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Los valores como siendo objetivos– OPAR [7-5]

Capítulo 7 – El bien

Los valores como siendo objetivos [7-5]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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* * * 

Puesto que la integración es clave para el proceso de comprensión, vamos a asociar ahora el conocimiento ético que hemos adquirido con sus raíces en la metafísica y la epistemología Objetivistas.

En términos generales, la conexión es evidente. Una moralidad de interés propio racional obviamente presupone un compromiso filosófico con la razón. Pero seamos más específicos. Identifiquemos el papel en este contexto que tiene la teoría de los conceptos de Ayn Rand, que es la esencia de su visión de la razón. Más que cualquier otra cosa, esa es la teoría que hace posible la ética Objetivista.

Para Objetivismo, los valores, como los conceptos, no son ni intrínsecos ni subjetivos, sino objetivos. 47

Así como los conceptos no representan las características intrínsecas de la realidad sino que presuponen una mente que realiza un cierto proceso de integración, así los valores tampoco son características intrínsecas de la realidad. Un valor requiere un evaluador, y un valor moral, por lo tanto, presupone un cierto tipo de evaluación hecha por el hombre: presupone un acto de evaluación. Tal acto, como sabemos, es posible solamente porque el hombre enfrenta una alternativa fundamental. Es posible sólo si el hombre opta por perseguir un cierto objetivo, que luego sirve como su estándar de valor. Lo bueno, según esto, no es bueno en sí mismo. Objetos y acciones son buenos para el hombre y para poder lograr un objetivo específico.

Pero si los valores no son atributos intrínsecos, tampoco son decretos arbitrarios. El reino de los hechos es lo que crea la necesidad de elegir un cierto objetivo. Esta necesidad surge porque el hombre vive en la realidad, porque él se enfrenta a una alternativa fundamental, y porque los requisitos de su supervivencia, los cuales no conoce u obedece automáticamente, están determinados por la realidad (incluyendo su propia naturaleza). Las evaluaciones específicas que un hombre debe hacer, por consiguiente — tanto en lo que respecta a su objetivo final como a los medios de conseguirlo — no tienen su origen en las emociones infundadas de nadie; son descubiertos por un proceso de cognición racional, los pasos del cual ya han sido indicados.

El valor moral no tiene que ver sólo con la realidad ni sólo con la consciencia. Surge porque un cierto tipo de organismo vivo — un organismo volitivo, conceptual — sostiene una cierta relación con un mundo externo. Ambos factores — el hombre y el mundo, o la consciencia humana y la realidad — son esenciales en este contexto. Lo bueno, entonces, no es ni intrínseco ni subjetivo, sino objetivo.

Esta es la afirmación de Ayn Rand sobre este punto:

La teoría objetiva afirma que el bien no es ni un atributo de «las cosas en sí mismas» ni de los estados emocionales del hombre, sino una evaluación de los hechos de la realidad realizada por la consciencia del hombre de acuerdo a un estándar racional de valor. (Racional, en este contexto, quiere decir: derivado de los hechos de la realidad y validado por un proceso de razón). La teoría objetiva sostiene que el bien es un aspecto de la realidad en relación con el hombre . . . y que debe ser descubierto, no inventado, por el hombre. 48

Una evaluación presupone la capacidad de pensar; es un tipo de abstracción, o sea, un producto del proceso de formación de conceptos y de su uso. Por eso es por lo que la teoría de conceptos de uno determina la teoría de valores de uno. Por eso, en el enfoque objetivo, la descripción en cursiva de Ayn Rand expresada arriba se aplica tanto a conceptos como a valores.

Los conceptos son aspectos de la realidad en relación con el hombre. Es decir: los conceptos designan hechos — objetos percibidos con sus similitudes y diferencias — que son condensados por la consciencia humana de acuerdo con un método racional (la lógica). De modo similar, el bien es un aspecto de la realidad en relación con el hombre. Es decir: el bien designa hechos — los requisitos para la supervivencia — siendo identificados conceptualmente y luego evaluados por una consciencia humana de acuerdo con un estándar racional de valor (la vida).

