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La certeza como contextual — OPAR [5-4]

Capítulo 5- La razón

La certeza como contextual [5-4]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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* * *

Volviendo a la pregunta: ¿la razón conduce al hombre a la certeza? Debo empezar por reafirmar que el conocimiento humano es limitado. En cada etapa de desarrollo conceptual, un hombre tiene un contexto cognitivo específico; él sabe algo, pero no todo. Sólo en base a esa información delimitada puede él adquirir nuevo conocimiento.

En el capítulo anterior enfaticé la importancia de relacionar cada nueva idea al contexto total, la importancia de intentar reducir la idea a datos sensoriales e integrarla con el resto de las conclusiones de uno. Ahora quiero desarrollar una cuestión adicional: una vez cumplidos esos requerimientos lógicos, la idea ha sido validada. Si un hombre evade datos relevantes, o si, incumpliendo el proceso de la lógica, salta de los datos a una conclusión injustificada, entonces obviamente su conclusión no puede ser considerada conocimiento. Pero si él realmente considera toda la evidencia disponible, y si utiliza el método de la lógica al evaluarla, entonces su interpretación debe ser considerada como válida.

El procesamiento lógico de una idea dentro de un contexto específico de conocimiento es necesario y suficiente para establecer la verdad de la idea.

El asunto es que uno no puede exigir omnisciencia. Uno no puede preguntar: «¿Cómo sé que una determinada idea, incluso si ha sido demostrada en base a todo el conocimiento que los hombres han obtenido hasta ahora… cómo sé que no será superada algún día por nueva información que aún está por descubrir?» Ese argumento equivale a la declaración: «El conocimiento humano es limitado; por lo tanto no podemos confiar en ninguna de nuestras conclusiones”. Y eso equivale a aceptar el mito de un Dios infinito como estándar epistemológico, en referencia al cual la consciencia del hombre queda condenada por impotente.

La consciencia tiene identidad, y la epistemología está basada en el reconocimiento de ese hecho. La epistemología investiga la pregunta: ¿Qué reglas debe seguir una consciencia humana, si ha de percibir la realidad correctamente? Nada inherente a la consciencia humana, por lo tanto, puede ser usado para socavarla.

Si un hecho es inherente a la consciencia humana, entonces ese hecho no es un obstáculo para la cognición, sino una precondición para ella, una precondición que conlleva una correspondiente obligación epistemológica. Por ejemplo, el primer contacto del hombre con la realidad es la percepción sensorial (un hecho) . . . y por lo tanto él debe basar sus conocimientos más avanzados sobre esa base (una obligación). O bien: el hombre integra el material sensorial por un proceso volitivo y conceptual . . . y por lo tanto él debe guiar el proceso ajustándose a la lógica. O bien: el hombre experimenta sus evaluaciones en forma de emociones, que no son percepciones sino reacciones a ellas . . . y por lo tanto él debe separar tales reacciones de la actividad cognitiva del pensamiento. Ninguno de estos hechos es una dificultad a ser lamentada o de alguna manera esquivada; cada uno de ellos es una realidad a ser reconocida y seguida en la búsqueda del conocimiento. Por su naturaleza como atributo de la consciencia del hombre, cada uno forma parte del contexto en el que surgen los conceptos epistemológicos. (Me refiero a conceptos tales como «válido”, “verdadero”, “cierto”, “absoluto», etc.). En este enfoque a la filosofía, no hay ningún «problema» con los sentidos, los conceptos, las emociones . . . o con la «no-omnisciencia» del hombre.

El hombre es un ser de conocimiento limitado, y por lo tanto él debe identificar el contexto cognitivo de sus conclusiones. En cualquier situación en la que hay razón para sospechar que una variedad de factores es relevante para la verdad, y sólo algunos de las cuales son conocidos en ese momento, él está obligado a reconocer ese hecho. El preámbulo, implícito o explícito, a su conclusión debe ser: «En base a la evidencia disponible – es decir, dentro del contexto de los factores descubiertos hasta ahora – lo que sigue es la conclusión correcta que extraer”. A partir de ahí, el individuo debe continuar observando e identificando; si alguna información nueva lo justificase, entonces él debe cualificar su conclusión de acuerdo con ello.

