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La felicidad como condición normal del hombre — OPAR [9-2]

Capítulo 9: Felicidad

La felicidad como condición normal del hombre [9-2]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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 El placer – usando el término por ahora para designar cualquier forma de disfrute – es un efecto. Su causa es la obtención de un valor, sea una comida cuando uno tiene hambre, una invitación a una fiesta, un collar de diamantes, o esa promoción anhelada durante mucho tiempo en el trabajo. La raíz de los valores, a su vez, son los requerimientos de la supervivencia. La preservación de uno mismo, en otras palabras, implica una acción dirigida a una meta, y el éxito en esa acción es lo que lleva al placer (en organismos conscientes). Metafísicamente, por lo tanto, el placer es concomitante de la vida. El dolor es concomitante de lo opuesto; su causa es el fracaso de un organismo, o su lesión en algún sentido». 8

A nivel físico, observa Ayn Rand, el mecanismo dolor-placer es un «barómetro» de la alternativa básica de uno. La sensación de placer indica que uno está satisfaciendo de alguna forma una necesidad biológica y, en esa medida, siguiendo un curso correcto de acción. La sensación de dolor es un aviso de que algo va mal; indica algún tipo de carencia o daño que requiere acción correctiva. A este nivel, el mecanismo es automático: el estándar de valor que determina lo que es «correcto» o «incorrecto» para el cuerpo está establecido de forma innata. Ese estándar es la vida del organismo.

Una sensación no indica necesariamente las consecuencias a largo plazo. Comer demasiados dulces, por citar el ejemplo clásico, puede producir un placer temporal, pero más tarde conducir a dolores de estómago y caries dental. Ese tipo de casos no es una excepción en la correlación placer-vida. El placer aquí deriva del hecho que el azúcar realmente satisface una necesidad biológica; y porque consumirla en exceso es perjudicial, su consecuencia final es el dolor. De modo similar, el dolor del taladro del dentista indica que algún tejido o nervio está siendo destruido, lo cual en ese caso está al servicio de la vida del organismo. El resultado a largo plazo, a igualdad de circunstancias, es el fulgor sensorial que acompaña a una vitalidad intacta.

Si un hombre mantiene y consigue valores racionales, será feliz como resultado, y su felicidad reflejará el hecho de que su curso de acción es pro-vida.

Así como el cuerpo tiene sensaciones de dolor-placer que lo protegen, así también la consciencia tiene dos emociones, la alegría y el sufrimiento, como un barómetro para la misma alternativa, vida o muerte. La alegría es el resultado de conseguir un valor elegido, uno mantenido a nivel conceptual (en vez de un valor innato, determinado fisiológicamente). El sufrimiento es el resultado de una pérdida o un fracaso a este nivel.

Eso nos lleva a la felicidad, que es una forma fundamental y perdurable de alegría. «La felicidad», según la definición de Ayn Rand, «es ese estado de consciencia que procede del logro de los propios valores”. 9

En el plano conceptual, el estándar de valor que determina las respuestas humanas no es automático. Los valores escogidos por los hombres no están necesariamente en armonía con los requerimientos de la supervivencia. Al contrario, un hombre puede ávidamente perseguir valores irracionales y con ello recibir placer (de algún tipo) durante el proceso de perjudicarse a sí mismo. Tal hombre invierte su barómetro emocional, convirtiéndolo en un agente de muerte; el mecanismo se convierte, no en su protector, sino en el canto de una sirena instándolo a la auto-destrucción.10 Por ejemplo: personas cuyo placer en la vida proviene de crimen, drogas, ociosidad, ansia de poder, de ser aceptado por el grupo, o de alguna otra forma de estar desenfocado.

El placer, sin embargo, es un concomitante de la vida; así que uno no puede alcanzar la felicidad a través de ninguno de esos medios. No puede, porque un camino de auto-destrucción es un camino anti-valores, es decir, es incompatible con una acción de éxito dirigida a un objetivo.

