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El conocimiento como contextual — OPAR [4-3]

Capítulo 4- Objetividad

El conocimiento como contextual [4-3]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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* * *

Iniciaré este tema con un ejemplo típico, aludiendo a una falacia muy conocida: repetir fuera de contexto lo que ha dicho una persona. Significa citar algunas de sus declaraciones mientras se ignoran otras declaraciones que constituyen su contorno y determinan su interpretación correcta. Con esa técnica, uno puede hacer que cualquiera parezca estar a favor de prácticamente cualquier idea. Citar de esa forma es algo falaz, porque los hombres no escriben o hablan en un vacío; no emiten un flujo de frases desconectadas, donde cualquiera de ellas puede sostenerse independientemente del resto. Para comunicar un punto de vista, un hombre debe decir muchas cosas separadas, cada una dependiendo de las demás, y su punto de vista sólo puede ser comprendido cuando el que escucha capta la relación entre las cosas y de esa forma capta la totalidad. Para interpretar cualquier observación aislada, por lo tanto, uno tiene que saber: ¿Qué más dijo (o presupuso) ese hombre, que condicione su afirmación? ¿Cuál fue el marco de fondo? ¿Cuál es el contexto?

La necesidad de mantener el contexto no está restringida al uso de citas. He aquí un tipo de ejemplo diferente, relacionado con el uso correcto de los conceptos.

Los conceptos son una forma relacional de conocimiento. Cuando formamos un concepto, agrupamos objetos en base a similitudes, similitudes que sólo podemos detectar al relacionarlas con un marco de fondo de entidades con las cuales las contrastamos. Dos mesas, percibidas como objetos separados, son simplemente diferentes. Para comprender su similitud, debemos verlas en relación a, digamos, sillas; sólo entonces emergen como similares, similares en su forma, en contraposición a la forma de las sillas.

En otras palabras, los conceptos se forman en un contexto: al relacionar ciertos concretos con un grupo de entidades con las que los contrastamos. Ese conjunto de relaciones, que constituye el contexto del concepto, es lo que determina su significado. 11

Así como una expresión puede ser usada fuera de contexto, también puede serlo un concepto. El resultado es peor que una frase engañosa; es una palabra disociada de la realidad.

Aquí tenemos un ejemplo de la vida real, tomado de Una teoría de la justicia, el conocido libro del filósofo de Harvard, John Rawls. 12 “Es perfectamente justo”, sostiene Rawls, “que la sociedad sacrifique a los hombres de inteligencia y capacidad creativa – para aprovechar sus productos y redistribuirlos entre los perdedores del mundo – porque”, dice, “nadie trabajó para conseguir su propia materia gris; nadie se ganó su cerebro, que es un mero regalo de la naturaleza”.

Esta monstruosa teoría ignora el contexto del concepto «ganar». Ese concepto se formó inicialmente para distinguir entre dos grupos de concretos. Se formó para identificar a los hombres que, habiendo nacido con un cerebro sano, deciden en su debido momento usarlo y satisfacer sus deseos por su propio esfuerzo (ellos «ganan» lo que obtienen), frente a los hombres que, aun en muchos casos habiendo nacido con un cerebro igualmente sano, se estancan mentalmente y luego viven como parásitos del esfuerzo de los demás. Para esa distinción existe una enorme evidencia en la realidad; no hay ninguna evidencia para la supuesta diferencia entre los hombres que «trabajan para lograr” su cerebro y los que no. No hay tal cosa como «trabajar para lograr el cerebro de uno». ¿Quién trabaja, y por qué medios? Si este tipo de acción estuviese incluida en el concepto «ganar», no sería un concepto válido en absoluto, sino una fantasía. La falta de lógica de Rawls es evidente. Él toma un concepto creado para organizar un determinado campo de concretos, y luego tira por la borda el campo y aplica el término – como si se tratara de una entidad autosuficiente y sin relación con nada – a una situación en la cual no tiene aplicación. El resultado es la destrucción del concepto, su disociación de la realidad.

