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La existencia como teniendo primacía sobre la consciencia — OPAR [1-3]

Capítulo 1 – La realidad
La existencia como teniendo primacía sobre la consciencia [1-3]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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Una vez que un niño ha observado un cierto número de secuencias causales, y de esa forma ha llegado a ver la existencia (implícitamente) como un reino ordenado y previsible, en ese momento ha avanzado lo suficiente para tener el primer indicio de su propia facultad de cognición. Eso ocurre cuando descubre secuencias causales que tienen que ver con sus propios sentidos. Por ejemplo, descubre que cuando él cierra los ojos el mundo (visual) desaparece, y que reaparece cuando los abre. Ese tipo de experiencia es la primera forma que tiene el niño de captar sus propios medios de percepción, y por lo tanto del mundo interior en oposición al exterior, o del sujeto que hace la cognición en oposición al objeto. Es su comprensión implícita del último de los tres conceptos axiomáticos básicos, del concepto de «consciencia».

Desde el principio, la consciencia se presenta a sí misma como algo específico: como la facultad de percibir un objeto, no de crearlo o cambiarlo. Por ejemplo, un niño puede odiar la comida que le ponen delante e incluso rehusarse a mirarla. Pero su estado interior no hace desaparecer la cena. Si no hacemos caso de la acción física, a la comida le da igual; no queda afectada por ningún proceso de consciencia como tal. No queda afectada por la percepción o falta de percepción de alguien, por el recuerdo o la fantasía, por el deseo o la furia; exactamente igual que un libro se niega a rodar a pesar de las rabietas de alguien, o una almohada a sonar, o una piedra a flotar.

El hecho básico implícito en tales observaciones es que la consciencia, como cualquier otro tipo de entidad, actúa de una cierta manera, y sólo de esa manera. En términos filosóficos adultos, nos referimos a ese hecho como la «primacía de la existencia», un principio que es fundamental en la metafísica de Objetivismo.

La existencia, dice este principio, es lo primero. Las cosas son lo que son independientemente de la consciencia, de las percepciones, imágenes, ideas o emociones de alguien. La consciencia, por el contrario, es dependiente. Su función no es crear o controlar la existencia, sino ser un espectador: mirar hacia fuera, percibir, captar lo que existe.

Lo contrario a este enfoque es lo que Ayn Rand llama la «primacía de la consciencia». Es el principio de que la consciencia es el factor metafísico primario. Bajo este punto de vista, la función de la consciencia no es percibir, sino crear lo que existe. La existencia, según esto, es dependiente; el mundo es considerado de alguna forma como siendo un derivado de la consciencia.

Un simple ejemplo de la aceptación de la primacía de la existencia sería un hombre que para salvar su vida se aleja corriendo de un volcán en erupción. El hombre reconoce un hecho, el volcán, y el hecho de que es lo que es y hace lo que hace independientemente de los sentimientos que él tenga o de sea cuál sea el estado de su consciencia. Al menos en este caso, él capta la diferencia entre contenido mental y datos externos, entre perceptor y percibido, entre sujeto y objeto. Al menos de forma implícita (cuando no es explícita) sabe que deseos no son caballos, y que ignorar una entidad no la hace desaparecer.

Contrastemos este enfoque con el de un salvaje que se queda inmóvil frente a las mismas circunstancias, con sus ojos fijados en el suelo, sin verlo, su mente cantando rezos frenéticos o conjuros mágicos, con la esperanza de que su deseo haga apartarse el río de lava derretida que viene hacia él. Ese individuo no ha llegado al punto de lograr una clara distinción entre consciencia y existencia. Al igual que muchos de nuestros civilizados contemporáneos que son sus hermanos en espíritu (y al igual que el avestruz), ese hombre encara las amenazas, no identificándolas y actuando en consecuencia, sino ciegamente. La premisa implícita subyacente a tal comportamiento es: «Si no quiero que exista o no lo miro, no estará ahí; o sea: mi consciencia controla la existencia».

La primacía de la existencia no es un principio independiente. Es una elaboración, un corolario adicional de los axiomas básicos. La existencia precede a la consciencia, porque consciencia significa consciencia de algo, de objetos. Y la consciencia tampoco puede crear o suspender las leyes que rigen sus objetos, porque cada entidad es algo y actúa de acuerdo con lo que es. La consciencia, por lo tanto, es sólo una facultad de darse cuenta de algo. Es el poder de captar, de comprender, para descubrir lo que existe. No es el poder de alterar o controlar la naturaleza de sus objetos.

El punto de vista de la primacía de la consciencia le atribuye este último poder precisamente a la consciencia. Una cosa es o hace lo que la consciencia le ordena, dice. A no tiene que ser A si la consciencia no quiere que lo sea. Ese punto de vista representa el rechazo de todos los axiomas básicos; es un intento de quedarse con la existencia y comérsela también. Quedarse con ella, porque sin existencia no puede haber consciencia. Comérsela, porque esa teoría quiere que la existencia sea maleable a los contenidos mentales de alguien; es decir, quiere que la existencia ignore olímpicamente las restricciones de la identidad, con el fin de obedecer los deseos de alguien; es decir, quiere que la existencia exista como nada en particular. Pero existencia es identidad.