Si un hombre sigue esta política, verá que su conocimiento en cada etapa no se contradice con descubrimientos posteriores. Verá que los descubrimientos expanden su comprensión; que aprende más acerca de las condiciones sobre las cuales sus conclusiones dependen; que él va de observaciones relativamente generalizadas y primitivas a formulaciones cada vez más detalladas y sofisticadas. También verá que el proceso no representa ningún trauma epistemológico. Las conclusiones avanzadas aumentan y mejoran su conocimiento previo; no colisionan con él ni lo anulan.

Ya ilustré ese hecho cuando hablamos de las definiciones contextuales. Y aquí tenemos otro tipo de ejemplo, extraído del campo de la inducción científica. Hace algún tiempo, los investigadores médicos consiguieron identificar cuatro tipos de sangre: A, B, AB y O. Cuando se hacía una transfusión de sangre de un individuo a otro, algunos de esos tipos de sangre resultaron ser compatibles mientras que otros no (se producía una reacción no deseada, la hemólisis). Por ejemplo, la sangre de un donante tipo A era compatible con la de un receptor tipo A pero no con la de un tipo B. Más adelante, se hizo un nuevo descubrimiento: en ciertos casos, una reacción no deseada se producía incluso cuando se le daba sangre tipo A a un receptor tipo A. Posteriores investigaciones revelaron que estaba actuando otro factor, el factor RH, que se encontraba en la sangre de algunos individuos pero no en otros. La generalización inicial (resumida en: «las sangres A son compatibles”) funcionaba solamente, según se descubrió, bajo circunstancias que no habían sido identificadas antes. Dado este conocimiento, la generalización tuvo que ser cualificada («las sangres A son compatibles si sus factores RH coinciden).

El principio aquí es evidente: puesto que un descubrimiento posterior descansa jerárquicamente sobre el conocimiento previo, no puede contradecir su propia base. La formulación cualificada no contradice de ninguna manera la proposición inicial, a saber: «Dentro del contexto de las circunstancias conocidas hasta ahora, las sangres A son compatibles». Esta proposición representaba conocimiento real cuando se alcanzó por primera vez, y lo sigue haciendo; de hecho, como todas las verdades adecuadamente formuladas, esa verdad es inmutable. Dentro del contexto especificado inicialmente, las sangres A son y serán siempre compatibles.

La apariencia de una contradicción entre el conocimiento nuevo y el antiguo procede de una sola fuente: de ignorar el contexto. Si los investigadores hubieran decidido visualizar su descubrimiento inicial como un absoluto fuera de contexto; si hubieran declarado, en efecto, como siendo un dogma: «Las sangres A siempre serán compatibles, independientemente de cualquier cambio de circunstancias»; entonces, por supuesto, el próximo factor descubierto los precipitaría en la contradicción, y terminarían quejándose de que el conocimiento es imposible. Pero si un hombre llega a conclusiones de forma lógica y capta su naturaleza contextual, el progreso intelectual no representa una amenaza para él, sino que en gran medida consiste de su identificación cada vez más completa de las relaciones y las conexiones entre los hechos, lo que hace que el mundo sea una unidad. Un hombre así no se siente consternado al descubrir que siempre tiene más que aprender. Está contento con eso, porque reconoce que está ampliando y refinando su conocimiento, no subvirtiéndolo.

Aunque los investigadores no puedan reivindicar su descubrimiento como un absoluto fuera de contexto, ellos deben tratarlo como un absoluto contextual (o sea, como una verdad inmutable dentro del contexto especificado).

