Capítulo 8 – El hombre
Independencia como orientación primaria
hacia la realidad, no hacia otros hombres [8-1]
Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional
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La virtud de la independencia, en la definición de Ayn Rand, es «que uno acepte la responsabilidad de formar sus propios juicios y de vivir por el trabajo de su propia mente . . .». 2
La declaración clásica de esta virtud aparece en El Manantial, cuando Roark contrasta al creador con el parásito:
Nada le es dado al hombre en la tierra. Todo lo que necesita tiene que ser producido. Y aquí el hombre enfrenta su alternativa básica: puede sobrevivir sólo de una de dos formas: o por el trabajo independiente de su propia mente o como un parásito alimentado por las mentes de otros. El creador origina. El parásito va de prestado. El creador enfrenta a la naturaleza solo. El parásito enfrenta a la naturaleza a través de un intermediario.
La preocupación del creador es la conquista de la naturaleza. La preocupación del parásito es la conquista de hombres.
El creador vive para su trabajo. No necesita de otros hombres. Su objetivo primario está dentro de sí mismo. El parásito vive de “segunda mano”. Necesita de los demás. Los otros se convierten en su motivo principal.
La necesidad básica del creador es la independencia. La mente razonadora . . . exige una independencia total tanto en función como en motivo. Para un creador, todas las relaciones con los hombres son secundarias”.
La necesidad básica del parásito es asegurar sus lazos con los hombres para poder ser alimentado. Él coloca las relaciones en primer lugar. 3
Si un hombre viviese en una isla desierta, tener una política de dependencia le sería imposible. Tendría que pensar, actuar y producir por sí mismo, o sufrir las consecuencias. Tendría que centrarse en la realidad, o morir.
El mismo principio es aplicable cuando uno vive en sociedad. La presencia de otros hombres no cambia la naturaleza del hombre o los requerimientos de su vida. Otros pueden razonablemente ofrecerle muchos valores; no pueden, sin embargo, llegar a convertirse en los medios de supervivencia de uno o en su marco de referencia básico. Ellos no pueden ser tratados como un sustituto de la razón o de la realidad; no sin impunidad.
El hombre independiente, dice Roark, “no funciona a través de otros. Él no se preocupa por ellos en ningún asunto primario. Ni en su objetivo, ni en su motivo, ni en su pensamiento, ni en sus deseos, ni en la fuente de su energía». 4 El hombre independiente que vive en sociedad aprende de otros y puede optar por trabajar conjuntamente con ellos, pero la esencia de su aprendizaje y de su trabajo es un proceso de pensamiento, algo que él tiene que realizar solo. Necesita a otros con quienes comerciar, pero el comercio es un mero intercambio de creaciones, y su preocupación principal es el acto de crear; su preocupación es su propio trabajo. Puede que él ame a otra persona e incluso que decida que no quiere vivir sin su amada; pero él elige su amor como complemento a su trabajo, y lo elige con sus propios criterios racionales, para conseguir su propia felicidad. Puede que a él le agrade recibir la aprobación de los demás, pero los demás no son la fuente de su auto-estima; él se estima a sí mismo, y luego disfruta de recibir aprobación sólo cuando él independientemente aprueba a los aprobadores. Este tipo de hombre obtiene muchos valores de la humanidad y ofrece muchos valores a cambio; pero la humanidad no es su motor, su sostén o su propósito.
Ayn Rand describe a tal individuo como el hombre de “ego auto-suficiente». 5 Lo primario en su consciencia — lo que siempre es lo primero en cualquier cuestión — no son otros hombres, sino la realidad tal y como es percibida por su mente. En términos fundamentales, tal hombre no necesita a otros; actúa con relación a ellos exactamente de la misma forma como lo haría sin ellos. En principio, él está tan solo en la sociedad como en una isla desierta.
