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La elección primaria como la elección de enfocar o no — OPAR [2-5]

Capítulo 2 – Percepción sensorial y voluntad
La elección primaria como la elección de enfocar o no [2-5]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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* * *

El hombre, según Objetivismo, no es movido por factores fuera de su control. Es un ser volitivo, un ser que funciona libremente. Un curso de pensamiento o de acción es “libre” si es seleccionado a partir de dos o más opciones posibles dentro de las circunstancias. En tal caso, lo que hace la diferencia es la decisión del individuo, la cual no tuvo que ser lo que es, es decir, pudo haber sido diferente.

Identificar el punto exacto de la libertad humana es una tarea difícil, ya que requiere que uno describa y distinga complejos estados de consciencia. Una vez que se ha hecho eso, sin embargo, el hecho de que el hombre es libre sigue inmediatamente. Antes de intentar validar la voluntad – el libre albedrío – por lo tanto, debemos dedicar un considerable espacio a definir su naturaleza.

Comencemos con una síntesis de la posición Objetivista. La consciencia es un proceso activo, no un medio inmóvil: como un espejo que refleja pasivamente la realidad. 9 Para lograr y mantener un estado consciente, la consciencia de un hombre debe realizar una compleja serie de acciones. El objeto de la consciencia – la realidad – simplemente existe; ella afecta los sentidos de un hombre, pero no hace el trabajo cognitivo de un hombre por él, ni se impone a la fuerza en su mente. El hombre que espera que la realidad escriba la verdad dentro de su alma espera en vano.

Las acciones de la consciencia que son necesarias para el nivel sensorial-perceptual son automáticas. A nivel conceptual, sin embargo, no son automáticas. Esa es la clave para ubicar la voluntad. La libertad de elección básica del hombre, según Objetivismo, es: o ejercitar su maquinaria cognitiva específicamente humana, o no hacerlo; es decir, o poner en movimiento su facultad conceptual, o no hacerlo. En la fórmula sintetizada de Ayn Rand, la opción es: «pensar o no pensar».

«. . . pensar es un acto de elección. . . . La razón no funciona automáticamente; pensar no es un proceso mecánico; las conexiones de lógica no se hacen por instinto. La función de tu estómago, de tus pulmones o de tu corazón es automática, la función de tu mente no lo es. En cualquier hora y circunstancia de tu vida eres libre de pensar o de evadir ese esfuerzo. Pero no eres libre de escapar de tu naturaleza, del hecho que la razón es tu medio de supervivencia – así que para ti, que eres un ser humano, la cuestión “ser o no ser” es la cuestión “pensar o no pensar”.» 10

Mientras que un hombre esté despierto (y su cerebro intacto), él es consciente de la realidad de forma sensorial-perceptual; eso es lo que le ha sido dado por la naturaleza. Pero la consciencia de la forma requerida para su supervivencia no le es dada al hombre; debe ser conseguida por un proceso de elección. El poder de volición del hombre es el poder de tratar de tener tal consciencia de la realidad, o de no hacerlo. Su elección es la de ser consciente (en el sentido humano) o no serlo.

La voluntad subsume varios tipos de opciones. La opción primaria, según Objetivismo, la que hace que la actividad conceptual sea posible, es la elección de enfocar la consciencia de uno.

Voy a introducir el concepto de «enfoque» con una analogía visual. Un hombre no puede hacer gran cosa con su facultad de visión hasta que sus ojos están enfocados. De lo contrario, su vista le provee solamente con una imagen borrosa o nebulosa, con una especie de niebla visual dentro de la cual puede discernir relativamente poco. Aunque el poder de enfocar visualmente no lo tienen los recién nacidos, lo adquieren relativamente pronto, y en seguida automatizan su uso. Como adultos, por lo tanto, nuestros ojos se enfocan de forma automática; tenemos que hacer un esfuerzo especial para desenfocarlos y de esa forma hacer que el mundo se disuelva en una niebla.

