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¿Es Ayn Rand una escritora de ficción didáctica? — Onkar Ghate

Una objeción que se repite contra Ayn Rand como escritora de ficción es que sus novelas son novelas de propaganda. Los que vivimos, Himno, El manantial, y La rebelión de Atlas (Atlas Shrugged) son libros que tienen la apariencia de historias, historias cuyo verdadero objetivo es golpear al lector en la cabeza con la filosofía de su autora. Ese punto de vista fue nuevamente expresado por Sarah Skwire en el 2016 en la Foundation for Economic Education (FEE), y yo estoy aprovechando esa oportunidad para responder.

Los críticos que hacen esta objeción crean un interesante enigma para ellos mismos, el cual yo nunca los he visto resolver. Si las novelas de Ayn Rand fueran como películas propagandísticas soviéticas, la única audiencia que ganarían es una audiencia que estuviera obligada a verlas. Pero las novelas de Rand siguen siendo compradas y leídas por cientos de miles de individuos cada año. (A juzgar por un evento que yo hice en el Cato Institute en el 2017 —por desgracia muy desagradable por su superficialidad intelectual— Skwire sigue sin aprender la lección.)

Ciertamente, las novelas de Ayn Rand son filosóficas e intelectuales, pero eso no las hace carecer de trama ni ser piezas de propaganda sin una historia. Por el contrario, sus historias son fascinantes y dramáticas. Como en muchas otras áreas de su pensamiento, Rand aquí nos está pidiendo repensar nuestras categorías y a ver de una nueva forma las posibilidades que la literatura ofrece.

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¿Es Ayn Rand una escritora de ficción didáctica?

Esta es una pregunta que a Ayn Rand le hicieron de varias formas diferentes a lo largo de su vida, a menudo como una forma de crítica velada, con la implicación de que ella no es en realidad una artista o una dramaturga, sino una propagandista. La pregunta la ha vuelto a hacer Sarah Skwire, de la Foundation for Economic Education. Es una pregunta de la cual Rand fue cansándose poco a poco, no porque no pudiera contestarla, sino porque normalmente mostraba que quienes hacían la pregunta estaban operando con conceptos defectuosos y categorías erradas, nublando su propia capacidad de pensar. Sin embargo, es una pregunta interesante, y es instructivo ver por qué a Rand le pareció que la pregunta en sí era sospechosa.

En efecto, uno de los valores de estudiar filosofía en general, y la filosofía de Ayn Rand en particular, es que nos ayuda a examinar y a desafiar nuestros conceptos y nuestras categorías básicas. Esas categorías y esos conceptos son las herramientas que usamos para pensar. El poder, la precisión y la creatividad de nuestro pensamiento dependen de la calidad de nuestras herramientas. Rand entendió ese hecho especialmente bien, lo cual creo que es una de las razones por las que introdujo su epistemología (su explicación de la naturaleza y los medios del conocimiento humano) presentando su nueva teoría de conceptos. Introducción a la Epistemología Objetivista es una obra teórica, pero también contiene consejos prácticos sobre cómo evaluar cuándo un concepto que estamos usando es defectuoso y por lo tanto está distorsionando nuestro pensamiento, y cómo formar mejores conceptos.

Ayn Rand mantuvo que ese tipo de trabajo filosófico —repensar nuestras categorías y nuestros conceptos fundamentales— es especialmente necesario en cuanto al arte, porque el arte ha estado envuelto en misticismo durante siglos. Las cuestiones que Skwire plantea sobre literatura son de ese tipo, y es una pena que Skwire no discuta el hecho de que Rand explícitamente consideró y rechazó algunas de las categorías y de los conceptos cruciales que Skwire usa en su análisis.

Veamos algunos de los detalles.