El conocimiento moral, por lo tanto, sigue el patrón básico de todo conocimiento conceptual. Si uno desea descubrir la verdad moral, no puede confiar ni en la percepción pasiva de lo externo ni en eventos mentales divorciados de lo externo. En vez de eso, debe activamente procesar los datos perceptuales. Debe integrar y luego evaluar los datos relevantes usando el método de la lógica. El método le permite evaluar de forma no caprichosa, guiándole para captar la función de un estándar moral en la vida humana. El resultado es la identificación y la validación de juicios de valor objetivos.

El término «objetivo», quiero enfatizar aquí, no se aplica a todos los valores, sino sólo a los valores escogidos por el hombre. Los valores automáticos que gobiernan las funciones corporales internas o el comportamiento de plantas y animales no son el producto de un proceso conceptual. Tales valores, por lo tanto, están fuera de la terminología de «objetivo», «intrínseco» o «subjetivo». En este sentido, los valores automáticos son como datos sensoriales. Los datos sensoriales no son ni «objetivos» ni «no objetivos». Son la base que hace posible el posterior desarrollo cognitivo del hombre; de esa forma, hacen posible todos los estándares — incluyendo la «objetividad» — que finalmente son definidos para poder guiar las decisiones humanas. Igualmente, los procesos biológicos automáticos y las sensaciones que los acompañan son la base que hace posible el posterior desarrollo evaluativo del hombre.

Puesto que su filosofía considera la objetividad como esencial para la conceptualización, Ayn Rand rechazó desde el inicio cualquier visión no racional de la ética. La ética trata con conceptos, los cuales, en este sistema, son formas de integración que ocurren dentro de una jerarquía cognitiva basada en la percepción sensorial. Esa es la teoría básica que llevó a Ayn Rand a buscar la reducción apropiada y paso-a-paso del concepto «valor». El resultado de tal reducción fue su descubrimiento de un nuevo código de moralidad.

Los moralistas convencionales sostienen que la ética fluye de actos de consciencia arbitrarios, ya sean divinos o humanos, sociales o personales. Tales códigos de ética expresan la metafísica de la primacía de la consciencia. Objetivismo, al defender una teoría objetiva del valor, es la primera ética en la historia que expresa coherentemente la primacía de la existencia.

La existencia, decimos — los hechos de la realidad metafísicamente dados, incluyendo la identidad del hombre — es lo que exige de los seres humanos un cierto curso de conducta. Ese es el único enfoque a la ética que no acaba en desastre. Sólo un código basado en las exigencias de la realidad puede permitirle al hombre actuar en armonía con la realidad.

Las «exigencias» de la realidad, sin embargo, no son mandamientos, deberes o «imperativos categóricos». La realidad no emite órdenes, tales como «Debes vivir» o «Debes pensar» o «Debes ser egoísta». El enfoque objetivo implica una relación entre existencia y consciencia; esta última tiene que hacer una contribución aquí, en forma de una decisión concreta. La existencia, por lo tanto, sí que exige del hombre un cierto curso, sí que incluye el hecho de que él debe actuar de una cierta forma . . . si: es decir, si escoge un cierto objetivo.

“La realidad confronta al hombre con una gran cantidad de ´debes´», escribe Ayn Rand,

pero todos ellos son condicionales; la fórmula de la necesidad realista es: «Debes, si . . . – “y el ´si´ representa la decisión del hombre: «– si quieres lograr un cierto objetivo». Debes comer, si quieres sobrevivir. Debes trabajar, si quieres comer. Debes pensar, si quieres trabajar. Debes mirar a la realidad, si quieres pensar — si quieres saber qué hacer – si quieres saber qué objetivos elegir — si quieres saber cómo conseguirlos. 49

Hemos hablado de aceptar causa y efecto como un aspecto de la virtud de la racionalidad. Ahora ampliemos nuestra visión. El campo de la ética en sí, incluyendo todas las virtudes morales y los valores, está necesitado por la ley de causalidad. La moralidad no es más que un medio para un fin; define las causas que debemos implementar si queremos conseguir un cierto efecto. De ahí la afirmación de Ayn Rand de que el principio que sustituye al deber en la ética Objetivista es la causalidad, en la forma del memorable proverbio español: «Dios dijo: toma lo que quieras y págalo». 50

Si la vida es lo que quieres, debes pagar por ella, al aceptar y practicar un código de conducta racional. La moralidad, también, es un deber – si; es el precio de la decisión de vivir. Esa misma decisión, por lo tanto, no es una decisión moral; le precede a la moralidad; es la decisión de una consciencia que está antes de necesitar moralidad”. 51

El enfoque de Ayn Rand hacia la moralidad es único. Como demuestra toda la historia de la filosofía, es un enfoque que es inimaginable para los defensores de una visión no objetiva de los conceptos.