Un concepto similar se aplica a la mente. Con relación al pensamiento, igual que con la visión, la misma alternativa existe: o una consciencia clara o un estado de indefinición, confusión, neblina, un estado en el que se puede discriminar relativamente poco. A nivel conceptual, sin embargo, uno debe elegir entre esas alternativas. La claridad intelectual no le es dada al hombre de forma automática.

«Enfocar» (en el ámbito conceptual) denota una cualidad de atención intencionada en el estado mental de un hombre. “Enfocar» es el estado de una mente dirigida a una meta, una mente decidida a conseguir darse cuenta plenamente de la realidad.

Así como existen grados de agudeza visual, también hay grados de consciencia en el plano conceptual. En un extremo tenemos una mente activa, decidida a entender todo lo que se encuentra, el hombre dispuesto a convocar todos y cada uno de los recursos conscientes que le permitirán captar el objeto de su interés. Tal individuo se esfuerza por captar todos los hechos que considera relevantes – en contraposición a sentirse feliz con captarlos de forma parcial, fragmentada, captando algunos hechos pero dejando que otros datos que vagamente siente que son relevantes queden cubiertos por una niebla mental, sin analizar ni identificar. Además, él lucha por captar los hechos con claridad, con la mayor precisión que le es posible – en contraposición a conformarse con una vaga impresión que sólo sugiere pero nunca llega a concretarse en un dato definitivo.

Para lograr ese tipo de comprensión, un individuo no puede quedarse mirando pasivamente a cualquier concreto, imagen o palabra que pueda llamar su atención. No puede abdicar de su poder de controlar su consciencia e ignorar sus propios procesos mentales, bajo la premisa de que su cerebro o la realidad harán por él lo que sea necesario. Al contrario, debe tener un compromiso consigo mismo de una constante acción mental consciente, con la política de movilizar su facultad de pensar. Debe estar preparado, cuando sea necesario, para conceptualizar nuevos datos. Esto engloba muchos procesos, tales como buscar denominadores comunes entre los concretos observados, formular definiciones, e integrar nuevo material al contexto de conocimiento anterior de uno; todo eso mientras uno se guía por los métodos de pensamiento correcto (en la medida en que uno los conoce). Una mente basada en la premisa de iniciar tales procesos, una vez que capta la necesidad que tiene de ellos, es una mente comprometida con una consciencia plena. «Consciencia plena» no quiere decir omnisciencia. Quiere decir el hecho de darse cuenta, la consciencia alcanzable por un hombre intentando comprender un cierto objeto usando al máximo la evidencia, el conocimiento anterior, y las habilidades cognitivas que tiene a su disposición en ese momento.

En el otro extremo del continuo está el hombre para quien todo lo que hay más allá del nivel sensorial-perceptual es una imagen borrosa. Un ejemplo sería un borracho que aún no se ha desmayado del todo. En esa condición, la facultad conceptual ha quedado de hecho adormecida (dejando de lado algún vocabulario adquirido y algún conocimiento del que ni siquiera él puede escapar). La mente de tal individuo no está activa ni tiene un objetivo. Está pasiva, a la deriva, aturdida, ajena a consideraciones tales como la verdad, la claridad, el contexto o la metodología; simplemente experimenta estímulos aleatorios, externos o internos, sin consciencia de sí misma, sin continuidad ni propósito. En el sentido humano del término «consciencia», ese es un estado de total inconsciencia de la realidad. El estado de embriaguez, por supuesto, es simplemente una ilustración práctica. El estado mental de muchas personas que no han tomado ni una gota de licor es a menudo indistinguible, en los aspectos aquí relevantes, del que acabamos de describir.

Entre estos dos extremos se encuentran los diversos estados de consciencia parcial, que se distinguen unos de otros por lo activamente consciente que esté la mente: cuánto pretende captar en cada situación dada, con qué claridad, y a través de qué tipos de procesos.

«Enfocar» la mente de uno significa elevar el nivel de consciencia de uno. En esencia, consiste en sacudir el letargo mental y decidir utilizar la inteligencia de uno. El estado de estar «enfocado» – totalmente enfocado — significa la decisión de usar la inteligencia de uno totalmente.