Sólo el hombre moral, como sabemos, es el paradigma de la auto-preservación, es quien usa su facultad cognitiva para tomar las innumerables decisiones implicadas en elegir valores y perseguir objetivos. Sólo él selecciona fines y medios compatibles con la naturaleza de la existencia y con la integridad de su propia consciencia. Sólo él se niega a sabotear su persona o sus metas entregándose a deseos o temores fuera de contexto. Usando la terminología de la última sección, sólo él es práctico, o sea, capaz de alcanzar sus valores. Sólo él, por lo tanto, puede alcanzar el resultado emocional y la recompensa de ese logro. 11

Lo moral, lo práctico y lo feliz no pueden ser separados. Por su naturaleza, los tres forman una unidad: quien percibe la realidad es capaz de lograr sus objetivos y así disfrutar del proceso de estar vivo. De modo similar, lo malvado, lo impráctico y lo infeliz forman una unidad. Quien evade se vuelve impotente en acción y así experimenta la vida como sufrimiento.

Cuando se dice que la felicidad procede «del logro de los propios valores», eso no significa que proceda del logro de cualquier tipo de objetivos, racionales o no. Si un hombre mantiene y consigue valores racionales, será feliz como resultado, y su felicidad reflejará el hecho de que su curso de acción es pro-vida. Si mantiene valores irracionales, sin embargo, puede que consiga algún objetivo fuera de contexto; pero “no puede lograr sus valores”, porque los valores irracionales, al incluir contradicciones internas y colisiones crónicas con la realidad, no pueden ser logrados.

El hombre irracional está inevitablemente torturado. Para él, el fracaso significa sufrimiento… y el éxito también. El éxito que él consigue (el evadir e ignorar la realidad) es una amenaza, el logro le trae ansiedad, el deseo es culpa, la autoestima es auto-desprecio, el placer está teñido de resaca, la alegría está superada por el dolor. Cualquiera que sea el nombre de ese estado, no es «felicidad».

«La felicidad”, escribe Ayn Rand en una importante elaboración de su definición,

es un estado de alegría no-contradictoria: una alegría sin pena ni culpa, una alegría que no choca con ninguno de tus otros valores y no actúa para tu propia destrucción; no la alegría de escapar de tu propia mente, sino de usar el máximo poder de tu mente; no la alegría de falsear la realidad, sino de conseguir valores que son reales; no la alegría de un borracho, sino la de un productor. 12

Puesto que este tipo de alegría implica el logro de valores, exige valores (en oposición a caprichos); una pasión por alcanzar objetivos que uno está convencido que son correctos (en oposición a la incertidumbre de objetivos que son arbitrarios); en una palabra, exige un propósito, un objetivo (en oposición a dejarse ir a la deriva). El hombre racional cumple este requisito. El hombre irracional no. Como irracional, lo que le motiva no es la búsqueda de positivos, sino el evitar negativos. En términos psicológicos, él no exhibe una auto-afirmación sana, sino una actitud defensiva neurótica. En palabras de Ayn Rand, él ejemplifica no “motivación por amor”, sino “motivación por miedo». 13

«Amor» en este contexto significa el deseo de obtener y disfrutar de un valor; “miedo» significa el deseo de escapar de un anti-valor. La distinción se refiere al motivo primario de un hombre en un cierto cometido. Como ejemplos: el hombre que lucha por crear algo nuevo en su trabajo (y que, como parte del proceso, puede tener que enfrentar muchos obstáculos colocados en su camino) en contraste con el hombre que quiere ante todo no ser culpado por su jefe, o que le despidan; el hombre que busca un apasionado romance con un espíritu afín, en contraste con el hombre que se acuesta con cualquiera porque no quiere que le dejen solo; el hombre que cuida de su salud para poder ser libre para vivir y actuar, en contraste con el hipocondríaco obsesionado con no ponerse enfermo; el hombre que se acerca a Rachmaninoff para conseguir melodía e inspiración, en contraste con el hombre que recurre a Schoenberg para no pasarse de moda y no estar demasiado despierto; el candidato presidencial que tiene algo que decir en un debate televisivo, que desea presentar su posición al país y ganar el argumento, en contraste con el candidato que lo único que quiere es no cometer ningún error durante la entrevista y no perder.