La escuela intrinsicista sostiene que los valores, igual que los universales o las esencias, son características de una realidad independiente de la consciencia (y de la vida). El bien, por lo tanto, es algo divorciado de objetivos, consecuencias y beneficiarios. El bien no es el bien para alguien o para algo; es el bien en sí mismo. Uno puede llegar a conocer tal objeto sólo a través del medio intrinsicista típico: de una visión mística. A partir de ahí, uno «simplemente sabe» lo que es el bien y lo que es el mal; uno los conoce de forma automática e infalible, sin usar ningún método cognitivo.

Aunque alega descubrir valores en la realidad externa, el intrinsicismo de hecho corta el vínculo entre valores y realidad. Al divorciar el valor del objetivo y del beneficiario, la teoría hace que los juicios de valor se conviertan en inútiles y arbitrarios. ¿Por qué, entonces, deben los hombres ocuparse de cuestiones éticas? La respuesta intrinsicista más común es: Dios (o algún equivalente a él, como el yo noumenal de Kant) ha dictado mandamientos, y es deber del hombre el obedecerlos.

«Deber» no es sinónimo de «virtud». «Deber», escribe Ayn Rand significa «la necesidad moral de realizar ciertas acciones sin otro motivo que la obediencia a alguna autoridad superior, sin tener en cuenta ningún objetivo personal, motivación, deseo o interés». 52 Tal enfoque representa la separación total de la ética tanto de la razón como de los valores. Cuando un hombre actúa para conseguir sus valores, dice Kant, está siendo amoral; está fuera del campo de la ética. Para merecer crédito moral, según esta visión, un hombre debe cumplir con su deber sin referencia a ningún objetivo personal ni a ningún efecto futuro sobre su propia vida y felicidad. Debe cumplir con su deber como un acto de puro desinterés, simplemente porque es su deber. Kant llama a esto «actuar por deber».

Por su naturaleza, la ética del deber es un fracaso en la tarea de la ética. Al separar las virtudes de los valores, no le ofrece al hombre ninguna guía para la tarea de vivir. Los problemas cruciales de la existencia humana, las decisiones diarias que los hombres deben tomar en cuanto a objetivos como trabajo, amor, amistad, libertad, felicidad, etc. . . todo eso, para el intrinsicista, no viene al caso. La ética, él piensa, define las obligaciones que tiene el hombre con lo sobrenatural; trasciende lo que el vulgo llama «la vida real».

La vida real, sin embargo, sigue siendo un hecho. Continúa exigiendo un curso de acción específico — de acción racional, egoísta — que los defensores del deber no sólo ignoran sino que pretenden revocar. El resultado es un código moral que es peor que si fuese inútil, un código que condena al hombre a una dicotomía intolerable: virtud contra placer, el carácter de uno contra su propio bienestar, lo moral contra lo práctico, ética contra supervivencia. Sería difícil imaginar un mayor asalto que ese contra la vida del hombre, o una mayor negación de la moralidad.

Aunque la mayoría de la gente diga de boca para fuera que está de acuerdo con el enfoque del deber, sabe lo suficiente como para resentirlo. De ahí la mala fama que «el bien» tiene ahora: el olor a aburrimiento, dolor e insensatez que impregna el tema de la moralidad en la mente pública. 53

La escuela subjetivista, a la cual ahora podemos pasar, afirma que los valores, como los conceptos y las definiciones, son creaciones de consciencia independientes de la realidad. En esta visión, los valores están relacionados con los objetivos de los hombres o de otras entidades que actúan. Pero ninguno de esos objetivos, añade esta escuela, puede ser racional, ninguno puede estar basado en el reino de los hechos. El bien, por tanto, está divorciado de la razón; es cualquier cosa que los deseos arbitrarios de la consciencia decreten que sea. Por lo tanto, no existe tal cosa como el conocimiento moral; sólo existe la preferencia subjetiva.

