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Las acciones humanas — mentales y físicas — como a la vez causadas y libres — OPAR [2-6]

Capítulo 2 – Percepción sensorial y voluntad
Las acciones humanas — mentales y físicas — como a la vez causadas y libres  [2-6]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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La decisión de enfocar o no es la opción primaria del hombre, pero no es su única opción. La vida consciente del hombre implica una selección constante entre diferentes alternativas. Aparte de sus respuestas involuntarias (como los reflejos corporales), todas las acciones humanas, tanto mentales como físicas, son elegidas por el actor. El hombre que está completamente desenfocado ha abdicado de su poder de elección; no es capaz de nada, excepto de reaccionar pasivamente a estímulos. En la medida en que un hombre está enfocado, sin embargo, el mundo con todas sus posibilidades queda abierto para él. Ese hombre debe decidir qué hacer con su consciencia. Debe decidir a qué objetivo intelectual o existencial direccionarla, y a través de qué medios conseguir ese objetivo.

Ilustraré la profusión de elecciones humanas en primer lugar en el ámbito mental. Supongamos que, habiendo decidido estar enfocado, decides resolver algún problema emprendiendo un proceso de pensamiento. (El mismo esquema de elección constante se aplicaría a cualquier proceso mental deliberado).

Para empezar, tienes que elegir el problema. La realidad no te impone una decisión sobre este asunto. Puedes saber que una determinada cuestión es esencial para tu vida y tus valores, pero sigues pudiendo optar por no ocuparte de ella ahora… o tal vez nunca. O varias cuestiones compitiendo entre sí pueden parecer todas importantes, incluso entrelazadas; pero ninguna se colocará como tu objetivo, sin que tú lo decidas así. En qué vas a pensar dependerá de tu decisión.

Una vez seleccionada una cuestión, entonces tendrás que decidir (por lo general en etapas) el método de abordarla. Debes decidir las cuestiones secundarias que te vas a plantear y los actos cognitivos que vas a realizar al intentar responderlas. Al principio, por ejemplo, puedes tener una fugaz sensación de que ciertos concretos relevantes tienen algo en común. ¿Vas a concentrarte en las similitudes que vagamente percibes y harás el esfuerzo por llegar a abstraerlas de forma explícita? ¿O decidirás que es demasiado trabajo, o que enfocarlo todo desde otro ángulo parece más prometedor? En este último caso, ¿cuál? Y, ¿cuándo volverás a ocuparte de esos concretos? y ¿vale la pena volver a hacerlo? Los propios concretos no decidirán tales asuntos; las decisiones tienes que tomarlas tú.

Si de pronto te das cuenta que estás usando conceptos que se superponen de forma confusa, o formulaciones que chocan entre sí, ¿vas a detenerte para distinguirlos o reconciliarlos? La necesidad de realizar esos procesos no te obligará a ejecutarlos; tú tienes que decidir qué hacer con tu capacidad de atención. Si un pensamiento te está sugiriendo vagamente un argumento que escuchaste una vez y que te parece relevante, pero no te viene a la mente de inmediato, ¿harás un esfuerzo hasta conseguir recordarlo? Dado que no vuelve de forma automática, tendrás que trabajar para hacerlo volver – si eso es lo que quieres. Si te quedas bloqueado mientras piensas, ¿qué vas a hacer a continuación? ¿Intentar otra forma de abordar el problema? ¿Desandar tus pasos en busca de un error? ¿Cambiar de asunto? ¿Descansar un rato y luego intentarlo de nuevo? ¿Abandonar?

Lo anterior simplemente ilustra el proceso de forma esquemática. Un proceso de pensamiento real, aunque sea sobre un tema relativamente simple, puede implicar centenares de aspectos, complejidades y subprocesos. Hay innumerables posibilidades confrontando al pensador, así que no puede funcionar en absoluto, excepto con muchos actos de elección. La elección básica es la elección de estar enfocado. Esa es la decisión de poner el esfuerzo necesario para captar la realidad. Pero esa decisión le deja a uno con incontables opciones en cuanto a qué captar específicamente, y cómo hacerlo. Por eso los procesos mentales de hombres diferentes, aunque comiencen con la misma información y haciéndose la misma pregunta, pueden acabar siendo completamente diferentes.

