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Logros filosóficos de Ayn Rand (2 de 4)

Parte 1 de este ensayo está disponible aquí

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Si hay algo en lo que todas las escuelas filosóficas de los últimos doscientos años estén de acuerdo, es que ninguna base racional para la moralidad es posible. Limitando la razón a la deducción silogística, ignorando el hecho de que deducción presupone inducción y formación de conceptos, los filósofos han concluido que es imposible demostrar cualquier código de valores. Es imposible, dicen, derivar un “deber ser” de un “es”. Y sin embargo, Ayn Rand ha hecho exactamente eso: no deduciendo valores a partir de hechos, sino señalando los hechos de la realidad que dan lugar al concepto de “valor” y, por lo tanto, a todos los “debe ser”.

Su deducción comienza con la identificación de que “´valor´ es lo que uno actúa para conseguir y/o mantener”. (1) Observando que “el concepto de ´valor´ no es un término primario” (2), ella pasó a preguntar qué subyace todo el fenómeno de actuar para conseguir valores.

“Sólo el concepto de ´Vida´ hace posible el concepto de ´Valor´. Sólo para una entidad viva pueden las cosas ser buenas o malas”. — Ayn Rand

Ella halló la respuesta en el hecho de que el hombre enfrenta la constante alternativa de vida o muerte. Como entidad viviente, el hombre tiene necesidades de supervivencia, cosas que él debe actuar para tratar de conseguir para poder permanecer en la existencia. Ese es el hecho que hace que actuar para conseguir valores sea posible y necesaria. Cito uno de los párrafos más importantes que Ayn Rand escribió:

“Sólo hay una alternativa fundamental en el universo: la existencia o la no-existencia, y tiene que ver con una única clase de entidades: con organismos vivos. La existencia de la materia inanimada es incondicional, la existencia de la vida no lo es: depende de un curso específico de acción. La materia es indestructible, cambia sus formas pero no puede cesar de existir. Sólo un organismo vivo enfrenta una constante alternativa: la cuestión de vida o muerte. La vida es un proceso de acción auto-sustentada y auto-generada. Si un organismo fracasa en esa acción, muere; sus elementos químicos perduran, pero su vida abandona la existencia. Sólo el concepto de ´Vida´ hace posible el concepto de ´Valor´. Sólo para una entidad viva pueden las cosas ser buenas o malas”. (3)

Aparte de la necesidad de una acción auto-sustentable, no hay valores que puedan existir y no hay conceptos de valor a los que pueda atribuirse un significado. Hablar de un ´valor´ que no tiene nada que ver con las necesidades de supervivencia de uno es cometer la falacia del concepto robado. El hecho de que la existencia continuada de un organismo dependa de sus acciones es la raíz de los valores como tal.

“En respuesta a aquellos filósofos que afirman que no se puede establecer una relación entre fines o valores últimos y los hechos de la realidad, quiero enfatizar que el hecho de que las entidades vivientes existan y funcionen requiere la existencia de valores y de un valor último que para cualquier entidad viviente dada es su propia vida”. (4)

Puesto que el hombre tiene libre albedrío, él no actúa automáticamente en la dirección de su supervivencia. No nace con el conocimiento de cuáles son sus necesidades de supervivencia o cómo satisfacerlas, ni está genéticamente programado para obtener ese conocimiento y actuar en consecuencia. Como ser conceptual, el hombre necesita la guía de principios; necesita un sistema integrado y jerárquico de valores y de virtudes; necesita un código de moralidad.

Ayn Rand resolvió el dilema que había frenado el avance de todos los filósofos morales anteriores. Parecía que la base de la moralidad —que es un valor último— no podía ser justificada en sí misma. Pues o bien el valor final se considera un valor por elección, o no. Si no hay ninguna elección implicada, si los factores fuera de su control le obligan a un hombre a perseguir el valor final, entonces la moralidad es imposible: haga lo que uno haga, uno tiene que hacerlo. Pero si, por otro lado, el valor último está sujeto a elección, entonces la moralidad es, ellos afirman, subjetiva, puesto que no hay ningún valor más alto que le obligue a uno a elegir un valor último por encima de cualquier otro.