En cierto sentido, ambos tipos de hombres están siendo «deliberados»; ambos van “tras algo». Pero no están ambos siendo «deliberados» en el sentido moral, porque la moralidad es un medio para la supervivencia, y el objetivo de la vida, como señala Ayn Rand, no puede ser logrado por el método de buscar el cero:

. . . lograr la vida no equivale a evitar la muerte. Alegría no es “ausencia de dolor”, inteligencia no es “ausencia de estupidez”, luz no es “ausencia de oscuridad”, una entidad no es “ausencia de una no-entidad». . . . Construir no se hace absteniéndose de demoler; siglos de estar sentados esperando en esa abstinencia no levantarán ni una sola viga para que os abstengáis de demolerla . . . La existencia no es una negación de negativos. Maldad, no valor, es una ausencia y una negación. . . 14

La felicidad no es una ausencia tampoco; ni consiste en algún tipo de placeres con culpa incluida que sirven meramente para reducir la ansiedad. No es lo que sientes cuando dejas de golpearte la cabeza contra la pared. Es lo que sientes cuando te niegas incluso a participar de tales golpes, cuando estimas y proteges su cabeza por cuestión de principio. La felicidad, la recompensa de la vida, es uno de los aspectos de la vida. Ella, también, requiere valores, no meramente escapes; y, por lo tanto, requiere una mente funcionando.

Así como el hombre no puede lograr la auto-preservación arbitrariamente, sino sólo por el método de la razón, tampoco puede lograr la felicidad arbitrariamente, sino sólo por ese mismo método. El método es el mismo porque la auto-preservación y la felicidad no son temas separados. Son un hecho indivisible mirado desde dos perspectivas: acción exterior y consecuencia interna; o: causa biológica y efecto psicológico; o: existencia y consciencia. 15

A pesar de que la racionalidad no conduce automáticamente al éxito, es más que una condición necesaria de la felicidad. Es también una condición suficiente. La virtud garantiza la felicidad en un cierto sentido, de la misma forma que garantiza la practicidad.

Consideremos aquí a un hombre moral que aún no se ha realizado en el sentido profesional o romántico – uno de los héroes de Ayn Rand, digamos, como Roark o Galt – en el punto en que está solo contra el mundo, excluido de su trabajo, desposeído. En términos existenciales, ese hombre «no ha alcanzado sus valores»; está atosigado por problemas y dificultades. Sin embargo, si es un héroe de Ayn Rand, entonces tiene confianza en sí mismo, está en paz consigo mismo, está sereno; es una persona feliz aunque esté pasando por un período de infelicidad. Él experimenta privaciones, frustración, dolor; pero, en la frase memorable de Ayn Rand, es dolor que “penetra sólo hasta cierto punto», 16 por debajo del cual están los atributos cruciales que tal hombre ha incorporado en su alma: razón, objetivo, autoestima.

Un hombre de este tipo ha “logrado sus valores»: no los valores existenciales, sino los valores filosóficos que son la precondición de los valores existenciales. No ha logrado el éxito, pero sí la capacidad de tener éxito, la relación correcta con la realidad. El hilo conductor emocional de tal persona es una forma singular y perdurable de placer: el placer derivado del puro hecho de un hombre que está vivo – si es un hombre que se siente capaz de vivir. Podemos describir esa emoción como «placer metafísico», en contraste con los placeres más específicos de trabajo, amistad y demás. El placer metafísico no hace desaparecer los dolores que aparecen en la vida diaria, pero, al proporcionar un contexto positivamente armonizado para ellos, los nivela; de la misma manera, intensifica los placeres diarios de uno. El hombre inmoral, por el contrario, sufre un dolor metafísico, es decir, la ansiedad permanente, el conflicto y la duda en sí mismo inherentes a ser un adversario de la realidad. Este tipo de dolor intensifica cada derrota diaria del hombre, mientras convierte al placer para él en una superficialidad que «penetra sólo hasta cierto punto».

El placer metafísico depende exclusivamente de las propias decisiones y acciones de uno. La virtud, por lo tanto, sí garantiza la felicidad: no la felicidad plena de haber logrado los valores de uno en la realidad, sino el brillo premonitorio (17) de saber que tal logro es posible. Uno de esos estados está representado por Roark al final de la novela, cuando está en pie triunfante en lo alto del Edificio Wynand, mirando hacia abajo a Dominique. El otro es Roark al principio y durante la novela, incluso mientras está trabajando en la cantera de granito.