El pensamiento es una actividad volitiva. Los pasos que recorre no les son impuestos al hombre ni por su naturaleza ni por la realidad externa; son elegidos. Algunas elecciones son obviamente mejores – producen más éxitos cognitivos – que otras. El punto es que, sea correcta o no, la dirección tomada es cuestión de elección, no de necesidad.

Las opciones existentes cuando se realiza un proceso de pensamiento son diferentes, en un sentido importante, de la elección primaria. Esas decisiones “de mayor nivel” (como podemos llamarlas) no son irreducibles. En su caso es legítimo preguntarse, tanto en lo que respecta a su objetivo como a los medios: ¿por qué decidió el individuo de la forma como lo hizo? ¿Cuál fue la causa de su decisión? A menudo, la causa comprende varios factores, incluyendo los valores y los intereses del individuo, su conocimiento sobre un tema determinado, la nueva evidencia que tenga a su disposición, y su conocimiento de los métodos correctos de pensar.

El principio de causalidad no se aplica a la consciencia, sin embargo, de la misma forma que se aplica a la materia. En lo que respecta a la materia, no hay ninguna cuestión de elección; ser causado es ser necesitado. Pero en lo que respecta a las acciones (de mayor nivel) de una consciencia volitiva, sin embargo, «ser causado” no significa “ser necesitado”.

Un antiguo dilema filosófico dice que si las acciones del hombre, sean físicas o mentales, no tienen causas, entonces el hombre está loco, es un lunático o un monstruo actuando sin razones (este punto de vista anti-causal es conocido como «indeterminismo»). Pero, continúa el dilema, si las acciones del hombre tienen causas, entonces las acciones no son libres; son necesarias debido a factores anteriores (este es el punto de vista determinista). Por lo tanto, el hombre o está loco o está determinado.

Objetivismo considera este dilema una falsa alternativa. Las acciones del hombre tienen causas; él elige una línea de conducta por alguna razón, pero eso no convierte a esa conducta en determinada o a la elección en irreal. No, porque el propio hombre decide cuáles han de ser las razones que lo rigen. El hombre elige las causas que le dan forma a sus acciones.

Decir que una elección de mayor nivel fue causada equivale a decir: había una razón para hacer esa elección, pero otras razones eran posibles, dadas las circunstancias, y el propio individuo hizo la selección entre ellas.

Los factores que moldean un proceso de pensamiento, para continuar con nuestro ejemplo, no funcionan automáticamente. El conocimiento previo de un hombre, como he dicho, es una posible influencia. Tal conocimiento, sin embargo, no se aplica él mismo automáticamente a cada nuevo tema que el hombre considera. Si el hombre relaja sus riendas mentales y espera pasivamente a que la inspiración le llegue, sus conclusiones anteriores, por muy relevantes que sean, no van necesariamente a plantárseles delante de su cara. Por el contrario, el hombre que de esa forma se convierte en interiormente descuidado puede conocer perfectamente bien un cierto tema, y sin embargo llegar a una conclusión que es claramente contradictoria. La contradicción se le escapa porque no está prestando atención totalmente, no está haciendo el esfuerzo de integrar todos los datos pertinentes, no está rigiéndose por un compromiso serio de captar la verdad. Como resultado, su propio conocimiento se vuelve ineficaz, mientras sus procesos mentales son movidos por factores como emociones o asociaciones al azar. 13

El mismo principio se aplica a los demás factores que moldean el pensamiento de un hombre. La nueva evidencia disponible es un factor, si un hombre decide buscar esa evidencia. Su conocimiento de los métodos correctos de pensar es un factor, si supervisa sus procesos mentales y trata de hacer uso de ese conocimiento. Sus valores y sus intereses son un factor, si él está alerta para entender cómo aplicarlos a una nueva situación. Pero si (como es posible) una persona decide que todo esto es demasiado trabajo, o si le desagrada alguna parte de la evidencia o alguno de los métodos necesarios, y empieza a evadir, entonces los factores antes mencionados no moldearán su actividad mental. En vez de eso, por elección suya, serán causalmente impotentes.

El poder de elección de un hombre en un proceso de pensamiento consiste en mantener el vínculo entre su mente y la realidad, o en no hacerlo. Eso significa: concentrarse en una cuestión, en todo lo que sabe que es relevante a ella, y mantener ese contenido claro y operativo por medio de enfocar su completa atención, de forma continua y concienzuda. . . o dejar que algunos o todos los datos se conviertan en niebla, dejar que el conocimiento anterior se desvanezca, que la nueva evidencia se vuelva borrosa, que las normas metodológicas se relajen, y después derivar hacia conclusiones sin fundamento a merced de material arbitrario provisto por su subconsciente.