En situaciones en las que el conocimiento de uno es adecuado, el tener una consciencia total no requiere ninguna nueva conceptualización; se puede conseguir simplemente con un direccionamiento de la atención. En tales casos, uno está enfocado si no abandona el control de su consciencia: su mente permanece consciente de sí misma y direccionada por sí misma, y él está atento a la posibilidad de que un proceso de cognición pueda ser necesario en cualquier momento. Por ejemplo, puedes estar andando por la calle mirando a la gente y a las tiendas, sin que ninguna cuestión te esté preocupando. Eso entra dentro de un ejemplo de enfoque total si estás llevando a cabo de forma totalmente despierta el propósito mental que te hayas fijado (aunque sea uno muy simple, como mirar el paisaje). Queda calificado como estar enfocado si sabes lo que tu mente está haciendo y por qué, y si estás listo para comenzar un proceso de pensamiento si algún acontecimiento lo hiciese aconsejable. La alternativa es ir caminando atontado, sólo parcialmente despierto, sin fijar ningún propósito consciente, y con poco conocimiento o interés en las acciones de tu mente o en las exigencias de la realidad.

Enfocar no es lo mismo que pensar; no tiene por qué implicar el resolver problemas o el llegar a nuevas conclusiones. Enfocar es el estar listo para pensar, y como tal, es la precondición de pensar. De nuevo, una analogía visual puede ayudar. Así como uno primero debe enfocar sus ojos y luego, si lo desea, puede dirigir su mirada a una tarea cognitiva, por ejemplo a observar metódicamente los objetos que hay en una mesa cercana, así también tiene primero que enfocar su mente y luego, si lo decide, puede dirigir ese enfoque a realizar una tarea de nivel conceptual.

Para cambiar de analogía: la decisión de enfocar, acostumbraba a decir Ayn Rand, es como presionar un interruptor; es comparable a poner en marcha el motor de un vehículo al activar el encendido. (Si uno va a conducir y hacia dónde lo hará son temas posteriores). Este presionar del interruptor consiste en ejercer la propia capacidad mental de uno. Este esfuerzo es un trabajo y se experimenta como tal: no dolor, sino trabajo, en el sentido de un esfuerzo mental básico. Es el esfuerzo requerido para alcanzar y/o mantener una consciencia plena. «Esfuerzo» significa gasto de energía para lograr un propósito.

El ejercicio de tal esfuerzo, según Objetivismo, nunca se vuelve automático. La elección que implica debe ser realizada de nuevo en cada situación y en relación a cada tema con el que una persona trata. La decisión de enfocar en una ocasión no determina que se vaya a hacer en otras ocasiones; en el momento o en el problema siguientes, la mente de uno tiene la capacidad de desenfocarse, de relajar su concentración, de abandonar el propósito y caer en un estado de indefinición y deriva. La mente conserva esta capacidad, sin importar el tiempo que una persona haya practicado la política de buscar la consciencia plena. Enfocar nunca se convierte en un «reflejo» mental; debe ser siempre un acto de voluntad. Esto es inherente en decir que es cuestión de elección. La esencia de una consciencia volitiva es el hecho de que su operación siempre exige el mismo esfuerzo fundamental para ser iniciada, y para ser mantenida a lo largo del tiempo.

La elección de enfocar, he dicho, es la elección primaria del hombre. «Primaria» aquí quiere decir: que es el punto de partida para cualquier otra elección, y que en sí misma es irreducible.

Mientras que un hombre no está enfocado, su maquinaria mental es incapaz de funcionar en el sentido humano: de pensar, juzgar o evaluar. La decisión de «presionar el interruptor», por lo tanto, es la decisión básica, de la cual todas las demás dependen.

Una elección primaria no puede ser explicada por algo más fundamental que ella misma. Por su propia naturaleza, es una causa primaria dentro de una consciencia, no un efecto producido por factores previos. No es un producto de padres o maestros, de anatomía o de condicionamiento, de herencia o de medio ambiente (ver capítulo 6). Y tampoco puede uno explicar la elección de enfocar haciendo referencia a los propios contenidos mentales de esa persona, tal como sus ideas. La elección de activar el nivel conceptual de consciencia debe preceder a cualquier idea; hasta que una persona no es consciente en el sentido humano, su mente no puede llegar a nuevas conclusiones ni siquiera aplicar sus conclusiones anteriores a la situación actual. No puede haber ningún factor intelectual que haga que un hombre decida darse cuenta, o que ni siquiera en parte explique tal decisión: para captar ese factor, él ya debe estar dándose cuenta, debe estar siendo consciente.