Los investigadores deben saber que la generalización inicial es válida; deben «saber», en oposición a adivinar, esperar o sentir. Sólo en base a eso pueden proseguir hacia ulteriores descubrimientos. Dado que es una verdad establecida que las sangres A son compatibles bajo las circunstancias encontradas hasta ahora, los investigadores son capaces de inferir, al observar una nueva reacción, la presencia de un nuevo factor. En cambio, cuando la mentalidad anti-contextual observa la nueva reacción, ella se para en seco. «Mi generalización no era confiable», suspira, «la ciencia es una progresión de teorías detonadas, todo es relativo”.

Un hombre no lo sabe todo, pero sí sabe lo que sabe. La opción no es: o hacer afirmaciones injustificadas y dogmáticas o renunciar a la búsqueda cognitiva en desesperación. Ambas políticas surgen de la noción de que la omnisciencia es la norma. Una parte entonces pretende tener acceso a ella de alguna forma, mientras que la otra se lamenta de nuestra falta de tal acceso. En la razón, sin embargo, este tipo de norma debe ser rechazada. El conocimiento conceptual descansa en la lógica dentro de un contexto, no en la omnisciencia. Si una idea ha sido lógicamente demostrada, entonces es válida y es un absoluto, contextualmente. Este último término, de hecho, no introduce ningún factor diferente de la lógica y no tiene por qué hacerse hincapié en él: presentar evidencia para una conclusión es colocarla dentro de un contexto y de esa forma definir exactamente las condiciones de su aplicabilidad.

Muchas personas en nuestra era kantiana piensan, erróneamente, que el absolutismo es incompatible con un enfoque contextual al conocimiento. Esas personas definen un «absoluto» como un principio independiente de cualquier otro hecho o cognición; es decir, como algo inmune a cualquier otra cosa en la realidad o en el conocimiento humano. Tal principio podría llegar a ser conocido sólo por revelación. Un ejemplo elocuente de este enfoque fue expuesto años atrás por un relativista famoso, quien dijo en su clase que los aviones refutan la ley de gravedad. La gravedad, explicó, significa que las entidades por encima de un cierto peso caen a la tierra; pero un avión en vuelo no. Alguien objetó que hay muchos factores interactuando en la realidad, y que la gravedad hace que un objeto caiga solamente si la fuerza de la gravedad no es contrarrestada por una fuerza opuesta, como es en el caso con el avión. A lo cual el profesor contestó: «Precisamente. La gravedad es condicional; su funcionamiento depende de las circunstancias; por lo tanto, no es un absoluto”. ¿Qué constituiría, entonces, un absoluto? Sólo un hecho que no tiene relación con nada (como el absoluto sobrenatural de Hegel). Tal hecho sólo podría ser conocido “en sí mismo», por intuición mística, sin la «contaminación» de ningún contexto de evidencia «externo».

La definición moderna de «absoluto» representa el rechazo de una metafísica y una epistemología racionales. Es la inversión de una verdad fundamental: las relaciones no son el enemigo del absolutismo; son lo que lo hacen posible. Nosotros demostramos una conclusión en base a los hechos lógicamente relacionados a ella, y luego la integramos en la totalidad de nuestro conocimiento. Ese proceso es lo que nos permite decir: «Todo apunta a esta conclusión; el contexto total lo exige; dentro de estas condiciones, es inapelable «. En cuanto a una revelación aislada, por el contrario, nunca podríamos estar seguros. Al no poder saber qué hace que sea así, no podríamos contar con nada para que siguiera así, tampoco.

Contextualismo no significa relativismo. Significa lo contrario. El hecho del contexto no debilita las conclusiones humanas ni las hace vulnerables a ser refutadas. Al contrario, el contexto es precisamente lo que hace que una conclusión (correctamente especificada) sea invulnerable.