La política opuesta consiste en ignorar la propia mente y aceptar como guía de uno un primario diferente: la gente. A este tipo de individuo no le motiva una preocupación por la lógica o por la verdad; básicamente, está orientado no hacia la realidad sino hacia otros hombres: hacia lo que ellos creen, lo que sienten, lo que él puede sonsacarles o clavarles, lo que puede hacerles a ellos, hacer con ellos o para ellos. El hombre que adquiere sus creencias aceptando el consenso de sus «seres queridos»; el hombre que obtiene su sentido de auto-estima a partir de prestigio, o sea, de su reputación en la mente de otros, independientemente del estándar de juicio que ellos tengan; el hombre que avanza, no a través de trabajo, sino a través de enchufe; el trabajador social cuya función no es crear, sino redistribuir la riqueza creada por otros; el criminal o el dictador que vive iniciando fuerza contra otros . . . esos son algunos de los «hombres de segunda mano» descritos en El Manantial. 6 Son hombres que viven a través de otros o dentro de otros, hombres para quienes la soledad, en principio, significa la muerte.
Un parásito, biológicamente, es una criatura que vive en o dentro de un organismo de otra especie. El hombre de segunda mano, sin embargo, es único: no tiene equivalente en el mundo de la biología. Es un parásito para su propia especie.
La relación entre la virtud de la independencia y los puntos fundamentales de la metafísica, la epistemología y la ética debe ahora resultar evidente.
Sea explícitamente o de otra forma, el hombre independiente capta la diferencia entre lo metafísico y lo hecho por el hombre. El adaptarse a lo metafísicamente dado, entiende él, es esencial para tener éxito en acción; lo hecho por el hombre puede ser aceptado solamente siempre y cuando se consiga o fluya a partir de esa adaptación. Esta clase de individuo cumple con el requisito básico de la supervivencia humana: él sabe cómo — en referencia a cuál absoluto — formar sus ideas y elegir sus acciones.
Para el parásito, por el contrario, lo hecho por el hombre — sea racional o irracional, verdadero o falso, bueno o malo — se convierte en lo equivalente a la realidad. Ese tipo de individuo, al haberse desconectado a sí mismo del ámbito de la existencia, no tiene estándar con el que juzgar a otros; no tiene forma de saber a quién va a seguirle las ideas, a quién le va a copiar la conducta, o a quién tiene que solicitarle favores. Tal persona se reduce a sí misma a la impotencia, a la impotencia fundamental de haber dejado su vida a merced del azar ciego. El resultado es esa desesperada necesidad que tiene la mayoría de la gente por una autoridad, religiosa o laica, que se haga cargo de sus vidas, haga sus juicios de valor y les diga qué hacer. El hombre independiente rechazará un papel de ese tipo; pero el peor parásito de todos, el ansioso de poder, estará deseoso de aceptarlo. Más adelante destruirá a todo el mundo, incluso a sí mismo.
El hombre independiente acepta la primacía de la existencia. De alguna forma, él entiende que A es A, da igual cuáles sean los deseos o las creencias de los hombres. El dependiente se pasa a la primacía de la consciencia. Se dedica, no a la tarea de identificar aquello que es, sino a imitar, apaciguar, servir o forzar las consciencias de aquellos que quienes depende. En cuanto a la realidad, él cree — en la medida en que llega a considerar esa cuestión — que puede dejarles tranquilamente ese campo a otros para que ellos lidien con él. «Nada», siente él «es más poderoso que mis vecinos, mi tribu, mis colegas, mis ejércitos o mi líder».
El hombre independiente entiende de alguna forma que la razón es el medio de conocimiento que tiene el hombre; como resultado, acepta la responsabilidad de practicar la virtud de la racionalidad. El parásito no puede justificar su propio fracaso, pero él no quiere hacer el trabajo necesario; él no quiere realizar todo el esfuerzo que una existencia independiente y creativa requeriría. Quiere «libertad», cuando le apetece, para dejarse llevar a la deriva mentalmente, o para evadir. Tal persona no es siempre un tipo pasivo. Puede luchar, actuar, incluso hacer un cierto tipo de planificación a largo plazo y descubrir los medios para implementarlo (por ejemplo, puede pasar años planeando cómo robar un banco o esclavizar a una nación). Pero nada de eso puede ser llamado «esfuerzo» en el sentido moral, ni es racionalidad. En el esquema de la vida del parásito, ese esfuerzo no representa un compromiso de centrarse en la realidad o de guiarse por su facultad conceptual. Por el contrario, su lucha es un intento de escapar de la realidad y de la necesidad de conceptualizar. No hay tal cosa como un parasitismo basado en hechos o defendido apelando a principios. Sólo hay un descarado doble estándar: «Él trabajará y yo me saldré con la mía y con mi deseo de aprovecharme del resultado».