Ese dilema desaparece una vez que uno comprende que “es sólo el concepto de ´Vida´ lo que hace posible el concepto de ´Valor´”. La cuestión de justificar las elecciones surge sólo en el contexto de haber elegido vivir.

“Vida o muerte es la única alternativa fundamental del hombre. Vivir es su acto básico de elección. Si él elige vivir, una ética racional le dirá qué principios de acción son requeridos para implementar su elección. Si no elige vivir, la naturaleza seguirá su curso”.

Considerar la vida de uno como un valor último es cuestión de elección: el hombre no valora automáticamente su propia vida, y no existe tal cosa como un “deber” o un “imperativo categórico” que le obligue a vivir. Pero eso no hace que la moralidad sea subjetiva o arbitraria. Pues, fundamentalmente, la elección de uno es vivir (y, por lo tanto, definir y perseguir los valores que la vida de uno requiere) o no vivir (y, por lo tanto, no tener valores, no realizar ninguna acción, y perecer). “Vida o muerte es la única alternativa fundamental del hombre. Vivir es su acto básico de elección. Si él elige vivir, una ética racional le dirá qué principios de acción son requeridos para implementar su elección. Si no elige vivir, la naturaleza seguirá su curso”. (5)

* * *

El contenido de un código ético está determinado por su estándar de valor. (6) “El estándar de valor de la ética Objetivista —el estándar por el cual hay que juzgar lo que es bueno o malo— es la vida del hombre, o: lo que es requerido por la supervivencia del hombre como hombre. Puesto que la razón es el medio básico de supervivencia del hombre, lo que es apropiado para la vida de un ser racional es lo bueno; lo que la niega, la opone o la destruye es el mal”. (7)

El aspecto de Objetivismo por el cual Ayn Rand es mejor conocida —el egoísmo racional— está implícito en lo anterior. Son las propias necesidades de supervivencia de uno las que hacen que los valores sean posibles y necesarios. Y es la propia mente de uno la que tiene que funcionar por la elección propia de uno para iniciar y dirigir la propia acción para obtener y utilizar esos valores.

Puesto que la acción requerida para sostener la vida de uno es un curso de acción específico, puesto que cualquier acción que no beneficie a uno mismo es una pérdida de tiempo, de energía, de motivación y de recursos, cualquier forma de auto-sacrificio supone una condena por ser anti-vida. “´Sacrificio´ es entregar un valor mayor a cambio de un bien menor o de un no-valor. Así, el altruismo mide la virtud de un hombre en la medida en que él entrega, renuncia o traiciona sus valores…”. (8) “Te dicen que la perfección moral es imposible para el hombre; y, según ese estándar, lo es. No puedes lograrla mientras vivas, pero el valor de tu vida y de tu persona es la medida en que consigues acercarte a ese cero ideal que es la muerte”. (9)

“El principio racional de conducta es exactamente el contrario: actúa siempre de acuerdo con la jerarquía de tus valores, y nunca sacrifiques un valor mayor por uno menor”. (10)

Desde el surgimiento del cristianismo, sólo unos cuantos filósofos han tenido el coraje de desafiar la moralidad del auto-sacrificio y de defender el egoísmo, concretamente Spinoza y Nietzsche. Nietzsche, sin embargo, simplemente sustituyó el sacrificio de uno mismo por el sacrificio de otros a uno mismo. La ética de Spinoza tiene algunos puntos valiosos (si los sacamos del contexto general de su filosofía), pero está envenenada con misticismo y está basada en un rígido determinismo, cada hombre siendo impulsado por un “conato” o un “instinto” de auto-conservación.

La ética de Ayn Rand es egoísta, no sólo al abogar por el interés propio, sino también al centrarse en la esencia de lo que es el yo: la mente de uno. 

