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Las cualidades sensoriales como reales — OPAR [2-2]

Capítulo 2 – Percepción sensorial y voluntad
Las cualidades sensoriales como reales [2-2]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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Consideremos ahora una cuestión adicional referente a la forma y a la validez de los sentidos: el estado metafísico de las propias cualidades sensoriales.

Dado que los objetos que percibimos tienen una naturaleza independiente de nosotros, debe ser posible distinguir entre forma y objeto; entre los aspectos del mundo percibido que se derivan de nuestra forma de percepción (como colores, sonidos, olores) y los aspectos que pertenecen a la propia realidad metafísica, aparte de nosotros. ¿Cuál es, entonces, el estado de los aspectos formales? Si no están «en el objeto», se pregunta a menudo, ¿se deduce de eso que están meramente en «la mente» y que por lo tanto son subjetivos e irreales? Si es así, concluyen muchos filósofos, entonces los sentidos deben ser condenados por impostores: porque el mundo de objetos coloridos, sonoros y que emiten olores que ellos revelan es ciertamente diferente a la realidad actual. Este es el problema, muy común en cursos de introducción a la filosofía, de las denominadas «dos mesas»: la mesa de la vida diaria, que es marrón, rectangular, sólida e inmóvil; y la mesa de la ciencia, que según dicen, es un espacio en su mayoría vacío, habitado por partículas incoloras y aceleradas, y/o por cargas , rayos, ondas, o lo que sea.

La respuesta de Ayn Rand es: nosotros podemos diferenciar forma de objeto, pero eso no implica subjetividad en la forma, o que los sentidos no sean válidos.

La tarea de identificar la naturaleza de los objetos físicos como son – aparte de la forma como el hombre los percibe – no pertenece a la filosofía, sino a la física. No existe un método filosófico para descubrir los atributos fundamentales de la materia; sólo existe el método científico de la observación especializada, la experimentación y la inferencia inductiva. Sean lo que resulten ser esos atributos, sin embargo, ellos no tienen ninguna importancia filosófica, ni con relación a la metafísica ni con relación a la epistemología. Veamos por qué, suponiendo por un momento que la física un día alcance su cima y logre la omnisciencia sobre la materia.

En ese momento, los científicos conocen los ingredientes más elementales del universo, los bloques de construcción irreducibles que al combinarse dan forma a objetos físicos, independientemente de cualquier relación con la forma que tenga el hombre al ser consciente de ellos. Lo que puedan ser esos ingredientes, no pretendo saberlo. Por argumentar de alguna forma, hagamos la suposición extravagante de que son radicalmente diferentes de cualquier cosa que los hombres conocen hoy; llamémoslos «pompas de meta-energía», un término deliberadamente indefinido. En esta fase de la cognición, los científicos han descubierto que el mundo material como es percibido por los hombres, el mundo de objetos tridimensionales que poseen color, textura, tamaño y forma no es algo primario, sino sólo un efecto, un efecto de combinaciones diversas de pompas que actúan sobre los medios de percepción de los hombres.

¿Qué probaría ese tipo de descubrimiento, filosóficamente? Ayn Rand sostiene que no probaría nada.

Si todo está hecho de pompas de meta-energía, entonces también lo están los seres humanos y sus componentes, incluyendo sus órganos sensoriales, sistemas nerviosos y cerebros. El proceso de percepción sensorial, según esto, implicaría cierta relación entre las pompas: consistiría en una interacción entre las que conforman las entidades externas y las que conforman el aparato de percepción y el cerebro de los seres humanos. El resultado de esa interacción sería el mundo material como lo percibimos, con todos sus objetos y sus cualidades, de hombres a mosquitos a estrellas y a plumas.

Incluso bajo esta hipótesis, tales objetos y cualidades no serían producto de la consciencia. Su existencia sería un hecho metafísicamente dado; sería una consecuencia de ciertas interacciones entre pompas que estaría fuera del poder del hombre de crear o destruir. Las cosas que percibimos, según esta teoría no serían primarias, pero serían, sin ninguna duda, ciertamente reales.