La actividad mental que está motivada por el capricho y salpicada de evasiones no es un tipo diferente de razón, sino su opuesto, de la misma forma que las inferencias obtenidas a partir de premisas arbitrarias y plagadas de contradicciones son lo opuesto a la lógica. Ni la razón ni la lógica pueden ser definidas en términos de ignorar el contexto.
El ego — o el yo — sostiene Ayn Rand, es la mente. El hombre independiente, por lo tanto, es el único egoísta de verdad. El hombre de segunda mano — busque explotar a otros y/o servirles — es una especie opuesta. Al poner a la gente por encima de la realidad, está renunciando a su ego. Sea cual sea su objetivo o el beneficiario que tenga en mente, tal hombre es literalmente un altruista, «poniendo a los demás por encima de sí mismo» en el sentido más profundo, y paga el precio. El precio es el hecho de que lo desinteresado es lo sin mente.
Si la supervivencia del hombre depende del buen funcionamiento de su consciencia, entonces la ética de Ayn Rand no es arbitraria. Su código de «egoísmo-como-independencia» define la única forma de vida humana en la cual, como cuestión de principio, el hombre es capaz de ser consciente.
Como todas las otras virtudes, la independencia tiene tanto un componente intelectual como uno existencial.
Intelectualmente, la independencia, repitiendo las palabras de Ayn Rand, es «el que uno acepte la responsabilidad de formar su propia opinión». Es el reconocimiento que uno hace del hecho de que la mente es un atributo del individuo y que ninguna persona puede pensar por otra. Un hombre intelectualmente independiente procesa material perceptual usando su propia facultad racional. Al tratar con cualquier cuestión, sean cuestiones de hecho o de valores, de medios o de fines, de filosofía o de ciencia, él sigue el método de la objetividad. Un hombre de segunda mano, en contraste, es un parásito de la cognición, alguien que acepta las ideas de los demás por fe. Es el hombre que dice: «No me importa si otros tienen razones para llegar a sus conclusiones o no. Si una idea es suficientemente buena para mis vecinos (o para mi abuelo, mis socios, mi Papa, mi presidente), es suficientemente buena para mí».
El término «pensamiento independiente» es redundante. O bien un hombre está haciendo un esfuerzo por identificar hechos, por integrar, por entender — lo cual es a la vez un estado de pensamiento y de independencia — o acepta las conclusiones de otros hombres sin tener en cuenta hechos, lógica o comprensión. Ese es un estado de dependencia y de no-pensamiento. Aunque las conclusiones así aceptadas resulten ser ciertas, ellas no tienen ningún valor cognitivo para el parásito. En su consciencia, esas conclusiones no son una verdad, sino una arbitrariedad.
Así como egoísmo no significa retirarse a una isla desierta, tampoco independencia significa redescubrir por uno mismo la totalidad del conocimiento humano. La capacidad para aprovechar el pensamiento de otros es un ahorro de tiempo que posibilita el progreso humano. Uno debe, por lo tanto, aprender lo más que pueda de otros. El punto moral es que de hecho esté aprendiendo, es decir, involucrado en un proceso de cognición, no de imitar como un loro.
La virtud no requiere que el contenido mental de uno sea original. Lo que requiere es un cierto método de tratar los contenidos mentales de uno, sea quien sea el que inicialmente los haya concebido. El asunto moral no es: ¿Quién fue primero?, sino: ¿Es uno un hombre de razón o de fe?
Un hombre racional no trata a la independencia como si fuese la validación de una idea. No dice, como hacen algunos subjetivistas: «Yo, yo mismo, acepto esta idea; por lo tanto, debe ser verdadera». Por el contrario, él es independiente precisamente para poder ser objetivo. Él dice: «Esta idea es cierta según la razón; por lo tanto, yo la acepto». 7
De modo similar, la independencia no es la afirmación de los sentimientos propios, sin importar las razones que hay detrás de ellos. La independencia no es el vicio de adoración al capricho; es un rasgo aplicable no a la emoción, sino a la función de la mente. Si un individuo acepta unas ideas porque ha mirado a la realidad directamente, entonces es un hombre independiente, sean cuales sean sus sentimientos, sin importar lo parecidos que sean con los de otros hombres. De la misma manera, si él le ha entregado su alma a la sociedad para que la programe, entonces es un dependiente, sin importar lo únicos o diferentes que sus sentimientos lleguen a ser.
