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Lo metafísicamente dado como absoluto — OPAR [1-4]

Capítulo 1 – La realidad
Lo metafísicamente dado como absoluto [1-4]

Objectivism: The Philosophy of Ayn Rand
(«OPAR») por Leonard Peikoff
Traducido por Domingo García
Presidente de Objetivismo Internacional

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La visión Objetivista de la existencia culmina con el principio que ninguna alternativa a un hecho de la realidad es posible o imaginable. Todos esos hechos son necesarios. En palabras de Ayn Rand, lo metafísicamente dado es absoluto.

Por lo «metafísicamente dado», Ayn Rand se refiere a cualquier hecho inherente a la existencia aparte de la acción humana (sea física o mental), en contraposición a “los hechos originados por el hombre», es decir, a los objetos, instituciones, prácticas o reglas de conducta que son de origen humano. Por ejemplo, el sistema solar es metafísicamente dado; los satélites artificiales son hechos por el hombre. La ley de la gravedad es lo metafísicamente dado; las leyes contra el homicidio son hechas por el hombre. El hecho de que la vida del hombre requiera alimento es lo metafísicamente dado; el hecho de que algunos hombres, como los ascetas o los anoréxicos, prefieran pasar hambre es hecho por el hombre.

Centrémonos ahora en lo metafísicamente dado. En cuanto uno dice sobre cualquiera de esos hechos: «Es» – simplemente eso – toda la metafísica Objetivista está implícita. Si el hecho es, es lo que es (la ley de identidad). Es natural, inherente en las identidades de las entidades pertinentes (la ley de causalidad). Es independiente de la consciencia, de las creencias o los sentimientos de cualquier persona concreta o de todas (la primacía de la existencia). Tal hecho tiene que ser; ninguna alternativa a él es posible. Si tal hecho es, entonces dentro de las circunstancias relevantes, es inmutable, inexorable, absoluto. “Absoluto”, en este contexto, significa necesitado por la naturaleza de la existencia y, por lo tanto, inalterable por una entidad humana (o por cualquier otra).

Un hecho es “necesario” si su no-existencia implicase una contradicción. Expresándolo de forma positiva: un hecho del que se dice «por necesidad» es uno del que se dice «por identidad». Dada la naturaleza de la existencia, ese es el estado de todos los hechos (metafísicamente dados). Nada más se requiere para fundamentar la necesidad.

Hume y Kant buscaron una manifestación perceptual con la etiqueta: «necesidad», algo que fuese como un pegamento metafísico que adhiriera los eventos entre sí o mantuviera a los hechos en su lugar; incapaces de encontrarlo, procedieron a desterrar la necesidad, a eliminarla del mundo. Su búsqueda, sin embargo, fue descabellada. La “necesidad», en el sentido que la estamos usando, no es un dato sobre los existentes y por encima de ellos; es una identificación de los existentes desde una perspectiva especial. «Necesario» se refiere a que los existentes considerados están gobernados por la ley de identidad. “Ser”, por lo tanto, es “ser necesario».

La fórmula mencionada no se aplica a los hechos originados por el hombre; el antónimo de «necesario» es «elegido», elegido por el hombre. Los hechos originados por el hombre, por supuesto, también tienen identidad; ellos también tienen causas; y una vez que existen, existen, independientemente de si cualquier hombre específico decide reconocerlos o no. En su caso, sin embargo, la causa remota, como veremos en el próximo capítulo, es un acto de elección humana; y aunque el poder de elección es un aspecto de la identidad humana, cualquier elección por su naturaleza podría haber sido diferente. Ningún hecho producido, es decir, hecho por el hombre, por lo tanto, es necesario, ninguno tuvo que serlo.