Después de dar un ejemplo secundario y uno principal (el uso de citas y de conceptos), ahora voy a establecer en los términos más amplios el principio epistemológico que ilustran. El conocimiento humano en todos los niveles es relacional. Es una organización de elementos, cada uno de ellos relevante al resto e influenciándolos. El conocimiento no es una yuxtaposición de elementos independientes; es una unidad. No es un montón de átomos de consciencia autosuficientes, cada uno de los cuales puede existir o ser tratado separado del resto. Al contrario, el conocimiento en cada etapa es una totalidad, una suma, un todo único.

La naturaleza relacional del conocimiento se deriva de dos raíces, una teniendo que ver con la naturaleza de la existencia; la otra, con la naturaleza de la consciencia.

Metafísicamente, sólo hay un universo. Eso significa que todo en la realidad está interconectado. 13 Cada entidad está relacionada de alguna forma con todas las demás; cada una afecta y es afectada de alguna forma por las otras. No hay nada que sea un hecho completamente aislado, sin causas o efectos; ningún aspecto de la totalidad puede existir, en última instancia, separado de la totalidad. El conocimiento, por lo tanto, que trata de entender la realidad, también debe ser una totalidad; sus elementos deben estar interconectados para formar un todo unificado que refleje la totalidad que es el universo.

Hasta cierto punto, una consciencia no tiene ninguna opción en este sentido. No puede ignorar constantemente las relaciones entre sus contenidos, porque la consciencia por su naturaleza implica el descubrimiento de relaciones. Eso es cierto incluso a nivel pre-conceptual. Por ejemplo, si uno estuviera expuesto durante toda su vida solamente a un espacio indiferenciado de cielo azul, no lo percibiría; no percibiría nada. Pero si un objeto de color diferente fuese introducido, entonces sí podría diferenciar y por lo tanto percibir. Para poder darse cuenta de algo, aunque sea a nivel perceptual, un niño debe diferenciar (e integrar); debe relacionar datos.

A nivel perceptual, este hecho no impone ninguna responsabilidad epistemológica; las relaciones necesarias nos son dadas automáticamente. A nivel conceptual, sin embargo, el hecho de que el conocimiento es relacional sí que impone una responsabilidad; se convierte en una cuestión que el hombre debe identificar y luego implementar volitivamente.

Dejando de lado los datos primarios de la cognición, que son auto-evidentes, todo conocimiento depende de una cierta relación: está basado en un contexto de información previa. «Contexto» significa «la totalidad de elementos que condicionan un elemento de conocimiento». Esa totalidad es lo que nos permite alcanzar la nueva conclusión, demostrarla, interpretarla y aplicarla. Esa totalidad, resumiendo, es lo que establece la relación de un cierto elemento con la realidad y, por lo tanto, el significado y el uso apropiado de ese elemento.

De ahí surge una regla esencial de la cognición contextual: mantén siempre el contexto. O, expresándolo de forma negativa: el contexto nunca debe ser ignorado. 14 Afirmaciones o proposiciones fuera de contexto, al igual que citas o conceptos fuera de contexto, quedan invalidadas por su propia naturaleza.

Cada vez que uno trata una conclusión como un átomo sin relación al resto de la cognición, uno está separando la conclusión – junto con el proceso de pensamiento que la acompaña – de la realidad. Si uno ignora el contexto, uno está ignorando los medios de distinguir entre verdad y fantasía; cualquiera puede de esa forma afirmar que puede demostrar cualquier cosa, no importa lo absurda que sea, de la misma forma que, fuera de contexto, cualquiera puede citar a cualquier otro diciendo cualquier cosa.

Como ejemplo, consideremos el argumento de Neville Chamberlain en favor de apaciguar a Hitler tras la conferencia de Munich de 1938.

«Hitler”, dijo, en efecto, “demanda Checoslovaquia. Si cedemos, su demanda quedará satisfecha. El resultado será paz en nuestra era”.