Los subjetivistas de la vertiente social, a pesar de su rechazo del intrinsicismo, también tienden a abogar por un enfoque a la moralidad basado en el deber. Puesto que un grupo humano de algún tipo es el creador de la realidad, ellos creen, los deseos arbitrarios de sus miembros son el estándar del bien y del mal, al cual el individuo debe amoldarse. El grupo asume así las prerrogativas del divino legislador moral de los intrinsicistas, y el auto-sacrificio por la sociedad se convierte en la esencia de la virtud, sustituyendo el auto-sacrificio por Dios. Este enfoque, aunque nos es presentado como siendo moderno, no es más que una versión secularizada de la ética de la religión. Secularizar un error implica seguir cometiéndolo.

El subjetivismo de la vertiente personal lleva a una ética más distintiva (aunque igualmente falsa): la versión del egoísmo irracional o de adoración al capricho, caracterizada por el enfoque de los sofistas en el mundo antiguo y por la mayoría de los nietzscheanos en el mundo moderno. Según esa visión, la consciencia de cada individuo es la creadora de su propia realidad. Cada hombre, por lo tanto, debe dejarse guiar por sus propios sentimientos arbitrarios; debe actuar para satisfacer sus deseos, sean los que sean y tengan los efectos que tengan sobre otros hombres (de los cuales se asume que estarán actuando de la misma forma). Se deduce que cada hombre es una amenaza para cualquier otro; la esencia de la vida humana es una colisión de pasiones sin sentido, y la única esperanza que uno tiene es engañar, aplastar o esclavizar al resto de la humanidad antes de que ella lo haga con él. Esa es la teoría que hace que «egoísmo» en la mente pública sea sinónimo de «maldad». Es una teoría que divorcia “egoísmo» de todos los requerimientos intelectuales de la vida del hombre. Según este enfoque, “egoísmo» se transforma en un grito frenético: «El bien es cualquier cosa que yo sienta que es buena para mí, el asesinato incluido».

En la razón y en la realidad, tal actitud es lo contrario a lo que el interés personal requiere. Pero eso no desanima a un subjetivista. Él prescinde de la razón y de la realidad desde el inicio.

A pesar de todas sus diferencias, los intrinsicistas y los subjetivistas están de acuerdo en lo fundamental. Eso es cierto en ética y en epistemología. Los principios éticos, coindicen ambas escuelas, son racionalmente indefendibles; no hay ninguna relación lógica entre los hechos de este mundo y los juicios de valor; la moralidad requiere un mensaje del más allá. A partir de ahí, una escuela alega haber recibido tal mensaje mientras que la otra, rechazando esa alegación, repudia el campo completo como siendo no-cognitivo.

Ninguno de los dos enfoques capta la necesidad que tiene el hombre de moralidad, ninguno de ellos puede ser practicado sin enfrentar al hombre contra la realidad — y ambos insisten vehementemente en que no hay tercera alternativa posible.

Cuando oyen hablar de la ética Objetivista, los profesores de filosofía de ambos grupos hacen, como por reflejo, la misma pregunta. «Si la elección de vivir precede a la moral», dicen, «¿cuál es la situación de alguien que decide no vivir? ¿No es la decisión de suicidarse tan válida como cualquiera otra, siempre que uno actúe en consecuencia? Y si es así, ¿no significa eso para Ayn Rand, también, como para Hume o Nietzsche, que la ética, al ser consecuencia de una decisión arbitraria, es en sí misma arbitraria»?

En respuesta a esto, quiero mencionar en primer lugar que el suicidio a veces está justificado, según Objetivismo. El suicidio está justificado cuando la vida del hombre, debido a circunstancias fuera del control de una persona, ya no es posible; un ejemplo sería ser una persona con una dolorosa enfermedad terminal, o un prisionero en un campo de concentración que no ve ninguna posibilidad de escapar. En casos como esos, el suicidio no es necesariamente un rechazo filosófico de la vida o de la realidad. Al contrario, puede que sea su trágica reafirmación. La auto-destrucción en tales contextos puede equivaler al angustiado grito: «La vida del hombre significa tanto para mí que no me conformo con menos: no aceptaré una muerte viviente como sustituto».