El hombre que se enorgullece de la «independencia» de sus sentimientos suele estar dominado por un sentimiento en particular: hostilidad. Su noción de ser independiente en el reino de las ideas es enfrentar a otras personas rechazando lo que ellos creen, simplemente porque lo creen. Por definición, tal persona es indiferente a la lógica o a la realidad; sus ideas están totalmente determinadas por otros hombres, aunque al revés. Ese tipo de mentalidad, que aparenta ser valiente, representa una forma especialmente grotesca de dependencia.
Puesto que la independencia intelectual es un producto de la decisión de pensar, está abierta a ser lograda por todos. Como hemos visto, un hombre puede ser cognitivamente o bien ayudado o bien obstaculizado por su entorno. Pero no puede ser convertido en un pensador o en un robot sin su propio consentimiento (dejando de lado casos como la aplicación de tortura o daño físico). Un pensador, por lo tanto, merece un crédito moral, sin que haya que considerar a sus padres, sus maestros o su sociedad; y un robot merece una culpa moral.
Ahora veamos el lado existencial de la virtud de la independencia.
El pensamiento no es un fin en sí mismo, sino un medio para la acción. Si la vida es el estándar, el hombre debe pensar para poder adquirir conocimiento, y luego utilizar ese conocimiento para que le guíe en la creación de los valores materiales que su vida requiere. Esto significa: él debe ser una entidad auto-suficiente; debe financiar sus actividades por su propio esfuerzo productivo; debe trabajar para ganarse la vida. (Incluso un heredero rico o alguien que ganó la lotería están moralmente obligados a trabajar, como veremos en su momento).
Dado que el hombre es una integración de dos atributos, mente y cuerpo, cada una de las virtudes refleja esa integración. Ninguna de ellas puede ser practicada espiritualmente y no materialmente, o viceversa. Quien es dependiente en el terreno espiritual, puesto que no piensa, no crea ninguna riqueza. Se convierte así en un dependiente material. Quien es dependiente en el terreno material hace de las acciones de otros sus medios de supervivencia. Se convierte así en el tipo de persona que «pone las relaciones primero», es decir, se convierte en un dependiente en espíritu.
Si un hombre ha de ser “de primera mano”, debe comenzar por llegar a conclusiones independientes. Después debe aceptar la responsabilidad de implementar sus conclusiones en la práctica, es decir, debe pagarse su propio billete. Debe ser auto-suficiente en el mundo mental y en el mundo físico.
En una sociedad con división del trabajo, nadie produce por sí mismo todos los bienes y servicios que su vida requiere. Lo que sí produce es un valor económico que él puede ofrecerles a los demás a cambio de las cosas que él quiere; produce el valor equivalente a los bienes y servicios que busca. Un hombre que trata con otros mediante este método es lo contrario a un dependiente. Él cuenta con su propio poder de creatividad para poder sobrevivir. Él cuenta con que el valor de su trabajo sea reconocido por hombres racionales, no en conseguir favores de cualquier persona o camarilla. No está restringido a tratar con una sola camarilla; potencialmente, el mundo entero es su cliente. Y tampoco se beneficia de una política de conformidad. En un país libre, la independencia intelectual y la riqueza material tienden a ser concomitantes; cuanto más ejercite un productor su mejor juicio, da igual las pasiones o emociones momentáneas que tenga la masa, más éxito económico tendrá (ver capítulo 11).
A menudo se dice que nadie es independiente porque todos dependemos de los demás; por ejemplo, del distribuidor que nos abastece de alimentos. Esta afirmación evade una pregunta obvia: ¿Tú le pagas al distribuidor, o le ofreces solamente un cuento triste (o un asalto a mano armada)? El término «dependencia» en este sentido peyorativo no se puede ser extendido para incluir a esas dos actitudes. Quienes tienen dificultad en captar esta diferencia y quienes parlotean sobre la «interdependencia» de nuestra «compleja» sociedad pueden pedirle más explicaciones a cualquier distribuidor.