El Sr. Chamberlain trató la demanda de Hitler como un hecho aislado que tenía que ser tratado con una respuesta aislada; para hacerlo, tuvo que ignorar una enorme cantidad de conocimiento. No relacionó la demanda de Hitler con el conocimiento ya obtenido sobre la naturaleza del nazismo; no quiso saber nada sobre las causas. No relacionó la demanda con lo que ya sabía sobre demandas parecidas reivindicadas por naciones agresoras e incluso por matones locales a través de la historia; no quiso saber nada de principios. No relacionó su propia política con el conocimiento que tiene la humanidad sobre los resultados que trae el apaciguar; a pesar de abundantes indicios, no quiso saber si su capitulación, además de satisfacer a Hitler, también lo envalentonaría, aumentaría sus recursos, alentaría a sus aliados, debilitaría a sus adversarios, y con todo eso lograría lo contrario del propósito expresado. Chamberlain no estaba preocupado con ningún otro aspecto de una situación compleja, más allá del único tema que él decidió considerar de forma aislada: que conseguiría eliminar la frustración inmediata de Hitler.

Hay cuestiones más profundas implicadas en este ejemplo. Chamberlain estaba proponiendo un curso de acción, ignorando al mismo tiempo todo el campo que define los principios de una acción apropiada: la ética. No quiso saber si su curso de acción incorporaba las virtudes de honor, valor e integridad – y si no lo hacía, qué consecuencias eso presagiaba -. Ignoró el hecho de que las decisiones de política exterior, como todas las acciones humanas, recaen dentro de un contexto más amplio definido por la filosofía moral (y también por varias otras disciplinas). El Primer Ministro quería «la paz a cualquier precio».

Ese precio incluía evadir filosofía política, historia, psicología, ética, y mucho más. El resultado fue: la guerra.

Quien ignora el contexto cree que puede comprender y alterar un único elemento (como el descontento momentáneo de Hitler) dentro de una red de factores interrelacionados, dejando de ver y de tocar todo el resto. Pero, de hecho, un cambio en uno de los elementos redunda a través de toda la red. Cada propuesta y cada idea, por lo tanto, debe ser juzgada a la luz del cuadro total, es decir, del contexto completo.

¿Cuál es el contexto completo de una idea? Todo el conocimiento está interrelacionado; cada elemento de ese conocimiento es potencialmente relevante para el resto. El contexto que uno debe mantener, por lo tanto, no es un mero fragmento o una subdivisión del conocimiento de uno, por extenso que sea, sino: todo lo que es conocido en esa fase de desarrollo, la totalidad del conocimiento disponible. Esa es la única forma de asegurar que el conocimiento de uno es una totalidad, o sea, un todo coherente. Tal coherencia no es algo dado, sino un logro que requiere un proceso metódico que exige esfuerzo.

¿Cómo puede un hombre saber si se está contradiciendo en un momento dado? ¿Cómo puede saber si alguna nueva propuesta o idea, que puede parecer plausible, es consistente con lo que ya ha aceptado? Dado que la consciencia es finita y limitada (la epistemología del cuervo), su mente no puede comparar los antiguos contenidos con los nuevos en un destello de visión sinóptica; su mente no puede retener en un solo marco visual de consciencia todas sus ideas relevantes anteriores además de la nueva cuestión que está considerando. Hay sólo una alternativa: el hombre debe trabajar para integrar una nueva idea. Puesto que una consciencia conceptual es un mecanismo integrante, exige la integración de todos sus contenidos. 15

Paso a paso, cada hombre debe relacionar cada nuevo elemento con sus ideas anteriores. En la medida de su conocimiento, debe buscar cualquier aspecto, premisa, implicación y aplicación que esa nueva idea pueda tener sobre sus puntos de vista anteriores (en cualquier campo); y debe identificar explícitamente las relaciones lógicas que vaya descubriendo. Si encuentra una contradicción en cualquier parte, debe eliminarla. Juzgando en base a la evidencia disponible, él debe o bien modificar sus puntos de vista anteriores, o rechazar la idea nueva.

Lo anterior lo resume Ayn Rand en la fórmula: «la lógica es el arte de la identificación no contradictoria”. Uno no está usando “la lógica» si uno está buscando coherencia sólo entre algunas ideas, las que se le ocurra recordar en el impulso del momento.

La ceguera – o sea, ignorar todos los otros puntos de vista de uno y así no ver las contradicciones que uno tiene – no es la forma de ser lógico. La lógica requiere una identificación no contradictoria dentro del contexto total del conocimiento de uno, analizado metódicamente; requiere una comprensión del hecho que el conocimiento es una unidad, no un mundo de proposiciones disgregadas o de subdivisiones desconectadas. Sólo si uno mantiene el contexto puede la lógica ser el método de adherirse a la realidad; sólo entonces puede la lógica ser el medio de alcanzar la objetividad.