Es chocante darse cuenta de que, a pesar del monopolio que tiene el altruismo en la ética, en toda la historia de la filosofía, que yo sepa, nadie ha intentado jamás ofrecer un argumento racional para justificar el sacrificio altruista. Sólo la fe (el cristianismo) o las emociones (Kant) han sido aducidos para validar el altruismo. (11)

“Hay una pregunta —una simple pregunta — que puede acabar para siempre con la moralidad del altruismo, y que el altruismo no puede resistir, la pregunta es: ´¿Por qué?´. ¿Por qué debe el hombre vivir por el bien de los demás? ¿Por qué debe él ser un animal sacrificable? ¿Por qué es eso lo bueno? No hay ninguna razón terrenal para eso…”. (12)

Los filósofos actuales han perdido totalmente el concepto de una moralidad no sacrificada. Llegan a argumentar que una moralidad egoísta es una contradicción en sí misma. Tomando como evidente que los hombres son brutos impulsados por la emoción cuyos intereses necesariamente chocan, esos filósofos argumentan que un egoísta tendría que abogar por el altruismo, para poder inducir a otros a sacrificarse por él.

Lo que es inconcebible para esos filósofos es la ennoblecida visión del hombre tal y como la expresa Galt:

“No hay conflicto de intereses entre los hombres, ni en los negocios ni en el comercio ni en sus deseos más personales…, si ellos omiten lo irracional de lo que consideran posible y la destrucción de lo que consideran práctico? No hay conflictos, ni exigencias de auto-sacrificio, y ningún hombre es una amenaza para los fines de otro…, si los hombres entienden que la realidad es un absoluto que no ha de ser falseado, que las mentiras no funcionan, que lo no ganado no se pueden tener, que lo inmerecido no se puede dar, que la destrucción de un valor que es no engendrará valor en lo que no es. (13)

“Esa, en cada hora y en cada tema, es tu elección moral básica: pensar o no pensar, existencia o no existencia, A o no A, entidad o cero”. — Ayn Rand

En el discurso de Galt, Ayn Rand demostró que, en realidad, es la moralidad del auto-sacrificio la que está plagada de auto-contradicciones. El código del auto-sacrificio le otorga valor a la destrucción de valores, poniendo lo que ese código considera bueno (dar) al servicio de lo que considera malvado (tomar), y eleva la muerte a la cúspide de su jerarquía de valores.

La ética de Ayn Rand es egoísta, no sólo al abogar por el interés propio, sino también al centrarse en la esencia de lo que es el yo: la mente de uno. Mientras que los moralistas anteriores sólo se preocuparon por cuestiones secundarias tales como las acciones, los sentimientos o las intenciones de uno, Ayn Rand fue más allá, haciendo que el valor de uno fuese una cuestión de elegir tener un ego o no, o sea, una cuestión de pensar, juzgar y querer, o de pasivamente vivir uno a trompicones sus días con su propio ego suspendido.

“Esa, en cada hora y en cada tema, es tu elección moral básica: pensar o no pensar, existencia o no existencia, A o no A, entidad o cero”. (14)

Ella nos ha dado una moralidad que habla del “ego”, que lo convoca y lo honra.

* * *

En filosofía política, Ayn Rand rompió radicalmente con los restos débiles y apologéticos del movimiento pro-capitalista. Ella se enfrentó totalmente sola para defender el capitalismo en base a los derechos individuales. El principio de los derechos individuales prácticamente había desaparecido de la discusión política a finales de la década de 1950, cuando La rebelión de Atlas fue publicado, habiendo sido obliterado por los equívocos y las definiciones erróneas tanto de sus enemigos como de sus supuestos amigos. (La única aliada, en parte, de Ayn Rand en ese sentido fue Isabel Paterson, a quien Rand influenció; y Paterson insistió en que los derechos sólo podrían estar basados en “una fuente divina”. (15)

Ayn Rand tomó el concepto tradicional estadounidense de derechos (generado principalmente por John Locke) e hizo tres cosas: 1) aclaró qué es un derecho, 2) estableció el fundamento moral de los derechos, y 3) identificó los medios objetivos para determinar cuándo un derecho ha sido violado.