Hasta ahora he considerado solamente dos estados mentales, el conocimiento y la ignorancia, y dos veredictos correspondientes que definen el estatus de una idea: «validada» o «desconocida». Pero, inherente a la necesidad que tiene la mente de la lógica, hay un tercer estado, un estado intermedio, que se aplica por un tiempo a ciertas conclusiones complejas de mayor nivel. En estos casos, la validación de una idea es gradual; uno acumula evidencia paso a paso, pasando de la ignorancia al conocimiento a través de una línea continua de estados de transición. Las principales divisiones de esta línea (incluyendo su término) quedan identificadas con tres conceptos: «posible”, “probable» y «cierto».

El primer nivel de la línea de evidencia lo cubre el concepto «posible». Una conclusión es “posible” si hay alguna, pero no mucha evidencia a favor de ella, y nada conocido que la contradiga. Esta última condición es obviamente necesaria – una condición que contradice los hechos conocidos es falsa – pero no es suficiente para justificar el veredicto de «posible». Hay incontables afirmaciones gratuitas respecto a las cuales uno no puede citar ningún hecho contradictorio, porque están inherentemente desconectadas de los hechos; esto no les confiere a tales afirmaciones ningún estatus cognitivo. Para que una idea pueda ser llamada «posible», debe haber una cierta cantidad de evidencia que realmente la justifique. Si no existe tal evidencia, la idea recae bajo un concepto diferente: no «posible», sino «arbitraria».

«Posible» (y sus sinónimos), como cualquier otro término legítimo, denota un concepto objetivo; no les da a los emocionalistas un epistemológico cheque en blanco. Decir “tal vez” en un contexto cognitivo es hacer una afirmación determinada: es afirmar la relación positiva de una idea con el continuo de evidencias y, como cualquier otra aseveración cognitiva, esto requiere demostración. Los duendes y los de su calaña no pueden ser descritos como «posibles».

«Evidencia», según el Oxford English Dictionary, es «testimonio o hechos que tienden a probar o refutar cualquier conclusión». Para determinar si un hecho es “evidencia», por lo tanto, uno debe en primer lugar definir en qué consistiría la prueba de una determinada aseveración. Luego uno debe demostrar que el hecho, aun no siendo concluyente, contribuye a tal prueba, o sea, refuerza la afirmación lógicamente y por lo tanto lleva el asunto más cerca de una solución cognitiva. Si uno no tiene idea de en qué consistiría la prueba de una conclusión – o si uno cree que una prueba es imposible – uno no tiene medios para decidir si una determinada información “tiende a probarla”. Si el término de un viaje es indefinido o desconocido, no hay manera de juzgar si uno se está acercando a él.

Esto es por lo que no puede haber cosa tal como “alguna evidencia” a favor de una entidad que trasciende la naturaleza y la lógica.

El término «evidencia» en este contexto sería un concepto robado. Puesto que nada puede jamás constituir una «prueba» de tal entidad, no hay forma de identificar ningún dato como siendo «parte de la prueba» de ello, tampoco. No hay forma de validar tal noción como: «lo que acerca a los hombres al conocimiento de lo incognoscible o a la demostración de lo indemostrable».

En cambio, para tomar un ejemplo sencillo, sí sabemos en principio cómo demostrar la culpabilidad de un asesino; en este caso los requisitos de la prueba lógica han sido objetivamente definidos. Por referencia a este estándar, podemos identificar ciertos datos como «evidencia» mientras ignoramos otra información por ser irrelevante. Así, esquemáticamente: si un hombre que odiaba a la víctima estaba presente en la escena de su tiroteo, entonces, si todo lo demás es igual, razonablemente podemos concluir: “Quizás lo hizo”. Identificar motivo y oportunidad hace avanzar la cuestión cognitiva; como sabemos qué constituiría un argumento total en contra de un sospechoso, podemos comprender que estos temas, aun no siendo concluyentes, son al menos parte de lo que se necesita. Por otra parte, uno no puede justificar ni siquiera un “quizás” citando el hecho de que un determinado hombre había visitado a la víctima un mes antes y le había desagradado el que a la víctima le gustasen ciertas corbatas o novelas de misterio. Tal información no tiende a establecer la culpabilidad; no proporciona ninguna parte de un argumento adecuado contra un sospechoso. (En algunos contextos, tal información puede justificar una investigación para determinar si alguna evidencia de culpa de ese hombre puede ser hallada en otro sitio.)