Al sostener que lo metafísicamente dado es absoluto, Ayn Rand no está negando que el hombre tenga el poder de la creatividad, el poder de adaptar los materiales de la naturaleza a sus propios requerimientos. Un desierto estéril, por ejemplo, puede ser lo metafísicamente dado, pero el hombre tiene el poder de cambiar las circunstancias responsables de su esterilidad; puede decidir regar el desierto y hacerlo florecer. Tal creatividad no es el poder de alterar lo metafísicamente dado (bajo las circunstancias originales, el desierto necesariamente continúa estéril); no es el poder de crear entidades a partir de la nada, o de hacer que alguna actúe en contradicción a su naturaleza. En palabras de Ayn Rand, creatividad es el poder de reorganizar las combinaciones de elementos naturales . . . “Creación” no significa (y metafísicamente no puede significar) el poder de traer algo a la existencia a partir de la nada. «Crear» significa el poder de traer a la existencia una composición (o una combinación o una integración) de elementos naturales que no había existido antes. . . . La mejor y más breve identificación del poder del hombre con relación a la naturaleza es la que expresó Francis Bacon: «La naturaleza, para ser comandada, ha de ser obedecida».

Uno sólo puede alterar una condición natural efectuando la causa necesaria, la exigida por las inmutables leyes de la existencia. La creatividad del hombre, por lo tanto, no consiste en desafiar el absolutismo de la realidad, sino lo contrario. Para poder tener éxito, sus acciones deben amoldarse a lo metafísicamente dado. 15

La distinción entre lo metafísicamente dado y lo hecho por el hombre es crucial para todas las ramas de la filosofía y para todas las áreas de la vida humana. Los dos tipos de hechos deben ser tratados de forma diferente, cada uno según su naturaleza.

Los hechos metafísicamente dados son la realidad. Como tales, no están sujetos a la estimación de nadie; deben ser aceptados sin evaluación. Los hechos de la realidad deben ser recibidos, no con aprobación o condena, alabanza o culpa, sino con un silencioso gesto de aquiescencia, equivalente a la afirmación: «Son, han sido, serán, y tienen que ser».

Lo metafísicamente dado [escribe Ayn Rand] no puede ser verdadero ni falso, simplemente es; y el hombre determina la verdad o la falsedad de sus criterios según se correspondan con los hechos de la realidad o los contradigan. Lo metafísicamente dado no puede ser correcto o incorrecto; es el estándar de lo correcto o lo incorrecto, por el cual un hombre (racional) juzga sus objetivos, sus valores, sus elecciones. 16

Los hechos originados por el hombre, por el contrario, al ser productos de una elección, deben ser evaluados. Puesto que las elecciones humanas pueden ser racionales o irracionales, correctas o incorrectas, lo hecho por el hombre no puede ser aprobado simplemente porque existe; no se le puede dar la misma afirmación automática que es exigida por un hecho de la realidad. Al contrario, lo hecho por el hombre «debe ser juzgado», en palabras de Ayn Rand, «y luego aceptado o rechazado, y modificado si fuese necesario». 17

Confundir esos dos tipos de hechos es exponerse a una serie de desastrosos errores. Un tipo de error consiste en considerar lo hecho por el hombre como inmutable y fuera de cuestionamiento; el otro, en considerar lo metafísicamente dado como alterable.

El primero es caracterizado por la idea que «no puedes luchar contra el gobierno, o oponerte a la tradición, o al consenso de los tiempos: ellos son la realidad». La “realidad» aquí es equiparada a cualquier decisión que los hombres adopten y a cual se aferren, sea correcta o no. «Realismo», según esto, se convierte en sinónimo de aceptación irreflexiva. Según esta visión, no es “realista” rechazar lo sobrenatural si los antepasados de uno eran religiosos; o luchar por el capitalismo si un gobierno gigantesco es la tendencia popular; o descartar el racismo si Hitler está en el poder; o crear arte representativo si los museos sólo exhiben manchas; o defender principios si las escuelas resultan ser sólo pragmáticas. Este enfoque lleva a sancionar cualquier “status quo” – cualquier situación de hecho, por muy degradada que sea – convirtiendo así a sus defensores en peones y accesorios del mal. Hace sacrosanta cualquier conclusión humana, incluso las que contradicen los hechos metafísicamente dados. La esencia del así llamado «realismo» es la evasión de la realidad.