Por la misma razón, no puede haber ninguna motivación ni ningún juicio de valor que preceda a la consciencia y que le induzca a un hombre a ser consciente. La decisión de percibir la realidad debe preceder a los juicios de valor. Si no fuera así, los valores no tendrían ninguna base en la cognición de la realidad de uno, y por lo tanto se convertirían en quimeras. Los valores no conducen a la consciencia; la consciencia es la que conduce a los valores.

En resumen, no es válido preguntar: ¿Por qué decidió un hombre enfocar? No existe tal «por qué». Sólo existe el hecho de que él lo decidió: decidió el esfuerzo de ser consciente, o decidió el no-esfuerzo y la inconsciencia. En ese sentido, cada hombre, en cada uno de sus momentos conscientes, es una fuerza motriz primaria.

Esto no quiere decir que las ideas de una persona no puedan tener efectos, positivos o negativos, sobre su estado mental. Si un individuo acepta una filosofía pro-razón, y si decide normalmente estar enfocado, gradualmente adquirirá conocimiento, confianza y un sentido de control intelectual. Eso hará que sea más fácil para él estar enfocado. Después de practicar esa política durante un tiempo, enfocar llegará a parecerle natural, sus procesos de pensamiento ganarán en rapidez y eficiencia, disfrutará de usar su mente y sentirá muy pocas tentaciones de soltar las riendas mentales. Por el contrario, si un individuo acepta una filosofía anti-razón, y si él típicamente permanece desenfocado, se sentirá cada vez más ciego, inseguro y ansioso. Eso hará que la decisión de enfocar sea cada vez más difícil. Después de un tiempo, sentirá que enfocar es una tensión no natural; sus procesos mentales se volverán relativamente torturados e improductivos, y se verá tentado más que nunca a refugiarse en un estado de deriva pasiva.

Esos dos modelos, sin embargo (y todas las mezclas intermedias), son causados por la propia persona. La voluntad humana es lo que produjo cada resultado, y las decisiones contrarias siempre fueron posibles. El primer tipo de hombre sigue teniendo que presionar el interruptor la próxima vez, lo cual le supone esfuerzo. El segundo sigue teniendo la capacidad de enfocar, mientras siga cuerdo. Sigue teniendo la capacidad de salir, de forma gradual (y dolorosa), de su caos interior, y de establecer una mejor relación con la realidad.

El hombre más consciente, aunque pueda tener una mayor inclinación a usar su mente, sigue teniendo el poder de decidir parar de pensar. La mentalidad más anti-esfuerzo, pese a todos sus miedos y aversiones, retiene el poder de renunciar irse a la deriva y de favorecer el propósito.

Hasta ahora hemos visto dos opciones básicas: activar el mecanismo mental o dejarlo pasivo y estancado. Hay una tercera posibilidad, la aberración de evadir.

“Evadir”, en palabras de Ayn Rand, es

«el acto de dejar la mente en blanco, la suspensión deliberada de la propia consciencia, el negarse a pensar: no ceguera, sino rehusar ver; no ignorancia, sino rehusar conocer. Es el acto de desenfocar tu mente e inducir una niebla interna para escapar la responsabilidad de juzgar, en la premisa implícita de que una cosa no existirá simplemente si te niegas a identificarla, que A no será A mientras tú no pronuncies el veredicto “Existe”.» 11

El hombre que entra y sale de un estado desenfocado evita esfuerzo y propósito mental. Él no hace el esfuerzo de ver, conectar, o entender; es una política que se aplica a todo su contenido mental en ese momento. La evasión, en contraste, es un proceso activo dirigido a un contenido específico. Quien evade sí está haciendo un esfuerzo; él deliberadamente dirige su atención lejos de un hecho concreto. Hace un esfuerzo para no verlo; si no puede hacerlo desaparecer completamente, hace el esfuerzo de no dejar que parezca totalmente real para él. Quien está a la deriva no integra su contenido mental; quien evade lo desintegra, esforzándose por desconectar un objeto específico de todo aquello que le daría claridad o significado dentro de su propia mente. En el primer caso, el individuo está sumergido en niebla por defecto; prefiere no elevar su nivel de consciencia. En el segundo caso, el individuo gasta energía para crear una niebla; está reduciendo su nivel de consciencia.