Mantener el contexto es lo que Rawls y Chamberlain, en forma diferente, claramente no trataron de hacer. Pero tú, lector, debes hacerlo, si el conocimiento es tu meta; y si este método es nuevo para ti, debes empezar ahora mismo. Cada nueva idea que leas en estas páginas debe suponer el inicio, no el final, de un proceso de pensamiento; si la idea parece razonable, debes darle no un mero gesto de aprobación, sino horas de asiduo trabajo mental. Por ejemplo: suponte que, habiendo aceptado la ética altruista, luego oyes la teoría de Ayn Rand sobre el egoísmo y te parece atractiva. En ese momento tienes que preguntarte: “¿Qué argumentos – si los había – tenía yo para mi punto de vista anterior? ¿Puedo responder a ellos? ¿Qué argumentos ofrece la visión Objetivista? ¿Son sólidos?” Si te decides por el egoísmo, entonces debes rechazar explícitamente el altruismo, junto con todas las premisas que te llevaron a él y todas las conclusiones a las cuales él conduce, hasta donde te puedan llevar esos caminos. Si aceptaste el altruismo como la palabra de Dios, por ejemplo, pregúntate: ¿Qué supone mi nueva ética para los fundamentos de ética que yo tenía antes? ¿Qué supone para otras ideas que haya aceptado como siendo la palabra de Dios: por ejemplo, para mis ideas sobre el aborto, el sexo, la teoría de la evolución, etc.? ¿Qué implica todo eso para la creencia en una revelación divina, o en Dios? ¿Qué filosofía tiene un mejor argumento, el teísmo o el ateísmo? Y, en la otra dirección: ¿Cómo debo votar a partir de ahora? ¿Qué sistema político es consistente con una ética de egoísmo? ¿Qué relación tiene ese sistema con mi postura política actual? ¿Ese sistema, es posible y práctico?. . . Y así sucesivamente.

Tú no puedes procesar todo el material relevante a esa tema en un día o en una semana; reorganizar en profundidad el pensamiento de uno es una tarea muy exigente. Y tampoco puedes descubrir más conexiones de lo que tu comprensión actual de la filosofía te permite (si dejas de ver algunas conexiones, éstas emergerán a su debido tiempo, siempre que continúes practicando la metodología correcta).

Pero, dentro de los límites de tu tiempo y de tu conocimiento, ese es el tipo de proceso que debes aplicar, no sólo en lo que respecta a cuestiones filosóficas, sino a cualquier nueva conclusión, en cualquier materia. Pensar es identificar e integrar, es preguntar “¿Qué?” y luego “¿Y luego qué?”, o sea: “¿Qué es este nuevo hecho, en qué consiste esta nueva idea?” y “¿Qué implica todo eso para el resto de mis creencias?”

Lo contrario a una política de integración queda ejemplificado en la mentalidad limitada por lo concreto, usando el término de Ayn Rand. Ese es el hombre que, en la medida en que un ser conceptual puede hacerlo, no establece ninguna conexión entre sus contenidos mentales. Para él, cada asunto es simplemente un nuevo concreto, sin relación con lo que le precedió ni con principios abstractos ni con ningún contexto de ningún tipo. El lunes, tal hombre puede decidir que los impuestos son demasiados altos; el martes, que el gobierno debe proveer más asistencia social; el miércoles, que la inflación ha de ser contenida… y nunca llegar a pensar que todos esos temas están conectados, y que se está contradiciendo cada día que pasa. (Más servicios públicos, por ejemplo, supone mayores impuestos y/o más inflación). Este tipo de hombre es carne de cañón para cualquier propuesta demagógica, por insensata que sea, porque para él el contexto que revelaría tal insensatez es irreal.

