Si eres un trabajador “normal” buscando empleo, tienes derecho, por ley, a un salario mínimo (en España, en números redondos) de 1.108,33 euros mensuales.
Los burócratas de turno han decidido qué valor mínimo mereces recibir, independientemente de tu preparación, tu experiencia, tu motivación, o el valor de tu trabajo para tu empleador. Si no hay nadie dispuesto a pagarte ese salario, la ley te prohibe trabajar, en otras palabras: te impide ganarte la vida. Resultado: millones de desempleados viviendo de subsidios (del dinero de otros), o malviviendo.
Pero yo no soy un trabajador “normal”. Yo no trabajo para un empresario, yo soy un empresario.
Soy un emprendedor, uno de esos fenómenos raros que arriesgan su esfuerzo, su tiempo y su vida para crear una empresa desde cero. Si fracaso, sólo yo me perjudico; si triunfo y mi idea es reconocida y aceptada por el mercado, puedo revolucionar el mundo, mejorar la vida de mis clientes, generar negocios para mis proveedores y darles trabajo a miles de empleados. Steve Jobs fundó la mayor empresa del mundo en el garage de su casa.
En una sociedad racional, mi actitud emprendedora sería bienvenida y apoyada; nadie estaría obligado a darme nada, pero la gente entendería que mi éxito económico beneficiaría a todo el mundo, y por lo menos no me podrían obstáculos.
Pero no vivimos en una sociedad racional. Vivimos en un sistema económico con una cierta apariencia de libertad pero con una enorme regulación estatal, en la que los controles y la creciente intervención del gobierno sofocan la iniciativa privada y perjudican a todo el mundo, tanto a productores como a parásitos.
A los empleados la ley les garantiza un salario mínimo; a mí me garantiza un salario mínimo negativo. Precisamente por ser alguien que crea riqueza –alguien que en el futuro podría contratar a muchos de esos desempleados– no sólo no tengo “derecho” a un ingreso mínimo, sino que tengo que pagar por trabajar.
Antes de recibir cualquier ingreso, independientemente del bien que mi iniciativa pueda hacerle a la “sociedad”, independientemente de si cuento con suficientes fondos para pagar mis gastos iniciales, para financiar mi empresa –o para comer– el gobierno me impone una obligación: pagar 270 euros mensuales en concepto de “cuota de autónomo”.
¿Cómo crees que puede funcionar ese sistema? Ponte en mi lugar. Tienes una idea brillante y estás dispuesto a invertir y a trabajar duro durante el tiempo que haga falta para concebir, organizar, administrar, diseñar y echar a andar tu empresa y tu producto. Sólo pides libertad para pensar, crear, planificar y actuar…
Y te das cuenta de que, en vez de recibir la transfusión de energía y de recursos que inicialmente necesitas –o, por lo menos, en vez de que te dejen tranquilo–, empiezan chupándote la sangre. ¿Qué haces? ¿Agachas la cabeza y vas adelante de todas formas, pagando por trabajar, por crear, por vivir? ¿Aceptas ser explotado desde el principio, sabiendo que cuanto más éxito tengas, más explotado serás? ¿O decides quedarte al margen, no complicarte la vida, y negarte a colaborar con las sanguijuelas de turno?
Está claro por qué muchas mentes emprendedoras deciden no emprender. Por qué los cerebros creativos deciden no crear. Por qué la gente está sin trabajo. Por qué la economía está estancada. El sistema social en el que vivimos penaliza la productividad y fomenta el parasitismo.
Los hechos están ahí. Ahora. Para quien quiera mirar y actuar. La otra opción es esperar la próxima crisis (la verdadera crisis) con los brazos abiertos. Tal vez entonces aprendamos.
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por Domingo García, presidente de Objetivismo Internacional. Derechos reservados.
Salario mínimo en España (desde enero de 2021): 1.108,33 euros al mes (cálculo en base a 12 meses). Cuota mínima de autónomo: 286,10 euros al mes. (Los valores pueden variar, pero una diferencia de cien euros arriba o abajo es totalmente irrelevante para nuestras conclusiones.)
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