Lo anterior no debe ser tomado como una prueba de la primacía de la existencia, sino como una explicación de una auto-evidencia que está implícita en la primera comprensión de la consciencia que tiene el niño. La capacidad para probar, para demostrar un teorema viene después. Antes que nada, uno tiene que establecer las ideas que hacen posible que exista un proceso como “prueba”, y una de ellas es la primacía de la existencia. Prueba presupone el principio de que los hechos no son «maleables». Si lo fuesen, no habría necesidad de probar nada, ni existiría ningún dato independiente sobre el cual basar ninguna prueba.

Dado que conocimiento es conocimiento de la realidad, todo principio metafísico tiene implicaciones epistemológicas. Esto es particularmente obvio en el caso del principio de la primacía de la existencia, porque identifica la relación fundamental entre nuestra facultad cognitiva y la existencia. Para aclarar más aún este principio , indicaré aquí el tipo de epistemología al que conduce.

Si la existencia es independiente de la consciencia, entonces el conocimiento de la existencia sólo puede ser adquirido por extrospección. En otras palabras, nada es relevante para el conocimiento del mundo excepto los datos extraídos del mundo, es decir, los datos sensoriales o las integraciones conceptuales de esos datos. La introspección, por supuesto, es necesaria y apropiada como un medio para captar el contenido o los procesos de la consciencia, pero no es un medio para el conocimiento externo. No podemos apelar a los sentimientos del conocedor como siendo un camino a la verdad; no podemos basarnos en ningún contenido mental que pretenda tener un origen o una validez independiente de la percepción sensorial. Cada paso y método de conocimiento debe proceder de acuerdo con los hechos, y cada hecho debe ser determinado, en forma directa o indirecta, por la observación. Seguir esta práctica, según Objetivismo, es seguir la razón (ver capítulo 5).

Si un hombre acepta la primacía de la consciencia, por el contrario, se sentirá atraído por la teoría del conocimiento opuesta. Si la consciencia controla la existencia, entonces no es necesario limitarse a estudiar los hechos de la existencia. Al contrario, la introspección se convierte en un medio de conocimiento externo; en momentos críticos, uno debe saltarse el mundo precisamente cuando lo quiere conocer, y en vez de eso debe mirar hacia adentro, buscando elementos dentro de la propia mente que estén desligados de la percepción, tales como “intuiciones”, “revelaciones”, “ideas innatas” y “estructuras innatas». Al contar con ese tipo de elementos, el conocedor no está (siente que no está) ignorando olímpicamente la realidad; lo único que está haciendo es pasar por encima de la existencia hasta llegar a su amo, sea humano o divino; está buscando el conocimiento de los hechos directamente a partir de la fuente de los hechos, a partir de la consciencia que los crea. Ese tipo de metafísica es el que implícitamente está detrás de todas las formas de irracionalidad.

El principio de la primacía de la existencia (incluyendo sus implicaciones epistemológicas) es uno de los postulados más distintivos de Objetivismo. Con raras excepciones, la filosofía occidental ha aceptado lo contrario; está dominada por intentos de interpretar la existencia como siendo un reino subordinado. Tres versiones de la primacía de la consciencia han prevalecido. Se las distingue por su respuesta a la pregunta: ¿De la consciencia de quién depende la existencia?

La filosofía dominante desde Platón hasta Hume fue la versión sobrenatural. Según esa visión, la existencia es producto de una consciencia cósmica: Dios. Esa idea está implícita en la teoría de las Formas de Platón y se tornó explícita con el desarrollo cristiano a partir de Platón. Según el Cristianismo (y el Judaísmo), Dios es una consciencia infinita que creó la existencia, la mantiene, es quien crea las leyes naturales, y quien de vez en cuando la somete a decretos que se saltan el orden regular, originando «milagros». Epistemológicamente, esa variante conduce al misticismo: el conocimiento supuestamente estriba en comunicaciones de la Mente Suprema a los humanos, sea en forma de revelaciones enviadas a individuos escogidos o de ideas implantadas, de forma innata o de otro tipo, en toda la especie.

La visión religiosa del mundo, aunque ha sido abandonada por la mayoría de los filósofos, sigue arraigada en la mente del público. Como ejemplo tienes la popular pregunta “¿Quién creó el universo?”, que presupone que el universo no es eterno, sino que tiene una causa más allá del mismo, en alguna personalidad o voluntad cósmica . Es inútil argüir que esa pregunta implica una regresión infinita, aunque lo hace (si un creador es necesario para explicar la existencia, entonces un segundo creador es necesario para explicar el primero, y así sucesivamente). Por lo general, el creyente contestará: «Uno no puede exigir que se nos explique lo que es Dios. Él es un ser intrínsecamente necesario. A fin de cuentas, uno tiene que empezar en alguna parte”. Tal persona no niega la necesidad de un punto de partida irreducible, siempre que sea algún tipo de consciencia; lo que le parece insatisfactorio es la idea de que la existencia sea el punto de partida. Influenciada por la primacía de la consciencia, una persona con esa mentalidad se rehúsa a empezar con el mundo, que sabemos que existe; insiste en saltar más allá del mundo, a lo incognoscible, aun cuando tal procedimiento no explique nada. La raíz de esa mentalidad no es un argumento racional sino la influencia de la Cristiandad. En muchos aspectos, el Occidente no se ha recuperado de la Edad Media.