Una cosa no puede ser condenada como irreal en base a que es «sólo un efecto», al que se le puede dar una explicación más profunda. Uno no subvierte la realidad de algo al explicarla. Uno no hace que las cualidades o los objetos se vuelvan subjetivos al identificar sus causas subyacentes. Uno no desgaja el mundo material que percibimos de la realidad cuando uno muestra que ciertos elementos de la realidad son los que lo producen. Al contrario: si un existente es un efecto de las pompas en ciertas combinaciones, por ese mero hecho debe ser real, un producto real de los ingredientes que componen la realidad. La consciencia del hombre no creó los ingredientes, según esta hipótesis, ni la necesidad de que interactuaran entre sí, ni el resultado: los objetos sólidos tridimensionales que percibimos. Si los elementos de la realidad se combinan inevitablemente entre ellos para producir tales objetos, entonces esos objetos tienen un fundamento metafísico irrebatible: por la naturaleza de su génesis, son inherentes en la esencia de la existencia, y la expresan.

Tales objetos, además, tendrían que ser descubiertos por cualquiera que quisiera conocer la naturaleza completa del universo. Si de alguna manera, como pasa con los átomos ficticios de nuestro ejemplo, un hombre fuese capaz de captar directamente las pompas, él también tendría que descubrir el hecho de que entre sus atributos se encuentra la posibilidad, en combinaciones apropiadas, de generar un mundo de objetos sólidos, con las cualidades de color, textura, tamaño, forma y demás. Quien conociera las pompas pero no esa potencialidad de ellas no conocería un aspecto de la realidad que nosotros sí que conocemos ya.

La tradición dominante entre los filósofos ha definido sólo dos posibilidades respecto a las cualidades sensoriales: o están en «el objeto» o están «en la mente». La primera se entiende como que incluye cualidades que son independientes de los medios de percepción del hombre; la segunda se entiende como «subjetiva y/o irreal». Ayn Rand considera que esta alternativa es incorrecta . Una cualidad que deriva de la interacción entre objetos externos y el aparato perceptivo del hombre no pertenece a ninguna de esas categorías. Tal cualidad – por ejemplo, el color – no es un sueño o una alucinación; no está “en la mente», independiente del objeto; es la forma por la cual el hombre capta el objeto. Y tampoco está esa cualidad “en el objeto», independiente del hombre; es la forma que tiene el hombre de captar el objeto. Por definición, una forma de percepción no puede ser forzada en ninguna de las dos categorías. Dado que es el producto de la interacción (en términos de Platón, de un «matrimonio») entre dos entidades, objetos y aparatos sensoriales, no puede ser identificada exclusivamente con ninguno de ellos. Tales productos introducen una tercera alternativa: no es el objeto solo ni el perceptor solo, sino los objetos-como-son percibidos.

En un sentido más profundo, sin embargo, tales productos están “en el objeto». Lo están, no como algo primario, independiente de los órganos sensoriales del hombre, sino como inexorables efectos de algo primario. La consciencia, de nuevo, es una facultad de darse cuenta; como tal, no crea su contenido ni siquiera las formas sensoriales por las que se da cuenta de ese contenido. Esas formas en cualquier caso están determinadas por la dotación física del perceptor al interactuar con entidades externas de acuerdo con la ley de causalidad. La fuente de la forma sensorial por lo tanto no es la consciencia, sino un hecho existencial independiente de la consciencia; es decir, la fuente es la naturaleza metafísica de la propia realidad. En este sentido, todo lo que percibimos, incluyendo aquellas cualidades que dependen de los órganos físicos del hombre, están “allá afuera». 3

Quienes condenan a los sentidos como siendo engañosos en base a que las cualidades sensoriales son meramente efectos sobre los hombres, son culpables de reescribir la realidad. Su punto de vista equivale a un ultimátum que le presentan al universo: «Exijo que los sentidos me den, no efectos, sino primarias irreducibles. Así es cómo yo habría creado la realidad”. Como en todos los casos de esta falacia, tal demanda ignora el hecho de que lo que es metafísicamente dado es un absoluto. La percepción es necesariamente un proceso de interacción: no hay forma de percibir un objeto que no actúe de algún modo sobre el cuerpo de uno. Las cualidades sensoriales, por lo tanto, deben ser efectos. Rechazar los sentidos por esta razón es rechazarlos por existir, al mismo tiempo que quien los rechaza anhela una fantasía, una forma de percepción que por lógica no es ni siquiera imaginable.