Los profesores que acabo de citar, sin embargo, tienen en mente un caso completamente diferente. Tratan de demostrar que los valores son arbitrarios, y lo hacen hablando de una persona que se suicidaría, no por alguna causa trágica, sino como algo primario y como un fin en sí mismo. La respuesta a eso es: no.

Una decisión primaria no quiere decir una decisión «arbitraria”, “caprichosa” o “infundada». Existe una base para una (cierta) decisión primaria, y esa base es la realidad, toda ella. La decisión de vivir, como hemos visto, es la decisión de aceptar el reino de la realidad. Esta decisión no sólo no es arbitraria: es la precondición para criticar lo arbitrario; es la base de la razón.

Un hombre que quisiese repudiar su vida sin causa — que rechazase el universo por principio y abrazase un cero porque sí — tal hombre, según Objetivismo, pertenecería al escalón más bajo del infierno. Su acción estaría mostrando un odio tan profundo — a sí mismo, a los valores, a la realidad — que tendría que ser condenado por cualquier ser humano como siendo un monstruo. En el momento que anunciase seriamente su decisión, sería inmediatamente descalificado como tema de debate intelectual. Uno no puede discutir con o sobre un cadáver errante que acaba de consignarse al vacío: al vacío de lo no-consciente, lo no-ético, lo no-nada.

La ética es condicional, o sea, los valores no son intrínsecos. Pero los valores tampoco son subjetivos. Los valores son objetivos.

* * *

Por causa de la influencia de la religión, el código del sacrificio siempre ha dominado el campo de la moralidad, desde que tenemos evidencia histórica. Unos cuantos pensadores occidentales rechazaron este código. Los dos con los sistemas éticos mejores y más completos fueron Aristóteles y Espinoza, cada uno de los cuales buscó, a su manera, defender el valor de la vida, la virtud de la racionalidad y el principio del egoísmo. Pero incluso estos raros disidentes fueron influenciados, tanto en método como en contenido, por elementos platónicos y subjetivistas.

Aunque los hombres de Occidente, incentivados por tal desacuerdo, ocasionalmente se rebelaron contra el credo moral de los religiosos, nunca hubo una sólida base intelectual que sustentase su rebelión; como resultado, ésta siempre fue parcial, complicada, y de corta duración. El nuevo comienzo se desvaneció una y otra vez, derrotado por sus propias e involuntarias deficiencias, contradicciones y concesiones morales.

Ayn Rand es la primera moralista en decir «no» al dogma del auto-sacrificio, en decirlo con todo el derecho, con toda la coherencia, y con plena objetividad filosófica. Ella es, por tanto, la primera en identificar en términos totalmente racionales lo que ese dogma le está haciendo a la raza humana, y cuál es la alternativa.

Esto marca un punto de inflexión histórico. Es la liberación moral del hombre, su rescate de la cámara de tortura de los humanitarios. Significa la posibilidad, después de tantos siglos de destrucción y matanzas, de la vida del hombre en la tierra, su vida en el sentido puro del término: sin contradicción, sin mancha, sin brecha.

Por el momento, ese tipo de mundo es sólo una posibilidad. La realidad, quizás, se encuentre muy lejos en el futuro. Pero al menos es posible, y ahora lo sabemos.

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 7 [7-4]

    1.   See Capitalism: The Unknown Ideal,«What Is Capitalism?» pp. 21-22.
    2.   Ibid., p. 22.
    3.   Philosophy: Who Needs It, «Causality Versus Duty,» p. 99.
    4.   Ibid., pp. 99-101.
    5.   See Atlas Shrugged, p. 941.
    6.   Philosophy: Who Needs It, «Causality Versus Duty,» p. 96.
    7.   Ibid., pp. 97-98.

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Dado que las cosas que el hombre necesita para sobrevivir han de ser producidas, y dado que la naturaleza no garantiza el éxito de ningún esfuerzo humano, no hay y no puede haber tal cosa como garantía de seguridad económica.

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