Observemos que información sobre las capacidades de una especie no es evidencia que apoye una cierta hipótesis sobre uno de sus miembros. De «el hombre es capaz de asesinar» uno no puede inferir: «Quizás el señor X es el asesino que estamos buscando». Para validar esto último, uno debe tener motivos para sospechar que la capacidad humana en cuestión fue efectivamente ejercida por este individuo. Por cambiar de ejemplo: es posible para un ser humano correr una milla en menos de cuatro minutos, y es posible para un organismo vivo reproducirse según su especie. Pero yo no puedo, sin embargo, acercarme a un caballero paralítico que está en una silla de ruedas y decirle: “Quizás darás a luz a un hijo la semana que viene, después de que termines de correr la milla hasta el hospital en 3,9 minutos . . . a fin de cuentas, eres un ser vivo y humano, y es posible el que tal entidad haga esas cosas».

«Es posible para el hombre…» no justifica «Es posible para este hombre…» Esto último depende del individuo en cuestión y de las circunstancias concretas. Debe estar sustentada, por lo tanto, por datos que sean igualmente concretos.

Como toda afirmación cognitiva, las posibilidades son afirmadas dentro de un contexto. Si ese contexto cambia, el veredicto debe cambiar en consecuencia: a posibilidad inicial puede quedar debilitada (incluso suprimida), o puede quedar fortalecida. Si más evidencia favorable continúa siendo descubierta, al llegar a cierto punto la afirmación deja de ser meramente “posible”. Se convierte en probable.

«Probable» indica un nivel más alto en la línea continua de la evidencia. Una conclusión es «probable» si el peso de un significativo cuerpo de evidencia, aunque no sea concluyente, la sustenta. En este caso, no hay meramente “algunos” datos de sustento, sino una cantidad relativamente amplia, aunque esos datos aún no hayan alcanzado el estándar de demostración. Como no lo han hecho, aún hay bases objetivas para seguir en duda en cuanto al veredicto final.

Continuando con nuestro ejemplo: si la investigación del tiroteo revela, digamos, que hay sólo tres sospechosos con motivos y por lo menos la apariencia de oportunidad; y uno de ellos demuestra tener una coartada incuestionable; y de los dos restantes, uno está familiarizado con armas de fuego, responde a las preguntas de la policía con evasivas, y tiene antecedentes penales, entonces, a medida que este tipo de datos se va acumulando, la carga de un sustancial cuerpo de evidencia apunta progresivamente a un individuo, quien así se convierte en el sospechoso más probable; aunque aún hay razones para dudar. Estas razones, repetimos, son definidas por referencia al estándar de prueba en este tipo de caso. Como sabemos qué constituiría una demostración concluyente, sabemos si ya la hemos alcanzado o no. Por ejemplo, aún no hemos establecido los medios, es decir, el acceso que tuvo el sospechoso al arma asesina.

Al igual que las posibilidades, las probabilidades son evaluadas dentro de un contexto, y pueden salir debilitadas o fortalecidas según ese contexto cambie. Si evidencia favorable continúa siendo descubierta, en algún momento se alcanzará el clímax cognitivo. La conclusión deja de ser una hipótesis y se convierte en conocimiento. Tal conclusión es cierta.