Los individuos que intercambian sus propias creaciones no son parásitos. Los dependientes de entre los hombres, en este asunto, son los no-creadores. Algunos de ellos no están interesados en realizar ningún tipo de trabajo, pero imploran para recibir de otros el sustento que no se han ganado; en la terminología de La Rebelión de Atlas, esos son los llorones [«moochers«]. Otros se vuelven delincuentes y se apropian de lo no ganado; son los saqueadores [«looters«]. Otros venden diversas formas de misticismo (por ejemplo, astrología), que, aun no siendo nada criminal, no contribuyen en nada al mantenimiento de la vida humana, e incluso positivamente la debilitan. Otros — con mucho la mayor categoría dentro del grupo — son los Peter Keatings, los que mantienen un trabajo legítimo pero vagan por él desenfocados, sin usar su juicio, sin llegar a conclusiones, meramente imitando las movimientos de quienes les rodean.
Todos esos tipos están siendo «alimentados por las mentes de otros» en el sentido literal de «alimentados». Todos ellos quieren los efectos de la razón sin necesidad de usar la facultad. Todos buscan, no practicar la virtud ni abolirla, sino, en la elocuente frase de Ayn Rand, ser «los polizones de la virtud”. 8 Ninguno tiene respuesta a la pregunta: ¿con qué derecho escoges tal camino?
«Independencia existencial», según la ética Objetivista, significa sustentarse a sí mismo en un campo racional de actividad mediante el uso de un enfoque de “primera mano”. Esto último significa realizar el trabajo de uno con una mente activa, bajo la premisa de entender el trabajo y buscar formas cada vez mejores de hacerlo, haciendo las cosas tradicionales de forma más eficiente, o descubriendo cosas mejores. Cada trabajo, desde el cavar zanjas a la filosofía, pide a gritos este tipo de innovación. Lo que la innovación requiere, sin embargo, es un trabajador enfocado, listo para dejar de lado la rutina, plantear preguntas, desafiar la tradición, y, de ser necesario, sufrir oposición cuando los zánganos a su alrededor vean que el letargo de ellos es perturbado. Ese tipo de trabajador, en cualquier nivel de actividad, es el creador de riqueza, a través de cuyo esfuerzo viven todos los no-creadores. Él es el individuo que completa la segunda mitad de la definición de Ayn Rand de «independencia»: Él «vive por el trabajo de su propia mente».
El papel de la independencia en la vida humana está escrito en letras mayúsculas, para que todos lo vean, en las vidas de los grandes creadores. No todos los hombres independientes son grandes creadores; pero todos los grandes creadores son, por definición, hombres independientes, por lo menos en la medida de su creatividad. Esos son los hombres cuyos logros — desde la lógica, la geometría y la ciencia hasta la anestesia, los conciertos, los telares mecánicos y los cohetes — han elevado a la humanidad desde la naturaleza en bruto hasta un modo humano de existencia.
Quienquiera que da un gran paso adelante deja una sima detrás. En las mejores sociedades, ese individuo tiene que esperar pacientemente, solo, hasta que otros hombres lleguen adonde él está; y la mayoría de las sociedades hasta hoy no han sido las mejores. De ahí la suerte sufrida tan a menudo por los genios, los inventores y los innovadores: no sólo odio, ridículo, persecución y martirio, sino la necesidad de dedicar la propia la vida y sus preciosas horas a luchar contra sus raíces: contra la pasividad mental, la ignorancia negligente, la sordera intencional, la mentira consagrada. «Pero los hombres de visión inquebrantable siguieron adelante», dijo Roark. «Lucharon, sufrieron y pagaron. Pero ganaron». 9
Ningún argumento más en pro de la virtud de la independencia debe ser necesario; no, si la vida del hombre es el estándar de valor.
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Referencias
Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/
Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés:
AS (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo
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Notas de pie de página
Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.
Capítulo 8 [8-1]
2. p. 26.
3. The Fountainhead, p. 681.
4. Ibid., p. 683.
5.Ibid., p. 609.
6. See especially pp. 606-9.
7. See The Virtue of Selfishness,Introduction, p. x.
8. Atlas Shrugged, p. 389.
9. The Fountainhead, p. 679.
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