Quienes condenan a los sentidos en base a que las cualidades sensoriales “son diferentes de” las primarias que las producen (la noción de las «dos mesas») son culpables de la misma falacia. Ellos, asimismo, exigen que las primarias les sean dadas al hombre de forma «pura», es decir, sin ninguna forma sensorial. La noción de percepción detrás de este tipo de exigencia es la «teoría del espejo». La teoría del espejo sostiene que la consciencia actúa, o debería actuar, como un espejo luminoso (o una sustancia diáfana), reproduciendo fielmente las entidades externas en su propio mundo interior, libre de mancha por cualquier contribución de sus órganos de percepción. Eso representa el querer reescribir la naturaleza de la consciencia. La consciencia no es un espejo ni un material transparente ni ningún tipo de medio etéreo. Ella no puede ser explicada por una analogía a tales objetos físicos; como hemos visto, el concepto es axiomático y la facultad es sui generis. La consciencia no es una facultad de reproducción, sino de percepción. Su función no es crear para luego estudiar un mundo interior que reproduce el mundo exterior. Su función consiste en directamente mirar hacia afuera, percibir lo que existe; y hacerlo a través de ciertos medios específicos.

En cuanto a la afirmación de que las partículas aceleradas, las pompas, o sea lo que sea que constituye las mesas no se “parece” con ninguna de las pacíficas cosas marrones sobre las cuales comemos diariamente, eso es exactamente lo contrario a la verdad. “Parece» significa «le parece a nuestro sentido de la vista «. Las cosas marrones son exactamente lo que las pompas «parecen». No hay «dos mesas». Las cosas marrones son una combinación específica de los ingredientes primarios de la realidad; son esos ingredientes tal y como son percibidos por el hombre.

Podemos conocer el contenido de la realidad «pura», aparte de la forma de percepción del hombre; pero sólo podemos hacer eso si abstraemos a partir de la forma de percepción del hombre: solamente si empezamos con datos sensoriales y luego realizamos un complejo proceso científico. Exigir que los sentidos nos den ese contenido «puro» es reescribir la función de los sentidos y de la mente. Es exigir una descarada contradicción: exigir una imagen sensorial que no tenga ninguna marca de su carácter sensorial, o un percepto [un objeto de percepción] de algo que, por su naturaleza, es el objeto exclusivo de un concepto.

Aunque la teoría de la percepción de Ayn Rand ha sido llamada a veces un «realismo ingenuo», ese término no se aplica. Realismo ingenuo es una forma arcaica de la teoría del espejo; afirma que los sentidos nos dan el contenido de la realidad «pura». Los sentidos, dicen los realistas ingenuos, son válidos porque las cualidades sensoriales existen en los objetos independientemente de los medios de percepción del hombre, los cuales – desafiando toda evidencia – se supone que no contribuyen nada a nuestras experiencias.

La intención del realismo ingenuo, que es defender la validez incondicional de los sentidos, es correcta. Pero el contenido de la teoría, incapaz de lidiar con el tema de la forma sensorial, fracasa al implementar su intención, y simplemente imita a las cohortes anti-sentidos.

Una vez más, el único nombre preciso para el punto de vista Objetivista es «Objetivismo».

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Sigue leyendo
La consciencia como poseyendo identidad — OPAR [2-3]

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 2 [2-2]

3.  See Introduction to Objectivist Epistemology,Appendix, pp. 279-82. Ayn Rand accordingly rejects the primary-secondary quality distinction, along with the Cartesian contention that the essence of matter is spatiality or extension. Leaving aside its other problems, this latter theory is at best premature: the primary attributes of matter cannot be identified as such until physics reaches its culmination. As long as there is a further stage of physical knowledge still to come, there is no way to establish that a given physical attribute is irreducible.

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