Si un hombre elige estar orientado a la realidad, entonces las decisiones de mayor nivel que haga estarán moldeadas por factores causales relevantes a un proceso de cognición. Si decide no orientarse a la realidad, entonces el flujo de su contenido mental estará formado por un tipo de causa diferente. En ambos casos, habrá una razón que explique los pasos de su curso mental. Pero eso no implica determinismo, porque la esencia de su libertad continúa inviolable. Esa esencia radica en la cuestión: ¿Qué tipo de razón mueve a un hombre? ¿Ha escogido la orientación a la realidad o su opuesto? ¿Ha mantenido un enfoque total o una ceguera auto-impuesta?

Esa es la elección – en cada momento y en cada cuestión – que controla todas las decisiones y las futuras elecciones y acciones de cada uno.

El mismo principio se aplica al ámbito de la acción física. Al igual que los procesos mentales, las acciones existenciales del hombre, asimismo, tienen causas. Así como uno no puede realizar un proceso de pensamiento sin una razón, uno no puede realizar una acción en la realidad sin una razón. En general, la causa de la acción es lo que un hombre piensa, incluyendo tanto sus juicios de valor como su conocimiento de hecho y sus creencias. Estas ideas definen las metas de la acción del hombre y los medios para llegar a ellas. (La relación entre pensamiento y emoción se analiza en el capítulo 5).

Nuevamente, sin embargo, igual que ocurre con los procesos de consciencia, causa y efecto no niegan la realidad de la elección. Las acciones del hombre reflejan el contenido de su mente, pero ellas no surgen a partir de un contenido específico de forma automática o sin esfuerzo. Por el contrario, acción implica elección continua, incluso después de que uno haya formado un conjunto completo de contenido mental y de juicios de valor.

En lo que respecta a la acción, la elección de un hombre – una elección que debe hacer en cada cuestión – es: actuar de acuerdo con sus valores, o no.

Actuar de acuerdo con los valores de uno (en el sentido relevante aquí) es una responsabilidad compleja. Requiere que uno sepa qué está haciendo y por qué. Él tiene que asumir la disciplina de tener un propósito y un curso de largo alcance, escogiendo un objetivo, y luego intentar alcanzarlo en un plazo de tiempo, aunque encuentre obstáculos y/o distracciones. Requiere que uno tenga en cuenta la jerarquía – la importancia relativa – de sus valores. Esto significa: tener en cuenta el hecho de que algunos de sus valores son primarios o de urgencia inmediata, mientras que otros son subordinados o menos imperativos, y determinar de acuerdo con ello el tiempo y el esfuerzo que habrá que dedicar a conseguir un objetivo específico. De esa forma, él integra la actividad del momento dentro del contexto total de sus otras metas, ponderando cursos alternativos y haciendo la selección necesaria. Y exige que uno escoja los medios para alcanzar sus fines de forma consciente, haciendo uso pleno del conocimiento disponible. Todo eso está implícito en “actuar de acuerdo con los propios valores de uno”. Y todo eso es precisamente lo que no es automático.

Un hombre puede aceptar un conjunto de valores, pero traicionarlos en acción. Puede activamente evadir los pasos que serían necesarios para lograr esos valores, o puede simplemente faltarle a la responsabilidad necesaria. Puede decidir vivir y actuar desenfocado, abandonar la disciplina de tener un propósito, ignorar la jerarquía, despreciar el conocimiento, y rendirse al capricho del momento. Este tipo de hombre se deja ir a la deriva durante un día o una vida, siendo empujado por factores aleatorios como impulsos repentinos, temores no admitidos, o presiones sociales inoportunas. Los giros que dan las acciones de un hombre así también tienen causas que yacen en su contenido mental. Lo que le mueve, sin embargo, no es el contexto total de su conocimiento y de sus valores, sino trozos fortuitos de contenido; la causa de sus acciones es un flujo desintegrado de ideas y juicios de valor que él permite que sean decisivos fuera de contexto, sin identificación ni propósito. Como el vagabundo mental, el vagabundo físico, de la misma forma, se pone en manos de su subconsciente, abdicando de su poder de decisión consciente. El resultado es que se convierte en la marioneta de la teoría de los deterministas, colgando de hilos que él no conoce ni controla. Pero el hecho permanece de que él eligió ese estado.