El otro tipo de error consiste en considerar lo metafísicamente dado como siendo alterable. Eso equivale no sólo a evadir la realidad, sino a declararle la guerra.

La tentativa de alterar lo metafísicamente dado es descrita por Ayn Rand como la falacia de «reescribir la realidad». Quienes la cometen consideran los hechos metafísicamente dados como no-absolutos, y, por lo tanto, se sienten libres de imaginar una alternativa diferente a ellos. En efecto, consideran que el universo es simplemente el primer borrador de la realidad, el cual cualquiera puede decidir reescribir a su antojo.

Un ejemplo muy común nos lo proporcionan quienes condenan la vida porque el hombre es capaz de fracaso, frustración y dolor; y en cambio anhelan un mundo en el cual el hombre sólo conoce la felicidad. Pero si la posibilidad de fracaso existe, entonces existe necesariamente (es inherente a los hechos el que lograr un valor requiera un curso específico de acción, y que el hombre no sea omnisciente ni omnipotente en lo que respecta a tal acción). Cualquiera que mantenga el contexto completo – que tenga en mente la identidad del hombre y de todas las demás entidades relevantes – sería incluso incapaz de imaginar una alternativa a los hechos diferente a como realmente son; las contradicciones que conllevaría tal quimera la aniquilarían. Los re-escribidores, sin embargo, no tienen en cuenta la identidad para nada. Se especializan en anhelar fuera de contexto un paraíso que es lo contrario de lo metafísicamente dado.

Una variante de ese anhelo es pensar que el hecho de la muerte hace que la vida carezca de sentido. Pero si los organismos vivientes son mortales, entonces (dentro de las circunstancias relevantes) ellos lo son necesariamente, por la propia naturaleza del proceso de la vida. Rebelarse contra la propia muerte cuando llegue, por lo tanto, es rebelarse contra la vida. . . y contra la realidad. Es también ignorar el hecho de que objetos indestructibles no tienen necesidad de valores o de significado, pues esos fenómenos son posibles solamente para las entidades mortales (ver capítulo 7).

Otro ejemplo de reescribir la realidad, tomado de la epistemología, nos lo proporcionan los escépticos que condenan el conocimiento humano como inválido por estar basado en datos sensoriales, lo cual supuestamente implica que el conocimiento debería estar basado en una iluminación «directa», no sensorial. Eso equivale a la afirmación: «Si yo hubiese creado la realidad habría elegido una causa diferente para el conocimiento. El modelo de cognición que tiene la realidad es inaceptable para mí. Prefiero reescribir mi propia versión». Pero si el conocimiento, de hecho, está basado en datos sensoriales, entonces lo está necesariamente, y, de nuevo, ninguna alternativa puede ni siquiera ser imaginada; no puede serlo si uno tiene en cuenta la identidad de todas las entidades y de los procesos relevantes (ver capítulo 2).

Igual que ocurre con tantos otros errores, la raíz histórica de la falacia de reescribir la realidad yace en la religión: específicamente, en la idea de que el universo fue creado por una Omnipotencia sobrenatural que podría haber creado las cosas de forma diferente y que puede alterarlas si quisiera hacerlo. Una famosa manifestación de esta metafísica nos la ofreció el filósofo Leibnitz en el siglo xviii: «Todo es para mejor en este mundo que es el mejor de todos los posibles». Según la visión de Leibnitz, el universo es sólo uno de muchos mundos; los otros simplemente no existen, porque Dios en Su bondad infinita escogió el actual como el mejor; pero los demás universos siempre han sido posibles y lo siguen siendo. Ese es el tipo de metafísica que tienta a los hombres a que dediquen su tiempo imaginando y deseando alternativas a la realidad. El Cristianismo, ciertamente, invita a esa forma de desear, a deseos que describe como la virtud de la “esperanza» y el deber de la “plegaria».