Ayn Rand restauró el concepto adecuado de derechos mediante una definición explícita:

“Un ´derecho´ es un principio moral que define y sanciona la libertad de acción de un hombre en un contexto social”. (16)

En respuesta a nociones pervertidas tales como el “derecho” a un trabajo, a la vivienda y a la educación, ella enfatizó que “El concepto de un ´derecho´ tiene que ver sólo con la acción, específicamente con la libertad de acción. Significa ser libre de compulsión física, de coerción o de interferencia de otros hombres”. (17)

La tradición anterior de los “derechos naturales”, siguiendo a Locke, había basado los derechos individuales en la religión. Locke fue increíblemente explícito al respecto: todos los hombres son “los sirvientes de un maestro soberano [Dios], enviados al mundo por sus órdenes, para ejecutar sus asuntos; ellos son su propiedad…”. (18)

Ayn Rand mostró que el fundamento real de los derechos radica en la naturaleza del hombre y en la ética del egoísmo racional. Puesto que cada hombre existe por su propio bien, no como el sirviente de ningún otro ser, él tiene derecho a su propia vida. Otros no pueden reivindicar la vida de uno — ni en su totalidad ni en la parte más ínfima de ella— porque ningún valor puede preceder lógicamente a la elección de uno de vivir. La vida de uno es un fin en sí mismo, un valor último que se encuentra en la base de todos los demás valores y de todas las reivindicaciones morales.

Todos los demás derechos (legítimos) se derivan del derecho a la vida. “La vida es un proceso de acción autosustentada y autogenerada; el derecho a la vida significa el derecho a realizar acciones autosustentables y autogeneradas, lo que significa: la libertad de emprender todas las acciones requeridas por la naturaleza de un ser racional para el sustento, el fomento, la realización y el disfrute de su propia vida”. (19)

La pregunta “¿Por qué tiene derechos el hombre?” es la pregunta “¿Por qué debería el hombre ser libre?”. La respuesta a ambas preguntas, mostró Ayn Rand, es: su supervivencia lo requiere. El individuo tiene derecho a la vida, la libertad, la propiedad, y la búsqueda de la felicidad, porque esas son las “condiciones de existencia requeridas por la naturaleza del hombre para su supervivencia apropiada”. (20) La herramienta de supervivencia del hombre es su mente, y la mente no funcionará bajo compulsión. Por lo tanto, la alternativa política fundamental es: libertad o muerte.

“Dado que el conocimiento, el pensamiento y la acción racional son propiedades del individuo, dado que la elección de ejercer su facultad racional o no depende del individuo, la supervivencia del hombre requiere que quienes piensan estén libres de la interferencia de quienes no lo hacen”. (21)

Si nos quedamos en ese nivel de abstracción, la teoría de los derechos habría sido incompleta. Las preguntas que surgen de inmediato son: “¿Qué es la libertad? ¿Qué es lo que constituye el tipo de ´interferencia´ que viola los derechos del hombre?”.

La respuesta de Ayn Rand resolvió siglos de la confusión que envolvía el tema de los derechos. “Violar los derechos del hombre significa obligarlo a actuar contra de su propio juicio, o expropiar sus valores. Básicamente, sólo hay una forma de hacerlo: mediante el uso de la fuerza física” (22). Libertad, en un contexto político, tiene un solo significado: la ausencia de coerción física”. (23)

Hace más de 40 años que Ayn Rand escribió estas palabras: “Un derecho no puede ser violado excepto por la fuerza física. Un hombre no puede privar a otro de su vida, ni esclavizarlo, ni impedirle buscar su felicidad, si no es usando la fuerza contra él. Siempre que se le obligue a un hombre a actuar sin su propio consentimiento libre, personal, individual y voluntario, su derecho ha sido violado… Por lo tanto, podemos trazar una línea divisoria bien definida entre los derechos de un hombre y los de otro. Es una división objetiva, que no está no sujeta a diferencias de opinión, ni a la decisión de la mayoría, ni a los decretos arbitrarios de la sociedad. Ningún hombre tiene el derecho a iniciar el uso de la fuerza física contra otro hombre”. (24)

* * *

“Lo que una obra de arte expresa, fundamentalmente, bajo todos sus aspectos secundarios, es: ´Esta es la vida tal y como yo la veo´” —Ayn Rand

La estética de Ayn Rand depende de toda su base filosófica, desde la metafísica hasta la ética. Sin embargo, su explicación básica del arte es bastante simple: “Lo que una obra de arte expresa, fundamentalmente, bajo todos sus aspectos secundarios, es: ´Esta es la vida tal y como yo la veo´”. (25)

Para explicar cómo el arte expresa una visión de la vida, y por qué esa expresión puede ser tan emocionalmente poderosa, Ayn Rand identificó la base psico-epistemológica del arte.