A pesar de sus diferencias, estos dos estados de consciencia están estrechamente relacionados. Si el que está a la deriva en una situación dada capta de alguna forma (débilmente o claramente) la necesidad de iniciar un proceso de pensamiento, pero rehúsa hacerlo, esa negativa implica una evasión (está evadiendo el hecho de que pensar es necesario). Estar desenfocado, por consiguiente, no significa de por sí que uno ha evadido; pero estar desenfocado en situaciones en las que uno debe tomar decisiones o actuar de una cierta forma sí lo implica (implica una evasión de la necesidad que uno tiene de ser consciente en decisión y en acción). La evasión habitual es, por lo tanto, lo que sustenta un estado de desenfoque crónico, y viceversa: la política de desenfoque crónico genera una gran ansiedad, que hace que las exigencias de la vida en la realidad parezcan amenazantes; de esa forma una serie de evasiones empiezan a parecerle tentadoras como escape.

Para un evasor, una emoción de cualquier tipo es más importante que la verdad. Un hombre encuentra que cierto hecho o proceder le es desagradable, ofensivo, o le genera culpa. Aunque la realidad sea exactamente lo contrario, él no quiere que ese hecho sea real o que ese proceder sea necesario; así que decide evadir los datos que le ofenden. O cierta idea o política le causa placer, tranquilidad o alivio a un hombre, y quiere creer en ella o practicarla, aun sabiendo que la realidad está en contra suya en ese tema, así que decide evadir lo que sabe. Ambos hombres, en palabras de Ayn Rand, colocan el «quiero» por encima del «es». 12 Un ejemplo sería un individuo que sabe que su adicción a las drogas lo está matando, quiere consentir en ellas aunque no quiere morir, y resuelve el problema cediendo a ellas ciegamente, tranquilamente evadiendo las consecuencias.

A diferencia de la elección básica de estar enfocado o desenfocado, la elección de evadir un contenido específico es motivada, y su motivo es el sentimiento específico que quien evade sobrepone a la realidad. Pero tal sentimiento es sólo una precondición, no una causa o una explicación; la decisión de capitular ante él es irreducible. Sean cuales sean sus emociones, un hombre cuerdo mantiene el poder de enfrentar los hechos. Si una emoción es abrumadora, él mantiene el poder de reconocer ese hecho, y de aplazar la cognición hasta conseguir un estado de ánimo más calmado. De la misma forma que el hombre tiene la capacidad de poner sus emociones por encima de los hechos, también tiene la capacidad de no hacerlo, de permanecer orientado a la realidad por un acto de voluntad, a pesar de cualquier tentación a hacer lo contrario. Esto, también, es un aspecto de la voluntad que está implícito en la elección primaria: enfocar o no. Las palabras «o no» incluyen tanto a quien se deja llevar pasivamente como a quien evade activamente.

El proceso de evasión, como veremos, es profundamente destructivo. Epistemológicamente, invalida el proceso mental. Moralmente, es la esencia del mal. Según Objetivismo, evadir es el vicio subyacente a todos los otros vicios. En la actualidad, es lo que está llevando al mundo al colapso.

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 2 [2-5]

  1.   See ibid., p. 29.
  2.   Atlas Shrugged, p. 939.
  3.   Ibid., p. 944.
  4.   See ibid., pp. 961-62.

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Ayn Rand

*Contexto* es la totalidad de la cual una mente es consciente o conoce, en cualquier nivel de su desarrollo cognitivo; significa «la totalidad de los elementos cognitivos que condicionan un elemento específico de conocimiento».

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