La capacidad para lograr valores, debo añadir, es inútil si uno se ve impedido de ejercer esa capacidad: por ejemplo, si un individuo está atrapado en una dictadura; o si sufre una enfermedad terminal; o si pierde una persona insustituible que es esencial para su propia existencia como evaluador, como puede ocurrir con la muerte de la esposa o el esposo amados. En tales situaciones, el sufrimiento (o el estoicismo) es lo único que es posible. La moralidad es un medio para la acción en el mundo; el alma por sí misma no es una entidad, un fin, o una realización. El carácter por sí solo, por lo tanto, si está despojado del contexto existencial necesario, no producirá la felicidad, ni siquiera un placer metafísico. No hay alegría en estar vivo si uno no puede vivir.

La virtud sí garantiza la felicidad, al menos en el sentido metafísico… excepto si la vida misma resulta imposible para un hombre, cuando, por alguna razón, el perseguir valores resulta imposible.

El criterio Objetivista de la felicidad difiere en todos sus aspectos esenciales de los dos puntos de vista que dominan la cultura actual. Uno de ellos, el enfoque intrinsicista, considera la felicidad como baja o malvada. El otro, el enfoque subjetivista, es el hedonismo.

El intrinsicismo, prometa lo que prometa con relación a otra vida, conduce al sufrimiento en esta. Disfrutar como tal entonces se convierte en algo sospechoso; se convierte en una señal de negligencia ética: de egoísmo, ambición, “materialismo». No puede haber ninguna duda, por lo tanto, en cuanto a perseguir la felicidad; el destino moral de uno es lo opuesto: deber, pérdida, sacrificio. Este tipo de filosofía insta a los hombres a la adoración del dolor, una condición elocuentemente simbolizada en Occidente por la aceptación de la crucifixión como un ideal. Tal adoración alcanzó virulencia sin precedentes en la era moderna, la era kantiana.

Para un Objetivista, la adoración al dolor es literalmente abominable. Moralmente, no hay nada que decir al respecto, más que señalar que su causa es la adoración a la muerte.

El hedonismo a primera vista puede parecer la perspectiva opuesta. El hedonismo es la teoría de que el placer (o la felicidad) es el estándar de valor. Para poder determinar valores y virtudes, dice esta teoría, uno debe preguntarse si un determinado objeto o acción maximiza el placer (de uno mismo y/o de otros). La emoción de placer, sin embargo, es una consecuencia de los juicios de valor de un hombre, así que la teoría es circular. Equivale al dictamen: valora aquello que tú u otros, por la razón que sea, ya valoráis. Lo que significa, en la práctica: haz cualquier cosa que te venga en gana.

La felicidad es propiamente el objetivo de la ética, pero no el estándar. 18 Uno debe escoger valores en referencia a, no un estado psíquico, sino un hecho externo: en referencia a los requerimientos de la vida del hombre… con el fin de alcanzar al estado de disfrutar de la propia vida de uno. Es contraproducente recomendar la búsqueda del placer como una guía ética primaria, porque sólo el placer que acompaña al logro de valores racionales lleva a la felicidad. El buscador de placeres, por lo tanto, debe antes que nada distinguir lo racional de lo irracional en este campo, mediante un enfoque objetivo a la ética.

El intrinsicista dice: renuncia a tu felicidad. El subjetivista contesta: No, búscala… por cualquier medio aleatorio que escojas. Uno dice: el placer es animalesco, anti-espiritual, inmoral. El otro, al menos en su versión popular, responde: tienes razón, así que seamos animales y aprovechemos todos los «regodeos» que podamos. Sean cuales sean sus desacuerdos, las dos escuelas conducen al mismo resultado, a la misma desviación. Así como en epistemología las dos teorías disocian a la humanidad del camino del conocimiento, así en ética disocian a la humanidad del camino de la alegría, arrojándola a las cloacas del sufrimiento. Esto lleva a la mayoría de los hombres a concluir que la felicidad es imposible, que la vida, por su naturaleza, es un infierno.