Como ser conceptual, el hombre sobrevive adquiriendo y aplicando un conocimiento abstracto. Las abstracciones más profundamente importantes, las que todo el mundo forman consciente o inconscientemente, son las generalizaciones que uno hace sobre la naturaleza del hombre y la naturaleza del universo: la metafísica implícita de cada uno.

“La metafísica —la ciencia que trata con la naturaleza fundamental de la realidad— involucra las más amplias abstracciones del hombre. Incluye todos concretos que el hombre ha percibido jamás, e implica una cantidad de conocimiento tan enorme y una cadena de conceptos tan larga que ningún hombre podría mantener todo eso en el foco de su consciencia inmediata. Sin embargo, él necesita esa totalidad y esa consciencia para que lo guíen: necesita el poder de convocarlas y centrarse en ellas de forma plena y consciente”. (26)

Esa necesidad es la base psico-epistemológica del arte.

“El arte es una concretización de la metafísica. El arte trae los conceptos del hombre al nivel perceptual de su consciencia y le permite captarlos directamente, como si fueran perceptos… El arte convierte las abstracciones metafísicas del hombre en lo equivalente a concretos, en entidades específicas abiertas a la percepción directa del hombre”. (27)

Un artista logra esa concretización creando una representación estilizada de un concreto. Al omitir lo accidental y enfatizar lo esencial —lo que es esencial según su visión de la vida— el hombre produce un concreto que tiene un significado metafísico. De ahí la definición de arte de Ayn Rand: «El arte es una recreación selectiva de la realidad de acuerdo con los juicios de valor metafísicos de un artista”. (28)

Las principales ramas del arte se distinguen de acuerdo con los medios que ellas usan para recrear la realidad. “La literatura recrea la realidad por medio del lenguaje; la pintura, por medio del color en una superficie bidimensional; la escultura, por medio de una forma tridimensional hecha de un material sólido. La música usa los sonidos producidos por las vibraciones periódicas de un cuerpo sonoro, y evoca las emociones del sentido de vida del hombre”. (29)

El intenso poder emocional del arte deriva de su naturaleza como una concretización de una filosofía de vida:

“Puesto que el hombre vive remodelando su entorno físico para servir sus objetivos, puesto que él debe en primer lugar definir y luego crear sus valores…, un hombre racional necesita una proyección concretizada de esos valores, una imagen en cuya semejanza él va a remodelar el mundo y a sí mismo. El arte le da esa imagen; le da la experiencia de ver la realidad plena, inmediata y concreta de sus objetivos distantes… la sensación de vivir en un universo donde sus valores han sido logrados con éxito. Es como un momento de descanso, un momento de reponer combustible para avanzar más. El arte le da a él ese combustible; el placer de contemplar la realidad objetivada del sentido de vida de uno mismo es el placer de sentir cómo sería vivir en el mundo ideal de uno”. (30)

En una breve encuesta de los logros filosóficos de Ayn Rand, no es posible hacerles justicia a las amplias contribuciones de Ayn Rand al campo de la estética. Lo que haré será simplemente enumerar algunos de los aspectos más destacados: su identificación y análisis del “sentido de vida”; su definición de Romanticismo vs. Naturalismo en términos de libre albedrío vs. determinismo, y su apasionada defensa del Romanticismo; su hipótesis sobre la psico-epistemología de la música; su distinción entre el juicio filosófico y el juicio estético de las obras de arte; su análisis de la literatura (especialmente de la trama); su explicación del papel del arte en la formación de los ideales morales personales de uno; su análisis de la psicología de la creación artística.

La magnitud de su contribución es aún mayor cuando es considerada en contraste a su contexto histórico. La historia de la estética es quizás aún más sombría que la historia general de la filosofía. Los 2300 años que van desde la Poética de Aristóteles hasta El manifiesto romántico son prácticamente un vacío; los filósofos del arte parecen haber estado hablando de alguna entidad misteriosa e inaccesible, no sobre arte. Sus estériles disquisiciones sobre “lo sublime y lo bello” y sus entramadas teorías del “arte como juego” o del “arte como pura forma” no guardan ninguna relación discernible con las pinturas, los dramas, las sinfonías y las esculturas que de hecho constituyen la historia del arte.