Por la propia naturaleza de la existencia, sin embargo, tales «esperanzas» y “plegarias» son inútiles. Dejando a un lado lo hecho por el hombre, nada es posible excepto lo que es real. El concepto de «omnipotencia», en otras palabras, es lógicamente incompatible con la ley de identidad; es la una o la otra.

Lo mismo que ocurre con la doctrina de la primacía de la consciencia ocurre con la idea de los “universos posibles»: es una doctrina que ha sido adoptada sin cuestionar, a partir de la religión, por los pensadores más seculares, incluso por quienes se consideran a sí mismos ateos y naturalistas. El resultado es una profesión entera, los filósofos actuales, quienes rutinariamente degradan lo real, llamándolo el ámbito de los hechos meramente «brutos» o «contingentes» – es decir, ininteligibles y re-escribibles. La lección que tales filósofos le enseñan a sus alumnos no es ajustarse a la realidad, sino quitarla de en medio y fantasear sobre otras alternativas.

El respeto por la realidad no garantiza el éxito de cada proyecto; el negarse a evadir o a reescribir los hechos no convierte a nadie en infalible o en omnipotente. Pero tal respeto es una condición necesaria para poder actuar con éxito, y garantiza que, si uno fracasa en algún proyecto concreto, no albergará un rencor metafísico derivado de ello; no culpará a la existencia por su fracaso. El pensador que acepta el absolutismo de lo metafísicamente dado reconoce que es su responsabilidad amoldarse al universo, y no al contrario.

Si un pensador rechaza el absolutismo de la realidad, sin embargo, su condición mental se invierte: él espera que la existencia obedezca sus deseos, y en seguida descubre que la existencia no le obedece. Eso le conducirá a la idea de una dicotomía fundamental: a considerar que conflicto con la realidad es la esencia de la vida humana. Sentirá que el conflicto o la guerra entre el yo interior y el mundo exterior es, no una tortura absurda causada por una aberración, sino la ley metafísica. De un lado del conflicto – sentirá – están los deseos y las fantasías que él trata de sobreponer a la existencia; del otro lado están los hechos “brutos”, inexplicablemente impasibles a esos deseos y fantasías.

La clásica enunciación de esta filosofía nos la da Platón. En el Timaeus, al hablar de la formación del mundo físico, Platón relata el mito del demiurgo. La materia, nos cuenta, era inicialmente amorfa y caótica; un espíritu divino entra e intenta moldear el caos para que sea un reino de perfecta belleza. El demiurgo, sin embargo, fracasa; la materia resulta ser recalcitrante; se queda con la marca de la belleza sólo hasta cierto punto y después de eso resiste todos los esfuerzos por ser perfeccionada. Por lo tanto, concluye Platón, la materia es un principio de imperfección, inherentemente en conflicto con los ideales más altos del espíritu. En un universo perfecto, la materia debería obedecer a la consciencia, sin reservas de ningún tipo. Al no hacerlo, el universo – no sólo cualquier grupo o institución hecha por el hombre, sino el propio universo físico – es imperfecto; es un perpetuo campo de batalla entre lo noble y lo real.

Lo que realmente presenta el Timaeus, en forma mitológica, es el conflicto entre la existencia y una mente que intenta reescribirla pero no puede. En efecto, el significado del mito es el fracaso reconocido del punto de vista de la primacía de la consciencia. Ese mismo fracaso es inherente en todas las versiones del credo de Platón. Cada vez que los hombres esperan que la realidad se adapte a sus deseos simplemente por ser sus deseos, están condenados a una decepción metafísica. Eso les lleva a la dicotomía: mi sueño contra la realidad que lo frustra; o: lo interior contra lo exterior; o: valores contra hechos; o: lo moral contra lo práctico. El nombre más general de esta dicotomía es: el reino «espiritual» contra el reino «material».