Un caso un poco mejor es el hombre que integra su contenido mental, pero sólo dentro de un marco o compartimento arbitrariamente delimitado. Un economista, por ejemplo, puede alegremente relacionar cualquier nueva idea económica con otras ideas dentro de su campo, pero negarse a considerar las implicaciones que pueda tener en campos relacionados (como política, ética o historia) o las implicaciones que estos otros campos puedan tener para el suyo. «Eso no es de mi incumbencia», dice tal hombre típicamente sobre cualquier cosa que no sea su especialidad; «eso es el campo de otra persona”. Ayn Rand llama a ese tipo de no-integración: compartamentalización.

La compartamentalización es una forma errada de especialización. Consiste no sólo en especializarse, sino en considerar la especialidad de uno como un feudo disociado, sin relación con el resto del conocimiento humano. De hecho, sin embargo, todo el conocimiento está interconectado. Truncar un solo campo – cualquier campo – del resto de la cognición es ignorar el vasto contexto que hace posible ese campo y que lo ancla a la realidad. El resultado final, como con cualquier fracaso de integración, es un conjunto de abstracciones flotantes y de contradicciones. Un simple ejemplo son los economistas conservadores que despectivamente descartan la filosofía, y luego defienden el afán de lucro en economía y el Sermón de la Montaña en religión.

La integración, he dicho, es algo que uno debe esforzarse en lograr. Si un hombre simplemente se deja llevar mentalmente, confiando en sus funciones automáticas, entonces sus ideas, por defecto, seguirán estando desconectadas, flotando, fuera de contexto. Aquí es donde la filosofía debería haber acudido al rescate de la humanidad, difundiendo en el mundo el método y la urgencia de comprender las relaciones cognitivas. Por desgracia, como pronto veremos, la filosofía ha hecho todo lo contrario: ha puesto su enorme poder del lado de la desintegración.

La filosofía no sólo debería haberles enseñado a los hombres el método de la integración. Ella misma debería ser la principal practicante de ese método.

Dado que la filosofía es la ciencia que trata con las abstracciones más amplias, sólo ella puede actuar como última integradora del conocimiento humano. 16 La filosofía es fundamentalmente el sujeto que puede ver el bosque y, por lo tanto, la que puede relacionar las diferentes ciencias entre sí. Es la filosofía la que debería armar a los científicos con la epistemología y la metafísica correctas, y luego presidir sobre el campo total de la cognición, mandando parar y reconsiderar cualquier situación en la que las diferentes áreas comienzan a colisionar. Por ejemplo, debería mandar pararlo todo cuando la física empieza a argumentar que el comportamiento de las partículas subatómicas no tiene causa, o cuando la psicología insiste en el determinismo (ambas doctrinas resultan ser falsas). Esa es ciertamente una de las razones cruciales por las cuales el hombre necesita una filosofía: para poder asegurar que el conocimiento sea una unidad, en vez de, como ocurre ahora, una cacofonía de especialidades rivales.

En el caos actual, cualquier avance del conocimiento es también una amenaza; sugiere la posibilidad, incluso la probabilidad, de que alguna contradicción imprevisible surja en alguna parte. De ahí la popular falacia, que normalmente sería inexplicable, de que cuanto más aprendes, más confuso te vuelves y menos sabes.

Si aprovechas el poder de una epistemología racional, no tienes por qué temerles a nuevos datos o a nuevas ideas. Cada elemento nuevo que integras dentro del tejido de tu conocimiento significará que ahora tienes esos hechos adicionales de tu lado, esos argumentos adicionales justificando tus conclusiones, esa mayor convicción para la totalidad de tu cognición. Usando ese método, pronto descubrirás lo que, por lógica, debería haber sido esa sabiduría popular: que cuanto más aprendes – si lo aprendes correctamente – más claras tienes las cosas y más sabes.

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 4 [4-3]

  1.   See Introduction to Objectivist Epistemology,pp. 42-43.
  2.   Ayn Rand discusses Rawls in Philosophy: Who Needs It, «An Untitled Letter,» pp. 108-19.
  3.   See Introduction to Objectivist Epistemology,p. 39.
  4.   See The Virtue of Selfishness,«The Objectivist Ethics,» p. 26.
  5.   This principle, inherent in Ayn Rand’s theory of concepts, runs throughout ITOE. It is also expressed in The Romantic Manifesto, pp. 19, 26-27, 57, 64, 77.
  6.   See Introduction to Objectivist Epistemology,p. 74.

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