La razón de esa esterilidad es que el arte satisface la necesidad de una consciencia conceptual. Hasta que uno capta la naturaleza de los conceptos —su relación con la realidad y el papel que desempeñan en la vida del hombre— el arte tiene que seguir siendo un misterio. (Aristóteles, que es quien más cerca llegó de entender lo que son los conceptos, fue quien hizo virtualmente las únicas contribuciones duraderas a la estética).

En este sentido, uno podría decir que la clave de la estética Objetivista es el rechazo total de Ayn Rand a la teoría de los conceptos de Platón. Las Formas de Platón supuestamente eran entidades abiertas a la “intuición” directa de uno. Para contemplar al hombre ideal, por ejemplo, Platón sostuvo que (después de un entrenamiento adecuado) lo único que uno necesita hacer es cerrar los ojos y comulgar con la Forma del Hombre. (De manera bastante consistente, Platón consideró que el arte no tenía ningún valor). La estética Objetivista, metafóricamente hablando, sostiene que los objetos que Platón llamó “Formas” —o sea, los ideales concretos— existen como el producto del genio del artista. Para contemplar al hombre ideal, el bien, la justicia, etc., uno no recurre a una dimensión sobrenatural, sino al gran arte. El hombre en su máximo potencial, despojado de detalles secundarios y presentado puro, no es una Forma mística; es Howard Roark, Francisco d’Anconia, John Galt.

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por Harry Binswanger

Traducido y editado por Objetivismo.org, con permiso del autor.

Este artículo apareció originalmente en The Objectivist Forum (una revista bimensual de ideas editada y publicada por Harry Binswanger) entre junio y diciembre de 1982. Copyright © 1982 por TOF Publications, Inc .; republicado con permiso.

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NOTAS:

  1. The Virtue of Selfishness, p. 15.
  2. Ibid.
  3. Atlas Shrugged, p. 939.
  4. The Virtue of Selfishness, p. 17.
  5. “Causality Versus Duty,” The Objectivist, July, 1970, p. 4.
  6. [New Ideal editor’s 2020 update: In this republication, a few typographical errors involving endnote numbering have been corrected. This note is one of those corrections, as it compensates for the inadvertent omission of note 23 in the original.]
  7. The Virtue of Selfishness, p. 23.
  8. Ibid., p. 44.
  9. Atlas Shrugged, p. 954.
  10. The Virtue of Selfishness, p. 44.
  11. I exclude J.S. Mill, who held that self-sacrifice is necessary for “the common good,” a position which is not, strictly speaking, altruistic. And the argument Mill offers for his utilitarianism so blatantly commits the fallacy of composition that it is used as an example of that fallacy in logic textbooks (e.g., I.M. Copi, Introduction to Logic [Macmillan: 1972], p. 100).
  12. “Faith and Force: The Destroyers of the Modern World,” Philosophy: Who Needs It (Bobbs-Merrill: 1982), p. 74.
  13. Atlas Shrugged, p. 742.
  14. Ibid., p. 944.
  15. Isabel Paterson, The God of the Machine (Caxton: 1964), p. 71.
  16. The Virtue of Selfishness, p. 93.
  17. Ibid., p. 94.
  18. John Locke, Second Treatise of Government (Bobbs-Merrill: 1952), pp. 5–6.
  19. The Virtue of Selfishness, pp. 93–94.
  20. Atlas Shrugged, pp. 985–86.
  21. Capitalism: The Unknown Ideal, p. 17.
  22. The Virtue of Selfishness, p. 95.
  23. Capitalism: The Unknown Ideal, p. 46.
  24. “Textbook of Americanism,” p. 6. 
  25. The Romantic Manifesto, p. 35.
  26. Ibid., p. 19.
  27. Ibid., p. 20.
  28. Ibid., p. 19.
  29. Ibid., p. 46.
  30. Ibid., p. 38.

 

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