La teoría de que existe un conflicto entre cuerpo y mente – una teoría que ha corrompido todas las ramas y todos los temas de la filosofía – tiene su raíz en un conflicto real, pero es un conflicto muy especial. La raíz es una brecha entre la consciencia de algunos hombres y la existencia. En este sentido, la base de la teoría no es la realidad, sino un error humano: el error de apartarse de la realidad, de negarse a aceptar el absolutismo de lo metafísicamente dado.

El hombre que sigue y comprende la política opuesta llega a la conclusión opuesta: él descarta de primeras la idea de que haya una dicotomía metafísica. Una facultad de percibir, él sabe, no puede ser la adversaria del mundo o del cuerpo; esa facultad no tiene armas con las que emprender tal guerra; no tiene ninguna función excepto percibir.

En su debido momento desarrollaremos en detalle la posición Objetivista sobre los aspectos clave de la cuestión cuerpo-mente. Estudiaremos lo interior y lo exterior, valores y hechos, lo moral y lo práctico, y varios otros de esos pares, incluyendo razón y emoción, conceptos y perceptos, ciencia pura y tecnología, amor y sexo. En cada uno de esos casos, Ayn Rand sostiene, el punto de vista convencional está equivocado; el hombre no tiene que tomar decisiones imposibles entre el lado «espiritual» y el lado «material» de la vida. La relación entre los dos lados, ella mantiene, no es conflicto o guerra, sino integración, unidad y armonía.

La teoría de la armonía entre cuerpo y mente, al igual que su antítesis platónica, tiene su raíz en una correlación real. Su raíz es la fundamental serenidad y armonía que proviene de aceptar, como un absoluto, el axioma de que la existencia existe.

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Referencias

Obras de Ayn Rand en versión original: Ayn Rand Institute
Obras de Ayn Rand traducidas al castellano: https://objetivismo.org/ebooks/

Al referirnos a los libros más frecuentemente citados estamos usando las mismas abreviaturas que en la edición original en inglés: 

AS     (Atlas Shrugged) – La Rebelión de Atlas
CUI    (Capitalism: The Unknown Ideal) – Capitalismo: El Ideal Desconocido
ITOE (Introduction to Objectivist Epistemology) – Introducción a la Epistemología Objetivista
RM    (The Romantic Manifesto) – El Manifiesto Romántico
VOS   (The Virtue of Selfishness) – La Virtud del Egoísmo

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Notas de pie de página

Las notas de pie de página no han sido traducidas al castellano a propósito, pues apuntan a las versiones de los libros originales en inglés (tanto de Ayn Rand como de otros autores), algunos de los cuales ni siquiera han sido traducidos, y creemos que algunos lectores pueden querer consultar la fuente original. Los números de las páginas son de la edición del libro de bolsillo correspondiente en la versión original.

Capítulo 1 [1-4]

  1.   Philosophy: Who Needs It, «The Metaphysical Versus the Man-Made,» p. 25. This article contains Ayn Rand’s fullest discussion of the primacy of existence.
  2.   Ibid., p. 27. It is, of course, proper to evaluate physical concretes in relation to a human goal, assuming that the goal is rational and that the concretes are alterable by human action. For example, it is valid to estimate a barren desert as «bad,» not in the sense of its being «wrong,» but of its being «inhospitable to human life.» Such estimation is not an example of evaluating or condemning metaphysical reality. For further discussion, see my article «Fact and Value,» in The Intellectual Activist, V (1), New York, May 18, 1989.
  3.   Ibid.

 

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Ayn Rand

Los conceptos axiomáticos son los que identifican la pre-condición del conocimiento: la distinción entre existencia y consciencia, entre realidad y la consciencia de la realidad, entre el objeto y el sujeto de la cognición. Los conceptos axiomáticos son la base de la objetividad.

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