El concepto de «certeza» designa conocimiento desde una perspectiva especial: designa unos complejos elementos de conocimiento, vistos en contraposición a los estados transitorios de evidencia que les preceden. (Por extensión, el término puede ser aplicado a todo conocimiento, perceptual y conceptual, para indicar que está libre de duda). Una conclusión es “cierta” cuando la evidencia en su favor es concluyente; o sea, cuando ha sido lógicamente validada. Al llegar a este punto, uno ha ido más allá de la evidencia «sustancial». Más bien, el total de la evidencia disponible apunta en una sola dirección, y esa evidencia cumple con el estándar de la prueba. En ese contexto, no hay nada que sugiera ni siquiera la posibilidad de otra interpretación. Por lo tanto, ya no hay más motivo de duda.

Para concluir nuestro ejemplo: si una investigación ulterior revela que el sospechoso más probable era también, según el testimonio del vendedor de la pistola, quien compró el arma homicida; que el asesino debe haber sido zurdo y el sospechoso también lo es; y que sus huellas dactilares están en el arma; mientras que el otro sospechoso no tiene ninguna conexión con el arma, es diestro, y no tiene ni idea de cómo usar un arma de fuego . . . entonces, en este contexto de evidencia, emerge una conclusión clara. Si uno y sólo un individuo tiene el motivo, la oportunidad y los medios, él es el culpable. (Tomo esta formulación del estándar de prueba de Hércules Poirot). En este punto, nuestra conclusión es cierta. Hemos integrado toda la evidencia disponible y hemos cumplido con los requisitos de un caso completo.

La certeza, como la posibilidad y la probabilidad, es contextual. Es un veredicto al que se llega dentro de un marco de evidencia específico, y se mantiene o cae con la evidencia. Por ejemplo, un abogado defensor no podría salvar a ese sospechoso apartando de lado el contexto y profiriendo una serie de «quizás» arbitrarios, tales como: «Quizás el vendedor del arma mintió. . . quizás las impresiones dactilares son un montaje. . . quizás los antecedentes penales son una trampa . . . quizás el sospechoso realmente estaba en el Tíbet y todos los que dicen haberlo visto en la escena del crimen estaban hipnotizados». La cuestión es: dentro del contexto total de evidencia, ¿hay datos objetivos que sustenten esas hipótesis? Si no los hay, ninguno es admisible en ninguna discusión de evaluación cognitiva; ninguno de ellos puede ser calificado de «posible».

Esa forma de ignorar el contexto es la típica forma de actuar de los fanáticos anti-certeza. Os daré un ejemplo más casero. Una vez, cuando yo era estudiante universitario, un profesor que defendía el escepticismo le dijo a la clase: «Creéis que yo soy el Profesor X. Pero ¿cómo sabéis que no soy un impostor, un actor consumado que está ocupando el lugar del profesor?” Traslada esa pregunta a tu propia situación. ¿Cómo puedes tener certeza, cuando asistes a una clase, que quien está hablando es el profesor Y, un hombre a quien conoces bien, en vez de un impostor?

En este caso, el estándar de validación es el testimonio directo de tus ojos y de tus oídos, como identificado conceptualmente y luego integrado con cualquier otro conocimiento que tengas que sea relevante. Juzgada con este estándar, la conclusión correcta a la que llegar está fuera del ámbito de la duda. Toda la información disponible – todo lo que observas y todo lo que sabes – te llevan a identificar a quien habla: la ocasión, su apariencia, su tono de voz, sus expresiones faciales, su postura y sus gestos, el contenido de sus comentarios preparados, la calidad de sus chistes improvisados, su conocimiento de tu nombre y de tu cara, etc. Si un escéptico dijera: «Pero el ser humano tiene la capacidad de imitar a otros; así que, ¿no es por lo menos posible que el orador sea un actor?”; la respuesta tendría que ser: «Eso es un «non-sequitur», un razonamiento falso. ¿En base a qué afirmas que alguien está ejerciendo esa capacidad humana aquí y ahora? ¿Hay siquiera un ápice de evidencia que sustente tal hipótesis en este contexto?” Por supuesto, no lo hay.

