que necesitas mantener en el foco de tu consciencia. Captas el total en cada etapa en forma de una única unidad mental: «uno», luego «dos», después «tres», y así sucesivamente. Si no supieras contar, una cantidad como «diez» sólo podría ser considerada por tu mente en forma de diez unidades, así: //////////, que difícilmente podrías diferenciar de /////////, o de ///////////. Esa es otra razón por la cual nuestra criatura de hace un momento no tenía cómo saber que los hombres tienen diez dedos; igual que el cuervo, sólo podría captar que los dedos son «muchos».

El mismo principio es evidente en las matemáticas superiores. Una ecuación algebraica, por ejemplo, condensa páginas de cálculos numéricos reduciéndolos a una única y breve fórmula.

El principio de economía de unidad tiene muchas otras manifestaciones en el campo de la formación de conceptos. Las definiciones correctas, he dicho, son condensaciones que nos permiten retener en una única afirmación un complejo conjunto de características de los referentes. Por lo tanto, las definiciones también son reductoras de unidades. El concepto condensa sus referentes, reduciéndolos a una sola unidad mental; la definición luego condensa sus características conocidas, reduciéndolas a una única expresión. Y tal condensación continúa a medida que el conocimiento aumenta. Una abstracción de mayor nivel, por ejemplo, condensa a los propios conceptos. Así «mueble» reduce a una sola unidad conceptos de primer nivel tales como «silla», “mesa» y «cama». Del principio al fin, una necesidad cognitiva es evidente: la necesidad de la mente de comprimir datos en un menor número de unidades, para poder manejar un nivel de información cada vez mayor.

El hecho de que los conceptos sean dispositivos para satisfacer una necesidad de la mente humana no significa que los conceptos sean arbitrarios. Por el contrario, para lograr su propósito cognitivo, los conceptos deben estar basados en los hechos de la realidad. Deben estar formados por referencia a las relaciones matemáticas que de hecho obtienen entre los concretos, y ser definidos en términos de características objetivamente esenciales. De no ser así, nuestro poder de pensamiento encuentra su némesis en callejones sin salida como «rodeado», o peores.

Los conceptos satisfacen una necesidad de la mente del hombre, pero lo hacen porque no son invenciones subjetivas: lo hacen porque reflejan la realidad. De nuevo, como comenté acerca de las definiciones, dos elementos son críticos: la mente y la realidad; la consciencia y la existencia.

El principio de unidad de economía – o la «epistemología del cuervo», como Ayn Rand acostumbraba a llamar informalmente a ese principio – tiene muchas otras aplicaciones. Como una ilustración más, considera la cuestión del estilo literario. Algunos estilos son elogiados como siendo económicos: el escritor comunica un contenido complejo mediante relativamente pocas palabras. Otros escritores son prolijos, cargando nuestra consciencia con más unidades de las requeridas por el contenido. En el extremo malvado de este continuo se encuentra el escritor que deliberadamente desprecia la epistemología del cuervo; él intenta subvertir la consciencia del lector mediante la carga metódica de muchas más unidades que las que esa consciencia puede contener. Por ejemplo, te presenta una oración gramatical que parece interminable, con una maraña de calificaciones, cláusulas subordinadas y comentarios entre paréntesis que emergen en medio, y tú tienes que abrirte paso a través de todo eso e intentar retenerlo, mientras sigues teniendo aún en suspenso el sujeto de la cláusula principal y sigues esperando al verbo. Después de unas pocas páginas de tal prosa, la mente del lector simplemente se cierra, y las palabras se convierten en palabrería sin sentido. Es la epistemología del cuervo afirmándose a sí misma. Cuando el número de unidades en su pantalla mental se vuelve excesivo, entonces, como el cuervo, el hombre se vuelve impotente.

Como es lógico, el líder mundial del estilo anti-económico, en lo que respecta al contenido de sus ideas, es el máximo destructor mundial de la facultad conceptual. Como evidencia de ambos puntos, consulta la Crítica de la Razón Pura.

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Ayn Rand consideraba su teoría de conceptos como demostrada, aunque sin completar. Existen, pensaba ella, similitudes importantes entre los conceptos y las matemáticas que aún están por identificar; y hay mucho que falta por aprender sobre la mente del hombre, a través de un estudio adecuado del cerebro humano y de su sistema nervioso. En sus últimos años de vida, Ayn Rand estaba interesada en continuar estudiando esas ideas: en relacionar del campo de la conceptualización con otros dos, las matemáticas superiores y la neurología. Su objetivo final era integrar en una única teoría la rama de la filosofía que estudia la facultad cognitiva del hombre con la ciencia que revela su método esencial y la ciencia que estudia sus órganos físicos. Por desgracia, no vivió lo suficiente para perseguir ese objetivo de forma sistemática. Lo único que pudo hacer fue dejarnos algunas pistas fascinantes aunque incompletas, indicando la dirección en que la epistemología debe ser desarrollada en el futuro. 38

Esas pistas sobrepasan nuestra tarea aquí. Lo que debemos hacer es aplicar la teoría Objetivista de los conceptos, como hizo la propia Ayn Rand, a las cuestiones cruciales de la epistemología. Necesitamos aprender no sólo cuándo formar conceptos (y cuándo no), sino sobre todo, una vez formados, cómo usarlos correctamente en nuestra búsqueda del conocimiento.

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 3 [3-5]

  1.   See ibid., pp. 62-63.
  2.   Ibid., p. 63.
  3.   Ibid., p. 64.
  4.   Ayn Rand’s philosophical notes will be published in due course.

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