Skwire clasifica La rebelión de Atlas y otras novelas de Ayn Rand como ficción didáctica. “Podríamos también llamarla ‘ficción moralizadora’ o ‘ficción con mensaje,’” dice ella. “Es una ficción cuyo principal objetivo es instruir al lector más que entretenerlo, deleitarlo, o inspirar catarsis en él. Es una charla en una conferencia, una explicación en clase, un sermón disfrazado de novela”. El problema inmediato con ese tipo de ficción, dice Skwire, es que es (a menudo) aburrida. “El principal problema de la ficción didáctica es usar el arte como vehículo para transmitir un mensaje ideológico”.

La primera cosa que hay que observar sobre esas categorías es que se equipara el deseo de un autor de expresar un punto de vista moral o un mensaje intelectual con un deseo de instruir o de sermonear. Pero ¿no hay otras formas de presentar ideas, más que enseñar o educar? ¿No es el arte precisamente una de esas otras formas? Ciertamente hay sermones disfrazados de novelas o de otros tipos de obras de ficción. Las obras de teatro medievales de moralidad son un ejemplo de eso, como lo son algunas obras socialistas de ficción del siglo veinte, obras que Skwire menciona.  Pero ¿realmente agotan esas cosas el campo de obras de arte que contienen un punto de vista moralizador, o un mensaje filosófico? No.

La segunda cosa a observar es pasar de “ficción moralizadora” y “ficción con mensaje” a que el mensaje sea “ideológico”, con lo cual Skwire parece querer decir socio-político, y casi ni social-político. Esas dos cosas no están siquiera cerca de ser equivalentes, pero son tratadas como si lo fueran. Y así, por lo visto, un problema con la ficción didáctica es este: “Arte que está explícita y exclusivamente atado a un problema social concreto que viene con una fecha de caducidad”. En contraste, “el arte que es dedicado a preguntas más permanentes —la naturaleza de la amistad, los conflictos entre el individuo y el grupo, etc.— perduran mucho más”. Pero ¿cómo se supone que eso se aplica a La rebelión de Atlas o a El manantial, ninguno de los cuales es un libro esencialmente sobre temas socio-políticos? La rebelión de Atlas no es una novela política, sino una novela metafísica y moral: trata de la suprema importancia de la mente para la existencia humana. El tema de El Manantial no es político, sino moral y psicológico: trata del alma de un individualista y del alma de un colectivista. ¿No contienen esos libros mensajes perdurables? ¿Quién ha escrito más que Ayn Rand sobre los conflictos entre el individuo y el grupo?

Con categorías tan confusas como esas, uno no puede ni siquiera pensar coherentemente.

El hecho es que el arte serio tiene normalmente un significado intelectual; transmite un mensaje; contiene ideas abstractas y presenta un punto de vista distintivo. Eso es lo que lo hace serio. Tiene algo que decir. Pero si es realmente arte, la forma como lo dice no es impartiendo clases, intimidando, enseñando o predicando. El arte comunica de una forma diferente, un fenómeno que la propia Rand estaba interesada en analizar. Una obra de arte es un concreto perceptual cuidadosamente estilizado —una pintura, una estatua, una integración de sonidos en una composición musical, una integración de acciones humanas en una obra teatral o en una historia— que nos ofrece el artista para nuestra contemplación. No nos lo cuenta, nos lo muestra. El arte serio es intelectual, pero “intelectual” no es sinónimo de “didáctico”, como Skwire parece estar sugiriendo.

Consideremos algunos de los mayores artistas del mundo.

Mientras escribo este ensayo, estoy escuchando la Sinfonía Eroica de Beethoven, una sinfonía considerada generalmente como la que ha destruido la forma clásica y ha lanzado la era de la sinfonía romántica. La música es profunda, intelectual, intransigente. Beethoven tiene algo que decir. Pocos oyentes encuentran sorprendente, por ejemplo, que Beethoven aparentemente le dedicara la sinfonía a Napoleón, sólo para rescindir esa dedicatoria cuando Napoleón se declaró a sí mismo emperador. Aún así, el contenido intelectual de la música no la convierte en nada como una charla de conferencia; ni hace que la música sea insípida, aunque exige especiales demandas del oyente. Pero para aquellos capaces de apreciarla, la intelectualidad de la música eleva su poder.