Contrasta eso con una situación en la que la duda sería legítima. Desde ciertos ángulos, digamos, el orador parece bastante raro, y su forma de actuar parece extrañamente rígida; de vez en cuando hace comentarios incongruentes. En base a eso, podrías empezar a preguntarte: «Quizás está enfermo» o «Quizás esté enojado”. Aún es prematuro plantear la hipótesis de una suplantación de identidad; pero, para completar el ejemplo, suponte que a pesar de ser un aristotélico acérrimo, de pronto defiende a Kant como el mayor filósofo, y no reconoce a gente a la que ha conocido durante años, y la línea de su cabello aparece algo desdibujada; entonces tendrían una base para plantear otras posibilidades, tales como «Quizás esté teniendo una crisis» o «Quizás sea un impostor». Y luego, para un final epistemológico feliz a la historia, suponte que de repente cae la máscara de su cara y aparece Boris Karloff en persona. Entonces puedes decir: «¡Era un impostor! Tengo certeza».

El mismo tipo de análisis acaba con otro argumento escéptico relacionado con este, el «problema del error». La naturaleza de este problema es mejor plantearla a través de un intercambio verbal entre un escéptico (E) y su oponente (O), quien acaba de presentar un argumento para defender un cierto punto de vista.

E: «El hombre es falible. Incluso con la mejor capacitación y las mejores intenciones, es capaz de errar. Así que, ¿cómo puedes estar seguro de no estar equivocado?”

O: «El que el hombre tenga una capacidad general de errar no justifica una hipótesis de error en un caso concreto. Y yo he validado mi conclusión; he demostrado que en este caso estoy en lo cierto«.

E: «Pero tu propia validación podría ser falsa. ¿Cómo sabes que no lo es?»

O: “¿Puedes mencionar algún signo de tal falsedad, como por ejemplo un fallo lógico en mi argumento, o un hecho inadvertido, o un término mal definido?”

Aquí, el escéptico tiene que pararse. Para poder identificar falacias específicas, él tendría que entrar en el campo del conocimiento; tendría que admitir que es capaz de evaluar la evidencia y por lo tanto de distinguir la verdad del error. Así que la discusión tiene que acabar con el escéptico simplemente empujando a un lado el contexto completo y declarando: «No puedo decirte cuál es tu error, pero quizás esté ahí. No puedo decir cuál es la diferencia entre tu argumento y uno perfectamente válido, pero aún así, no estoy seguro. Demuéstrame que ese error imposible de detectar no existe”.

Aquí de nuevo vemos todos los fallos inherentes a afirmar lo arbitrario. 10

La certeza es una evaluación contextual, y en innumerables situaciones el contexto no permite más nada. A pesar de las afirmaciones de los escépticos, la duda no es el destino humano, siendo el conocimiento un ideal inalcanzable. La duda, ejercida racionalmente, es un estado temporal, de transición, aplicable sólo a (algunas) preguntas de mayor nivel, y que en sí misma expresa un juicio cognitivo: que la evidencia que uno tiene aún no es concluyente. Como tal, la duda es posible sólo si se tiene en cuenta un vasto contexto de conocimiento en la mente de quien duda. Quien duda debe conocer tanto los hechos como la lógica; debe conocer los hechos conocidos hasta ese momento . . . y también los medios por los que, en principio, su duda será finalmente eliminada, es decir, qué más es necesario para alcanzar la prueba completa.

Un duda de que no es arbitraria o patológica es una condición que se limita a sí misma, tanto en su alcance como en su duración. No es la norma de la mente sino, a lo sumo, una etapa frecuente en el camino hacia la norma, la cual, cuando se alcanza, acaba con la duda.

¿Es el hombre capaz de tener certeza? Dado que el hombre tiene una facultad de conocimiento, y la omnisciencia no es obstáculo para su uso, sólo hay una respuesta racional: ciertamente.

*   *   *

Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 5 [5-4]

  1.   For further comments on the problem of error, see my article «Maybe You’re Wrong,» in TheObjectivist Forum, II (2), April 1981, pp. 8-12.

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