En el siglo XVIII, Emmanuel Kant secularizó el punto de vista religioso. Según su filosofía, la mente humana – específicamente las estructuras cognitivas comunes a todos los hombres, sus formas innatas de percepción y de concepción – es la que crea la existencia (a la que él llamó el mundo «fenomenal»). De esa forma, la voluntad de Dios da lugar a la consciencia del hombre, quien se convierte en el factor metafísico que subyace y ordena la existencia. Implícita en esa teoría está la versión social de la primacía de la consciencia, que se hizo explícita con el desarrollo hegeliano a partir de Kant, y que ha dominado la filosofía durante los dos últimos siglos.

Según la versión social, ningún individuo es lo suficientemente poderoso para crear un universo o derogar la ley de identidad, pero un grupo – la humanidad como un todo, una sociedad específica, una nación, un estado, una raza, un sexo, una clase económica – sí que puede hacer esa magia. En términos populares: un único francés no puede doblegar la realidad a sus deseos, pero cincuenta millones de ellos son irresistibles. Epistemológicamente, esa variante lleva a las encuestas colectivas – una especie de introspección de grupo – como el medio para alcanzar la verdad; dicen que el conocimiento descansa en el consenso entre pensadores, un consenso que no resulta de la percepción de la realidad externa que cada individuo tenga, sino de las estructuras mentales subjetivas o de los contenidos que por azar sean compartidos por los miembros del grupo.

Hoy, la variante social está en la cima de su popularidad. Oímos por todas partes que no hay hechos objetivos, sino sólo la verdad «humana», la verdad «para el hombre»; y últimamente que incluso eso es inalcanzable, puesto que sólo hay una verdad nacional, racial, sexual u homosexual. Según esta visión, el grupo adquiere la omnipotencia que antes se le atribuía a Dios. Y así, citando un ejemplo político, cuando el gobierno implementa alguna política (como por ejemplo el gasto descontrolado) que por lógica debería tener consecuencias desastrosas (como la bancarrota del país), los defensores de esa política normalmente tratan con el problema enmascarando las cifras, y luego pidiendo «optimismo” y fe. «Si la gente cree en esa política», escuchamos, «si quieren que el sistema funcione, entonces funcionará». La premisa implícita es: «Un grupo puede sobreponerse a los hechos; los contenidos mentales de los hombres puede coaccionar la realidad».

Una tercera versión de la primacía de la consciencia ha aparecido en el transcurso de la historia, entre los escépticos, y está bien representada hoy día: la versión personal, como podemos llamarla, según la cual la propia consciencia de cada hombre controla la existencia: la controla para él. Protágoras, en la antigua Grecia, es el padre de esta variante. «El hombre», dijo – refiriéndose a cada hombre individualmente – «es la medida de todas las cosas; de las cosas que son… de que lo son; y de las cosas que no son… de que no lo son». En esta visión, la consciencia de cada hombre crea su propio universo personal y habita en él. Epistemológicamente, por tanto, no hay estándares ni datos de ningún tipo a los cuales una persona deba ajustarse. Sólo existe una verdad «para mí», en oposición a una verdad «para ti». Cada verdad es, para cada individuo en particular, lo que él arbitrariamente decrete que sea.

En lo que respecta a fundamentos, da igual que se interprete la existencia como estando subordinada a la consciencia de Dios, de los hombres, o de uno mismo. Todos ellos representan la misma metafísica esencial que contiene el mismo error esencial. Objetivismo las rechaza a todas por la misma causa: la existencia existe.

Si la existencia existe, entonces tiene primacía metafísica. No es algo derivado de, o una «manifestación» de, o una «apariencia» de alguna realidad verdadera en su raíz, sea Dios, la sociedad o los deseos de uno mismo. Es la realidad. Como tal, sus elementos son no-creados y eternos; y sus leyes, inmutables.

Hubo una vez filósofos occidentales que defendieron la primacía de la existencia; notablemente, tales antiguos gigantes griegos como Parménides y Aristóteles. Pero ni siquiera ellos fueron consistentes en ese sentido. (Aristóteles, por ejemplo, describe su Primer Motor como una consciencia consciente sólo de sí misma, que sirve como causa del movimiento del mundo). Nunca ha existido hasta ahora ningún pensador que enunciase el principio en forma explícita, y que luego lo aplicase metódicamente en todas las ramas de la filosofía, sin concesiones a ninguna versión de sus antítesis. Eso es precisamente lo que hace Ayn Rand. Su filosofía es la primacía de la existencia llevada a su expresión más completa y sistemática en el pensamiento occidental por primera vez.

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

(Esta sección no tiene notas de pie de página)

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