Ayn Rand por el contrario, al abogar por un enfoque objetivo de la ética, mantiene que el placer es moral. La felicidad, por lo tanto, no es sólo posible, sino más: es la condición normal del hombre. Ayn Rand llama a esta conclusión, que es esencial para la visión Objetivista del mundo, la premisa del «universo benevolente».

«Benevolencia», en este contexto, no es sinónimo de bondad; no significa que el universo se preocupa por el hombre o desea ayudarle. El universo no tiene deseos; simplemente «es». El hombre debe cuidarse de él y adaptarse a él, no a la inversa. Pero si se adapta, sin embargo, entonces el universo es «benevolente» en otro sentido: es “auspicioso para la vida humana». Si un hombre reconoce y se ajusta a la realidad, entonces él puede lograr sus valores en la realidad; puede, y, en igualdad de condiciones, lo hará. Para el hombre moral, los fracasos, aún siendo posibles, son una excepción a la regla. La regla es el éxito. El estado de consciencia por el que se lucha y el que se espera es la felicidad.

El rechazo de este punto de vista es lo que Ayn Rand llama la premisa del «universo malevolente» (otros lo han llamado el «sentido trágico de la vida»). Esta premisa afirma que el hombre no puede lograr sus valores; que los éxitos, aunque posibles, son una excepción; que la norma de la vida humana es fracaso y miseria.

Como cualquier otra criatura consciente, un hombre bajo la premisa del universo benevolente está bien familiarizado con el dolor. Su insignia, sin embargo, es negarse a tomarse el dolor en serio, negarse a concederle significado metafísico. Para él, el placer es una revelación de la realidad: la realidad donde la vida es posible. Pero el dolor no es más que un estímulo para tomar acción correctiva, y para la pregunta que tal acción presupone. La pregunta no es: “¿Qué más da?” sino “¿Qué puedo hacer?”

No creemos que la tragedia sea nuestro destino natural, y no vivimos con un temor crónico de desastres [explica un personaje en La Rebelión de Atlas]. No nos preocupamos del desastre hasta tener una razón específica para hacerlo, y cuando nos lo encontramos, somos libres para combatirlo. No es la felicidad, sino el sufrimiento, lo que consideramos antinatural. 19

Esta visión del mundo se convierte en su momento en una profecía que se cumple a sí misma (igual que ocurre con la profecía opuesta). El hombre que se niega a culpar a la realidad por sus problemas, al hacerlo mantiene vivos los únicos medios que tiene de resolverlos.

La premisa del universo benevolente no tiene nada que ver con “optimismo», si se entiende por eso la idea de Leibniz de que «todo es para mejor»: hay una gran cantidad de cosas en el ámbito humano que son claramente para peor. Y tampoco si esa premisa significa que «la verdad prevalecerá», a menos que uno añada la palabra esencial “en última instancia”. Y la benevolencia tampoco es la actitud de un eterno optimista; no es imaginar que siempre habrá una posibilidad de éxito, incluso en situaciones donde no la hay. La corrección para todos estos errores, sin embargo, no es el “pesimismo», que sigue siendo meramente otra forma de imaginar.

La corrección es el realismo, es decir, el reconocimiento de la realidad, junto con el conocimiento de la vida que conlleva: el conocimiento que la felicidad, aunque escasa, no es un milagro. Es escasa porque es la culminación que sólo una causa exigente, moral y filosófica, puede producir. No es un milagro porque, cuando la causa se implementa, su efecto la sigue de forma natural… e inevitable.

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 9 [9-2]

  1.   See ibid., p. 947; The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» pp. 17-18, 27-28.
  2. Atlas Shrugged, p. 940.
  3.   See The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 28.
  4.   See Atlas Shrugged, pp. 941, 948; The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» pp. 28-29.
  5.   Atlas Shrugged, p. 948.
  6.   See ibid., p. 950.
  7.   Ibid., p. 950.
  8.   See The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 29.
  9.   The Fountainhead, p. 344.
  10.   In The Fountainhead, p. 195, a character’s voice is described as «radiantly premonitory.»
  11.   See The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» pp. 29-30.
  12.   Atlas Shrugged, p. 706.

 

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