En el ámbito de la acción física, la opción del hombre es doble. Primero debe decidir, a través de un proceso de pensamiento (o de no pensamiento), las ideas y los valores que constituirán el contenido de su mente. Luego debe decidir actuar basado en esas ideas y valores, a fin de mantenerlos operativos como guía en medio de todas las vicisitudes de la vida diaria. Debe decidir qué pensar, y luego decidir practicar lo que predica.

La similitud entre el ámbito físico y el mental está clara. Tanto en acción como en pensamiento, cada paso que da un hombre tiene una causa que lo explica. La noción indeterminista de que libertad significa dar bandazos ciegos y sin sentido – lo que se conoce como un «viraje epicúreo” – no tiene ninguna justificación. Pero eso tampoco implica determinismo. En cuanto a la acción, además, el hombre es una entidad soberana, un motor propio. Su libertad inviolable radica en la cuestión: ¿Qué tipo de causa lo mueve, un objetivo a largo plazo o impulsos instantáneos fuera de contexto? Una vez más, lo que subyace tal alternativa es una única elección básica: ser consciente o no.

Hay una cuestión adicional que hemos de considerar antes de hablar de la validación de la voluntad. ¿Cómo se aplica la ley de causalidad a la elección primaria propiamente dicha? Puesto que uno no puede demandar la causa de la decisión de un hombre a enfocar, ¿se deduce de eso que, a este nivel, hay un conflicto entre libertad y causalidad?

Incluso en lo que respecta a la opción primaria, Ayn Rand responde, la ley de causalidad opera sin excepciones. La forma que tiene de operar, sin embargo, en ciertos aspectos es única.

La ley de causalidad afirma que hay una conexión necesaria entre las entidades y sus acciones. No especifica, sin embargo, ningún tipo concreto de entidad o de acción. La ley de causalidad no dice que sólo pueden existir relaciones mecánicas, del tipo que ocurre cuando una bola de billar golpea a otra; esa es una forma muy común de causalidad, pero no abarca todas las posibilidades. Igualmente, la ley de causalidad no dice que sólo las decisiones derivadas de ideas y valores son posibles; esto, también, es meramente una forma de causalidad; es común, pero no es universal dentro del ámbito de la consciencia. La ley de causalidad no hace un inventario del universo; no nos dice qué tipos de entidades o de acciones son posibles. Nos dice solamente que sean las entidades las que sean, actúan de acuerdo con su naturaleza, y que sean las acciones las que sean, son realizadas y determinadas por la entidad que actúa.

La ley de causalidad por sí misma, por lo tanto, no afirma ni niega la realidad de una decisión irreducible. Sólo dice esto: si tal elección de hecho existe, entonces ella, también, como una forma de acción, es realizada y necesitada por una entidad de una naturaleza específica.

El contenido de la decisión de uno siempre pudo haber ido en la dirección opuesta; la decisión de enfocar pudo haber sido la decisión de no enfocar, y viceversa. Pero la acción misma, el hecho de decidir, como tal, en una dirección o en otra, es inevitable. Dado que el hombre es una entidad de un cierto tipo, dado que su cerebro y su consciencia poseen un identidad específica, él debe actuar de una cierta forma. Debe constantemente decidir entre enfocar y no enfocar. Dado un cierto tipo de causa, en otras palabras, un cierto tipo de efecto debe resultar. Esto no es una violación de la ley de causalidad, sino una concretización de la misma.

En el nivel primario, para resumir, el hombre decide activar su consciencia o no activarla; esta es la primera causa de una larga cadena, y la inevitabilidad de tal elección expresa su naturaleza esencial. Luego, en base a eso, él forma el contenido mental y selecciona las razones que gobernarán todas sus otras opciones. No hay nada en la ley de causalidad que ponga en duda tal descripción.

Si el hombre tiene libre albedrío, sus acciones son libres y causadas al mismo tiempo – incluso, entendido correctamente, en el propio nivel primario.

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 2 [2-6]

  1.   An item of knowledge, though initially acquired by a volitional  process, often becomes automatized. The full use of this knowledge within a process of new cognition involves mental work, however, and is not automatic.

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