O hablemos de Shakespeare. Uno de mis grandes placeres en los últimos años, desde que me mudé a la Costa Este, ha sido ver varias tragedias de Shakespeare bien representadas. No puedes salir del teatro después de ver una buena versión de Hamlet o de Otelo o de Julio César sin captar que Shakespeare es un escritor profundamente intelectual: él tiene mucho que decir sobre el hombre y sobre la vida en la Tierra. Sus personajes entablan discursos y soliloquios. Nadie, ni hoy ni en la época de Shakespeare (con la posible excepción del propio Shakespeare) puede hablar con la elocuencia, la exactitud intelectual o la viveza emocional de los personajes de Shakespeare. Pero todo ese contenido intelectual no hace que las obras sean didácticas o aburridas, porque ese contenido es parte integral del drama de la historia. Sin él, no puedes entender las motivaciones o las acciones de los personajes, o la lógica de los acontecimientos.

La idea aquí no es comparar la estatura de Rand como artista con la de Beethoven o la de Shakespeare, sino sólo apuntar que reflexionar sobre sus obras puede ayudarnos a entender lo que ella está tratando de hacer como artista: está tratando de presentar un contenido profundamente intelectual de forma dramatizada. Así es precisamente cómo ella abordó su carrera como escritora de ficción: ver The Goal of My Writing.

El objetivo personal específico de Ayn Rand fue presentar su imagen del hombre ideal. Al ser su concepción de lo que es ideal, en términos filosóficos y morales, fundamentalmente diferente a las concepciones que han dominado el pensamiento Occidental, las historias que ella escribe deben presentar muchas nuevas ideas con el fin de hacer su nuevo ideal vívido y real para el lector. Pero todo ese contenido intelectual es parte integrante de la historia y está subordinado a ella y a su visión artística.

Por supuesto, Ayn Rand era consciente de que no todo el mundo lo vería así. Muchos verían el intenso contenido intelectual de sus novelas como artificioso, en el mejor de los casos una distracción de una historia interesante, en el peor de los casos un peso que hunde el proyecto entero, haciéndolo didáctico e insípido. El manantial, que ha vendido hasta ahora más de ocho millones de copias, fue rechazado por doce editoriales, muchas de las cuales dijeron que era demasiado intelectual, que era un sermón y que por lo tanto no vendería. Rand tenía más confianza en ella misma y en los lectores.

Ella sabía que El manantial rebosaba con nuevas ideas, que era una novela intelectual, que tenía un tema y un mensaje atemporal, que exigía mucho de sus lectores…, y que la novedad de sus personajes y el drama de su historia engancharía a incontables personas. Ella vio el éxito de El manantial como algo que demostraba su tesis: alcanzó las listas de bestsellers, no gracias a una cara campaña de publicidad, haciendo que todo el mundo comprara el libro y que nadie lo leyera, sino gracias al boca a boca individual, meses después de su publicación. Sus novelas continúan vendiendo más de cien mil ejemplares al año. ¿Deberíamos realmente pensar que, ahora como entonces, cuando los lectores recomiendan los libros a sus amigos, ellos se ven a sí mismos recomendando una clase académica aburrida? ¿Por qué querrían ellos infligir eso a la gente que les importa?

Más bien, es precisamente el enfoque intelectual-filosófico, aunque con prioridad en la historia, lo que ha hecho que Ayn Rand haya conseguido millones de fans, muchos de los cuales nunca llegarán a estar de acuerdo con su visión del mundo. Ellos pueden ver, incluso así, que es el contenido intelectual de las novelas lo que hace posible que las historias tengan los personajes, los conflictos y las tramas tan especiales que tienen. El triángulo amoroso entre Gail Wynand, Dominique Francon y Howard Roark en El manantial, por ejemplo, es uno de los más insólitos y dramáticos que el lector encontrará jamás. La rebelión de Atlas, afirma correctamente la contracubierta del libro, es “una historia de misterio, no sobre el asesinato del cuerpo de un hombre, sino del asesinato —y el renacimiento— del espíritu del hombre”. El suspense va creciendo cada vez más hacia un poderoso clímax. A pesar de lo largos que son los libros, es común encontrar lectores que han devorado La rebelión de Atlas, o El manantial, casi sin dormir hasta llegar al final de la historia. Yo leí La rebelión de Atlas en tres días, y fue por la historia, no porque yo tuviese un cariño especial por charlas educativas.

La literatura de ficción de Ayn Rand, sobre todo Himno, El manantial y La rebelión de Atlas, es única: es más explícitamente filosófica que virtualmente cualquier otra novela, y a través de esa ficción la autora toma una posición definida. Pero eso no hace que las novelas sean sermones o discursos disfrazados. Las novelas son esencialmente historias llenas de conflictos, en las que el descubrimiento del protagonista de nuevos principios filosóficos y su formulación de los mismos determinan las acciones que el protagonista toma, alrededor de las cuales giran los sucesos de la historia. En otras palabras, sus novelas son un nuevo tipo de historia.

Himno es sobre una futura distopía colectivista, que libra una guerra contra el individuo hasta eliminar la habilidad del individuo de pensar en sí mismo como individuo. La historia trata de las acciones que el héroe toma para redescubrir ese conocimiento reprimido, los conflictos en los que eso lo pone, y por qué su conocimiento recién descubierto le permite triunfar. El manantial es sobre un genio creativo que llega a una nueva concepción de individualismo a través del cual él vive su vida, es sobre la oposición y el resentimiento generalizados que eso causa, y por qué, mientras que otros creadores podrían caer y de hecho caen, su conocimiento le permite perseverar y vivir una vida de integridad y de alegría. La rebelión de Atlas es sobre un mundo que se está derrumbando, un mundo dominado por ideas filosóficas y morales que ponen al ser humano en contra de sí mismo y de su propia vida, es sobre un héroe que entiende las contradicciones y las corrupciones involucradas, y quien, formulando una nueva filosofía, encuentra una forma de detener la destrucción y de ponerse a sí mismo y a otros individuos que piensan como él en un mejor camino.

Ahora bien, uno podría aún objetar que un escritor de ficción no debería inventar historias en las que el descubrimiento de nuevas ideas filosóficas es parte integral de la acción. Pero yo creo que para eso la respuesta apropiada es: ¿por qué no? La objeción me recuerda a la oposición estética que Roark enfrenta en El manantial. En términos de la vida real, es como decirle a Beethoven que, dado que la forma sinfónica clásica era lo suficientemente buena para un genio como Mozart, también debería ser suficientemente buena para él. Beethoven no podía expresar lo que él quería expresar en la forma clásica, así que inventó nuevas formas. De manera similar, Rand tiene un objetivo muy claro como escritora de ficción: presentar una nueva concepción del hombre ideal. Ella nos la ofrece en la forma del carácter y de las acciones de Howard Roark, John Galt, Dagny Taggart y los demás héroes de sus novelas. Para presentar lo que ella quiere presentar, ella no puede depender de las trivialidades o de los clichés filosóficos del presente o del pasado, porque ella estima que ninguno de ellos presenta el ideal. Para hacer su nueva visión moral concreta y real, ella inventa un nuevo tipo de historia, una en la que el descubrimiento del protagonista de nuevo conocimiento filosófico impulsa sus acciones y los conflictos de la historia. Eso es lo que hace que Himno, El manantial y La rebelión de Atlas sean tan excepcionales, y así es como deberíamos abordar esas novelas: no como lecciones didácticas que hay que aguantar, sino como historias únicas dignas de ser disfrutadas y contempladas como un fin en sí mismas.

<< Traducción: Objetivismo.org, con la colaboración de Nixon Sucuc >>

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Onkar Ghate

Onkar Ghate, Ph.D. in philosophy, is a senior fellow and chief content officer at the Ayn Rand Institute. A contributing author to many books on Rand’s ideas and philosophy, he is a senior editor of New Ideal.

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